lunes, 30 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 49

—Bueno, ésa es la mejor razón del mundo para hacer un regalo —replicó Pedro, sonriendo.

—¿No vas a abrirlo?

—¿Ahora? El niño asintió.

Pedro se lo llevó a un oído y lo agitó.

—No puede hacer ruido —dijo Nico, riendo.

—Tienes razón. No he oído nada. ¿Me estás gastando una broma?

—No.

En dos segundos, Pedro desenvolvió el paquetito y abrió la caja. Dentro había dos moscas para pescar. Las tomó en la mano.

—¿Una mosca de cabeza dorada y una mosca inglesa? ¡Son las mejores moscas para pescar truchas de montaña! ¡Es el mejor regalo que me han hecho nunca!

—Mi abuelo me ayudó.

—Bueno, está claro que sabe de esto. Paula, ¿Te importa? —pidió, y le dejó el paquete para poder tomar a Nico en sus brazos y darle un gran abrazo. Lo volteó por los aires—. Tendremos que probarlas cuando vayamos de excursión dentro de un par de días.

—¡Sí!

—Tengo una caña de pescar perfecta para tí. Mi abuelo me la regaló. He pescado más peces con ésa que con ninguna otra.

Comenzaron a caminar. Paula se guardó las cosas en el bolso y los siguió sin decir nada. Pedro estaba contándole un increíble cuento sobre peces a Nico. Mientras, su sobrino lo observaba con gesto maravillado. El momento era tan tierno que a ella se le humedecieron los ojos.

Por la noche, Pedro esperó a que Paula cerrara con llave la puerta antes de irse a su habitación. Mientras ponía la caja de moscas en la cómoda, posó la vista en su mano. El anillo de Karen le llamó la atención. No tenía sentido seguir engañándose. Había querido quitárselo desde la noche en que había invitado a Paula a su casa para cenar, pero el miedo a que ella volviera a salir con Santiago le había impedido hacerlo. No debía fijarse en la mujer de otro. Ésa era una regla no escrita que le había enseñado su abuelo. No importaba que ella hubiera roto con el tipo hacía un año. Si seguía sintiendo algo por Santiago, entonces él no tenía ninguna esperanza. Aunque Paula había sido encantadora y amistosa con él desde que los había recogido en el aeropuerto, no había dicho ni hecho nada para darle a entender que hubiera vuelto a salir con Santiago. Ni lo contrario. Por desgracia, si ella ya no sentía nada por su ex, él nunca lo sabría, al menos, mientras siguiera llevando el anillo de Karen. Matías había tenido razón respecto a eso. Paula era una mujer muy respetuosa. Y ésa era una de las cualidades que más apreciaba de ella. Se sentó en la cama. Aquello era un lío. ¿Qué podía hacer? Si Paula se daba cuenta de que se había quitado el anillo a la mañana siguiente, ¿respondería a él de forma diferente? Ella nunca había sacado el tema de Karen. ¿Y si seguía sin hacerlo? Lo que él había creído que nunca pasaría, había pasado. ¡Estaba enamorado por segunda vez en su vida! ¿Qué haría si ella no lo correspondía con la misma intensidad? La posibilidad lo aterrorizaba, como Matías había adivinado. Nico era la única constante en la ecuación. Lo querría como a un hijo hasta el día de su muerte.



Destinados: Capítulo 48

Nico y Pedro esperaban fuera junto al coche. Cuando Paula salió y se dirigió hacia ellos, sintió que los ojos de Pedro la observaban con apreciación, pero ella se negó a pensar que aquello pudiera significar algo. El hecho de que él no se hubiera quitado el anillo implicaba que estaba allí sólo por el bien de Nico y por ninguna otra razón. Después del trágico accidente que había privado al niño de sus padres, sería su manera de apaciguar su sentimiento de culpa.

En secreto, una parte de ella había esperado que Pedro quisiera conocerla mejor en ese viaje. Sin embargo, era muy posible que no fuera así. Después de todo, la posibilidad de que volvieran a verse en el futuro era bastante remota. Sin embargo, ya que él estaba dispuesto a hacer el papel de padre durante unos días, fingiría que  era su hermano. Así, podría superar mejor aquella tortura, porque no había otra forma de describir lo que estaba sintiendo en ese momento. Quizá, otra mujer no dejaría que un anillo se interpusiera entre ella y el hombre que quería, pero la experiencia que  había vivido con Santiago le había enseñado a no hacerlo. La mujer con la que Santiago había salido antes que con ella había tenido una gran influencia sobre él. Si no, no se habría acostado con Lorena pocos días antes de casarse con otra persona.

Si Pedro no había sido capaz de superar la muerte de Karen en cinco años, ninguna mujer tenía posibilidades de vencer su recuerdo. Cualquiera que lo intentara estaría abocada al fracaso. Pero había un problema: ella ya se había enamorado de Pedro. Sus sentimientos ya no tenían marcha atrás.

—Hay un pequeño centro comercial al que podemos ir caminando, tiene toda clase de restaurantes. ¿Qué os apetece?

—¿Qué tal si esperamos a llegar allí para que Spiderman decida lo que le apetece? —sugirió Paula, sonriendo a Nico, que se había cambiado y se había puesto una camiseta y unos pantalones cortos de Spiderman.

—No creo que ninguno de los restaurantes sirva moscas —replicó Pedro fingiendo seriedad.

—¡Pau! —exclamó el niño de pronto—. ¡Tengo que volver a la habitación un momento! —dijo y salió corriendo.

—Espera… —gritó Paula  tras él—. ¿No puedes hacerlo después ? —añadió. El niño acababa de ir al baño.

Nico la miró con frustración y corrió de vuelta hacia ella.

 —Quiero darle a Pepe su regalo —le susurró el niño al oído.

Ah. El regalo.

—Discúlpanos un momento, Pedro —dijo ella.

Sacó la llave de la habitación y abrió. Nico corrió dentro, agarró un pequeño paquete envuelto y se apresuró a salir. Su tía cerró la habitación y se reunión con ellos.

—Esto es para tí.

—¿Por qué? —dijo Pedro  y tomó el regalo.

—Porque he querido.

Destinados: Capítulo 47

—¿Donde están enterrados tus padres y tus abuelos?

—Eso es. Habrá un gran espectáculo de fuegos artificiales mañana por la noche.

—¡Bien!

—Tengo reservado un motel en el centro, así podremos pasear e ir a jugar béisbol en el parque local. Más tarde, habrá un desfile.

—¿Podremos verlo? —gritó Nico.

—¡Vamos a estar en él!

Paula lo miró sin comprender.

—¿De verdad? —preguntó Nico, lleno de excitación.

—Sí. Todos los veteranos de la ciudad desfilarán en las carrozas. Paula y tú pueden venir conmigo.

 A ella se le aceleró el pulso.

—¿Qué es un veterano? —quiso saber el niño.

—Alguien que ha trabajado en el ejército. Y, después de eso, habrá una barbacoa con mazorcas de maíz y sandía y se puede comer todo lo que uno quiera. De hecho, hay un concurso de padres e hijos para ver qué equipo puede comer más.

—Me encanta la sandía. ¿Podemos participar?

—Eso pretendo —respondió Pedro y miró a Paula—. ¿Lo apruebas? — preguntó en voz baja.

Nico echaba mucho de menos a su padre y, durante dos días, él podía representar ese papel. Por eso, ella le estaba muy agradecida.

—Nunca olvidará estas vacaciones —susurró ella.

Su respuesta pareció satisfacer a Pedro.

—¡Que todo el mundo se abroche el cinturón!

—¡Yo ya lo tengo!

 —¿Quién tiene hambre? —preguntó,  tras poner el coche en marcha.

 —Yo un poco —dijo Nico.

—Entonces, esperaremos a llegar a Oakhurst para darnos una buena comilona.

—¿Podemos comprar un refresco de zarzaparrilla por el camino?

—A mí me apetece. ¿Y a tí, Paula?

—Me encantaría una zarzaparrilla con helado.

Cuando hubieron salido de aeropuerto,paró en una tienda. Compraron refrescos y Nico los entretuvo con su charla durante el resto del camino hasta Oakhurst.

Pedro los llevó a un motel en la calle principal, junto al parque local. Estacionó delante de uno de los bungalós que rodeaban la piscina. Nico estaba emocionado. No dejó de correr y saltar mientras ellos metían el equipaje en las habitaciones. En la piscina, tenían una selección de juguetes acuáticos perfectos para que los niños estuvieran entretenidos. Como el vuelo desde Miami había sido muy largo, decidieron ir a comer primero y, luego, ir a jugar a la piscina hasta que fuera hora de irse a la cama. Al día siguiente sería la gran fiesta. Todos acordaron que necesitaban descansar bien para estar preparados.

Tras darse una rápida ducha, Paula se puso una blusa sin mangas de color verde esmeralda con una falda blanca que se anudaba a un lado de la cintura. Se había comprado el conjunto, con un par de sandalias blancas, para el viaje. Se cepilló el pelo, que se había cortado a capas, y se puso su carmín de labios de color rosa. Ya estaba lista.

Destinados: Capítulo 46

—¿Crees que Pepe nos está esperando?

Paula apretó la mano de Nico con más fuerza mientras entraba en la terminal del aeropuerto y se dirigían a recoger su equipaje.

—Dijo que nos esperaría en la puerta, en un Mazda negro.

Sólo había llevado una maleta. Después de hablar con sus padres, había decidido que un viaje de cinco días era lo más que podían permitirse. Así que no había metido demasiada ropa. Como seguía en paro, tendría que encontrar un trabajo antes de que empezara la escuela de Nico. Estaba empezando a perder fé en los consejos del doctor Karsh. En el avión, Nico le había preguntado cuándo podrían tomarse las siguientes vacaciones en Yosemite. Ella le había contestado que en primavera. Entonces, el niño había querido saber cuántos días faltaban para primavera. En un arranque de inspiración, ella le había sugerido que contaran los meses mejor. Cuando los contaron, él había dicho que era demasiado tiempo. Pero, al menos, no se había puesto histérico. Por supuesto, la razón había sido que iba a ver a Pedro en menos de una hora. Ella no había podido pensar en otra cosa. Sin embargo, esperaba ser capaz de verlo sin pasión, como si fuera un amigo de la familia nada más, interesado por el bienestar de Nico. Si esperara más de él, sólo le traería dolor, se dijo.

—¡Allí está Pepe! —dijo el niño al llegar a la salida de la terminal.

Salió como un rayo. El hombre alto y de aspecto imponente lo saludó junto a su coche negro. Abrió las puertas delantera y trasera. Aunque estaba vestido como un turista cualquiera, con una camisa azul pálido y pantalones de color caqui, su aspecto era muy llamativo, pensó Paula, con el corazón latiéndole a toda velocidad.

—Hola, campeón —saludó Pedro, le chocó la palma al niño y lo levantó del suelo.

Mientras los dos intercambiaban un largo y apretado abrazo, a Nico se le cayó el sombrero. Paula se agachó para recogerlo y, cuando se incorporó, se encontró con un par de ojos azules radiantes posados en ella. Su calor la estremeció.

Pedro le dió una palmadita más en la espalda a Nico antes de ponerlo en el suelo de nuevo y, de pronto, el sol se reflejó en su alianza, haciéndola brillar.

—Bienvenidos —murmuró él.

—Me alegro de estar aquí de nuevo —replicó ella, sin mirarlo—. Gracias por recogernos.


Nico se subió al asiento trasero, donde había instalada una silla nueva, y se puso el cinturón. Mientras Pedro colocaba su maleta en el maletero, Paula se sentó en el asiento delantero enseguida, para que él no tuviera tiempo de ayudarla.

—¿Por qué no llevas uniforme? —preguntó Nico en cuanto Pedro hubo entrado en el coche.

—Porque estoy de vacaciones.

—¿Sí? —preguntó el niño, abriendo los ojos como platos.

—Sí. Durante dos días enteros. Así, podremos disfrutar juntos del Cuatro de Julio. Es una de mis fiestas favoritas.

—¡Hurra! ¿Podremos ver los fuegos artificiales?

 —Claro que sí.

Paula se esforzó para no reaccionar. Aquello no era parte del plan que había imaginado pero, al mismo tiempo, reconoció que sería más fácil para Pedro, quien sabía que Nico necesitaba toda su atención. Dos días sin tener que preocuparse de forma continua por el trabajo le darían un respiro al guardabosques.

—¿Qué te parece? —le preguntó Pedro.

—Fantástico. No podemos agradecerte lo bastante las molestias que te tomas por nosotros, ¿Verdad, Nico?

—No. ¿Vamos a encender petardos en tu casa?

Pedro seguía mirándola. Sentir tan de cerca su proximidad hizo que a ella le faltara el aire.

—En el parque no pueden tirarse petardos ni fuegos artificiales, por el peligro de incendio. Así que iremos a celebrarlo a Oakhurst.

Destinados: Capítulo 45

—Alfonso al habla.

