lunes, 27 de febrero de 2023

Venganza. Capítulo 71

La abrazó, hundió el rostro en su pelo mojado y aspiró su delicioso olor.


–Te quiero, Paula. Lo creas o no, lo quieras o no. Y si eso me convierte en un loco… Pues será que estoy loco.


–¡Oh, Pedro!


–Y quiero casarme contigo más que nada en este mundo.


Pedro apoyó una rodilla en el suelo y tomó sus manos.


–Paula Chaves, ¿Me harás el honor de convertirte en mi esposa?


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas y amor. A lo lejos el Big Ben dió la hora. Pedro contó tres, cuatro, cinco agónicas campanadas antes de que Paula respondiese por fin.


–Sí, Paula Chaves, mi respuesta es sí. ¡Quiero casarme contigo!


Él sintió alivio, emoción y un amor infinito. Se puso en pie y la abrazó. Dejaron de oír el Big Ben mientras cerraban los ojos y sus labios se unían en el beso más tierno y maravilloso que habían compartido.


–¿Te parece que estoy bien?


Paula se plantó delante de Pedro con una de sus camisas puestas encima del vestido, con un nudo en la cintura y las mangas subidas.


–No quiero volver con pinta de haber pasado la noche fuera de casa.


–Pero si eso es exactamente lo que has hecho –respondió él, abrazándola por la cintura–. Y estás muy sexy.


Al acercarse más, Paula notó su erección.


–¿Y si llamamos a Florencia y le pedimos que cuide de Olivia otra hora más? –añadió Pedro.


–¡No! –ella se rió, empujándolo.


Había pasado la noche en el hotel de Pedro y a ambos les había costado mucho esfuerzo levantarse, ducharse y vestirse. Tras aquella noche de pasión, tan intensa emocionalmente, parecía mentira que todavía tuviesen ganas de más, pero las tenían. Las tendrían siempre.


–No podemos abusar más de Florencia –le dijo Paula, dándole un beso rápido–. Además, Olivia nos estará esperando. ¡Estoy deseando contarle que vamos a casarnos!


–¿Piensas que se alegrará?


–¡Se va a volver loca! Olivia te adora, Pedro, lo mismo que su madre.


–¿Qué he hecho yo para merecerlas? –preguntó él, poniéndose serio de repente–. He sido un idiota, Paula, por no permitirme amarte y por confundir mis sentimientos con ira y sed de venganza, cuando en realidad siempre he estado enamorado de tí.


–Tenías derecho a estar furioso después de lo que mi padre te hizo. Y de lo que hice yo.


–Tú no, Paula. Tú no tuviste ninguna culpa. Yo pensé que había sido así porque no me podía creer que hubieses venido a buscarme aquella noche solo porque me deseabas.


–No solo porque te deseaba, sino porque te quería ya por entonces, pero no podía decírtelo. El orgullo no me permitía contarte la verdad.


–Pues a mí me encanta tu orgullo. Y tu sonrisa, tu ceño fruncido, tu temperamento y tu enorme corazón. En especial, tu corazón –le dijo él, sonriendo de medio lado–. Aunque eso signifique tener que volver a contratar a empleados que había despedido.


Paula sonrió.


–Gracias por eso. Estoy segura de que Javier y Gustavo han aprendido la lección, y tú mismo dijiste que eran buenos en su trabajo. Fue solo una tontería, y lo sabes.


–Es cierto.


Por un segundo, se miraron a los ojos en silencio. Entonces, Paula se mordió el labio inferior.


–Venga… Suéltalo –la alentó Pedro–. ¿Qué es lo que te preocupa?


–Estaba pensando en mi padre… Supongo que todavía quieres sacar a la luz lo que hizo.


–No, ya no, sabiendo lo mucho que eso te afectaría. Vamos a dejar el pasado atrás. A mí ya no me importa. Lo único que me importa ahora mismo es el futuro, contigo y con Olivia. El futuro más maravilloso que jamás me habría podido imaginar.


–Voy a ser yo misma la que vaya a la policía –decidió Paula–. Quiero liberarme del peso de todo lo que hizo mi padre.


Pedro le dió un beso.


–Eres extraordinariamente valiente, Paula. Lo sabes,¿Verdad?


–No soy valiente. Solo hago lo que tengo que hacer.


–En ese caso, estaré a tu lado para apoyarte. El mundo será nuestro. Nuestro… Y de Olivia. Es todo lo que podría desear y pedir. Salvo, tal vez…


–Sí, dime.


