domingo, 1 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 25

—Nos dijimos muchas cosas entonces. Fue hace mucho tiempo. Si no está casado es porque es felíz así y no quiere una esposa. Debes comprender que antes de luchar en la guerra era un arqueólogo, una profesión que puede ser muy solitaria. Olivia no es como el papá de Valen que tiene un trabajo normal con un horario normal y tiempo para su familia.

—Pero ya no es arqueólogo —Olivia no estaba dispuesta a soltar la presa.

—Es verdad, pero como ves, vive aislado y solo porque algunas costumbres son difíciles de cambiar. En algunos aspectos, ser guardabosque no facilita tener una familia —tenía que acabar con las esperanzas de la niña de que volvieran a formar pareja.

—Pero dijo que algunos de los guardabosques estaban casados.

—Lo sé —Paula respiró hondo—, pero lo último que desea es verme trabajando en el parque. Aprovechó la explosión para asegurarse de que la separación fuera permanente, pero eso fue antes de saber que tenía una hija. Y por eso organizaremos un calendario de visitas.

—¿Ya ni siquiera te gusta?

—Oli, eso no tiene nada que ver. Fue parte de mi vida. Claro que me gusta, pero me he llevado una fuerte impresión al saber que está vivo. Sé que siempre has querido a tu papá y, milagrosamente, ha aparecido, pero la vida es más complicada.

—Papá dijo que nos protegería. ¿Tienes miedo de esos terroristas?

—Claro que no, cielo…

—Entonces creo que estás siendo mala —la niña frunció el ceño.

—¿En qué sentido? —para su hija, la palabra, «mala», podía abarcar muchas cosas, pero jamás se lo había aplicado a ella. Fue como una puñalada en el corazón.

—Si viviésemos en el parque, podría verlo todos los días. No quiero vivir en San Francisco y tener que esperar a poder ir con él. Dijo que me amaba más que a nada. Cuando hable con él otra vez voy a preguntarle si puedo ir a vivir con él — sentenció mientras salía corriendo de la cocina.

Para mayor desesperación de Paula, sonó el timbre de la puerta. Sus padres no podían ser más inoportunos. Mientras intentaba recuperar el control, se dirigió a la entrada, pero Olivia, bañada en lágrimas, se le había adelantado.

—¿Papi? —exclamó al tiempo que abría la puerta.

Pillados desprevenidos, los padres de Paula miraron estupefactos a su nieta y a su hija, quien se limitó a gruñir. Las compuertas se habían abierto sin remedio.

—¿Qué sucede, cariño? —la abuela se acercó a Olivia mientras el abuelo se quedó en la entrada con una bolsa de comida china en la mano.

—¡Papi no murió en aquella explosión!

—No lo entiendo —la mujer tomó el rostro de la niña en sus manos.

—Abuela… ¡Papá está vivo! Es el segundo al mando de los guardabosques en Yosemite. Fue él quien rescató a mamá y quiere que vivamos en el parque.

—¿Es eso cierto? —el padre de Paula cerró la puerta y miró a su hija.

—Sí. Es una larga historia.


En cuanto llegó al parque, Pedro se dirigió al cuartel general y entró en el despacho de Leonardo. No iba a poder dormir y había telefoneado para decirle que cubriría el turno de noche para que el jefe de seguridad pudiera disfrutar de un más que merecido descanso. Matías le había dado vacaciones, pero estar solo en un motel a la espera de que el teléfono sonara habría sido una tortura insoportable.

—¿Seguro que quieres hacerlo? —su compañero intentaba en vano ocultar su alegría.

—Largo de aquí, Leo.

—Ya me voy —el otro hombre sonrió—. Volveré mañana al mediodía.

—Mejor a las dos —mientras esperaba el siguiente movimiento de Paula, lo único que podía hacer era mantenerse demasiado ocupado para pensar.

Diez minutos después, los guardabosques apostados por el parque telefonearon para comunicar sus informes. El último fue el guardabosque Farrell desde el campamento base de Tuolumne Meadows.

—Hay un problema, pero aún no sé si es grave. Hay un brote de gastroenteritis.

—¿A quién ha afectado?

—A algunos empleados y excursionistas del albergue.

—¿Cuántos? —De momento, unos treinta. Tres personas han tenido que ser hospitalizadas en Bishop.

—Me pondré con ello. Quiero un informe cada hora.

—Hecho. Después de colgar, Pedro telefoneó al hospital y fue informado de que sospechaban de un norovirus. No se esperaba que hubiera muertes. Tras pedirles que lo avisaran de cualquier novedad, alertó al inspector de sanidad del condado. La tercera llamada fue al albergue. Luego llamó a Matías.

—¡Al fin! He esperado noticias tuyas. ¿Ya has visto a tu hija?

—Te lo contaré todo enseguida. Primero el trabajo.

—¿De qué hablas?

—Le he dado a Leo la noche libre.

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