viernes, 5 de mayo de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 46

—Ocurrió cuando tenía sólo diecinueve años. Jugaba en el equipo de fútbol y era el chaval con las mejores notas de la clase. Ella era la reina del curso y capitana de las animadoras. La pareja de oro.

—¿Qué ocurrió?

—Salimos durante todo nuestro último año. Yo siempre supe que quería ser médico como mi padre. Valeria lo sabía, pero cuando empezó a acercarse nuestra graduación, ella empezó a decir que podíamos ir juntos a la misma universidad.

—Lo entiendo.

—Ella no consiguió entrar en la universidad a la que yo iba a ir. Sus notas no eran lo suficientemente buenas.

—Así que te casaste para poder estar juntos.

—No exactamente —aseguró Pedro mirando hacia la puerta—. Justo antes de la graduación, me dijo que estaba embarazada.

—Entiendo —su ceño fruncido indicaba que mentía.

—Ser médico no es la única característica que llevo grabada en mi ADN. Lo más importante en nuestra lista es hacer lo correcto. Y en ese momento, lo correcto era casarme con la chica a la que había dejado embarazada. Y eso fue lo que hice.

—¿Y el bebé? —susurró Paula.

Pedro la miró y sintió un nudo en el estómago. Los recuerdos amargos lo atravesaron, resucitando su rabia.

—No había ningún bebé —aseguró—. Me mintió. No estaba embarazada.

—Así que te divorciaste de ella —aventuró Paula.

—Ojalá —Pedro se pasó los dedos por el pelo—. Pero en mi familia, cuando uno se casa, lo correcto es seguir casado. Y eso hice.

—Pero ya no lo estás.

—Estuvimos juntos mientras yo terminaba el instituto, trabajaba y estudiaba. Eso no dejaba mucho tiempo para construir una relación.

—¿Ella no era felíz?

Pedro soltó una carcajada amarga.

—Yo diría que no, pero ella nunca me dijo que estuviera sola ni que se sintiera abandonada o desgraciada. Lo descubrí cuando me llamaron de urgencias para decirme que mi esposa había tomado unas pastillas para intentar quitarse la vida.

Paula contuvo el aliento y se llevó los dedos a la boca.

—Oh, Pedro… Pero sobrevivió, ¿Verdad?

—Sí. Esa vez y todas las otras veces que intentaba llamar la atención y terminaba en urgencias.

—Entonces, ¿Finalmente la dejaste?

 —No —contestó él con tristeza—. Yo seguía decidido a hacer lo que debía. Cuando yo estaba haciendo mi residencia aquí, en el hospital público de Las Vegas, ella decidió que ya había tenido bastante y se fue. Sin dramas. Sin avisos. Sólo dijo que se había terminado.

Paula estaba confundida.

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