domingo, 21 de mayo de 2017

Has Vuelto A mí: Capítulo 25

Era obvio que la recordaba, aunque tal vez no sabía de dónde. Paula se alegró de llevar puesta su mejor cazadora cuando él la recorrió con la mirada. Era muy alta para su edad y le pareció una novedad tener que alzar la cabeza para mirar a Pedro. Los chicos de su escuela eran todos más bajos que ella. «Claro, que Pedro Alfonso no es un chico», había pensado con emoción. Por lo menos tenía diecinueve o veinte años. Estudiaba en una universidad en Londres.

—Estoy bien —se quitó los copos de nieve de la falda—. ¿Has girado demasiado rápido? Si quieres, puedo ir en bicicleta al taller de Pollack.

 Pedro le sonrió y a ella le dió un vuelco el corazón. Tenía una boca bonita y sus dientes eran blancos.

 —Deberíamos dejar de vernos así —comentó a modo de broma y señaló las manchas de humedad de su cazadora—. Quiero decir, debemos vernos sin que siempre termines empapada. Y gracias por ofrecerte a ir al taller, pero creo que podré sacarlo yo solo.

—Si quieres, te ayudo —se ofreció Paula, obedeciendo a un impulso por prolongar el encuentro. Si llegaba tarde a casa, la regañarían, pero no sería la primera vez que se metía en problemas por Pedro.

—Está bien. ¿Sabes conducir?

—¿Conducir? —gimió—. Yo... bueno, he conducido el tractor de la granja.

—Ya es algo —Pedro abrió la puerta y le indicó a Paula que se metiera—. Te explicaré con calma lo que debes hacer.

Paula fue una buena alumna y Pedro empujó la parte trasera del Mini de modo que el diminuto coche logró salir de la cuneta. Pero la tracción repentina hizo que Pedro perdiera el equilibrio y ella se echó a reír al salir. Él estaba sentado en el lodo.

—Ya sé, ya sé —masculló él de buen humor, revisando los daños—. Apuesto a que lo has hecho a propósito. Me sorprende que no haya caído al fondo del barranco.

—Oh, perdón... no pensé... —Paula dejó de reír de inmediato.

—Sólo estoy bromeando —volvió a sonreír y dejó de tratar de quitarse el agua de los pantalones—. Tal vez estoy mojado, pero también soy agradecido. No creo que lo hubiera logrado sin tu ayuda.

Paula sintió que brillaba por dentro al oír sus palabras. Sin embargo, Pedro se puso serio.

—¿Pasa algo malo?

—Sí —levantó la bicicleta y Paula vió que la rueda del frente estaba doblada—. Parece que tenemos un problema.

—Más bien yo tengo un problema —no necesitaba una bola de cristal para saber cómo reaccionarían su padre y su abuela al verlo. Le habían advertido que no usara la bicicleta cuando el suelo estaba resbaladizo. Pero ir caminando a casa de Jesica se le hacía muy pesado...

—No, tenemos —insistió Pedro y se agachó para inspeccionar el daño—. Sabes, creo que Sergio podrá arreglar esto. Vamos a averiguarlo.

—¿Ahora? —Paula abrió mucho los ojos.

—¿Por qué no?

—Por... por nada —tartamudeó. Sabía que llegar tarde sólo agravaría sus problemas, pero quería pasar más tiempo con él—. Está bien.

Subieron la bicicleta al coche y Pedro abrió la puerta de los pasajeros para que ella entrara. En el ambiente cálido del Mini, era muy consciente de la cercanía de Pedro. Conducía como enajenado. Era obvio que el accidente no lo había asustado. Paula estaba acostumbrada a que su padre condujera despacio y la velocidad le pareció embriagante. Sergio Pollack miró a Paula de modo extraño mientras Pedro le explicó lo sucedido. La chica suspiró. Sergio Pollack arreglaba la maquinaria de la granja y sabía muy bien quién era ella y qué edad tenía. Tenía miedo de que la tratara como una niña.

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