–Tal vez un hermanito o hermanita para Olivia. O las dos cosas. O un par de cada… De hecho, podríamos empezar ahora mismo.


Ella se echó a reír.


–Te quiero, Pedro. Te quiero mucho.


–Y yo a tí, Paula, más de lo que soy capaz de expresar con palabras. Y estoy deseando pasar el resto de mi vida contigo.


–Y yo contigo, Pedro –susurró ella contra sus labios.









FIN

Venganza: Capítulo 70

 –No te hacía falta obligarme.


–Ahora lo sé. Y me alegro de que ya no haya nada que se interponga en nuestro camino. Podemos ser pareja… Una pareja de verdad. De hecho, me gustaría que fuésemos marido y mujer.


Ella dió un grito ahogado.


–¿Me estás pidiendo que me case contigo?


–¿Tanto te sorprende?


–Sí. No es posible.


–¿Por qué? Has admitido que me quieres. Ambos queremos a Olivia…


–Para que una relación, un matrimonio, funcione, ambas partes deben amarse –lo interrumpió ella en voz baja–. Una sola no es suficiente.


Lukas la miró de arriba abajo. Paula tenía la cabeza agachada, el cuerpo perdido dentro de su chaqueta, el pelo mojado. La abrazó y le hizo levantar la cabeza, y vio que tenía lágrimas en los ojos. Y los grilletes de su orgullo se vinieron abajo. De repente, como por un milagro, fue capaz de decir lo que pensaba, de aceptar lo que siempre había sabido. Estaba enamorado de Paula. Nunca lo había dicho, ni siquiera a sí mismo, pero era la verdad. Oyó las palabras en su cabeza. «Te quiero, Paula». Le resultaron sorprendentemente naturales, tuvo la sensación de que siempre habían estado allí, esperando a ser dichas, pero también tuvo una extraña sensación de pérdida. Porque entregar su corazón a Paula implicaba perder una parte de sí mismo. La parte amarga y resentida, la parte hostil y vengativa. Había estado con él tanto tiempo que Pedro había pensado que formaba parte del hombre que era. Pero en esos momentos veía las cosas de otra manera. Sin ni siquiera intentarlo, sin saberlo, ella lo había liberado de aquel horrible monstruo, dejándolo libre. Libre para amarla. Pedro le tomó el rostro entre las manos y vió el dolor en su mirada. Quiso borrarlo de allí con un beso, pero supo que eso vendría después. En esos momentos, tenía que utilizar las palabras.


–Si el amor es lo que te preocupa, debes saber que no hay ningún impedimento para que nos casemos.


Paula lo miró como si no lo entendiese. Lo que no era de extrañar, porque hablando así Pedro parecía un abogado, un imbécil… O ambas cosas a la vez.


–Lo que te estoy intentando decir es que… –empezó, frotándose la mandíbula–. Lo que te quiero decir es…


–¿Sí?


Tomó aire.


–Paula, eres la mujer más obstinada, exasperante y maravillosa que he tenido la suerte de conocer. Y te quiero con todo mi corazón.


Se hizo el silencio.


–No, no es posible.


–Sí, sí que lo es.


–Solo lo dices para engañarme. O porque piensas que es lo que quiero oír. O porque estás mal de la cabeza.


–Bueno, eso último sí que es cierto –admitió él, sonriendo de oreja a oreja.


Ella hizo una mueca, pero Pedro pensó que aquello no era suficiente, que necesitaba más. Así que esperó con las cejas arqueadas, la cabeza ladeada y los ojos posados fijamente en los suyos. Y entonces la vió sonreír por fin, sonreír de verdad.

Venganza: Capítulo 69

Pedro la observó desde donde estaba, apoyado en un árbol, a unos treinta metros. Había sido fácil seguir su cabello rojizo entre la multitud y el vestido dorado brillando bajo las luces de la ciudad. Habría sido capaz de encontrarla incluso con los ojos cerrados, porque se sentía atraído por ella, lo hipnotizaba. Lo había embrujado… Paula se estremeció, la fina lluvia se posó en su piel desnuda, bajó entre sus pechos. Pensó que debía tomar un taxi y volver a casa. Entonces se le ocurrió que tal vez Pedro hubiese ido allí. ¿Para qué perseguirla por las calles de Londres cuando podía ir a instalarse en su viejo sofá y esperar a que regresase? O tal vez hubiese vuelto a su elegante habitación de hotel a celebrar la victoria.


–¿Paula?