—¡Hola!

—Hola, campeón. ¿Cómo estás? —repuso Pedro, sonriente.

—Bien. ¡Gracias por el traje de guardabosques! ¡Me encanta! ¡Ahora lo llevo puesto!

—¿Te queda bien? —quiso saber Pedro, sonriendo aún más.

—¡Pau dice que me queda perfecto!

 También ella era perfecta, pensó Pedro.

—Dile que te haga una foto y que me la mande por correo electrónico.

—Ya la hemos mandado. ¿Pepe? Gracias por los prismáticos. ¡Son increíbles! ¡Esta mañana he visto a una hormiga llevándose un trocito de semilla desde el otro lado de la calle!

Pedro rió.

—¿Cuándo te vas de vacaciones?

—No voy a irme —contestó Pedro, sorprendido por la pregunta.

—¿Por qué? El doctor Karsh dice que todo el mundo se toma vacaciones.

Parecía que Nico había estado en el psiquiatra, adivinó, leyendo entre líneas. Sin embargo, no tenía ni idea de adonde quería ir a parar el niño.

—Estoy de acuerdo con el médico, pero en verano es cuando más trabajo tenemos en el parque, así que no suelo irme de vacaciones hasta otoño, cuando no hay tantos turistas.

—Mejor, porque Pau me ha dicho que podemos ir de vacaciones una vez más antes de comenzar el colegio. ¿Puedo ir a visitarte otra vez? ¡Quiero ver todo el parque!

—Me gustaría muchísimo —respondió,  con el corazón acelerado—. ¿Cuándo pueden venir?

—Un momento. Pau quiere hablar contigo.

—Que se ponga —pidió Pedro.  Cuánto deseaba escuchar su voz…

—Hola, Pedro —lo saludó ella.

 —¿Cómo están?

—Estamos mejor —repuso ella.

 Era una forma de hablar en clave, pensó Pedro. Significaba que Nico no estaba tan histérico como el día en que habían regresado a Miami.

—Me alegro.

—Tu regalo le ha hecho más ilusión que todos los regalos de Navidad juntos.

—Estoy deseando ver la foto.

 —No soy imparcial, lo sé, pero está tan guapo que podría posar para un póster de los Jóvenes Castores de Yosemite.

 —Ahora estoy en la oficina. Cuando llegue a casa, miraré el correo.

—Te has levantado temprano, ¿No?

—La verdad es que llevamos aquí toda la noche.

—No me sorprende. He visto en las noticias lo que tú ya sabes —replicó Paula.

Pedro sabía a qué se refería. Con Nico junto a ella, tenía que tener cuidado con lo que decía para no alarmar al niño respecto al incendio.

—Estará controlado dentro de pocos días, pero estamos bien. Lo malo es que hay mucho humo. Por suerte, no ha sucedido mientras Nico y tú estaban aquí.

—Menos mal —susurró ella con voz temblorosa.

—Nico dice que van a venir otra vez antes de que empiecen sus clases. El Cuatro de Julio sería un buen momento para mí —sugirió. No quería esperar mucho más para verlos.

—Sólo faltan dos semanas…

—Es la temporada alta en el parque. Nico lo pasaría muy bien.

—Tendré que darme prisa en hacer las reservas.

—Tú ocúpate de reservar el vuelo, yo me encargaré de buscaros un sitio para dormir.

—Sólo estoy de acuerdo si yo lo pago.

 —De acuerdo —repuso Pedro. Aceptaría cualquier cosa con tal de tenerla de vuelta allí—. Su habitación en Yosemite Lodge os estará esperando. Nico me ha dicho que quiere ver todo el parque. Eso quiere decir que tendrán que quedarse una semana por lo menos.

—No… no estoy segura de que yo pueda —balbuceó ella.

Pedro apretó la mandíbula. ¿Habría vuelto a salir con su ex y no querría estar mucho tiempo lejos de él? Entonces, se le ocurrió otra cosa.

—¿Has encontrado trabajo?

—No. Todavía, no.

—Entonces, no hay problema. Haz reservas para venir sobre el día tres. Los recogeré en el aeropuerto de Merced. Llámame cuando sepas a qué hora llegan.

—Pedro…

—Lo siento —dijo él, interrumpiéndola a propósito—. Tengo llamadas en la otra línea. Dile a Nico que lo veré pronto —añadió y colgó antes de que ella pudiera buscar una excusa para cambiar las fechas.

—¿Va a venir Paula con Nico? —preguntó Matías—. ¿Ha mencionado a su ex?

—No. Cuando le dije que Nico y ella podían quedarse en la misma habitación que antes, ella no mencionó que traería a otra persona más. Intuyo que este viaje es un tipo de terapia que le ha aconsejado el psiquiatra.

—Si quieres que te diga lo que pienso, Paula está deseando volver con Nico.

Pedro se levantó de su silla como impulsado por un resorte, demasiado inquieto y con demasiadas preguntas en la cabeza como para seguir sentado.

—Yo creo que el psiquiatra tiene mucho que ver con esto. Quizá piense que Nico tiene que volver para comprobar que yo no he muerto como sus padres.

Matías también se puso en pie y lanzó a su amigo una mirada llena de especulación.

—Y yo creo que estás muerto de miedo.

—Lo estoy —admitió Pedro.

Matías lo conocía demasiado bien.

—Míralo de esta forma: podría ser una prueba para ver si has superado la muerte de Karen —señaló, y después de su explosivo comentario, miró a su amigo con cautela—. Me voy a casa a dormir. Adiós.

Pedro se quedó allí de pie, conmocionado y somnoliento. Matías había dado justo en el clavo.

domingo, 29 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 44

—Mis padres solían llevarme a las montañas cuando tenía tu edad. Había un hombre que vivía allí y a mí me encantaba visitarlo, se llamada José. Siempre me enseñaba sus cosas. Hacía sus propias armas y flechas. Yo también quería vivir allí, pero no podía.

—¿Por qué?

—Porque tenía mi vida en Miami. Eso es lo bueno de las vacaciones. Las planeas con antelación y te emociona pensar lo que harás cuando llegues allí. Cuando llega el momento, lo pasas genial y, luego, regresas a casa para ir al colegio y jugar con tus amigos hasta que llegan las siguientes vacaciones. Entonces, te vas de viaje y lo pasas de maravilla otra vez.

El doctor Karsh miró a Rachel para comprobar si ella estaba captando el mensaje. Ella lo entendió. Y Nicky también, pues la miró con ojos suplicantes.

—¿Podemos ir a Yosemite en nuestras próximas vacaciones?

El psiquiatra había dado con un buen plan para darle a Nico esperanza y, al mismo tiempo, reducir su ansiedad. Pero ese plan no consiguió aliviar la ansiedad de Paula. Otras vacaciones a California significaban ver a Vance de nuevo. No estaba segura de que su corazón pudiera soportarlo.

—Creo que sí es posible.

 —¿Cuándo? —preguntó Nico, lleno de excitación.

—¿Sabes qué, tesoro? El doctor Karsh tiene más pacientes esperando. Lo hablaremos en casa.

—Bien.

—Gracias por venir a verme, Nico. Me gusta mucho el uniforme de guardabosques.

—Gracias. A mí me encanta —repuso Nico y se puso el sombrero.

Paula sonrió al psiquiatra, se despidieron y se dirigieron hacia el coche.

—Tendremos que mirar en el calendario para ver cuándo podemos tomarnos otras vacaciones —señaló ella, adelantándose a la siguiente pregunta de su sobrino— . Debe ser antes de que empiece el colegio. Y tenemos que preguntarle a Pedro, porque él también se irá de vacaciones.

—¿Adonde va Pepe de vacaciones?

—No lo sé.

—Apuesto a que va a ver la tumba de Karen.

—Estoy segura de que sí —repuso ella con cierta ansiedad.

¿Amaría Pedro tanto a su esposa muerta como para no dejar que otra mujer entrara en su vida?, se preguntó, sin querer aceptar que podía ser así.


Con la mandíbula oscurecida por la barba de un día y tras pasar toda la noche sin dormir, a Pedro le sorprendió que su secretaria no gritara de terror al verlo. Encima, Marcela les había llevado algo de comer.

—Eres un ángel, Marcela—dijo Pedro cuando ella les puso los donuts y el café delante.

—Es una alegría verte, Marcela —saludó Matías con aspecto taciturno—. Dime, ¿Cómo se respira ahí fuera?

—Si no tienes asma, se respira bien.

—Eso me temía —comentó Pedro—. El superintendente no está contento. También su casa se ha quedado sin electricidad. Ha tenido que llamar a alguien para que le arregle el generador. Por suerte, no hemos recibido ninguna queja de los hoteles ni de los restaurantes todavía.

—Por el aspecto que tienen, yo diría que deben ir a la cama. Vayan a casa. Los llamaré si hay alguna emergencia —señaló Marcela.

En ese momento, sonó el teléfono de Pedro. Por el prefijo, vio que era una llamada desde Miami. El corazón le dio un brinco antes de responder. Esperó que Paula estuviera al otro lado de la línea. El deseo de escuchar su voz se estaba convirtiendo en una necesidad para él.


Destinados: Capítulo 43

—Lo sé, pero tenemos que irnos. El doctor Karsh quiere hablar con los dos. No tardaremos mucho. Ahora corre a tu cuarto y ponte la camiseta del dinosaurio y unos pantalones.

—Pero no quiero cambiarme.

—Entonces, ve así a la consulta —sugirió su abuela, mirando a Paula con cautela.

—¿Puedo, Pau?

—¿Por qué no? Pero tendrás que dejar los prismáticos en casa. Dáselos al abuelo.

—De acuerdo.

—Pueden usarlos si quieren. Pero deben tener mucho cuidado con ellos —les advirtió Nico.

—Gracias —repuso Alejandra con gesto serio, forzándose a no reír—. Lo haremos.

—Quiero llamar a Pepe—dijo Nico de camino a la consulta del psiquiatra.

—Recuerda nuestra regla. Podrás darle las gracias cuando llegue el momento.

—¿Puedo enviarle un regalo?

—¿Tienes algo en mente? —replicó ella, pensando que no podía negarse.

—Una mosca.

—No lo entiendo.

—¡Pescar es lo que más le gusta!

—Ah —dijo Paula.

A pesar de lo delicado de la situación, no pudo evitar sonreír. ¿Quién sabía qué más cosas había aprendido Nico sobre su héroe cuando habían estado a solas buscando búhos?

—Tendrá que ser una mosca muy especial.

—Eso es lo que él dice. La mayoría de los turistas usan una equivocada.

—Seguro que tu abuelo sabe cuál es mejor. A él también le encanta pescar.

Paula observó a su sobrino, vestido con el uniforme de guardabosques, y su corazón se derritió. Cuando entraron en la consulta minutos después, el psiquiatra miró al niño y, luego, a ella.

—Creí que iba a venir Nico contigo.

—Yo soy Nico —dijo el niño, riendo.

 —Hmm. Quítate el sombrero —dijo el terapeuta cuando se hubieron sentado. Cuando Nico hubo obedecido, comentó—: Te has cortado el pelo desde la última vez que nos vimos.

—Sí. Pepe me llevó a la barbería.

—¿Quién es Pepe?

—Él me ha enviado este traje hoy por correo —repuso Nico.

Aunque la tarjeta había sido firmada por Cecilia Davis, el niño sabía que Pedro había sido el responsable—. Ahora nos parecemos.

—Parece que es un hombre muy amable.

—Es mi mejor amigo.

—Háblame de él.

—Pepe puede hacer lo que sea. Es el jefe de todo el parque.

—¿Te gustó Yosemite?

—Sí. Pepe nos llevó a El Capitán, esa roca enorme donde mi mamá y mi papá murieron. Él puso sus cuerpos en un helicóptero y los mandó con mis abuelos.

—¿Y cómo te sientes respecto a eso?

 —Bien. Lo quiero. Fuimos juntos a cazar y me enseñó un viejo sendero indio. Dijo que podíamos ir a visitar a un viejo indio que es su amigo. Me gustaría que toda mi familia viviera allí.

El terapeuta asintió.

Destinados: Capítulo 42

—Llegaron pronto —observó el padre de Paula cuando entraron en el comedor. Antes de que ella pudiera explicar nada, su madre entró en la habitación con un paquete.

—Me alegro de que hayan vuelto —comentó la abuela de Nico—. Esto ha llegado por correo para tí.

—¿Qué es? —preguntó Nico sin ningún interés.

—No tengo ni idea —respondió su abuela—. ¿Quieres que lo abra?

—Yo lo haré —dijo el niño.

Sacó una bolsa de plástico de dentro. La rasgó con bastante esfuerzo y, dentro, encontró un uniforme de Joven Castor, con camisa, pantalones cortos y un sombrero con el logo del Parque Yosemite.

—¡Vaya! ¡Pepe me ha enviado un uniforme de guardabosques! —gritó el niño—. ¡Ahora puedo ser como él!

