viernes, 27 de enero de 2017

Destinados: Capítulo 34

Pedro se quedó allí parado, impotente y angustiado.

—¡Noooo! —gritó Nico cuando su coche se puso en marcha—. ¡Pepe! — chilló—. ¡Para!

Paula estaba desesperada y no sabía qué hacer. Cinco segundos después, sonó su móvil. Descolgó.

—¿Pedro? —dijo ella con voz temblorosa.

—No puedo dejar que esto termine así, Paula. Voy a seguirte a Merced. Ponme a Nico.

En su interior, ella sabía que pasar más tiempo con él sólo serviría para retrasar lo inevitable y que iba a empeorar la situación. Pero, en ese instante, lo único que la importaba era calmar a Nico. Puso el intermitente derecho y paró a un lado de la carretera. Se desabrochó el cinturón y se giró para mirar a su sobrino.

—Pedro ha decidido conducir a Merced con nosotros antes de regresar a su casa. ¿Quieres hablar con él?

—Sí —contestó el niño con toda la cara roja de llorar.

Le tendió el teléfono. Poco a poco, sus respuestas de una sílaba se convirtieron en frases de dos o tres palabras. En pocos minutos, Nico comenzó a reír. Siguieron hablando por teléfono durante todo el camino a Merced.

—Pepe dice que lo sigamos a la Posada Merced. Él sabe dónde está todo.

 —Tienes razón —repuso Paula—. Ahora tienes que colgar.

—De acuerdo. Hasta ahora, cara de bola.

Sólo de forma temporal, las cosas habían vuelto a la normalidad.

—¿Pau? ¿Puede llevarme Pepe a la peluquería?

—¿A la peluquería? —dijo ella. ¿A cuento de qué venía eso?, se preguntó. No entendía nada.

—Sí. Le conté a Pepe que unos niños de la piscina me dijeron que tenía rizos de chica. Él dice que, cuando tenía mi edad, tenía largos rizos negros porque a su madre le gustaban, pero los niños se metían con él, así que su papá lo llevó a la barbería. ¡Yo quiero ser igual que Pepe!

¿Qué niño no querría?, se dijo ella. Sin embargo, un corte de pelo militar tal vez no fuera lo más indicado para el niño.

—No tenemos tiempo para eso, tesoro.

—Por favor. Prometo que me portaré bien y ya no lloraré más.

 —¿Lo dices de verdad?

—Sí.

Con un poco de suerte, Nico recordaría lo que ella le había dicho y podrían regresar a Florida sin escenas, pensó ella.

—Ya estás listo, hombrecito —dijo el barbero.

—¿Cómo estoy? —preguntó Nico, bajándose de la silla.

El pequeño parecía mucho mayor. Pedro le dió una palmadita en el hombro.

—¡Pareces un tipo duro! Me gusta. ¿Estás listo para despedirte?

—Creo que… sí —balbuceó Nico con tristeza.

Aquél era el trato que habían hecho Pedro y Nico. Si el niño prometía no llorar ni ponerse triste cuando se fuera, él lo llevaría a cortarse el pelo y Nico podría llamarlo por teléfono desde Miami siempre que quisiera. Le había escrito su número de móvil en un pedazo de papel que el niño se había guardado en el bolsillo.

Pedro pagó al barbero antes de salir hacia el coche de Paula, donde ella estaba esperando.

—¿Lo conozco de algo, caballero? —bromeó Paula, frotándole la cabeza.

—¡Soy yo! —rió el niño.

La sonrisa de Paula hizo que a Pedro se le iluminara el corazón por un instante. No quería ni pensar que ella fuera a regresar con su ex.

Un par de minutos después, los tres llegaron a la Posada Merced. El momento de la separación había llegado y las tornas parecían haber cambiado. Pedro era quien tenía ganas de llorar y patalear. Los Chaves sólo habían estado cuatro días en el parque. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo se hubiera apegado tanto a ellos? La última vez que había experimentado tanto sufrimiento había sido cuando había recibido la noticia de la muerte de Karen. ¿Era aquello a lo que se había referido el jefe Daniel en su visión? Le había hablado de un gran cambio que lo afectaría durante el resto de su vida.

En ese momento, Nico parecía estar sobrellevando la situación mucho mejor que Pedro, y que Paula, quien había estado demasiado callada desde su llegada a Merced.

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