Se giró sobresaltada y chocó contra el duro pecho de Pedro. Sus fuertes brazos la rodearon, la apretaron contra su cuerpo, y ella se sintió muy bien.


–Estás empapada –comentó él, apartándose para quitarse la chaqueta y ponérsela por encima de los hombros.


Luego la miró a los ojos.


–¿Por qué me estás siguiendo? –inquirió ella en tono débil.


Quería enfrentarse a él, pero estaba cansada de pelear. Estaba muy cansada. Pedro dejó escapar una carcajada.


–¿No pensarías que te iba a dejar marchar?


Pasó una mano por sus rizos mojados y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.


–Jamás te dejaré marchar –añadió con voz muy tranquila.


Paula lo miró a los ojos.


–¿Y lo que yo opine no importa? –preguntó.


–No importa nada, en absoluto –respondió Pedro, inclinando la cabeza para rozar sus labios en un suave beso–. A partir de ahora, harás lo que yo diga.


–Eso piensas, ¿No?


–Sí, pero quiero que me respondas a la pregunta que te ha hecho salir corriendo del restaurante –le dijo él muy serio–. ¿Me quieres, Paula?


Ella esperó unos segundos y entonces se rindió.


–Sí.


–Entonces, dilo –insistió él, decidido a torturarla.


–Te quiero, Pedro.


No merecía la pena seguir negándolo.


–Preferiría no hacerlo, pero no puedo evitarlo.


–Umm… Me gusta la primera parte de la confesión. La segunda, menos.


–No te burles de mí, por favor. No es gracioso.


–No me estoy riendo. Tenía miedo de que no me quisieras. Podía obligarte a compartir la custodia de Olivia, a que vinieses a vivir conmigo a Grecia, o a donde fuese, pero todo eso no me importaba en realidad. A lo único que no podía obligarte era a que me amases.

Venganza: Capítulo 68

 –Habla por tí mismo. Yo soy completamente capaz de controlarme.


–¿Como hiciste después del entierro de tu padre? ¿O en mi departamento de Atenas? ¿Es así como te vas a controlar?


–¿Sabes qué, Pedro? –dijo ella, poniéndose en pie–. Que me marcho.


–De eso nada.


La autoridad de su voz hizo que Paula se volviese a sentar. Él agarró su copa, dió un buen trago y se tomó un momento para tranquilizarse.


–Te marcharás cuando hayas oído lo que tengo que decirte.


–Ya he oído suficiente, gracias.


–No –respondió Pedro, bajando la vista a su copa y haciéndola girar entre los dedos–. Hace no tanto tiempo me dijiste que me habías querido.


–¿Y?


–Eso me ha llevado a una sorprendente conclusión –continuó él, levantando la vista.


Paula lo miró a los ojos con el ceño fruncido, pero con ternura al mismo tiempo.


–Te apuesto lo que quieras, Paula Chaves… A que todavía me quieres.



Paula sintió que le ardía el rostro de la humillación. «Estúpida, estúpida, estúpida», pensó. Levantó las manos para intentar cubrirse el rostro, pero ya era demasiado tarde, Pedro la había visto. Lo sabía. Había pasado demasiado tiempo intentando ocultarlo, ocultárselo a él y a sí misma, a todo el mundo, y por un instante de patética esperanza había pensado que Pedro iba a decirle que era él el que la amaba. Era evidente que se estaba volviendo loca. Estaba enferma. Se agachó para tomar su bolso. Iba a marcharse y Pedro no podría hacer ni decir nada para detenerla. Echó la silla hacia atrás haciendo ruido y se puso en pie. Pedro la imitó. Paula notó su mirada clavada en ella, poniéndole la piel de gallina, como si la hubiese tocado para detenerla, pero no lo había hecho. Empezó a moverse, avanzó entre las mesas y pasó por delante del maître, que estaba en la entrada, convencida de que, en algún momento, notaría los dedos de Pedro agarrándola con fuerza del brazo, pero no. Salió a la calle, bajó los escalones a toda prisa y llegó a la acera. Se detuvo allí un instante, sin saber qué hacer, con el corazón retumbándole en los oídos. Llovía suavemente y las calles de Londres estaban mojadas. Giró a la derecha sin saber adónde iba, solo que quería alejarse de él y estar sola para poder lamerse las heridas. Caminó a paso ligero y se fue girando de vez en cuando para mirar por encima del hombro, a ver si Pedro la seguía. Se sintió aliviada y decepcionada a partes iguales al no verlo. Atravesó el parque de St. James, donde había gente paseando a sus perros, amantes que iban agarrados del brazo, hasta que llegó a la estación de Embankment y allí se apoyó en una pared y respiró hondo. El río Támesis fluía lentamente ante sus ojos, las luces bailaban sobre la superficie negra, pequeños barcos se deslizaban por ella, todo ajeno a su dolor.