Paula apretó los ojos un momento. Pedro no podía haber elegido un regalo que le hubiera gustado más a Nico, pero no debía haberlo hecho.

—Voy a ponérmelo. Pau, ¿Me ayudas a quitarme el disfraz?

—Claro.

Con dedos un poco temblorosos,  le bajó la cremallera del disfraz y le ayudó a ponerse los nuevos pantalones cortos de color caqui con su camisa a juego. Le quedaban a la perfección.

La abuela de Nico tomó una tarjeta que había en el fondo de la caja y la leyó en voz alta.

—«Querido Nico, los Jóvenes Castores del Parque te envían esto. Que lo disfrutes. La guardabosques Cecilia Davis».

Qué detalle por su parte, pensó Paula.

—Veamos cómo te queda el sombrero —dijo Miguel y se lo puso al niño—. ¡Vaya! ¡Pareces un guardabosques de verdad!

Radiante, Nicp salió corriendo al baño para mirarse al espejo. Cuando regresó abrió la otra caja, que tenía unos prismáticos. También había una tarjeta. Paula la tomó para leerla.

—«Para que busques búhos. Que los disfrutes, campeón».

 Sin duda, era de Pedro. Nico corrió por la casa, mirándolo todo con los prismáticos y gritando de felicidad.

—¡Vaya! ¡Esto sí que es guau!

A Paula se le saltaron las lágrimas. Sus padres también estaban emocionados. Enseguida, Nico regresó corriendo al salón.

—¡Mira, Pau!

Ella tomó los prismáticos y se los llevó a los ojos para mirar a su madre, que estaba al otro lado de la habitación. Soltó un grito de sorpresa. Ampliaban tanto la imagen que, al principio, no estaba segura de qué estaba viendo. Al final, se dió cuenta de que era una de las pestañas de su madre.

—Oh, Nico, no son prismáticos normales para niños. Pedro te ha enviado un regalo muy especial y muy caro. Tendrás que cuidarlos mucho —indicó Paula y se los tendió a su padre.

Cuando se los hubo llevado a los ojos, Miguel comenzó a hacer exclamaciones, igual que había hecho su nieto. Se dirigió en su silla de ruedas hacia la entrada y hacia el patio.

—¿Sabes que son tan potentes que puedo ver las alas de una abeja desde el otro lado del jardín? ¡Ale, mira!

Nico corrió hacia ellos, observándolos con impaciencia, mientras su abuela probaba los prismáticos también. Paula se quedó atrás, aún conmocionada por la generosidad de Pedro. Él debía de saber lo que aquel regalo significaba para su sobrino. Por suerte, le había pedido cita al doctor Karsh para que ayudara al niño a no obsesionarse con el guardabosques.

—¿Nico?

El niño la miró con los prismáticos en la mano. Aquel regalo le proporcionaría horas de diversión.

—Tengo cita con el médico dentro de unos minutos y quiero que vengas conmigo. Tienes que cambiarte para que nos vayamos.

Sus padres la miraron con sorpresa, pues pensaban que ella ya había ido a ver al doctor Karsh.

—Pero quiero quedarme aquí para jugar.

Destinados: Capítulo 41

Desde que había regresado de Yosemite hacía una semana, Nico no había conseguido animarse. Para empeorar las cosas, el doctor Karsh había estado fuera dela ciudad. Paula no había podido hablar con él hasta esa mañana. Había quedado en verlo a las diez.

—¿Qué vas a hacer tú?

—Voy a buscar trabajo —repuso Paula. Durante la última semana había estado llamando a diferentes ofertas de trabajo para puestos administrativos. Ese día, tenía una entrevista después de su cita con el doctor Karsh—. Si quieres hablar con los abuelos, díselo a la mamá de Ramiro y ella te dejará usar el teléfono.

—¿Puedo llamarte a tí?

—Sí, pero puede que esté en una entrevista y no pueda responder —dijo Paula, sin saber qué hacer para animarlo—. Mira, allí está Ramiro. Te está esperando.

El otro niño se acercó corriendo, también disfrazado de Power Ranger. Despacio, Nico se quitó el cinturón y salió del coche. Sus ojos llenos de tristeza le rompieron el corazón a Paula. Desde que habían regresado, había tenido una pesadilla y se había despertando gritando el nombre de Pedro.

El sueño había tenido lugar la noche en que habían establecido reglas sobre las llamadas al guardabosques. Nico podía llamar sólo una vez por semana, eso era todo. Ella había obligado a su sobrino a explicarle la nueva regla a Pedro, pero ella se había abstenido de hablar con él. Pedro pareció haber comprendido porque, desde entonces, sólo había llamado a Nico una vez. Para el niño, dos conversaciones por semana no eran suficientes.

—No olvides tu mochila. Allí llevas el desayuno. Te quiero, tesoro.

Al niño le tembló el labio mientras cerraba la puerta del coche. Paula lo observó por el retrovisor mientras se iba. En vez de salir corriendo con Ramiro, se quedó mirando hacia ella hasta que desapareció en la distancia.

Quince minutos después, ella  llegó a la consulta del psiquiatra y le habló del viaje a Yosemite y de lo que había pasado después. El doctor Karsh le ofreció una caja de pañuelos de papel.

—Gracias —dijo ella, secándose las lágrimas—. Si le digo la verdad, no sé qué hacer. En cierta manera, la situación es aún peor que antes.

—No es peor. Es mejor —la corrigió él.

—¿Bromea?

 —No. Lo que has dicho hace un minuto es importante. Nico siente una fuerte conexión con el guardabosques porque fue la última persona que vió a sus padres. Pero es más profundo que eso —señaló el psiquiatra—. Él intentó salvarlos. Llevó a Nico a lo alto de El Capitán y le mostró el sitio exacto donde había encontrado los cuerpos. Cuando los hubo encontrado, se encargó de que fueran enviados a Florida. A los ojos del niño, el guardabosques representa una figura paterna, alguien que protege y se ocupa de todo, como hizo su propio padre en el pasado. No es una conexión extraña ni poco habitual. Es comprensible, teniendo en cuenta que el guardabosques jefe parece ser un hombre destacado.

—Es excepcional —asintió Paula.

—Por eso es el jefe —dijo el terapeuta y sonrió—. En cuanto a la última pesadilla, demuestra que Nico se siente protegido por él y le gusta. Es muy buena señal que tu sobrino sea capaz de apegarse a alguien que no sea su padre. Yo diría que estás haciendo progresos, aunque no lo sientas así todavía.

—¿Pero cómo puedo quitarle ese apego?

—Lo sabré mejor después de haber charlado con Nico. ¿Podrías traerlo a mi consulta este mediodía?

Paula se alegró de que el terapeuta tuviera un plan, porque ella se había quedado sin ideas. Después de darle las gracias, se apresuró a ir al aparcamiento por su coche. Canceló su entrevista con la Cruz Roja, llamó a la madre de Ramiro y le avisó de que iba a recoger a Nico antes de lo previsto. Tendrían que ir a casa primero para que el niño se quitara el disfraz.

Destinados: Capítulo 40

En algún momento, podría escaparse y llamar a Paula, sin que Nico lo supiera. Tenían que hablar. Sin embargo, no tuvo ni un momento para hacerlo. El turno de noche entró de servicio mucho antes de que terminara el trabajo y pudiera irse a casa. Al llegar a su casa,  se fue a la cocina y lo primero que hizo fue beber agua fría del grifo. Pero necesitaba algo más fuerte. En el frigorífico tenía cerveza y zarzaparrilla. Había puesto a enfriar la segunda hacía unos días, pensando en Nico… Agarró la cerveza y cerró la puerta del frigorífico de un portazo.

El reloj de la cocina marcaba las diez menos cuarto. Era la una menos cuarto en Miami. Paula estaría en la cama, a menos que estuviera con su ex. Prefirió no pensar en lo que podrían estar haciendo. Tras terminarse la lata, se fue al estudio a ver de nuevo las fotos que les había enviado. Cinco minutos después, no pudo seguir soportando esa tortura y se alejó del ordenador. Necesitaba distraerse hasta que consiguiera dormir. Hacía dos meses, se había prometido a sí mismo que limpiaría el garaje. Al parecer, era un buen momento para hacerlo. Llevaba veinte minutos en ello cuando sonó el teléfono. Respondió.

 —Alfonso al habla.

 —¿Pedro? Soy Luis.

Pedro había estado esperando que lo llamara el jefe de bomberos desde Midpines.

—¿En qué estado se encuentra el incendio de Telegraph?

—Por eso te llamo. Ya se han quemado seis mil hectáreas y sólo está controlado en un veinte por ciento. Entrará en el valle Yosemite dentro de poco.

—¿Y el de Tuolumne Meadows? —preguntó, frunciendo el ceño.

—El humo no permite mucha visibilidad, pero parece que no ha afectado a otras áreas del parque.

—Buena noticia. Mantenme al tanto.

Pedro no podría dormir esa noche. La limpieza tendría que esperar a otro día. Apagó la luz del garaje y entró en su habitación para ponerse otra vez el uniforme. Encendió el generador exterior y se digirió al centro de información del parque. El humo que provenía del condado Mariposa era, sin duda, más denso. Saludó al equipo del turno de noche. Al pasar junto a Matías, vió que estaba al teléfono. Sus ojos se cruzaron.Su amigo tapó el auricular un momento para hablarle.

—Luis dice que el humo del incendio de Telegraph en la entrada de Arch Rock está dificultando la visibilidad a los conductores.

—Por eso estoy aquí. Ven a mi despacho. Haremos llamadas para que enciendan los generadores antes de que se vaya la luz. ¡En los edificios para turistas primero!

—Ya que estoy en ello, avisaré a Walter y a sus hombres por si hay que reparar algún generador —indicó Matías.

—¿Cómo? Más nos vale que todos funcionen a la perfección.


Paula estacionó el coche delante de casa de Ramiro. Se giró hacia Nico, que se había puesto su disfraz de Power Ranger y, a pesar de ello, no estaba contento con nada.

—Volveré dentro de dos horas y los llevaré a Ramiro y a tí a comer un perrito caliente.

Destinados: Capítulo 39

Cuando la ambulancia salió del lugar de los hechos, Pedro caminó alrededor de los dos autobuses que habían chocado en la entrada de Tioga Pass. Aunque el autobús turístico de Sierra Trails había sufrido daños, no había habido ningún herido. El otro autobús, lleno de jóvenes del instituto que habían ido a visitar el parque, tenía daños mayores. Tres de los chicos habían sufrido heridas leves y los habían llevado al hospital. El resto del grupo había embarcado en otro autobús rumbo a Bishop, California, de donde provenía.
Pedro  estaba hablando con Ricardo, el guarda que estaba preparando el informe, cuando sonó su móvil. Miró el identificador de llamadas y su día cambió de color. Se disculpó un momento, se alejó un poco y contestó.

—¿Nico? ¿Eres tú?

—Sí. Gracias por las fotos.

—De nada. ¿Qué te parece ésa en la que estamos delante del helicóptero?

—¡Me encanta! Oye, Pepe, ¿Qué estás haciendo?

 Posó la mirada en la larga fila de coches parados delante del accidente. Los conductores no dejaban de detenerse para tomar fotos del autobús siniestrado, creando un atasco monstruoso. Como Nico tenía sólo seis años, decidió que era mejor omitir los detalles.

—Trabajando.

Siempre había experimentado un gran gozo en hacer el trabajo que le gustaba en el único lugar del mundo donde quería estar. Sin embargo, algo faltaba en su vida desde que Nico y su tía se habían ido. Un vacío nuevo para él había ocupado el lugar de su corazón. No había antídoto para su mal, excepto conseguir que ellos volvieran al parque. Pero, para que eso pasara, Paula tenía que desapegarse de Santiago.

—Me gustaría estar allí. ¿Pepe? —lo llamó el niño, con la voz impregnada de tristeza.

Pedro apretó el teléfono con más fuerza, dejando que la nostalgia del niño le llegara al corazón.

—¿Qué pasa, campeón? —preguntó, sabiendo cuál era la respuesta.

—Me gustaría que Pau y yo no nos hubiéramos ido. Quiero estar contigo.

Pedro escuchó un sollozo. En cuestión de segundos, el niño estaba llorando a moco tendido. De fondo,  oyó a su abuelo urgiéndole a que colgara. ¿Dónde estaría Paula?, se preguntó él. ¿Con su ex?

—Vamos, chico —le interpeló su abuelo.

—¡Nooo! ¡No quiero colgar! Por favor, déjame hablar con Pepe un poco más…

—¿Nico? —dijo Pedro al teléfono con la intención de calmarlo. Sin embargo, al igual que había sucedido en Oakhurst, el niño estaba fuera de control y no lo escuchaba. Con cada sollozo de Nico, a él se le encogía el corazón un poco más.

—Dile adiós —ordenó su abuela al fin con firmeza.

 —De acuer-acuerdo. A-adiós.

Pedro oyó otro sollozo y, luego, colgaron. Aquello era una agonía, pensó.

