domingo, 22 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 20

—No quiero ir. Quizá Pepe me deje sentarme en su despacho hasta que tú regreses. No lo molestaré.

—¿Sabes qué, jovencito? Rossiter se ha tomado muchas molestias por nosotros. Ha tenido que buscar caballos y que prepararlo todo. No quiero decepcionarlo. ¿Y tú? —preguntó ella en tono serio.

—No —contestó el niño, haciendo un puchero—. Pero no quiero ir —añadió y rompió a llorar.

—A veces, hay que hacer cosas que no queremos.

—¿Por qué?

—Nicolás Chaves, tú sabes por qué. Si vas a comportarte de esta manera, nos quedaremos en la habitación hoy y no veremos a nadie. Lo digo en serio —lo reprendió ella.

Mientras  esperaba que Nico se decidiera, sonó su móvil. No reconoció el número que llamaba. Quizá fuera Matías. Si tenía que cancelar su excursión por una emergencia, eso resolvería aquella crisis mañanera. Tal vez fuera mejor así.

—¿Hola?

—¿Señorita Chaves? Soy Alfonso.

El pulso de ella se aceleró.

—¡Ah, hola!

—¿Es Matías? —preguntó Nico—. Espero que no pueda venir.

Paula frunció el ceño mirando al niño.

—Esperaba poder hablar con usted antes de su excursión con Rossiter—dijo Pedro.

Paula  miró hacia la entrada del comedor.

—No ha llegado todavía. Nico y yo estamos aún desayunando.

—Bueno, seré rápido.

—¿Es Pepe? —preguntó Nico con gesto ansioso.

 —¡Shh! —le ordenó Paula a su sobrino y le dió la espalda—. Disculpe. Por favor, continúe.

—He quedado con el piloto del helicóptero para que nos lleve a lo alto de El Capitán mañana a las siete de la mañana. Nico lo podrá ver todo de primera mano y preguntarle lo que quiera al piloto que formó parte del equipo de rescate el año pasado. No nos llevará más de una hora. ¿Por qué no lo habla con Nico? Si él no quiere ir, llámeme esta noche.

Paula se puso en pie.

—No hay problema. Necesita conocer la verdad. Estaremos preparados.

 —Entonces, pasaré a recogerlos a las siete menos diez.

—Muchas gracias.

Nico se había levantado para ponerse delante de su tía.

 —¿Puedo hablar con él? Por favor.

—Puedo oírlo —dijo Pedro, riendo—. Yo también quiero saludarlo. ¿Puede ponerse?

—Tiene usted más paciencia que yo. Un momento —dijo Paula y le tendió el teléfono a Nico—. Dí hola, pero no tardes mucho.

—No —repuso el niño y se llevó el teléfono a la oreja—. Hola, Pepe. ¡Soy yo!

Nico había vuelto a sonreír. Comenzó a reír por lo que estaban hablando. Parecía haberse olvidado por completo de ella.

—Hola —saludó una voz masculina detrás de ella. Sorprendida, se giró y vió allí a Matías, vestido con su uniforme.

—¿Cómo estás?

—Bien. ¿Nico  está hablando con sus abuelos? —preguntó Matías en voz baja.

Paula meneó la cabeza y se alejó un poco de su sobrino.

—El señor Alfonso ha llamado. Cuando Nico se enteró de que era él, quiso ponerse —explicó ella.  Quizá, tras hablar con el guardabosques, Nico estaría de mejor humor, pensó.

Mientras Nico estaba ocupado, aprovechó para ponerle al día a Matías sobre los preparativos que había hecho el señor Alfonso y por qué.

—Le estoy muy agradecida y espero que le sea de ayuda a Nico.

—Todos lo esperamos.

Temiendo que Nico se enredara demasiado al teléfono, lo llamó, tocándole el hombro. —Tienes que colgar ya. Matías ha venido a buscarnos.

—De acuerdo —contestó el niño, frunciendo el ceño—. Oye, Pepe, Pau dice que tenemos que irnos ya. Nos vemos luego. ¿Qué? ¿Cara de huevo? —repitió y rompió a reír—. Nos vemos luego, cara de riego —se despidió y le entregó el teléfono a su tía con reticencia.

—Hola, Nico —saludó Matías, sonriente—. Parece que el jefe y tú estabais teniendo una conversación muy divertida.

—Sí.

—¿Sabías que Daisy te está esperando? El niño ladeó la cabeza.

—¿Quién es?

—Sígueme y lo descubrirás.

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