Venganza: Capítulo 67

 –¡Maldita sea, Paula! –le espetó él, alzando la voz y haciendo que varias cabezas se girasen hacia ellos–. Esto no tiene nada que ver con tu maldito padre. Se trata de que Olivia forme parte de mi vida. «Mi vida». No solo de la tuya. ¿No te das cuenta de que intento encontrar una solución?


–¿Insistiendo en que nos mudemos a Grecia? –inquirió ella–. ¿Metiendo a Oli en una jaula de oro y tirando la llave?


–¿He dicho yo eso?


–¿No? Entonces, cuéntame cómo sería.


Pedro tomó aire e intentó tener un poco más de paciencia.


–Tendrías tu propia vida, tus propios amigos. Si quisieses trabajar de enfermera, yo no tendría ningún inconveniente.


–Todo un detalle por tu parte.


Pedro apretó la mandíbula. Paula le estaba haciendo perder la paciencia. Se inclinó hacia delante y le agarró las manos.


–Si yo fuese tú, agapi mou, cambiaría de actitud.


–¿Y si no?


«Te lo haré pagar», pensó él, pero no lo dijo. Se lo haría pagar debajo de su cuerpo, y encima. Haciendo que gritase su nombre y le rogase que le diese más. Podía hacerla suya allí mismo, encima del mantel, teniendo en cuenta el ímpetu de sus sentimientos. Cerró los ojos un instante e intentó tranquilizarse.


–Si no, te arrepentirás.


La respuesta no era la que quería dar, ni lo que quería hacer, pero el camarero llegó con el siguiente plato y él bajó las manos y se echó hacia atrás. Pasaron los minutos, Pedro empezó a comerse su filete. Paula jugó con el pescado que tenía en su plato.


–¿Y cómo piensas que sería? –preguntó Paula por fin, con un hilo de voz.


–¿A qué te refieres?


–Bueno… Has dicho que yo podría tener mis propios amigos.


¿También hombres? Pedro se puso tenso al instante, solo de pensarlo.


–Eso me parecía –añadió ella–. Mientras que tú sí que podrías ver a quien quisieras, ¿No? Y pasearte con una mujer tras otra, y llevarlas a tu cama.


–¿Y eso te molestaría?


–No, no me molestaría –le mintió–, pero no sería bueno para Oli.


–¿Y si te prometo que no habría mujeres?


–No hagas promesas que no puedas mantener, Pedro.


–Es la verdad. Si vivimos juntos, no habrá mujeres en mi cama.


–Ya, claro.


–Salvo tú, por supuesto.


–¿Yo? –preguntó Paula, ruborizándose.


–Sí, tú, Paula. Estoy seguro de que serás suficiente para satisfacer mis necesidades sexuales.


–Tu arrogancia no te permite pensar –le recriminó ella, furiosa–. ¿Qué te hace imaginar que voy a acceder a compartir tu cama?


–Lo pienso porque te he visto derretirte entre mis brazos, he sentido tus uñas clavadas en mi espalda, te he oído gritar mi nombre –respondió Pedro–. Puedes negarlo si quieres y hacerte la dura si eso te hace sentir mejor, pero ambos sabemos la verdad. Me deseas tanto como yo a tí. La atracción es mutua. Y, además, es algo que no podemos controlar.

Venganza: Capítulo 66

 –Nuestra hija estaba muy orgullosa de tí.


–Sí –respondió Paula, esbozando una sonrisa–, pero espero que la situación no haya sido demasiado dura para ella, que no tenga pesadillas o algo así.


Se miró el reloj.


–No debería volver demasiado tarde.


–Olivia estará bien –respondió él con firmeza–. Tenemos cosas de qué hablar.


Ella se sentó recta mientras el camarero se llevaba los platos. Se cruzó de brazos.


–Dime lo que me tengas que decir, pero te advierto, Pedro, que si se trata de quitarme a Oli…


–No.


Pedro vió esperanza en los ojos de Paula, la vió llevarse la mano a los labios, como aliviada.


–He decidido no pedir su custodia.


–¿De verdad? –le preguntó ella–. ¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión?


–He encontrado una solución mejor –respondió él, intentando hablar con naturalidad, tranquilo–. Oli y tú vendrán a vivir conmigo a Grecia.


La mirada de Paula se nubló un instante.


–No, Pedro.


–A Atenas –continuó él.


Habló como si Paula no hubiese dicho nada.


–Aunque podría tener en cuenta otros lugares, mientras no estén demasiado lejos de Thalassa.


–No me estás escuchando. Olivia y yo no vamos a marcharnos a ninguna parte. Vamos a quedarnos aquí, en Londres.


–Puedes elegir la propiedad, más de una, si quieres, todo lo grande que quieras. Encontraremos el mejor colegio para Olivia.


Insistió a pesar de que tenía una especie de zumbido en los oídos y se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos para intentar controlar la frustración que estaba creciendo en su interior, las ganas de agarrarla por los hombros y llevársela a su cueva en ese instante.


–He dicho que no.


–No les faltará nada –añadió Pedro.


–Nada, salvo mi libertad.


Por un instante, se miraron fijamente, la ira y la amargura les hizo guardar silencio. Y algo más, algo que ninguno de los dos podía controlar, por mucho que lo intentasen.


–No creo que estés en situación de hablar de pérdida de libertad –replicó él por fin.


–No, y tú no permitirás jamás que lo olvide, ¿Verdad? –dijo ella, arrugando la servilleta–. De eso se trata, ¿No, Pedro?


Todavía quieres hacerme pagar por los pecados cometidos por mi padre, amenazándome con quitarme a Olivia.

viernes, 24 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 65

 –No, Flor –insistió Paula–. Seguro que tenías planes para esta noche.


–No, no tengo planes, salvo acabarme esa botella de champán. Salgan ustedes. Y no tengan prisa por volver.


Paula la fulminó con la mirada. ¿No se daba cuenta de que no quería estar a solas con Pedro?


–Perfecto –dijo Pedro, dejando su copa encima de la mesa y tomando su chaqueta–. Tengo que hacer un par de cosas antes, así que te recogeré dentro de una hora.


Se dió la vuelta y después, volvió a girarse hacia ella.


–Ah… Será mejor que te pongas guapa. Al fin y al cabo, tenemos mucho que celebrar.



Pedro frunció el ceño mientras veía cómo Paula se comía un bocado de mousse de langosta y se limpiaba los labios con la punta de la lengua. Estaban en un exclusivo restaurante francés que había escogido con la esperanza de que el ambiente íntimo los ayudase a empezar a hablar. Y a empezar a resolver sus diferencias. Paula había estado educada, pero muy centrada en la comida. Y su lenguaje corporal era tenso, casi hostil. Él, por su parte, estaba intentando controlar la lucha interna que había comenzado en cuanto había llegado a Londres, dispuesto a conseguir su objetivo. No iba a pedir la custodia de Olivia, no podía separar a la niña de su madre. Además, las quería a las dos, juntas, lo que no sabía era cómo iba a conseguirlas. Bajó la vista e intentó ordenar sus pensamientos. Cosa hartamente complicada con Paula delante. No había sido buena idea sugerirle que se pusiese guapa, porque el vestido de cóctel corto y dorado se pegaba a su cuerpo y era muy revelador, aunque más elegante que sexy y un poco extravagante, como la misma Paula. Se había recogido el pelo en un moño suelto en la nuca y varios mechones rizados caían suavemente alrededor de su rostro, dándole un aspecto renacentista, etéreo. Estaba preciosa. Ella era como una droga para él: Peligrosa y adictiva. Le hacía actuar de maneras que no iban con él. Para empezar, en el entierro de su padre se había comportado como un bruto, y en esos momentos se sentía vulnerable. Ninguna otra mujer le había hecho sentirse así. Hambriento de algo más que deseo. Siempre la había deseado, su cuerpo, pero se había dado cuenta de que también quería tener su alma. Y no era un capricho, sino algo mucho más profundo. Despertaba en él sentimientos que prefería no reconocer, emociones que cada vez le parecían más reales. La palabra «Amor» se le había pasado por la cabeza, pero no le parecía posible. La idea era ridícula. Así que se había dicho que lo que quería era que Paula lo amase a él. Eso lo podía entender. Tomó su copa y dio un sorbo de vino tinto.

Venganza: Capítulo 64

Sin dejar de mirarla, sacó la carpeta de cuero que llevaba debajo del brazo y la dejó en un asiento cercano.


–He venido a hacer esto.


La abrazó contra su cuerpo.


–Y esto.


Y la besó apasionadamente. Paula se rindió, sintió que se derretía contra él. Casi ni oyó los aplausos y silbidos. Y a Olivia comentando:


–Ay, qué asco.



-Ya está dormida –comentó Paula, saliendo del dormitorio de Olivia y aceptando la copa de champán que Pedro le ofrecía antes de sentarse en el sofá–. Estaba agotada.


–No me sorprende –dijo Florencia, sentándose a su lado–. ¡Vaya día!


Paula se echó a reír. Olivia les había contado todo lo ocurrido a Florencia y a Pedro, y después al chico que había ido a llevarles un ramo de flores de parte de la familia del muchacho herido.


–Qué rico –dijo Florencia, dando un sorbo a su copa–. Muchas gracias, Pedro.


Y lo miró con una mezcla de curiosidad y admiración.


–Ha sido un placer.


Paula siguió la mirada de su amiga. Pedro estaba de espaldas a la ventana y su presencia dominaba toda la habitación a pesar de que se suponía que estaban en su territorio. Intentó mirarlo con desinterés, pero no pudo. Tenía el corazón acelerado, como siempre. Pedro iba vestido con unos pantalones de traje grises oscuros y una camisa de rayas grises y blancas remangada. Era la personificación del hombre de negocios multimillonario relajado. Le había crecido el pelo desde el día en que se habían encontrado frente a la tumba de su padre. Ya no lo llevaba tan corto y los rizos oscuros le tapaban la base de la nuca y le caían sobre la frente. Era lo único que había cambiado en él. Seguía teniendo un aire de austera autoridad.


–Me gustaría proponer un brindis –anunció.


–Buena idea –respondió Florencia, levantando su copa.


–Por las dos nuevas enfermeras. Porque ambas tengan una carrera larga y exitosa.


–Brindo por ello –dijo Florencia sonriendo.


–Y, por supuesto, por Paula.


–¡Sí! ¡Pau! ¡Nuestra heroína!


Volvieron a brindar y Florencia dió un abrazo a Paula, pero, al apartarse de ella, vió cómo su amiga y Pedro se miraban.


–Creo que me voy a ir a la cama –comentó Florencia.


–No, no te vayas –dijo Paula con nerviosismo.


–La verdad, Florencia –intervino Pedro–, es que quería pedirte un favor. ¿Podrías quedarte con Olivia esta noche, para que pueda llevar a cenar a Paula?


–Por supuesto. Encantada.

Venganza: Capítulo 63

 –¿Cuánto tiempo vamos a tener que quedarnos aquí?


–No mucho. En cuanto me traigan mi bolso podremos marcharnos. Aléjate de las puertas.


Olivia estaba cansada y se entretenía con las puertas automáticas que daban a la calle. Paula tiró la revista que tenía en las manos encima de una mesa y bostezó. Lo único que quería era irse a casa.


–¡Está aquí! –exclamó Olivia, dando saltos.


–Está bien, cálmate.


Un taxi acababa de detenerse delante de la puerta.


–Mira, mira. ¡Es papá! ¡Está aquí!


Paula se sintió aturdida. ¿Pedro? No podía ser. Pero lo vió entrar en el hospital e ir en su dirección. Como a cámara lenta, vió cómo tomaba a Olivia en brazos, la miraba de arriba abajo y sonreía antes de darle un beso en la frente. Luego se giró y puso toda su atención en ella. Tragó saliva y se le aceleró el corazón. Pedro lo era todo para ella y cuanto más intentaba olvidarlo, más lo necesitaba. Era como un pez atrapado en una red, intentando escapar, que, cuanto más se debatía, más se enredaba en ella.


–Paula. ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?


Ella se levantó y deseó gritarle que no, que no estaba bien. Que se sentía fatal por su culpa. Que estaba destrozada porque lo quería. Y que jamás se recuperaría. Pero no podía decirle nada de aquello, así que se puso recta y tomó aire.


–Sí, estoy bien.


–¿Y Olivia?


–También. Las dos estamos bien.


–Entonces, ¿Qué están haciendo aquí?


–Lo mismo podría preguntarte yo a tí.


–Por favor, Paula. Dime qué ha pasado, según Florencia, ha habido un accidente.


–De un señor en moto –intervino Olivia–. Mamá le ha salvado la vida.


–¿Pero a ustedes no les ha pasado nada?


Paula negó con la cabeza.


–¡Gracias a Dios! –exclamó Pedro aliviado.


–Íbamos en el taxi que lo ha golpeado, nada más. ¿Dices que has visto a Florencia? –preguntó Paula con el ceño fruncido, intentando comprender.


–Sí, en la ceremonia de graduación.


–¿Has estado en la ceremonia de graduación de Florencia? – preguntó ella, sin entender nada.


–No… Bueno, sí.


–¿Y qué hacías allí?


–Buscarte a tí, por supuesto.


–Ah… ¿Y puedo preguntarte el motivo? –añadió con cautela.


Se hizo un silencio. Las voces de las personas que los rodeaban se redujeron a un murmullo. Pedro la miró fijamente. Por primera vez, Paula vió vulnerabilidad en sus ojos oscuros. Se preguntó si tendría algún conflicto interno.

Venganza: Capítulo 62

La ambulancia que había acudido al lugar del accidente había ido directa al hospital en el que ella había realizado las prácticas y Paula conocía a sus ocupantes. Estos le habían sugerido que los acompañase hasta el hospital y ella había aceptado. De todos modos, no habría podido ir a la ceremonia de graduación con aquel aspecto, con la ropa toda arrugada y manchada de sangre. Además, con todo el lío se había dejado el bolso en el taxi, lo que significaba que no tenía ni monedero, ni teléfono ni llaves de casa. Había llamado a la empresa de taxis, donde le habían prometido llevarle el bolso al hospital, pero mientras tanto se había dado una ducha y se había puesto la ropa que había dejado en su taquilla mientras varias compañeras cuidaban de Olivia.


–Creo que, cuando crezca, voy a ser enfermera –dijo la niña, volviendo a ponerse a colorear–. O dueña de una naviera.


–¡Qué bien! –comentó el doctor Lorton.


Paula intentó sonreír también, pero no pudo.


–Como mi papá.




Pedro estaba empezando a perder la paciencia. Tuvo la sensación de que llevaba horas sentado en aquel salón de actos, viendo desfilar a estudiantes que recogían sus diplomas. Y todavía no había visto a Paula. En aquel momento vió que Florencia subía al estrado y pensó que aquella debía de ser la clase de Paula, pero ¿Dónde estaba ella?


–¡Paula Chaves!


Oyó retumbar el nombre en el salón, pero solo hubo silencio, seguido de murmullos, y después pasaron al siguiente estudiante. Pedro se puso en pie y miró a su alrededor, ni rastro de Paula. Fue hacia las escaleras del estrado y esperó a que bajase Florencia.


–¿Dónde está? –le preguntó.


–¡No lo sé! –admitió ella preocupada–. Salió de casa con Olivia antes que yo… Le he enviado varios mensajes… Pero nada.


–Pues inténtalo otra vez –le pidió Pedro, sin contarle que él también le había dejado varios mensajes y no había obtenido respuesta.


Florencia buscó su teléfono y miró la pantalla.


–Tengo un mensaje, pero no es de Paula.


Pedro frunció el ceño.


–Ah, sí que es ella, pero ha utilizado el teléfono de otra persona –añadió Florencia entonces–. Ha habido un accidente… Olivia y ella están en el hospital.


–¿Qué hospital? –inquirió Pedro, preso del pánico.


–A ver… St. George, pero dice que no me preocupe, que las dos están…


Antes de que a Florencia le hubiese dado tiempo a terminar la frase, Pedro se había marchado corriendo hacia la calle.

Venganza: Capítulo 61

Se había sentido cada día peor, más irritable e irracional. Y la idea de salir por la noche a divertirse le había parecido tan repulsiva que se había preguntado si no estaría enfermo. Pero no, no estaba enfermo. Sabía muy bien cuál era la fuente de su malestar. Paula Chaves, que le había calado hondo, había hecho que se lo cuestionase todo: Sus motivos, su moralidad. Tenía la certeza de que necesitaba tenerla en su vida. De manera permanente. Y no solo en su cama por las noches. A pesar de que no podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo, en su olor. No podía sacársela de la cabeza. Por ese motivo, la noche anterior se había rendido y había tomado la decisión de ir a Londres y resolver aquel embrollo de una vez por todas. Aunque no tuviese ni idea de cómo iba a hacerlo. Pero antes tenía que encontrarla. La puerta se abrió y apareció Florencia.


–Estoy buscando a Paula. ¿Está en casa? ¿Está aquí mi hija?


–No. Se han marchado.