—¿Jefe? —lo llamó Ricardo. Pedro se giró-. ¿El incendio de Manuel Meadow ha ido a peor?

¿Incendio?, pensó Pedro y meneó la cabeza para concentrarse.

—No. Está bajo control.

—Me alegro —repuso el guarda y titubeó un momento—. ¿Estás bien?

No, y nunca volvería a estarlo, pensó Pedro.

—Sí. ¿Has terminado el informe?

Ricardo asintió y le tendió el papel. Lo leyó y lo firmó.

—Excelente trabajo —dijo, y se lo devolvió—. Me voy a la central. Llámame si me necesitas.

El piloto del helicóptero lo esperaba para llevarlo de vuelta al pueblo. Pedro tenía que entrevistarse con dos guardabosques nuevos que habían sido transferidos del Parque Nacional Zion. Después, había quedado con el superintendente para comer. A continuación, tenía que asistir a un seminario de cuatro horas en el auditorio del parque para hablar de los planes para prevenir la proliferación de plantas invasivas.

Destinados: Capítulo 38

—¿Has hablado con él?

—Claro que sí. Hemos tenido una larga conversación. Nico me dijo que había sido marine. Es un hombre impresionante que tiene grandes responsabilidades. Había pensado llamarlo para darle las gracias por ayudarlo, pero él se me adelantó —explicó su padre—. Mira las fotos que ha enviado. Hay una de Nico en lo alto de El Capi… —comenzó a decir su padre y se interrumpió, emocionado.

Paula se acercó y miró la pantalla del ordenador. En la foto, Nico se parecía a Gonzalo a su edad. Estaba muy guapo. Su padre pasó a la siguiente foto, una de Pedro caminando con el niño sobre la cima. La expresión que el guardabosques mostraba sólo podía ser descrita como amor. Y su sobrino lo miraba con adoración. Su padre hizo un sonido gutural.

—Mira eso.

—¿Pau? —llamó Nico nada más entrar en casa—. ¿Ha llamado Pepe? Me dijo que llamaría.

—La verdad es que sí —respondió su abuelo—. Quería tener nuestra dirección de correo electrónico para poder mandarnos unas fotos. Mira, aquí estás tú con él y con Pau.

Nico se acurrucó junto a su abuelo para verlo todo. Emitió todo tipo de sonidos de excitación.

—Me alegro de que tomaran las fotos antes de que te convirtieras en un marine —comentó su abuela.

Paula la abrazó. Ella también echaba de menos los rizos de Nico.

—Quiero devolverle la llamada —dijo Nico cuando hubieron visto todas las fotos.

—Ahora no podemos —contestó ella, presintiendo una pelea—. ¿Lo has pasado bien con Ramiro?

—Más o menos —dijo el niño y le apretó el brazo a su abuelo—. ¿Puedes llamarlo tú? Tengo su número —señaló y se lo sacó del bolsillo.

El mocoso lo llevaba consigo a todas partes, se dijo Paula. Miguel miró a su hija y a su esposa antes de responder.

—Te dejaré llamarlo por esta vez, para darle las gracias por las fotos.

—¡Hurra! Te quiero —dijo el niño y lo besó en la mejilla. —

Yo también te quiero, pero Pau tiene razón. Pedro no tiene mucho tiempo libre para hablar. Tenemos que respetarlo.

—Pero anoche me dijo que yo podía llamarlo porque era su persona favorita.

 —Bueno, eso es un gran cumplido —comentó su abuelo.

—¿Qué significa cumplido?

—Significa que tienes suerte de que un hombre como él se preocupe tanto por tí —repuso Paula.

—Dice que me quiere.

—¿Y quién no?

Perpleja porque Pedro hubiera usado esas palabras con el niño, Paula lo abrazó para ocultar sus sentimientos. Para el niño, que Pedro lo quisiera significaba que tenía permiso para ser parte de su vida. Aquello no iba bien. No era de extrañar que Nico insistiera tanto en hablar con él, recapacitó. ¿Qué podía hacer ella? Necesitaba consejo.

El doctor Karsh le había pedido que lo llamara después de volver. Ella había planeado hacerlo, pero no tan pronto. Por desgracia, la declaración de afecto de Pedro por su sobrino había acelerado las cosas. Se inclinó para hablarle a su padre al oído.

—Mientras telefoneas a Pedro, iré a mi habitación para llamar al doctor Karsh.

viernes, 27 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 37

Por algo, su sobrino había estado inconsolable desde que los dos habían llegado a casa. Para Nico, nadie podía estar a la altura de Pedro.

—¿Ni siquiera quieres que te toque? —preguntó Santiago, quedándose paralizado.

—No. Cuando te devolví el anillo, fue muy doloroso para mí. Al verte ahora, he comprendido que mis sentimientos han muerto. La verdad es que no te he echado de menos, Santiago. Lo nuestro ha terminado.

—¿Qué ha pasado en Yosemite para que estés tan segura?

—Nada —dijo ella, sin desviar la mirada—. La verdad es que no siento nada por tí.

—Estás mintiendo, Pau. Te conozco demasiado bien. Has conocido a otro hombre —le espetó él con las mejillas coloradas por la rabia.

—Supongo que no debería extrañarme que sacaras esa conclusión, sobre todo después de tu aventura con Lorena —se defendió ella—. ¿No te parece raro que ni siquiera me preguntes por Nico ni por cómo le ha sentado el viaje? Siempre hablas de tí y das la vuelta a las cosas para que tú parezcas la víctima.

—Eso ha sido un golpe bajo.

—Lo siento, pero la verdad duele —repuso ella.

Con Pedro o sin él, Santiago había quedado atrás en su vida y no pensaba cambiar de idea.

—Estás distinta. ¿Quién es él? —insistió Santiago.

—Ya veo que prefieres creer que hay otro hombre. ¿No crees que pueda tomar decisiones sola?

—¡Paula!

Hacía tiempo, cuando Santiago había pronunciado su nombre con la misma intensidad, ella se había derretido.

—Te deseo lo mejor, Santi, pero si no te importa, Nico  me está esperando en casa. ¿Puedes decirle a Juan que volveré otro día?

—¡No acepto que esto termine así! Claro que no.

Su orgullo estaba quedando por los suelos, pensó Paula y salió. Era algo catártico para ella dejar la empresa, sabiendo que el dolor del pasado había quedado atrás. Pero, como si los sobresaltos nunca llegaran a su fin, había entrado de lleno en una nueva crisis con Nico. El viaje a Yosemite podía haber sido un éxito a la hora de reducir sus pesadillas, pero el niño había adquirido una nueva obsesión: el guardabosques jefe.

Cinco minutos después de llegar a casa y abrazar a sus abuelos el domingo por la mañana, Nico había suplicado a su tía que llamara a Pedro.

—Está esperando que yo lo llame —había dicho el niño—. Éste es su número — añadió y se sacó del bolsillo el pedazo de papel que él le había dado.

—Te dejaré llamarlo cuando estés en la cama, antes, no.

Durante la última semana, el niño había estado llevando la batuta y eso debía cesar, se había dicho Paula. Al fin, a la hora de irse a la cama, había ido al dormitorio de Nico con el teléfono. No había querido que Pedro pensara que había sido idea suya llamarlo, así que había marcado el número, le había tendido el auricular al niño y había salido del dormitorio. Pocos minutos después, su madre y ella se habían asomado a la puerta y habían descubierto que el niño seguía al teléfono, riendo como el niño feliz que había sido antes de que murieran sus padres.

—Tengo que admitir que le estoy agradecida a ese hombre por devolverle a Nico la sonrisa —había comentado la madre de Paula.

—Y yo. Pero me preocupa que Nico piense que puede llamarlo a todas horas.

—No te preocupes tanto. Acaban de llegar a casa. Lo llevaremos al cementerio mañana y llamaremos a Ramiro para que Nico quede con él por la tarde. Dentro de un día o dos, el niño se calmará. El que hayas dejado tu trabajo lo ha tranquilizado mucho. Esa mirada de ansiedad que tenía antes ha desaparecido.

Sumida en sus pensamientos, Paula abandonó el estacionamiento de la compañía de cruceros y condujo a casa, esperando que Nico lo estuviera pasando bien con Ramiro. Necesitaba relacionarse con otros niños.

—¿Pau? —llamó su padre cuando la oyó entrar en la cocina.

—¿Dónde está mamá? —preguntó, tras saludarlo.

—Ha ido a recoger a Nico.

—Es sólo la hora de comer. Esperaba que jugaran un rato juntos.

—Nico quería volver por si Pedro lo llamaba.

—Me lo temía, pero Pedro está demasiado ocupado para que lo molesten.

—Sin embargo, el señor Alfonso llamó hace una hora para pedirnos nuestra dirección de correo electrónico.

A Paula se le aceleró el pulso.

Destinados: Capítulo 36

—Siento no haberte respondido antes. Ha sido un día muy largo —dijo Pedro y, sin más preámbulos, puso a  su amigo al tanto de todo lo que habían hecho—. Nico al fin se calmó y pudo despedirse de mí sin derrumbarse.

—Yo sabía que iba a ser difícil. Antes he hablado con Patricio. Dice que Nico se portó como un campeón allí arriba, pero fue gracias a tí.

—El niño echa de menos a su padre. Ha volcado en mí sus sentimientos de apego, pero estará bien cuando vuelva con sus abuelos.

—Apuesto a que las cosas no van a funcionar entre Paula y su ex. Nico no va a ayudar a que así sea.

—Eso espero yo —contestó Pedro. La mera idea de que alguien más hiciera de padre para Nico le hacía subir la presión sanguínea.

—¿Cuánto te falta para llegar?

—Acabo de atravesar la entrada.

—Entonces, ven directo a mi casa. Veremos el partido y podemos cenar chuletas.

—No quiero comer nada. He perdido el apetito, pero me parece divertido ver el partido. Hasta ahora —se despidió Pedro. Cualquier distracción sería buena con tal de no pensar en Paula.


Cuando Paula entró en el despacho de su jefe en Miami el martes por la mañana, no esperaba encontrarse con su ex novio detrás del escritorio. Nada más verla, él se puso en pie. Después de haber conocido al guardabosques, a ella le pareció que el metro ochenta de Santiago no era una gran altura.

—No te enfades. Le pedí a Juan que me dejara hablar contigo unos minutos — explicó Santiago.

—No estoy enfadada, pero si estás aquí para convencerme de que no dimita, llegas tarde —afirmó Paula.

Los ojos de Santiago delataban su sufrimiento, que parecía sincero.

—¿Te han dicho tus padres que fui a buscarte la semana pasada?

—Sí.

—He venido a decirte que te quiero y quiero que empecemos de cero, pero no sé cómo demostrarte que lo que hice nunca sucederá otra vez —prometió él con ansiedad—. Lo juro, Pau.

—Sé que lo crees —afirmó ella y respiró hondo—. Para tu información, el psiquiatra de Nico me ha aconsejado que explore mis sentimientos por tí. Estaba convencido de que la muerte de Mariana y de Gonzalo fue demasiado cercana a nuestra ruptura y que eso me ha impedido comprender lo que siento.

—Cariño…

Santiago caminó hacia ella. Paula se levantó como un rayo y se puso detrás de la silla. Verlo de nuevo no despertaba su deseo. Al contrario, no quería ni que la tocara. En él veía a un hombre débil que había hecho el amor con su antigua novia días antes de la boda. Las razones eran lo de menos. Quizá no fuera justo compararlo con alguien como Pedro Alfonso, pero no podía imaginar al guardabosques haciendo algo tan imperdonable. Él seguía amando a su esposa muerta tanto como para llevar su alianza. Si eso no era suficiente prueba de su respeto por el matrimonio… Se mirara como se mirara, Pedro era un hombre de honor, se dijo. Cuando ella había descargado en él su rabia y su dolor, él no había reculado. En vez de eso, había hecho lo necesario: buscar a Nico para consolarlo. Esa respuesta había demostrado que Pedro era más hombre que ninguno de los que ella había conocido.

Destinados: Capítulo 35

Nico salió del coche. Esperó a que saliera Pedro para darle un abrazo de oso. Éste se dió cuenta de que el niño tenía los ojos húmedos pero, fiel a su promesa, no lloró.

—Nos vemos en un rato, cara de pato —se despidió, chocándole la mano.

—Nos vemos en un rato, cara de plato —repuso Nico con rapidez.

 Pedro los miró a ambos. Guardaría para siempre aquella imagen de los dos, mirándolo.

—Que tengan buen viaje —dijo.

No sabía cómo iba a poder soportarlo. Paula lo miró con ojos empañados. Sin embargo, él no fue capaz de descifrar sus sentimientos.

—Estaremos bien. No conduzcas demasiado rápido para llegar pronto al parque, si no te pondrán una buena multa.

—No le harían eso a Pepe. ¡Él es el jefe! —exclamó Nico.

Pedro rió a pesar de sus sentimientos.

