domingo, 29 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 42

—Llegaron pronto —observó el padre de Paula cuando entraron en el comedor. Antes de que ella pudiera explicar nada, su madre entró en la habitación con un paquete.

—Me alegro de que hayan vuelto —comentó la abuela de Nico—. Esto ha llegado por correo para tí.

—¿Qué es? —preguntó Nico sin ningún interés.

—No tengo ni idea —respondió su abuela—. ¿Quieres que lo abra?

—Yo lo haré —dijo el niño.

Sacó una bolsa de plástico de dentro. La rasgó con bastante esfuerzo y, dentro, encontró un uniforme de Joven Castor, con camisa, pantalones cortos y un sombrero con el logo del Parque Yosemite.

—¡Vaya! ¡Pepe me ha enviado un uniforme de guardabosques! —gritó el niño—. ¡Ahora puedo ser como él!

Paula apretó los ojos un momento. Pedro no podía haber elegido un regalo que le hubiera gustado más a Nico, pero no debía haberlo hecho.

—Voy a ponérmelo. Pau, ¿Me ayudas a quitarme el disfraz?

—Claro.

Con dedos un poco temblorosos,  le bajó la cremallera del disfraz y le ayudó a ponerse los nuevos pantalones cortos de color caqui con su camisa a juego. Le quedaban a la perfección.

La abuela de Nico tomó una tarjeta que había en el fondo de la caja y la leyó en voz alta.

—«Querido Nico, los Jóvenes Castores del Parque te envían esto. Que lo disfrutes. La guardabosques Cecilia Davis».

Qué detalle por su parte, pensó Paula.

—Veamos cómo te queda el sombrero —dijo Miguel y se lo puso al niño—. ¡Vaya! ¡Pareces un guardabosques de verdad!

Radiante, Nicp salió corriendo al baño para mirarse al espejo. Cuando regresó abrió la otra caja, que tenía unos prismáticos. También había una tarjeta. Paula la tomó para leerla.

—«Para que busques búhos. Que los disfrutes, campeón».

 Sin duda, era de Pedro. Nico corrió por la casa, mirándolo todo con los prismáticos y gritando de felicidad.

—¡Vaya! ¡Esto sí que es guau!

A Paula se le saltaron las lágrimas. Sus padres también estaban emocionados. Enseguida, Nico regresó corriendo al salón.

—¡Mira, Pau!

Ella tomó los prismáticos y se los llevó a los ojos para mirar a su madre, que estaba al otro lado de la habitación. Soltó un grito de sorpresa. Ampliaban tanto la imagen que, al principio, no estaba segura de qué estaba viendo. Al final, se dió cuenta de que era una de las pestañas de su madre.

—Oh, Nico, no son prismáticos normales para niños. Pedro te ha enviado un regalo muy especial y muy caro. Tendrás que cuidarlos mucho —indicó Paula y se los tendió a su padre.

Cuando se los hubo llevado a los ojos, Miguel comenzó a hacer exclamaciones, igual que había hecho su nieto. Se dirigió en su silla de ruedas hacia la entrada y hacia el patio.

—¿Sabes que son tan potentes que puedo ver las alas de una abeja desde el otro lado del jardín? ¡Ale, mira!

Nico corrió hacia ellos, observándolos con impaciencia, mientras su abuela probaba los prismáticos también. Paula se quedó atrás, aún conmocionada por la generosidad de Pedro. Él debía de saber lo que aquel regalo significaba para su sobrino. Por suerte, le había pedido cita al doctor Karsh para que ayudara al niño a no obsesionarse con el guardabosques.

—¿Nico?

El niño la miró con los prismáticos en la mano. Aquel regalo le proporcionaría horas de diversión.

—Tengo cita con el médico dentro de unos minutos y quiero que vengas conmigo. Tienes que cambiarte para que nos vayamos.

Sus padres la miraron con sorpresa, pues pensaban que ella ya había ido a ver al doctor Karsh.

—Pero quiero quedarme aquí para jugar.

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