lunes, 23 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 24

Desde que Paula Chaves había entrado en su vida hacía unos pocos días, pensó él.

—Guárdame el secreto, si puedes, claro.

Pedro colgó, sin darle tiempo a Marcela a protestar. Se quitó el uniforme, se puso el bañador, unos vaqueros y una camiseta y, antes de irse, sacó las gafas de bucear del armario. Se dirigió al Yosemite Lodge a pie. Pocos minutos después, buscaba a Nico y a Paula en la piscina llena de gente, pero no los vió allí. Esperaría quince o veinte minutos más y, si no aparecían, volvería al trabajo. Entonces, se quitó los pantalones y la camiseta y se tiró de cabeza al agua.

Pasaron diez minutos. Más gente llegó a la piscina, incluido un grupo de jóvenes estudiantes que empezaron a jugar al waterpolo, ignorando las advertencias del socorrista. No se permitían los deportes acuáticos en la piscina, que estaba abarrotada de familias. Si los jóvenes no paraban de inmediato, tendría que intervenir. Cuando sacó la cabeza para respirar, Pedro escuchó silbidos. Se quedó sin respiración al darse cuenta de qué los había causado: una mujer de pelo dorado y un cuerpo precioso, con un modesto biquini azul y un niño de pelo rizado de la mano.

—¡Eh, muñeca, ven a jugar con nosotros! —gritó uno de los jóvenes y lanzó la pelota, ignorando la reprimenda del socorrista.

Dejándose llevar por su instinto, Pedro salió como un torpedo del agua y les quitó la pelota. Después de tirarle la pelota al socorrista, se giró hacia los jóvenes, que habían empezado a insultarlo.

—Esta piscina es de uso familiar, caballeros. Si quieren jugar al polo, busquen otro sitio. Les doy treinta segundos para desaparecer.

—Oblíganos —le retó el más valiente de ellos.

Pedro se lanzó a por él y le hizo una llave, bloqueándolo.

—Puedes irte sin hacer ruido y no te denunciaré, o puedes resistirte y tendrás que explicarle al juez federal por qué los cuatro están fuera de control. Depende de tí que te dejemos volver a pisar el parque Yosemite. ¿Qué decides?

El joven intentó, en vano, zafarse de Pedro.

—¿Quién diablos te crees que eres?

—¿De veras quieres saberlo?

—Vamos, Diego —murmuró uno de los amigos del joven.

Los tres salieron de la piscina y se encaminaron al vestuario. Cuando, al fin, Diego dejó de intentar liberarse, Pedro lo soltó.

—Será mejor que vayas con tus amigos, que han tenido el sentido común de marcharse.

—Será mejor que tengas cuidado, tipo duro —lo amenazó Diego mientras se iba.

Todo el mundo en la piscina comenzó a aplaudir y a silbar y Pedro nadó hacia el otro extremo. Salió del agua y sacó el móvil de los pantalones.

—¿Leonardo? Soy Pedro. Envía un equipo de seguridad al Yosemite Lodge para que detengan a cuatro jovencitos. Acabo de echarlos de la piscina. Han estado bebiendo —ordenó, y le dió su descripción.

—Ahora mismo.

—Gracias por ayudarme, señor Alfonso—le dijo el socorrista cuando colgó—. Cuando entró en acción, me pareció que era una combinación de Steven Seagal, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger.

—De nada —repuso Pedro, riendo ante su exageración.

—¡Espera, Nico, no corras! —gritó una voz femenina a su espalda.

—¡Pepe!

Un cuerpecito cálido se apretó contra él, abrazándolo con si le fuera la vida en ello. Riendo con placer, Pedro lo levantó en sus brazos. Por encima de la cabeza del niño, sus ojos se fundieron con otros ojos, del color de la hierba fresca en las montañas del parque. Se alegró de comprobar que ella ya no lo miraba con desconfianza, como había pasado el miércoles por la mañana.

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