—Llámame mañana por la noche para saber que has llegado bien a casa.

—De acuerdo —dijo el niño con labios temblorosos—. Adiós, Pepe. Gracias por todo.

—De nada. Ah, casi lo olvidaba —señaló Pedro y se sacó a Lobezno del bolsillo—. Te dejaste esto en mi despacho.

El niño se quedó mirándolo, pero no lo agarró.

—¿No es tu juguete favorito? —preguntó Pedro.

—Sí, pero puedes quedártelo, si quieres.

—Claro que quiero —repuso, con voz ronca. Cerró la mano alrededor de la figurita.

—Adiós, Pedro —se despidió Paula y le dió las gracias una vez más.

Pedro se puso en marcha. Si no hubiera sido porque había tenido que hacer un sinfín de llamadas, el camino de regreso al parque habría sido un infierno para él. En primer lugar, llamó al piloto.

—Gracias por lo que hiciste hoy, Patricio.

—No sabía si el niño iba a poder sobrellevarlo, pero parece ser que algunos niños son más resistentes que los adultos.

—Tienes razón. Espero que sus pesadillas hayan terminado.

—Yo también. Ah, te he mandado por correo electrónico las fotos que tomamos en El Capitán. Pensé que te gustaría enviárselas.

—Le encantarán —repuso Pedro—. Gracias, Patricio.

—De nada. Es un niño muy simpático. Y, que quede entre nosotros, su tía es un bombón.

Pedro apretó el pie sobre el acelerador.

—Sí. Gracias de nuevo por tu ayuda.

—No hay problema. Hablamos luego.

Cuando terminaron de hablar, Vance llamó a Claudio, que le informó de que se habían quemado veinte hectáreas de terrero en Laurel Lakes.

—Todavía no es una cifra alarmante, pero si se levanta más viento, tendremos que pedir ayuda a los bomberos. Mantenme informado.

Después de solucionar un par de problemas con su agenda,  llegó al último de los mensajes de su contestador. Era de Matías. Le devolvió la llamada.

Destinados: Capítulo 34

Pedro se quedó allí parado, impotente y angustiado.

—¡Noooo! —gritó Nico cuando su coche se puso en marcha—. ¡Pepe! — chilló—. ¡Para!

Paula estaba desesperada y no sabía qué hacer. Cinco segundos después, sonó su móvil. Descolgó.

—¿Pedro? —dijo ella con voz temblorosa.

—No puedo dejar que esto termine así, Paula. Voy a seguirte a Merced. Ponme a Nico.

En su interior, ella sabía que pasar más tiempo con él sólo serviría para retrasar lo inevitable y que iba a empeorar la situación. Pero, en ese instante, lo único que la importaba era calmar a Nico. Puso el intermitente derecho y paró a un lado de la carretera. Se desabrochó el cinturón y se giró para mirar a su sobrino.

—Pedro ha decidido conducir a Merced con nosotros antes de regresar a su casa. ¿Quieres hablar con él?

—Sí —contestó el niño con toda la cara roja de llorar.

Le tendió el teléfono. Poco a poco, sus respuestas de una sílaba se convirtieron en frases de dos o tres palabras. En pocos minutos, Nico comenzó a reír. Siguieron hablando por teléfono durante todo el camino a Merced.

—Pepe dice que lo sigamos a la Posada Merced. Él sabe dónde está todo.

 —Tienes razón —repuso Paula—. Ahora tienes que colgar.

—De acuerdo. Hasta ahora, cara de bola.

Sólo de forma temporal, las cosas habían vuelto a la normalidad.

—¿Pau? ¿Puede llevarme Pepe a la peluquería?

—¿A la peluquería? —dijo ella. ¿A cuento de qué venía eso?, se preguntó. No entendía nada.

—Sí. Le conté a Pepe que unos niños de la piscina me dijeron que tenía rizos de chica. Él dice que, cuando tenía mi edad, tenía largos rizos negros porque a su madre le gustaban, pero los niños se metían con él, así que su papá lo llevó a la barbería. ¡Yo quiero ser igual que Pepe!

¿Qué niño no querría?, se dijo ella. Sin embargo, un corte de pelo militar tal vez no fuera lo más indicado para el niño.

—No tenemos tiempo para eso, tesoro.

—Por favor. Prometo que me portaré bien y ya no lloraré más.

 —¿Lo dices de verdad?

—Sí.

Con un poco de suerte, Nico recordaría lo que ella le había dicho y podrían regresar a Florida sin escenas, pensó ella.

—Ya estás listo, hombrecito —dijo el barbero.

—¿Cómo estoy? —preguntó Nico, bajándose de la silla.

El pequeño parecía mucho mayor. Pedro le dió una palmadita en el hombro.

—¡Pareces un tipo duro! Me gusta. ¿Estás listo para despedirte?

—Creo que… sí —balbuceó Nico con tristeza.

Aquél era el trato que habían hecho Pedro y Nico. Si el niño prometía no llorar ni ponerse triste cuando se fuera, él lo llevaría a cortarse el pelo y Nico podría llamarlo por teléfono desde Miami siempre que quisiera. Le había escrito su número de móvil en un pedazo de papel que el niño se había guardado en el bolsillo.

Pedro pagó al barbero antes de salir hacia el coche de Paula, donde ella estaba esperando.

—¿Lo conozco de algo, caballero? —bromeó Paula, frotándole la cabeza.

—¡Soy yo! —rió el niño.

La sonrisa de Paula hizo que a Pedro se le iluminara el corazón por un instante. No quería ni pensar que ella fuera a regresar con su ex.

Un par de minutos después, los tres llegaron a la Posada Merced. El momento de la separación había llegado y las tornas parecían haber cambiado. Pedro era quien tenía ganas de llorar y patalear. Los Chaves sólo habían estado cuatro días en el parque. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo se hubiera apegado tanto a ellos? La última vez que había experimentado tanto sufrimiento había sido cuando había recibido la noticia de la muerte de Karen. ¿Era aquello a lo que se había referido el jefe Daniel en su visión? Le había hablado de un gran cambio que lo afectaría durante el resto de su vida.

En ese momento, Nico parecía estar sobrellevando la situación mucho mejor que Pedro, y que Paula, quien había estado demasiado callada desde su llegada a Merced.

Destinados: Capítulo 33

 Desde su asiento, vió salir a Nico de la tienda, con una docena de rosas amarillas. El ramo era más grande que el niño. Pedro lo dejó en su ranchera, antes de que se pusieran de nuevo en marcha.

—Son las flores más bonitas que he visto —comentó Paula, mirando al niño.

—Pepe dice que a su abuela le encantarán.

—No lo dudo.

Dos kilómetros después, entraron en el cementerio, que estaba muy bien cuidado.

El niño corrió a una de las lápidas.

—¿Qué es esto?

—Lápidas.

—¿Lápidas?

 —Sí. Llevan el nombre y la fecha de las personas que murieron —explicó Paula, acercándose a él—. Ni la lluvia ni el viento pueden borrarlos.

Pedro  llevó las rosas a una tumba gris que tenía dos nombres grabados. Nico corrió tras él.

—¿Aquí están enterrados tu abuelo y tu abuela?

—Eso es —contestó Pedro y dejó las flores a un lado.

—«Do-ra  y Os-car  Al-fon-so» —leyó el niño.

—Lees muy bien —lo felicitó Pedro—. ¿Cómo se llaman tus abuelos?

—Abuela y abuelo Chaves—repuso Nico tras titubear.

—Alejandra y Miguel  —aclaró Paula, poniendo las manos sobre los hombros del niño.

—Ah, sí. Y los nombres de mis padres son Mariana y Gonzalo—afirmó el niño y miró a su tía—. ¿Tienen una tumba también?

—Sí, en cuanto lleguemos a casa, cortaré rosas amarillas del jardín e iremos a visitarla.

—¿Puede venir Pepe con nosotros?

—Me temo que no —repuso Paula con toda la calma que le fue posible. Ya habían hablado de eso una docena de veces—. Él vive aquí y está a cargo de todo el parque. De hecho, tiene que volver allí ahora. Vámonos, tesoro —dijo, tomó la mano del niño y se dirigió a la ranchera.

Para su alivio, Nico no discutió. Todos se metieron en el coche y regresaron a casa de los abuelos de Pedro.

—¿Por qué no podemos quedarnos con Pepe? Tiene una casa en el parque y vive solo —insistió Nico cuando Pedro paró el motor.

—Vamos —ordenó Paula y abrió la puerta, fingiendo ignorarlo.

Cuando el niño no se movió, su tía lo obligó a salir del coche de Pedro y lo llevó hasta el suyo. Por desgracia, necesitaba las llaves, que estaban en su bolso. Pedro se acercó a ellos con la silla del coche de Nico y y tomó al niño en brazos para dejar que Paula abriera la cerradura.

—No quiero irme —sollozó Nico. Enterró la cara en el cuello de Pedro, sin dejar de llorar.

En esa ocasión, el guardabosques no podía hacer nada, pensó Paula. Cuanto antes se fuera de allí, mejor.

Pedro tuvo que dejar a Nico en el suelo para poder instalar su sillita del coche. El niño estaba fuera de control. Cuando Pedro le abrochó el cinturón, pataleó y gritó con todas sus fuerzas.

—¡No quiero irme! ¡Quiero quedarme contigo!

—Me gustaría que pudieras, campeón.

Paula creyó percibir un sollozo en la voz de Pedro. Aquello se había convertido en una pesadilla.

—Te llamaré desde mi coche y así podremos hablar mientras —dijo él y cerró la puerta.

Nico no lo escuchó. Lloró más fuerte. Se le estaba rompiendo el corazón y nadie podía evitarlo. Aquello estaba siendo casi más traumático que lo que había pasado hacía un año.

—Gracias por todo —se despidió Paula con gesto de sufrimiento y arrancó el coche.

miércoles, 25 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 32

Dos horas después, Paula, Nico y Pedro habían terminado un copioso desayuno y estaban listos para salir hacia Oakhurst. Cuando ella se dirigió a la recepción del hotel para saldar su cuenta, le dijeron que ya había sido pagada. Ella se giró hacia Pedro, que estaba con el niño en el vestíbulo, admirando el mural del búho.

—Tu trabajo no consiste en invitar a los visitantes, que yo sepa.

—A veces, hay excepciones —repuso él con mirada misteriosa.

 —No puedo dejar que lo hagas —susurró ella.

—Ya está hecho. No me robes el placer de ayudarte un poco. Después de todo lo que han sufrido, lo haría mil veces. Por Nico…

—Sé que lo harías, porque eres una persona extraordinaria —dijo ella, apartando la mirada.

—El sentimiento es mutuo.

—Vámonos —dijo Paula, después de acercarse a Nico con piernas temblorosas.

Pedro  colocó la silla de Nico en su coche patrulla, pues habían quedado en que el niño haría el camino con el guardabosques. Un minuto después, se pusieron en marcha. El niño saludó a su tía por la ventanilla. Ella los siguió en el coche de alquiler. A lo largo del camino a Oakhurst, el niño la telefoneó un montón de veces por el móvil de Pedro para contarle cada nueva información que su mentor le daba sobre el parque.

—¿Tesoro? ¿A que no sabes lo que he descubierto? —le dijo su tía.

—¿Qué? —preguntó el niño con emoción.

—El Capitán es el nombre español, pero también tiene un nombre que le pusieron los primeros habitantes de este lugar. Lo llaman Totokanoola. ¿Sabes lo que significa su nombre indio?

—¿Qué? ¿Capitán?

—Algo aún más importante.

—¿Superintondento?

—No. Algo mucho más importante —repuso ella, riendo.

—¿Qué? —preguntó Nico, que se había quedado sin ideas.

—¡Jefe! —exclamó Paula.

—¿Como Pepe? —dijo el niño, llenándosele la boca al pronunciar su nombre.

—¡Exacto!

—¡Vaya!

Pasaron una señal que indicaba Oakhurst. Pedro paró delante de una bonita casa al estilo ranchero, con fachada de piedra. Paula se detuvo también y se bajó, para acompañarlos en el coche de él al cementerio.

—¡Aquí solía vivir Pepe!

—Es una casa preciosa. Me recuerda un poco a la de los abuelos —señaló ella.

 —Sí —afirmó Nico—. ¿Cuándo vamos a comprar las rosas?

—Hay una floristería a un par de manzanas —indicó Pedro.

—¿Puedo ayudarte a comprarlas?

—Contaba con ello —repuso él, mientras sus ojos se cruzaban con los de Paula.

Cuando llegaron a la floristería, ella se quedó en el coche mientras ellos dos entraban. Por mucho que Nico quisiera, no iba a dejar que se quedaran demasiado tiempo en el cementerio. Tenían que irse de Yosemite y dejar atrás ese capítulo de su vida, antes de que ella olvidara que Pedro seguía llevando su alianza. Además, el guardabosques debía volver a su trabajo. Era un milagro que hubiera podido dedicarles tanto tiempo.

