domingo, 22 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 19

—Te equivocas. Después de lo que les pasó, me gusta poder hacer algo por el niño. Eso me ayudará a dormir mejor.

—Amén. Nos vemos el sábado.

Después de colgar, Pedro se sentó en la cama con la cabeza gacha y las manos entrelazadas entre las piernas. Lo cierto era que se sentía un poco desilusionado porque Nico y su preciosa tía tuvieran que irse de Yosemite tan pronto. Él llevaba años sin disfrutar de la vida de veras. Y ese día había sido una de esas raras ocasiones. Nico era un milagro, pensó, recordando la plegaria del pequeño. «Y, por favor, bendice a Pepe. Es mi mejor amigo. Amén».

Demasiado inquieto como para dormir, se levantó de la cama y fue a la cocina por un vaso de agua. Se apoyó en el mostrador para mirar por la ventana. Hacía una noche preciosa, pero las estrellas se verían todavía mejor desde uno de los cerros. A Paula le encantaría. Y a él le encantaría perderse en sus ojos verdes mientras ella miraba al cielo. También a Nico le encantaría. El niño era muy listo y él disfrutaría mucho mostrándole las constelaciones. Nunca podía predecir qué pregunta podía ocurrírsele al niño a continuación.

Nico lo había entretenido todo el día, queriendo saber cosas como qué hacía que el viento se moviera, por qué estaba calva el águila, por qué la gente se hacía mayor o por qué no podían vivir en el parque. La última pregunta le había hecho pensar. El niño adoraba la naturaleza. Había aprendido mucho en su viaje a Everglades y se lo había demostrado de muchas maneras. La mayoría de los niños, al ver un nido en un pino, habría querido subir al árbol para tomar uno de los huevos o, al menos, verlos de cerca. Pero Nico, no. Sin que hiciera falta decirle nada, se había apostado a una distancia razonable para esperar que la madre regresara al nido. Se veía reflejado a sí mismo en Nico y en cómo el niño disfrutaba con la naturaleza. Tanto, que se le encogía el corazón.

Él había heredado muchas cosas de su abuelo, como su amor por la naturaleza. Tener el parque junto a su casa había hecho que cualquier otro destino dejara de ser apetecible. Aquél era su hogar. Significara lo que significara la profecía del jefe Samuel, nunca se iría de allí. En cierta forma, se sentía orgulloso porque a Nico le gustara Yosemite. Teniendo en cuenta que los padres del niño habían muerto allí, era bastante increíble. Todavía más impresionante era el valor de su tía. Conocer los detalles de la muerte de su hermano y su cuñada, sin duda, le habría dolido mucho. Sin embargo, había perseverado a causa de su amor por su sobrino. Una extraña sensación de pérdida lo invadió ante la idea de que se fuera tan pronto. Paula era una mujer excepcional. Saber lo valioso que era para ella su sobrino, pues incluso había abandonado su trabajo por él, y que, aun así, le hubieraconfiado su cuidado durante un día completo, demostraba que era una mujer con gran capacidad de perdón y con una enorme fe. Tras apurar el vaso de agua, se fue a la cama.  Al día siguiente tenía un gran día por delante. En apariencia, Matías también…

Cuando su amigo había acompañado a Paula a las oficinas, no le había dado importancia. No había cuestionado que Matías hubiera querido cuidar al niño durante la entrevista privada que él había tenido con su tía. Ni le había preocupado que Matías cenara con Nico y ella, pues sabía que Leonardo le había pedido que la vigilara. Era comprensible. Hasta ese momento.

Que su mejor amigo fuera a pasar tiempo con ella montando a caballo por la mañana había sido una sorpresa para él. Por alguna razón inexplicable, saberlo no sólo le molestaba, sino que lo irritaba. Sabía que su reacción era irracional. Sumido en sus pensamientos, colocó la almohada, intentando ponerse cómodo. Era un país libre. Matías tenía todo el derecho a cortejar a una mujer bonita. De hecho, él se alegraba. Su amigo guardabosques era un hombre demasiado bueno como para pasar el resto de su vida amargado por el divorcio, incapaz de rehacer su vida.

¿Se sentiría Matías atraído por Paula, igual que le sucedía a él? ¿Qué hombre podría resistirse a sus encantos? ¿O, tal vez, estaría intentando expiar su culpa por lo que les había pasado a los padres de Nico? La respuesta no importaba, se dijo, pues ella se iría dentro de dos días. Apenas había tiempo para que pudiera suceder nada entre ellos. Siempre que ella no se sintiera atraída por Matías.

Esa noche, cuando él le había deseado buenas noches en el pasillo, no había tenido la sensación de que Paula hubiera estado pensando en Matías. También había notado cómo ella lo había mirado cuando Nico había dicho que Karen había muerto en la guerra. ¿Qué habría pensado ella en ese momento? Le encantaría descubrirlo, se dijo. ¿Pero para qué? Para nada en absoluto. Él ya había perdido a Karen. De ningún modo quería volver a amar a nadie de la misma manera, cuando no era posible garantizar un final felíz. Si Matías era tan tonto como para tropezar dos veces con la misma piedra, era problema suyo.

Nico había estado muy bien hasta esa mañana. Paula miró el plato de comida que el niño no había tocado desde que se habían sentado a desayunar en el comedor.

—Matías llegará dentro de unos minutos. Si no comes, no tendrás fuerzas para montar a caballo.

Nico se recostó en su silla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario