lunes, 9 de enero de 2017

Identidad Secreta: Capítulo 52

—¡Gracias! ¿Oli? Dale a Nico unos caramelos, después creo que será hora de irnos.

—¡Genial! —Nico se sirvió dos piruletas antes de salir el primero por la puerta.

—Dejemos el resto en el porche para los demás niños que vengan.

—De acuerdo.

Una vez hubieron salido todos, Paula se echó el abrigo sobre los hombros y cerró la puerta. Fuera parecía un cuento de hadas invernal. Todo el mundo iba disfrazado y daba la sensación de que cualquier cosa sería posible y cualquier sueño podía volverse realidad. ¿Dónde estaba Pedro? ¿Cómo iba a soportar otra noche sin él?

Tras parar en varias casas, llegaron a la de los Sims con las calabazas de plástico llenas de caramelos. Debía de haber unas treinta personas reunidas. Entre la comida y los premios todos iban a sufrir una subida de azúcar durante días. El premio al disfraz más abominable fue, lógicamente, para Matías. Romina fue coronada como la mejor bruja embrujada. Nico y Olivia se hicieron con los premios a los disfraces más fieles a los personajes cinematográficos. Micaela  ganó el de la más guapa por su disfraz de Campanilla. Tres de los niños iban disfrazados de vampiro y Bautista  ganó el trofeo al más sangriento, mientras que los otros dos consiguieron el del más espeluznante y el del más terrorífico. Todos ganaron. Paula se llevó el premio al del mejor personaje histórico. Tras recibir su premio, un vale para alquilar una película, se acercó al ponche y se sirvió. La Parca apareció a su lado.

—Me has vuelto a asustar, Mati.

—Sólo quería decirte que si la princesa Tee-Hee-Neh era tan hermosa como tú, entiendo cómo empezó la leyenda.

—¡Pepe! —gritó ella tan entusiasmada que casi tiró el ponche.

—Ven conmigo —él dejó el vaso en la mesa y, sin decir más, la llevó hasta el cuarto de la lavadora, entre la cocina y el garaje. Cerró la puerta y quedaron a solas.

—Antes que nada, necesito algo —se quitó la careta del disfraz y la miró con ojos que emitían destellos de plata.

Después se besaron como solían hacer tras volver de la excavación. Su deseo entonces había sido insaciable, pero aún más en esos momentos. Durante unos minutos se devoraron tras sufrir una privación de tres días. Transportados por la pasión, ninguno de ellos fue consciente del paso del tiempo.

—Casi me muero de preocupación —al fin Pedro le permitió respirar.

—Lo sé —susurró él contra sus labios—. Perdóname una vez más.

—No hay nada que perdonar. Soy muy felíz por poder abrazarte otra vez.

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