Destinados: Capítulo 31

Los ojos de color avellana de Nico se iluminaron. Pedro había encontrado las palabras adecuadas. La admiración, incluso el amor, de Paula por el guardabosques no hizo más que crecer. Pedro tenía una honestidad innata, combinada con una gran bondad y con una intuición muy especial. Era un hombre diferente de la mayoría. Y la gente lo sabía, era obvio por la forma en que lo miraban todos los que trabajaban con él. A Nico le había inspirado una confianza total.

—¿Estás listo, campeón?

—¡Vamos allá!

—Ya has oído, Patricio.

 Los motores comenzaron a funcionar. Paula no había volado nunca en helicóptero. Se lo había confesado a Nico la noche anterior. El niño debió de recordar su conversación, porque se giró hacia ella para tranquilizarla.

—No tengas miedo, Pau. Pepe no dejará que nos pase nada.

—Lo sé —contestó ella.

Y era cierto que lo sabía. El helicóptero se levantó del suelo y ella  sintió un nudo en el estómago. En ese momento el sol comenzó a salir por el horizonte, dotando a la escena de un aura mágica.

—Vaya. ¡Es enorme! —gritó Nico, contemplando el valle.

—Casi hemos llegado —dijo Pedro—. Si miras bien, Nico, verás personas escalando con cuerdas.

—¡Parecen hormigas! ¿Mi mamá y mi papá hicieron eso?

—No —contestó Pedro—. ¿Ves ese sendero a tu derecha? Junto al precipicio. Ése es el camino que tomaron para llegar aquí desde Tamarack Flats. Vamos a aterrizar en el sitio donde acamparon.

Con toda suavidad, el piloto posó la nave sobre la gigantesca roca plana. Estar allí no era tan terrorífico como Paula había imaginado. Igual era porque no estaban cerca del precipicio. Pedro llevó a Nico en brazos. Por el momento, el niño parecía estar bien.

—¿Qué te parece? —preguntó Pedro.

 —¿Estamos en la cima del mundo?

Ambos hombres sonrieron.

—Es la sensación que da —comentó Patricio—. ¿Qué más quieres preguntarnos?

—¿Puedo bajarme y dar un paseo?

—Sólo si vas de mi mano —contestó Pedro.

—Lo haré —afirmó el niño y, una vez en el suelo, miró a su tía—. ¿Me das la otra mano?

Paula le dió la mano al instante. Sintió que, juntos los tres, podrían ir a cualquier parte. Ella miró a su alrededor maravillada, sintiéndose como si estuvieran en lo alto del mundo.

—¿Por qué hace frío? —preguntó Nico.

—Porque estamos a dos mil trescientos metros de altura —contestó Pedro y se paró un momento—. La temperatura siempre es aquí unos grados más baja que en el valle. Por eso las tormentas en lo alto son mucho peores.

Nico se quedó pensativo.

—Apuesto a que, cuando empezó a nevar, mi mamá y mi papá tuvieron mucho, mucho frío.

—Así es, pero recuerda que se tenían el uno al otro y se ayudaron hasta que se quedaron dormidos.

—Eso es porque se querían mucho.

—Igual que te querían a tí —dijo su tía, emocionada, y lo abrazó con fuerza.

El niño la abrazó. Se quedaron así un largo rato. Luego, el niño se separó y se dirigió a Pedro.

—¿Adonde llevaste a mi mamá y a mi papá?

—Patricio nos llevó a todos al pueblo. Luego, un coche especial los llevó al aeropuerto, desde donde los llevaron con tus abuelos a Miami.

 —Yo no los ví —dijo Nico, mirando a Paula.

 —Ni yo, tesoro. Los abuelos los enterraron en el cementerio.

—¿Qué es eso?

 —Visitaremos su tumba en cuanto lleguemos a casa y lo verás.

Pedro tomó al niño en sus brazos de nuevo.

—Te diré algo. Como te vas a ir a Merced, le pediré a tu tía que tomen la ruta que pasa por Oakhurst. Nos detendremos allí para que puedas ver dónde están enterrados mis padres y mis abuelos. Quiero poner flores en la tumba de mi abuela. Tú puedes ayudarme a decidir qué flores.

A Nico se le iluminó el rostro.

 —Las rosas amarillas son las favoritas de mi abuela.

 —Entonces, eso compraremos.

—¿También está Karen enterrada allí?

 —No. Su tumba está en Fullerton, en California, junto a la de su padre.

—¿También pones flores en su tumba?

 —Cuando puedo ir a visitarla, sí.

A Paula se le encogió el corazón.

—¿Está muy lejos?

—No tanto como Florida.

El niño miró a Paula.

—¿Podemos poner rosas amarillas en la tumba de mamá y papá también?

—¡Les pondremos un ramo enorme! —exclamó ella, saltándosele las lágrimas.

—¿Podemos regresar ya? Tengo hambre.

—Puedo solucionar lo del hambre —dijo Paula.

Abrió el bolso y sacó unas chocolatinas para cada uno. Nunca podría haberse imaginado que su sobrino compartiría una chocolatina con Pedro en lo alto de El Capitán. Aquello la ayudó a dejar atrás la terrible sensación de tristeza que la había acompañado durante tanto tiempo.

—Sonrían —dijo Patricio antes de hacerles una foto.

Pedro  había pensado en todo. Los padres de Paula querrían ver esa foto. Y ella la guardaría como un tesoro.

Cuando el piloto terminó, Paulase acercó a él.

—Me gustaría tomarte una foto con ellos. Para nuestra familia, eres un héroe.

—Será un placer.

Ya que estaba en ello, ella tomó fotos del helicóptero y de los alrededores. Cuando le devolvió la cámara a Patricio, le dió un abrazo.

—Las palabras no pueden expresar lo que hiciste por mi hermano y su esposa, por no hablar de lo que has hecho por Nico. Siempre estaré en deuda contigo.

—Sólo hago mi trabajo —repuso Patricio con modestia—. Esto también me ha sido de ayuda a mí —añadió con sinceridad.

—Creo que ya podemos irnos —murmuró ella con una amplia sonrisa. Sin embargo, al decirlo,sintió que el corazón se le rompía por tener que irse del valle Yosemite. Era un sentimiento con el que no había contado.

Destinados: Capítulo 30

—Ustedes no lo necesitan. ¿Por qué no me cuentas qué ha pasado con ese oso?

—No fue fácil. La osa y sus dos oseznos subieron a un pino muy alto. Se quedaron un rato arriba. Luego, los oseznos comenzaron a bajar. Cuando la osa se dio cuenta de que se habían separado de ella, se puso agresiva. Temíamos que atacara a los campistas que había mirando, así que tuvimos que tranquilizarla.

—Me alegro de que no fuera peor —comentó. Si una madre sentía que sus oseznos corrían peligro, era capaz de matar por ellos. Paula tenía el mismo instinto en lo relativo a Nico.

—Yo, también. Llamamos para que transportaran a la familia a una zona más alejada.

—Me aseguraré de que el informe llegue al superintendente, con una copia al encargado de comunicación del parque. Los periódicos querrán subrayar la crueldad animal y obviarán el hecho de que la osa sólo quería proteger a sus hijos, pero siempre queda la esperanza de que alguien cuente la verdad —señaló Pedro y miró a Matías—. ¿Quieres dar una vuelta?

—Pensé que nunca me lo pedirías —contestó su amigo, saliendo de detrás del mostrador. Los otros guardas se quedaron a cargo del centro de información.

—¿Por qué no vamos a mi casa? —propuso Pedro—. Tengo enchiladas. Puedo calentártelas.

—¿Estás seguro de que eso es lo que te apetece hacer esta noche?

—Es mejor que ir al restaurante para que Nancy nos acorrale para contarnos por qué los solteros no son tan longevos como los casados.

—Quizá, el problema es que las mujeres que nos gustan no están disponibles — comentó Matías mientras caminaban hacia casa de su amigo.

—Sí —dijo Pedro.

Paula iba a regresar a Florida para estar con su ex novio, se recordó. No había querido ni escuchar su propuesta de trabajo.

—¿Qué tal lo pasaste con Nico? ¿Se diviertieron en la piscina?

—Sí. Es un gran nadador —repuso Pedro y aceleró el paso. Debían cambiar de tema. Pronto, Nico y Paula estarían lejos del parque. No quería pensar en ellos.

—No me gustaría estar en tu lugar cuando los lleves a El Capitán mañana. Esperemos que la experiencia no empeore las pesadillas del chico.

—Supongo que lo averiguarán cuando estén en Ronda —murmuró Pedro.

Por desgracia, el psiquiatra de Paula no era infalible.

Paula… ¿Durante cuánto tiempo estaría recordando su nombre?, se preguntó. Esperó que no mucho, si no, su corazón pagaría las consecuencias.


Los rayos del sol aún no habían penetrado en la espesura del valle Yosemite, pero Paula se sintió aliviada porque el cielo prometiera una hermosa y despejada mañana de verano. El miedo a revivir la tragedia de su hermano se combinaba con la emoción por volver a estar en compañía de Pedro.

En la puerta del hotel, Nico lo saludó  con excitación. Vestido de uniforme, el guardabosques estaba imponente, apoyado en su ranchera, esperándolos. El sol todavía no había salido. En la sombra, los ojos de él parecían todavía más oscuros de lo habitual.

—Buenos días —saludó Pedro con tono grave.

Su voz parecía más seria que nunca, observó Paula y se dijo que aquel viaje no sería agradable para él. Pero notó que había algo más que lo molestaba.

—Buenos días —respondió ella en un susurro.

Pedro la ayudó a entrar en el coche y cerró la puerta. Sólo tardaron unos minutos en llegar al helipuerto. Por suerte, la charla de  Nico  disfrazó lo extraño de la situación. Pedro tenía un aspecto poco amistoso esa mañana. Sin duda, recordar el accidente también debía de ser muy doloroso para él, caviló Paula. Varios guardabosques que habían participado en el equipo de búsqueda y rescate los recibieron y los saludaron. Nico se agarró a las manos de su tía y de Pedro. El piloto se acuclilló delante del niño.

—Hola, Nico. Me llamo Patricio. Soy el hombre que ayudó al jefe a encontrar a tus padres. Yo os llevaré a El Capitán. ¿Estás listo?

—Sí.

—Salgamos ya, entonces. El jefe te pondrá el cinturón —dijo Patricio, se levantó y miró a Paula—. Señorita Chaves, suba, por favor, y póngase el cinturón.

Ella obedeció, seguida de Nico, que no le quitaba a Pedro los ojos de encima, escuchando lo que le decía mientras le abrochaba el cinturón.

—Yo tengo que sentarme delante, pero cuando lleguemos allí, te daré la mano todo el tiempo. ¿Te parece bien? —preguntó el jefe.

Nico asintió.

—Vas a ver todo el valle Yosemite. Algo que no muchos niños de seis años ven desde el aire.

—¿Tú lo viste cuando tenías seis años?

—No. Tuve que esperar a los diez.

—¿Te dió miedo? —preguntó el niño, angustiado.

Las hélices comenzaron a girar. Paula se fijó en que a Pedro le costó tragar saliva.

—Sí, pero era tan impresionante que olvidé tener miedo. Tus padres pensaron que era tan impresionante que no quisieron bajar.

Destinados: Capítulo 29

Ella lo miró a los ojos durante un momento interminable.

—Nunca podré agradecerte bastante lo que has hecho por él. Eres un gran hombre —dijo y, dejándose llevar por un impulso, lo besó en la mandíbula. Luego, agarró su bolso y salió corriendo de la cocina.

Pedro se llevó los dedos al lugar donde ella lo había besado. Aunque había sido una demostración de gratitud nada más, el contacto de sus labios despertó su deseo. Corrió tras ella, pero Paula ya se había metido en el coche. Se pasaron todo el camino hacia las oficinas en silencio.

—Espera aquí, Paula. Yo iré a buscarlo.

Pedro entró en la central. Los niños estaban empezando a salir de la fiesta en el auditorio. Nico y lo vió y corrió hacia él, sonriente.

—Me gustaría ser un Joven Castor. Tienen uniformes igual que tú.

—¿Te gustan, eh? —dijo Pedro, riendo—. ¿Lo has pasado bien?

—Sí. Los osos de la película eran muy graciosos.

Pedro le dió la mano y lo acompañó al coche, mientras Nico no paraba de hablar, emocionado.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Nico  cuando Pedro lo hubo ayudado a subir al coche.

—Tiene trabajo, cariño —explicó Paula, adelantándose—. Nosotros tenemos otros planes.

—¿Adonde vamos? —A dar un paseo a la Villa del Curry —repuso ella con determinación. —Tienen un helado estupendo allí.

Nico miró a Pedro con morriña.

—¿No puedes venir con nosotros?

Pedro notó que Paula lo miraba pidiéndole que la ayudara.

