viernes, 6 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 40

Paula condujo directamente hasta la casa de Pedro y tocó el claxon. Eran más de las cinco. Había tenido tanto que hablar con Diego que el tiempo se había pasado volando. ¡Menuda diferencia vivir allí! Si llegaba tarde a recoger a Olivia, algo que no volvería a suceder a no ser que fuera inevitable, Pedro siempre estaría allí para ocuparse de ella.

—Cielo —segundos después la vió salir de la casa—, los abuelos nos esperan en el albergue para cenar. Pregúntale a tu padre si quiere venir con nosotras. No sé si está libre o no.

—Hasta mañana no entra de servicio.

—En ese caso, a los abuelos les gustaría conocerlo.

—Enseguida vuelvo —un minuto después, Olivia estaba sentada en el asiento delantero del coche—. Papá dice que en cuanto se duche se reunirá con nosotros.

—Bien —Paula salió al camino—. ¿Te has divertido montando a caballo?

 —¡Me encantó!

Enseguida le contó a su madre todo lo que había hecho durante el día. Aún no había terminado cuando llegaron al albergue. Pedro era el responsable de la luz que brillaba en sus ojos.

Paula tuvo que admitir que el traslado al parque ya empezaba a sentarle bien a su hija. No había sustituto posible para un padre, sobre todo para Pedro. Nico también lo adoraba. No se podía engañar a un niño. En cuanto a sus padres, seguro que también les encantaría.

Olivia y su madre entraron juntas en el hotel y se dirigieron al comedor. Divisaron a los abuelos, que las saludaban con la mano y, tras los consabidos abrazos, se sentaron y un camarero les entregó la carta.

—Pensaba que vendría tu padre.

—Enseguida llegará, abuela.

—¿Qué tal todo? —el padre de Paula estudió a su hija.

—Bien. Diego Saddler y yo hemos trazado un plan de trabajo. Hasta que me quiten la escayola dentro de un mes, me dedicaré a registrar datos mientras él hace el trabajo de campo. Casi todo el tiempo estaré en casa para…

—¡Papá! —Olivia se bajó de la silla y la conversación se interrumpió.

Corrió hacia el hombre alto y musculoso que avanzaba hacia ellos vestido con un traje grisperla y una camisa blanca con corbata a rayas grises y plata. Paula se quedó sin aliento al verlo. Los oscuros cabellos y la piel bronceada eran el marco perfecto para los ojos grises. Diez años atrás le había parecido increíblemente atractivo vestido de arqueólogo, y había opinado igual al verlo como guardabosque, pero en esos momentos tenía un aspecto de sofisticación urbana que le hacía destacar sobre los demás hombres del comedor. Aunque sus padres habían visto fotos suyas, en sus miradas se leía que no habían estado preparados para la atractiva realidad que tenían delante. Olivia miraba a su padre con adoración y, para su vergüenza, se dio cuenta de que hacía lo mismo que su hija.

—Mamá y papá, les presento a Pedro Alfonso.

—¿Señor y señora Chaves? Conocerlos es un placer y un honor. Hubo un tiempo en que soñé con casarme con su hija y convertirme en su yerno.

El empleo del tiempo verbal en pasado hizo que Paula  se sintiera desfallecer.

—Después de la explosión jamás pensé que este momento llegaría. Aunque volvería a desaparecer para protegerla, la tristeza por el dolor causado jamás me abandonará.

A pesar del renovado dolor que sentía, la declaración emocionó a Paula. Y a juzgar por la expresión de sus padres, ellos habían sufrido una impresión similar.

—Yo diría que la sonrisa que has dibujado en el rostro de tu hija ha hecho mucho por secar esas lágrimas —el primero en recuperarse fue su padre—. Esta noche celebremos la vida.

—Mi marido me ha quitado las palabras de la boca —la madre de Paula asintió—. Por favor, siéntate. Oli ha soñado toda su vida con esta noche.

—Y no es la única —le dedicó una deslumbrante sonrisa a la niña.

—Es increíble lo mucho que se parecen—comentó la abuela.

—Yo, desde luego, no pienso quejarme —Pedro le guiñó un ojo a su hija.

La risa de Olivia  coincidió con la llegada del camarero. A partir de ese momento la conversación se centró en la nueva vida de la niña con su padre. Paula se limitó a escuchar, aún dolida por las primeras palabras que Pedro había dirigido a sus padres. De repente sonó el móvil del guardabosque. Al contestar, unas oscuras líneas ensombrecieron su rostro. Ya se había puesto en pie antes de colgar.

—¿Qué pasa, papá?

—Tengo que irme, te lo contaré después, cariño. Lo siento. Espero verlos pronto —una sombría mirada se posó en Paula durante unos instantes antes de irse.

—Ojalá no hubiera tenido que irse.

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