lunes, 23 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 23

Matías rió.

 —Con Nico, imposible.

—¿Qué ha sucedido? ¿No se habrá caído, verdad?

—¿De Daisy?

—¿Entonces está bien?

—Tranquilo, Pedro. Empiezas a sonar como un padre.

 Quizá porque, por primera vez en la vida se sentía como un padre, reconoció Pedro. Respiró hondo para tranquilizarse.

—Empecemos por el principio. ¿Qué ha pasado hoy?

—Digamos nada más que eres el héroe de Nico y que no hay nadie más para él.

Aunque a él le gustó oírlo, no pudo evitar quitarle importancia.

—Ya sabes cómo son los niños. Se le pasará cuando regrese a Miami.

—¿Qué te apuestas a que no? Tendrías que haber estado allí esta mañana para saber de qué te hablo. Créeme. Tienes un admirador para toda la vida.

Pedro temía formular la siguiente pregunta, pero se armó de valor.

—¿Y qué tal con Paula?

—¿A qué te refieres?

—Sabes muy bien a qué me refiero. ¿Es que quieres que sea más explícito?

—Si estás hablando de lo que yo creo que estás hablando, te equivocas. Admito que es una mujer guapa. Cuando supe quién era y los acompañé a ella y a Nico a tu despacho la primera mañana, decidí que me gustaría conocerla mejor. Pero, cuando salió de tu despacho, comprendí que algo grande había pasado allí. Ella salió realmente conmocionada. Yo lo intenté unas cuantas veces, pero no conseguí calarle tan hondo como tú —explicó Matías—. Cuando entraste en el comedor aquella noche, te comportabas del mismo modo, como si una fuerza extraña y poderosa te hubiera conmocionado. Lo que me apena es que no hayas hecho nada al respecto, tal vez pensaste que yo la había encontrado primero y que quien se la encuentra, se la queda, ¿no?

Matías era listo, pensó Pedro.

—Pepe, puede que eso fuera así cuando éramos niños, pero ahora somos hombres —continuó Matías—. Sólo he intentado ser su amigo. En estos momentos, necesita uno, porque el último año ha sido un infierno para ella. Parece que su ex novio quiere una segunda oportunidad. Siguiendo el consejo de su psiquiatra, Paula va a volver a Florida con la intención de descubrir sus verdaderos sentimientos.

—¿Te ha dicho ella que quiere volver con él? —preguntó Pedro, nervioso al conocer esa noticia inesperada—. Es raro, porque no es eso lo que dice Nico. De hecho, te aseguro que al niño no le gusta Santiago y nunca le gustará.

—De acuerdo. Sólo hay un hombre en el mundo para Nico.

—Es natural —repuso Pedro—. Y lo tendría si yo hubiera encontrado a su padre en El Capitán antes de que fuera demasiado tarde.

—Creo que no nos estamos entendiendo. No me estaba refiriendo a su padre. Eres tú quien lo vuelve loco. Me doy cuenta de que emocionalmente está en un momento delicado, pero sin duda ha establecido un fuerte vínculo contigo.

Lo mismo había pasado a la inversa, se dijo Pedro, mientras un remolino de sentimientos lo invadía. El que Paula hubiera decidido volver a ver a su ex novio explicaba por qué no quería quedarse más tiempo en el parque. Diablos.

—¿Dónde estás ahora?

—En el trabajo. En caso de que hayas terminado con el superintendente, quien por cierto nunca ha sido marine, hay un niño que está esperando que el guardabosques jefe aparezca en la piscina del hotel y le haga el pequeño más feliz del mundo. Hablamos luego.

Matías colgó, dejando a Vance petrificado. Rindiéndose a la tentación de hacer lo que su amigo había sugerido, llamó a Marcela de inmediato.

—¿Qué tengo en mi agenda para esta tarde?

—Me preguntaste lo mismo hace una hora y te dije que no hay nada que no pueda esperar a mañana. Por eso te fuiste a casa a comer, ¿Recuerdas?

—Sí.

—Pues tu agenda sigue igual.

—Sólo quería asegurarme —repuso Pedro, sonriendo.

—¿Jefe? ¿Estás bien? Te has estado comportando de una forma extraña desde que el jefe Daniel te visitó el otro día. ¿Qué te ha hecho? ¿Vió tu futuro en un baile de fantasmas?

Pedro se estremeció. Marcela no andaba desencaminada.

—¿Es que estuviste escuchando detrás de la puerta?

—¿Quién? ¿Yo?

—Confiesa.

—Lo siento. Eso no entra dentro de mis tareas.

 —Marcela, no cambies nunca —dijo Pedro, riendo—. El jefe Daniel irá a visitarme la semana que viene. Como nunca avisa antes, es posible que no esté en el despacho, así que dile que he arreglado las cosas en la biblioteca. La fotografía dice ahora «Asentamiento Paiute». El sobre marrón que me dejó está en la bandeja de mi mesa, con su nombre puesto. Devuélveselo. Le hará felíz.

—Lo haré.

 —Ahora, creo que me voy a nadar.

—¿En medio de la jornada laboral? ¿Desde cuándo?

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