—Me temo que tengo trabajo que hacer —mintió él. Por supuesto, siempre había cosas por hacer, pero no tenía nada urgente—. Hasta pronto, cara de tronco — se despidió y le tendió la mano al niño, pero Nico no parecía seguir interesado en su pequeño juego de palabras.

Pedro  comprendió cómo se sentía él niño, porque él estaba sufriendo también. Se despidió de Paula con la mano antes de entrar en las oficinas. Iba a ser una larga noche. Nada más entrar en el despacho, Marcela le informó de que Nelson, uno de los guardabosques, estaba en la línea uno. Pedro tomó el teléfono.

—¿Qué pasa, Claudio?

—Un incendio en Laurel Lakes.

—¿Cuánto se ha extendido?

—Unas cuatro hectáreas. No sabemos todavía si ha sido provocado por un rayo o por los campistas. He dado la orden de evacuar la zona.

—Ciérralo todo, incluyendo el camino que lleva a Manuel Meadow, y mantente en contacto.

—Sí, señor.

Los incendios naturales eran buenos para el parque, pues permitían que el bosque se regenerara. Sin embargo, si se salían de control, los guardas tenían que apagarlos desde el aire. Todos los años, perdían entre dieciséis y veinte acres de bosque debido a los rayos de las tormentas o a incendios planificados. Pedro no estaba muy preocupado por la noticia. Había otros dos pequeños incendios al este de Glazier Point, pero estaban controlados y no interferirían en su vuelo a El Capitán. Por el momento, no había motivo para preocuparse. Al menos, no por los incendios. Se sentó delante de su ordenador para leer los correos electrónicos que había recibido desde diversas estaciones forestales. La noticia de un accidente con un oso en el camping de Lower Pines llamó su atención. Tendría que ser investigado. Entonces, su mirada se posó en el muñeco de Lobezno que Nico se había dejado junto al teclado del ordenador. Tomó el muñeco en la mano, mientras revivía los sucesos del día. Ciertas imágenes ocuparon su mente. Paula era una chica excelente. Cuando él le había hecho una aguadilla en la piscina, ella había hecho todo lo posible para devolvérsela. Todavía podía sentir el contacto de sus brazos y sus piernas. Su risa había sido tan espontánea como su sonrisa. Lo había dejado hipnotizado y no había podido dejar de mirarla. Era una mujer natural y muy femenina, que poseía las cualidades necesarias para convertirse en alguien inolvidable, pensó él, mientras revivió el beso que ella le había dado en la mejilla. Respirando hondo,  se levantó de la silla. Necesitaba mantener la mente ocupada y hacer algo de provecho, se dijo. Se metió el juguete del niño en el bolsillo y se despidió de Marcela hasta el día siguiente.

Cuando  entró en el centro de información, no le sorprendió ver a Matías de servicio. Se acercó a su mesa.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Tú qué crees?

El trabajo era su forma de escapar de los problemas, para ambos amigos.

—Te entiendo —repuso Pedro.

Él estaba haciendo lo mismo, trabajar para evitar estar a solas con sus pensamientos.

—¡Hola, jefe! —llamó Roberto—. Todo el mundo en el parque habla de cómo te ocupaste de esos jovencitos ebrios en la piscina —dijo con admiración—. ¿Por qué no nos das un cursillo acelerado sobre la técnica Alfonso?

Las noticias corrían rápido en el parque.

Destinados: Capítulo 28

Sus ojos se encontraron cuando él le tendió la palta.

—¿Quién iba a creer que terminaríamos así después de cómo saliste de mi despacho, echando humo, la otra mañana?

¿Podría él leerle la mente?, se preguntó Paula.

—No estaba en mi mejor momento.

—Ni yo tampoco —confesó él con voz ronca.

Rellenó las tortillas con carne y queso, las metió en el horno y puso la mesa—. Me alegro de que lo hayamos superado, porque tengo una proposición que hacerte.

—¿Qué significa eso? —preguntó ella, riendo con suavidad.

Paula sintió que le temblaban las piernas al estar tan cerca de él y buscó la silla más cercana. Era imposible apartar los ojos de su musculoso cuerpo, alto y masculino. Pedro se recostó en el mostrador un momento, mirándola de frente con sus preciosos ojos azules. A ella se le hizo la boca agua al mirarlos.

—Depende de lo que quieras que signifique —bromeó él.

Una vez más, Paula se sorprendió al notar la energía que vibraba entre ellos. En esa ocasión, no había rabia ni rencor, sino una atracción inconfundible. Dejándola en suspense, Pedro sirvió la cena y se sentó delante de ella. Comenzaron a comer.

—Está muy rico —comentó ella.

—Gracias. Esperemos que te ayude a considerar mi oferta de trabajo.

Paula parpadeó. ¿Trabajo?

—Comparado con lo que ganabas en la compañía de cruceros, es probable que el sueldo te parezca una miseria. Pero incluye un coche y una casa amueblada para Nico y para tí.

Paula dejó de masticar. Aquel hombre no dejaba de sorprenderla. Por alguna extraña razón, le molestó que él estuviera hablando de cosas tan prácticas como ésa. ¡Qué tonta había sido por olvidar que  él seguía atado al recuerdo de su esposa muerta!

—Siento que Nico sacara el tema de mi trabajo.

Pedro  terminó de devorar su cuarta enchilada.

—Yo me alegro de que lo hiciera. Llevo tiempo buscando a una persona especial para multitud de tareas. Marcela se ocupaba de ello hasta que la nombré mi secretaria.

Sin duda, ella no era la persona que estaba buscando, se dijo Paula.

—No es un trabajo de oficina. Necesito alguien que no esté empleado ni por el Servicio Federal del Parque ni por el gobierno, para que sea mis ojos y mis oídos aquí. Cuando llegaste a Yosemite, querías denunciarme y estabas en tu derecho. He estado pensando mucho en eso.

—Pedro… ya me he disculpado por eso.

—Lo sé, pero lo que dijiste el otro día es importante. Una mujer tiene instintos especiales y puede anticipar los problemas antes de que aparezcan, sobre todo cuando hay niños implicados. Agradecería tus recomendaciones para mejorar la seguridad, por ejemplo. Este verano, Nico podría hacerlo contigo.

Paula dejó su servilleta.

—Mira… no es que no agradezca tu oferta, pero creo que está motivada por tu sentimiento de culpa por lo que les pasó a mi hermano y mi cuñada.

—No tiene nada que ver con la culpa —afirmó él.

Paula desvió la mirada, sin saber qué pensar.

—Bueno, gracias por tenerme en cuenta, pero como te he dicho antes, Nico y yo tenemos una vida en Miami, con mis padres.

—¿Y tu ex novio?

—Nico habla demasiado —dijo ella, exasperada.

—Sólo porque te quiere y sabe que Santiago  te hizo daño. Teme que vuelvas con él. ¿Por eso no quieres trabajar aquí?

Paula debió haber imaginado que Nico  le contaría todo a su héroe favorito.

—La verdad es que aún no sé lo que voy a hacer.

—Considera, al menos, mi propuesta. Si el puesto te gusta, podríamos hacerte un contrato fijo.

—Es muy amable por tu parte. Prometo que pensaré en ello —mintió  ella, y miró su reloj—. Deja que te ayude a recoger; luego tengo que ir a la central a recoger a Nico —dijo.

—Esto puede esperar —señaló Pedro y la detuvo.

—En ese caso, será mejor que me vaya —repuso ella.

Pedro estaba demasiado cerca, pensó.

—¿Paula?

Ella cometió el error de mirarlo. Su expresión solemne la impresionó.

—¿Sí?

—Si te he hecho enfadar, no era mi intención.

—N-no me has hecho enfadar —balbuceó ella.

—Pero he tocado un punto débil. ¿Ha sido por mencionar a Santiago?

—No sólo eso. Es que no me gusta que Nico sepa tantas cosas.

—Es natural. Te quiere. Eres su vida. Cualquier cosa que te afecte a ti, lo afectará a él por triplicado.

—Eso lo sé de sobra —afirmó ella y sonrió—. Sin embargo, se trata de algo más.

—Dilo. Aclaremos las cosas por completo.

—Por favor, no me malinterpretes, pero ya has hecho demasiado por él.

—¿Y te molesta? ¿Es eso lo que quieres decir?

—No, claro que no —negó ella y se mordió el labio—. Pero su recuerdo de su padre y su relación contigo están ligadas ahora. Nico está confundido.

—Créeme, me doy cuenta de eso —replicó Pedro con tono serio—. Cuando estén de vuelta en Florida, Nico aclarará sus ideas. Por el momento, prefiero que esté unido a mí emocionalmente cuando subamos a El Capitán mañana.

lunes, 23 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 27

—El doctor Karsh dice que tengo definir mis sentimientos hacia él. Quizá lo haga —explicó e hizo una pausa—. Karsh tenía razón respecto a Nico. Sin duda, también acierta con esto.

—Te apoyaremos en lo que decidas, tesoro.

—Lo sé. Los quiero. Hablamos luego.

 Cuando Paula colgó, revisó los folletos en busca de un buen sitio donde cenar. Un panfleto sobre la Villa del Curry llamó su atención. Había pizza y platos mexicanos, perfecto para el niño. Cenarían y se acostarían temprano. En dos días, Nico y ella dejarían el pasado atrás y, con suerte, las pesadillas del niño desaparecerían. Sintiéndose inquiera,  llamó a la recepción del hotel para pedir el teléfono de la central del parque. Luego, pidió la extensión del jefe. La conectaron con él.

—Despacho del señor Alfonso. Marcela Henderson al habla.

—Hola. Soy Paula Chaves. Me pregunto si mi sobrino sigue allí.

—Claro que sí. ¿Quiere hablar con él?

—No hace falta. ¿Puede decirle que voy a ir a buscarlo para cenar? Dígale que me espere en la entrada.

—Lo haré. Es tan rico que me gustaría llevármelo a mi casa, pero el jefe se me adelantaría.

Paula sonrió. Pensó que Nico se iría a casa de Pedro con mucho gusto.

 —Es muy amable. Gracias. Estaré allí dentro de un minuto.

Después de peinarse, se pintó los labios y salió del hotel. El corazón le latía a toda velocidad. Hasta que no llegó a la central del parque y vió a Pedro charlando animadamente con Nico y una de las guardabosques, no admitió la razón de su azoramiento.

—¡Pau! —llamó Nico y corrió hasta el coche para asomarse por la ventanilla de su tía—. ¿Sabes qué?

—¿Qué?

—La guardabosques Davis está a cargo de los Jóvenes Castores del parque. Van a hacer una gran fiesta con una película y comida en el auditorio ahora. ¿Puedo ir?

—Hola —saludó la guardabosques con una sonrisa—. Se lo pasará muy bien. Yo lo traeré de vuelta al despacho del jefe cuando termine.

—Bueno, gracias por la invitación. Suena divertido, Nico. Sé obediente.

—Lo seré. Hasta luego.

El niño corrió detrás de la mujer y desaparecieron dentro del edificio. En cierto modo, se sintió aliviada porque Nico quisiera estar con alguien que no fuera Pedro. Seguro que él también se alegraba.

—¿Puedes llevarme a mi casa?

Su pregunta la  sorprendió. Una oleada de excitación la recorrió.

—Sí, claro. Entra, por favor. Tendrás que indicarme el camino.

Pedro la guió hasta una casita de estilo ranchero, con aspecto de ser de los años cincuenta. Paula lo miró, esperando a que él saliera, pero Pedro hizo algo inesperado.

—Me gustaría hablar contigo en privado y ésta puede ser nuestra única oportunidad. Entra y prepararé unas enchiladas.

Ella se quedó perpleja, parada en el coche, mientras él salía y daba la vuelta para abrirle la puerta y ayudarla a salir. Cuando sus brazos se tocaron, una corriente eléctrica la atravesó. Entraron en la casa y Paula miró a su alrededor. La casa había sido decorada en tonos amarillos y verdes y tenía muebles de cuero de color marrón oscuro. Un hogar masculino donde los hubiera.

—El baño está al final del pasillo, por si quieres refrescarte.

—Gracias.

Lo siguió a la cocina, grande y con una enorme mesa de madera con sus sillas. Estaba impecable.

—¿Qué quieres beber? —ofreció Pedro.

 —Ahora mismo nada, gracias.

—Entonces, siéntate —la invitó él y se lavó las manos antes de empezar a sacar los ingredientes de la nevera.

—Deja que te ayude —se ofreció ella y se lavó las manos también.

—Yo haré la carne si tú preparas la ensalada —propuso él, sonriendo.

 Durante los siguientes minutos, estuvieron ocupados con sus tareas. Después de su desagradable comienzo hacía días, era difícil creer que estuviera en casa del guardabosques jefe, ayudándolo a preparar la cena en total armonía, pensó ella.

Destinados: Capítulo 26

La extraña tensión que vibró entre ellos dejó a Paula sin aliento.

—No sabía que pudiera hacerlo —contestó.

Como llevaba una alianza, ella no se había atrevido a pensar en él como Pedro.

