domingo, 8 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 45

Sus pensamientos la llevaron de vuelta a Kabul. Al regresar al departamento al final de la jornada, solía abrazarla con fuerza y decir: «mi reino por una gota de agua fría, pero antes necesito otra cosa». Y entonces la besaba hasta que todo daba vueltas, inevitablemente, terminaban en el dormitorio. El agua y el refresco de cola siempre tenían que esperar. La ensoñación era tan profunda que no se dio cuenta de la presencia de Pedro en la cocina hasta que éste abrió el grifo del agua fría para beber. Sus miradas se fundieron antes de que posara sus ojos grises en la lata que tenía en la mano.

—Algunas cosas no cambian.

—No —susurró Paula, consciente de que él no lo había olvidado tampoco.

Pedro tenía un aspecto estupendo y olía muy bien. La camiseta negra y los vaqueros desgastados que se amoldaban a los atléticos muslos la llevaron de vuelta a otros tiempos. Le vendría bien un afeitado. Como siempre al final del día. Tuvo que respirar hondo para recuperar el equilibrio.

—¿Qué te ha traído a mi casa esta noche? —él se apoyó contra la encimera de la cocina.

—Tengo que hablarte de Oli.

—Adelante.

Pedro no se movió. Aun así, estaba demasiado cerca. Le recordaba al antiguo Fernando. Lo único que podía decir era que parecía más agresivo, a pesar de no haber hecho ningún movimiento. Nerviosa, tomó un sorbo de la lata.

—Tiene cierta fantasía sobre nosotros dos.

—Yo también —fue su tranquila respuesta mientras colocaba las manos a ambos lados del cuello de Annie y la acariciaba con movimientos circulares de los pulgares—. Tú y yo no nos habíamos saludado hasta ahora como la ocasión se merece —susurró pegado a sus labios.

—Fernando… —el cálido aliento incendió la piel de Paula.

—Pedro. Una hora antes de la explosión que cambió nuestras vidas, acabábamos de hacer el amor apasionadamente. Fue por la mañana y fijamos la fecha para viajar a Estados Unidos y casarnos.

—Lo recuerdo.

—Yo también. Cada detalle —insistió él—. Después cambié a regañadientes tus brazos por el trabajo y te dejé dormir un poco más. Mi mente estaba tan llena de futuro y de tu belleza que no me di cuenta, hasta un segundo antes de la explosión, de que dos camiones que no había visto nunca habían aparcado junto a la excavación.

Paula oyó su propio gemido resonar en la cocina.

—Me ha llevado más de lo esperado volver a tí, Pau. No me rechaces. No podría soportarlo.

Pedro la abrazó y fundió los labios con los suyos. No había escapatoria posible. Habían pasado diez años, pero su boca y su cuerpo lo reconocieron y reaccionaron como si sólo hubiera pasado una hora desde que abandonara la cama. Lo único que impedía que los cuerpos se fundieran era la escayola.

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