domingo, 7 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 50

Tras poner a Oli a dormir, Pedro se sentó en el sofá verde clarito de Paula con los pies subidos a la mesita mientras pasaba los canales de la televisión con el mando a distancia. Al menos tenía más canales que cuando la conoció. Paula Chaves odiaba cualquier tipo de artefacto electrónico, incluidos los ordenadores. Él le había conectado el DVD y la antena de cable para que pudieran tener más opciones, aunque la verdad es que no pasaban mucho tiempo haciendo eso. Su cuerpo se contrajo dolorosamente al recordar cómo se entretenían. Y luego se le pasó por la cabeza preguntarse quién le habría enchufado todos los aparatos cuando se mudó a aquel apartamento. No era asunto suyo; aquello formaba parte del pasado y no importaba. Siguió pasando canales con el mando, pero no había nada. Eso podía ser una buena metáfora de su vida. A excepción de Oli, sólo tenía relaciones que no le aportaban nada y sólo servían para ocupar su tiempo libre. Sólo se sentía vivo, estimulado y contento con Paula, y eso era muy molesto. Apagó el televisor y arrojó el mando al sofá. Luego se agachó para recoger los cojines que su hija se había divertido tirando al suelo. Sonrió al recordar cómo ella se reía al repetir el movimiento una y otra vez. Había hecho muchos progresos con su hija durante los dos últimos meses. La niña  le conocía y sólo había habido un par de momentos tensos en toda la noche. El primero fue cuando Oli vió salir a su madre. Su llanto amargo todavía tenía el poder de romperle el corazón, pero sabía cómo se sentía, porque a él también le había dejado Paula en una ocasión. Tras comprobar que su niña dormía como un ángel, se dirigió a la cocina y abrió la nevera para sacar una cerveza. Luego regresó y miró a su alrededor, dándose cuenta de que se sentía más en casa en aquel hogar que en su enorme casa del campo de golf. Últimamente, aquel pequeño apartamento de dos habitaciones y dos baños era el único lugar en el que quería estar. Con Paula. Consultó su reloj y vio que eran las ocho y veinticinco, siete minutos más tarde que la última vez que lo había mirado. ¿Habría salido con un hombre? Sólo había dicho que iba a cenar con alguien y que se iba a llevar a Annie, hasta que él se ofreció a cuidar de su hija. ¿Le habría dado sin querer la oportunidad de tener una cita más íntima con otro hombre?

—No —dijo en voz alta y con una fuerza que a él mismo le sorprendió—. No puede haber otro nombre porque eso implicaría que ya tiene uno. Y ése sería yo, y eso no es lo que está ocurriendo.
Escuchó pasos fuera y corrió a encender la televisión y a sentarse en el sofá adoptando un aire relajado. Si era capaz de hacer eso, conseguiría un premio de la Academia por ser un tipo celoso que no tenía derecho a estarlo. Entonces se abrió la puerta y entró Paula.

—Hola.

—Hola —Pedro se estiró y bostezó, preguntándose si no estaría sobreactuando—. ¿Te lo has pasado bien?

—Sí —Paula dejó el bolso—. ¿Cómo está Oli?

—Bien. Lo hemos pasado estupendamente.

—¿Lloró mucho cuando yo me fui?

 Pedro se puso de pie y se metió los dedos en los bolsillos de los vaqueros mientras se acercaba a ella.

—Se distrajo mucho tirando los cojines. Ella los tiraba al suelo y yo los recogía.

—Conozco ese juego. Es uno de sus favoritos —Paula lo miró a los ojos—. ¿Te ha agotado?

—No, en absoluto. Y dime… ¿Dónde has ido? ¿Y con quién?

—He ido a cenar al Grand Café del Green Valley Ranch.

Pedro deseaba agitarla para que le diera más información. O besarla para que olvidara a cualquier otra persona que no fuera él. Ella se había burlado en ocasiones de él porque decía que era muy tonto para ser un tipo tan inteligente. Esa era una de aquellas ocasiones. Besarla era una idea estúpida. El último beso los había llevado a aterrizar en la cama, donde  comprobó que seguía teniendo la misma colcha de flores que él había tirado una vez al suelo porque no podía esperar un segundo más a tenerla. Se apartó cuando el dulce aroma de su piel lo tentó para que ignorara su sentido común. Supo que preguntarle con quién había estado era la única manera de averiguar lo que quería saber.

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