—Ha sido culpa mía, por nuestro desastroso comienzo.

 —¡No, la culpa fue sólo mía! —aclaró ella al instante.

—Pues empecemos de nuevo, ¿Te parece?

Dicho aquello,  centró su atención en Nico y salieron juntos del hotel. Paula los observó mientras se alejaban. El niño estaba tan felíz que iba saltando y brincando. Ella deseó haber sido invitada. Sin embargo, al darse cuenta de que no era sólo porque lo echara de menos, se reprendió a sí misma y se apresuró a ir a su habitación. Al pensar en el día siguiente, recordó que debía reservar hotel en Merced. Lo hizo y, a continuación, telefoneó a sus padres.

—¿Mamá? Pon a papá en el otro receptor. Quiero contaros nuestros planes para mañana.

—Bien. Un momento.

—Hola, guapa —saludó su padre—. Adelante.

—Mañana por mañana a las siete, Nico y yo iremos a lo alto de El Capitán.

—¿Has visto el lugar ya? —preguntó su madre con el corazón encogido.

 —Lo vimos desde la carretera.

—¿Cómo es?

—Voy a hacer una cosa. Les leeré lo que dice el folleto —propuso Paula y tomó un folleto de la mesa—. «El Capitán es un monolito de granito de cuatro mil metros. Los nativos americanos lo llaman Totokanoola, que significa jefe. Los conquistadores españoles lo tradujeron como El Capitán» —explicó y pensó que a Nico le gustaría saber el significado original del nombre indio—. «Hace tiempo se consideraba imposible de escalar y hoy es uno de los lugares más famosos del mundo para la escalada vertical. Tiene dos caras principales, la más famosa llamada La Naríz. Es posible llegar a lo alto caminando por el sendero que pasa junto a las cascadas de Yosemite».

—¿No estarás pensando en llevarlo allí? —preguntó su madre llena de angustia.

—Caminando, no. El guardabosques jefe, Pedro Alfonso, nos acompañará en helicóptero, con el piloto que participó en la misión de rescate.

—¿Es el mismo que estaba a cargo del parque el año pasado? —preguntó su madre con tono de condena.

—Sí —afirmó Paula y respiró hondo—. Desde que lo he conocido, mi punto de vista sobre lo que les pasó a Mariana y a Gonzalo ha cambiado. He sabido que los guardabosques hicieron todo lo posible para advertirlos de que bajaran de El Capitán antes de que llegara la tormenta, pero tú sabes lo tozudo que era Ben cuando se estaba divirtiendo —comentó y se mordió el labio—. Nico es como él.

—Me alegro de que ya no culpes a la gente del parque, cariño —intervino su padre.

—He estado equivocada sobre muchas cosas —replicó Paula, sin contener las lágrimas—. He sido una tonta por no seguir el consejo del doctor Karsh antes. Sólo llevamos aquí unos pocos días y Pedro ya ha cambiado a Nico. Es un hombre muy sensible que también ha sufrido mucho por el accidente —señaló—. Yo tengo total confianza en sus instintos y sé que ayudará a Nico a entender lo que pasó allí arriba, sin asustarlo.

—Yo no estoy tan segura —gimió su madre.

—Yo sí, mamá. Nico quiere respuestas. Ésta es una oportunidad sin precedentes de estar con las dos personas que rescataron los cuerpos de Gonza y Mariana. Si Pedro no puede calmarle los miedos, nadie podrá.

—Yo apuesto por el plan —afirmó su padre y se aclaró la garganta—. Parece como si el jefe del parque hubiera tirado la casa por la ventana para ayudaros.

—Ha sido increíble. El otro día, fueron en helicóptero a la otra punta del parque para buscar búhos.

—¡No lo dices en serio! —gritó su madre.

 —No les lo había dicho para no preocuparlos.

—¿Dónde está Nico ahora?

—Con Pedro. Hemos ido a nadar juntos esta tarde. Ahora está en las oficinas del parque, tomándose una zarzaparrilla en su despacho.

—Parece que se está divirtiendo mucho —dijo su padre, riendo.

—Está pasándolo mejor que nunca.

—¿Y tú, hija?

¿Ella? Era una buena pregunta. Había conocido a un hombre que la había impresionado más que nadie.

—También yo necesitaba esta terapia —admitió Paula—. Y me ha quedado clara una cosa: hice lo correcto al dejar mi trabajo. La vida es demasiado corta para seguir cometiendo errores. Nico me necesita. Quiero ser su madre y planeo encontrar trabajo cerca de casa para que nunca más se sienta abandonado.

Paula escuchó a sus padres llorar de alegría.


—Los llamaré mañana desde Merced.

—Estaremos esperándote, preciosa —dijo su padre.

—¿Y Santiago? —preguntó su madre, aún gimoteando.

Desde que  había empezado a planear su viaje, apenas había pensado en su ex novio.

Destinados: Capítulo 25

—Nico tenía razón respecto a usted.

—¿En qué? —preguntó Pedro, con ojos brillantes.

—Puede cuidar de sí mismo mejor que nadie. Eso hace que un niño se sienta seguro.

Paula podía haber añadido que también a ella la hacía sentir segura, pero pensó que un comentario tan personal estaría fuera de lugar. Un hombre que llevaba la alianza de su esposa muerta lo hacía porque no pensaba volver a casarse. Cualquier chica lista debería saber que él no estaba disponible.

—Vamos, Nico—lo llamó Paula—. Vamos a nadar.

—¿Por qué no saltamos juntos? —sugirió Pedro—. Tápate la naríz, Nico.

—Bien.

—¿Estás listo?

—¡Sí!

Saltaron juntos, salpicando mucha agua y empapando a Paula. Nico rió a carcajadas.

 —¿A qué está esperando, señorita Chaves?

—A nada —contestó Paula y saltó junto a ellos.

 Paula había enseñado a su sobrino a flotar. Bajo la atenta supervisión de su héroe, el pequeño hacía unos progresos increíbles. La razón era que lo estaba pasando mejor que nunca. Poco después, el guardabosques fue por sus gafas de bucear. Más diversión para Nico. El pequeño estaba disfrutando tanto que no era consciente del sol abrasador. Aunque su tía le había puesto protección solar, su delicada piel estaba siendo expuesta demasiado tiempo.

—Odio tener que interrumpir, pero es hora de entrar, tesoro. Si no, te pondrás todo rojo como un cangrejo.

—¡Pero no quiero salir de la piscina! —protestó el pequeño.

Paula se sintió como la bruja mala del cuento. Pedro se adelantó y se puso a Nico sobre los hombros, distrayéndolo. La miró y, como siempre que la miraba de forma tan directa, ella se derritió.

—Tu tía tiene razón, Nico. Tírate una vez más, luego, nos cambiaremos e iremos al cuartel general. Creo que te está esperando un refresco de zarzaparrilla.

—¿Puedo? —le preguntó Nico a su tía con gesto suplicante.

—Quizá un ratito.

—¡Hurra! —gritó Nico.

 A continuación, trepó a los anchos hombros de Pedro—. Bien. Estoy preparado. ¡Mírame, Pau!

El niño se tiró de cabeza a la perfección. Cuando salió del agua, Paula sonrió y aplaudió.

—Hacen un buen equipo los dos.

—¿Eso cree? —dijo Pedro, contento.

Entonces,  dejó a Nico sobre el borde de la piscina y salió de un salto lleno de gracia masculina. Paula nadó hasta la escalera y salió también. Él la observó mientras caminaba hacia ellos.

—¿Con diez minutos les  bastará para cambiarse?

 —Sí —repuso Paula—. Yo lo acompañaré al vestíbulo.

—Bien —dijo Pedro y miró a Nico—. Te veo luego, cara de torpedo —añadió y le chocó la mano.

—¡Hasta luego, cara de huevo! —replicó Nico a voz en grito.

El niño estaba decidido a estar a su altura en el juego de las rimas. Eso provocó un estallido de risa en Pedro, antes de entrar en el vestuario de hombres. Su musculoso cuerpo atrajo la mirada de varias mujeres a su paso, incluida la de Paula.

Paula agarró a Nico de la mano y salieron de la piscina, hacia su habitación. Hablaron durante todo el camino sobre la persona favorita del niño y continuaron haciéndolo, sin parar, durante el baño. Ella se duchó rápido y los dos se vistieron. Al llegar al vestíbulo, el niño corrió hacia el guardabosques jefe.

—¡Espera, Nico! —ordenó, y agarró al niño, porque Pedro estaba hablando por el móvil.

—¿Qué llevas en el bolsillo, campeón? —preguntó Pedro, que había colgado enseguida.

—A Lobezno.

—Cuando lleguemos a mi despacho, tendrás que presentármelo.

Paula se inclinó y besó con ternura a su sobrino en la frente.

—El señor Alfonso todavía tiene que trabajar, así que iré a recogerte enseguida. El niño asintió, aunque no la estaba escuchando.

—Yo lo traeré, Paula.

 El modo en que pronunció su nombre hizo que ella se estremeciera hasta lo más profundo de su ser.

—¿Te importa si te tuteo?

—Claro que no. Gracias por ser tan bueno con Nico.

—Tu sobrino me llama Pepe. ¿Por qué no haces lo mismo?

Destinados: Capítulo 24

Desde que Paula Chaves había entrado en su vida hacía unos pocos días, pensó él.

—Guárdame el secreto, si puedes, claro.

Pedro colgó, sin darle tiempo a Marcela a protestar. Se quitó el uniforme, se puso el bañador, unos vaqueros y una camiseta y, antes de irse, sacó las gafas de bucear del armario. Se dirigió al Yosemite Lodge a pie. Pocos minutos después, buscaba a Nico y a Paula en la piscina llena de gente, pero no los vió allí. Esperaría quince o veinte minutos más y, si no aparecían, volvería al trabajo. Entonces, se quitó los pantalones y la camiseta y se tiró de cabeza al agua.

Pasaron diez minutos. Más gente llegó a la piscina, incluido un grupo de jóvenes estudiantes que empezaron a jugar al waterpolo, ignorando las advertencias del socorrista. No se permitían los deportes acuáticos en la piscina, que estaba abarrotada de familias. Si los jóvenes no paraban de inmediato, tendría que intervenir. Cuando sacó la cabeza para respirar, Pedro escuchó silbidos. Se quedó sin respiración al darse cuenta de qué los había causado: una mujer de pelo dorado y un cuerpo precioso, con un modesto biquini azul y un niño de pelo rizado de la mano.

—¡Eh, muñeca, ven a jugar con nosotros! —gritó uno de los jóvenes y lanzó la pelota, ignorando la reprimenda del socorrista.

Dejándose llevar por su instinto, Pedro salió como un torpedo del agua y les quitó la pelota. Después de tirarle la pelota al socorrista, se giró hacia los jóvenes, que habían empezado a insultarlo.

—Esta piscina es de uso familiar, caballeros. Si quieren jugar al polo, busquen otro sitio. Les doy treinta segundos para desaparecer.

—Oblíganos —le retó el más valiente de ellos.

Pedro se lanzó a por él y le hizo una llave, bloqueándolo.

—Puedes irte sin hacer ruido y no te denunciaré, o puedes resistirte y tendrás que explicarle al juez federal por qué los cuatro están fuera de control. Depende de tí que te dejemos volver a pisar el parque Yosemite. ¿Qué decides?

El joven intentó, en vano, zafarse de Pedro.

—¿Quién diablos te crees que eres?

—¿De veras quieres saberlo?

—Vamos, Diego —murmuró uno de los amigos del joven.

Los tres salieron de la piscina y se encaminaron al vestuario. Cuando, al fin, Diego dejó de intentar liberarse, Pedro lo soltó.

—Será mejor que vayas con tus amigos, que han tenido el sentido común de marcharse.

—Será mejor que tengas cuidado, tipo duro —lo amenazó Diego mientras se iba.

Todo el mundo en la piscina comenzó a aplaudir y a silbar y Pedro nadó hacia el otro extremo. Salió del agua y sacó el móvil de los pantalones.

—¿Leonardo? Soy Pedro. Envía un equipo de seguridad al Yosemite Lodge para que detengan a cuatro jovencitos. Acabo de echarlos de la piscina. Han estado bebiendo —ordenó, y le dió su descripción.

—Ahora mismo.

—Gracias por ayudarme, señor Alfonso—le dijo el socorrista cuando colgó—. Cuando entró en acción, me pareció que era una combinación de Steven Seagal, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger.

—De nada —repuso Pedro, riendo ante su exageración.

—¡Espera, Nico, no corras! —gritó una voz femenina a su espalda.

—¡Pepe!

Un cuerpecito cálido se apretó contra él, abrazándolo con si le fuera la vida en ello. Riendo con placer, Pedro lo levantó en sus brazos. Por encima de la cabeza del niño, sus ojos se fundieron con otros ojos, del color de la hierba fresca en las montañas del parque. Se alegró de comprobar que ella ya no lo miraba con desconfianza, como había pasado el miércoles por la mañana.