–¿Se han marchado? –repitió él con el corazón acelerado, pensando que iba a buscarlas y a hacer lo que fuese necesario para recuperarlas.


–Sí, a nuestra ceremonia de graduación.


Florencia levantó el brazo, en el que llevaba la toga, y señaló el taxi que estaba esperando en la calle.


–Ahí está mi taxi. Paula se ha marchado antes porque quería…


–Da igual el motivo –la interrumpió él.


Acompañó a Florencia hasta el taxi y se subió con ella en la parte trasera.


–Vaya a donde ella le diga. Y rápido.


Pero cuando llevaban diez minutos circulando se vieron metidos en un atasco.


–Ha habido un accidente, amigo –comentó el taxista–. Es posible que lleguen más rápidamente andando.


Pedro juró en silencio, pagó la carrera, agarró a Florencia de la mano y tiró de ella.


–¿Conoces el camino? –le preguntó, ya en la acera.


–Debería –respondió ella–. He estudiado allí tres años.


–Pues vamos.





–¿Cómo está, doctor Lorton? –preguntó Paula al médico de urgencias.


–Fuera de peligro –respondió él, apoyando un brazo sobre sus hombros–. Ha hecho un trabajo excelente, enfermera Chaves.


–¿Y la pierna?


–Vamos a operarlo, parece que podremos salvarla.


–Menos mal.


–En serio, Paula, le has salvado la vida a ese hombre. Tu mamá… –se inclinó para hablarle a Olivia, que estaba entretenida coloreando– ¡Es toda una heroína!


Olivia le sonrió.


–Es una pena que te hayas perdido la ceremonia de graduación –le dijo el doctor Lorton a Paula.


–No pasa nada. Al menos la toga ha servido para algo.


–Y esto ha sido mucho más emocionante –añadió Olivia–. He podido montar en ambulancia y todo.


–¡Eso me han dicho!


Paula levantó a su hija del suelo y la abrazó. Esperaba que la experiencia no hubiese sido demasiado traumática para ella.

miércoles, 22 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 60

 –¡No lo he visto! –gritó el taxista asustado–. Ha salido de repente, no sé de dónde.


–¡Llame a una ambulancia! –le ordenó Paula.


Un pequeño grupo de viandantes había empezado a arremolinarse a su alrededor.


–¿Alguien sabe hacer primeros auxilios? –preguntó ella.


Nadie respondió.


–Tú –dijo Paula, señalando a un joven que parecía inteligente–. Ven a ayudarme.


Él se acercó.


–¿Es usted médico, señorita?


Paula se puso muy recta, consciente de que su aspecto debía de ser un tanto extraño, vestida con la toga y el birrete.


–Soy enfermera –respondió, quitándose el birrete y la toga y dando esta al joven–. Rásgala, tenemos que hacer un torniquete para parar la hemorragia.


Volvió a inclinarse sobre el hombre y vió que se le iban los ojos hacia atrás. Pensó que no podía dejarlo morir. No podía. Tomó el trozo de tela que el joven le tendía y lo ató con firmeza al muslo del herido. Después le desabrochó la cazadora de cuero y empezó a hacerle un masaje cardiaco. Siguió así durante varios minutos, negándose a parar por mucho que le doliesen los brazos. Oyó a lo lejos la sirena de la ambulancia, que se acercaba, y se dijo que iba a mantener a aquel hombre con vida.



Pedro llamó de nuevo al timbre de casa de Paula, molesto. O ella no quería abrirle, o había salido. O, todavía peor, se había marchado de allí con Olivia. Tenía que haberla avisado de que iba a ir, aquello habría sido lo más sensato, pero cuando se trataba de Paula no era capaz de pensar con claridad. Además, había querido darle una sorpresa a Olivia. Y a su madre también… Había estado las semanas anteriores en Atenas, trabajando mucho, todo lo posible, para conseguir alcanzar su meta. Y lo había conseguido. Alfonso Shipping volvía a estar a flote. Y con respecto a Blue Sky Charters, después de haber despedido a Javier y a Gustavo el resto de los empleados se había puesto a trabajar para impedir que les ocurriese lo mismo. Por otro lado, Pedro había pedido a sus abogados que iniciasen los procedimientos necesarios para conseguir la custodia de su hija y había recabado más información acerca de Miguel Chaves. Tenía que haberse sentido satisfecho con todo lo que había conseguido, pero en realidad se sentía muy tenso, tenía la sensación de haberse portado muy mal con Paula desde el principio. Y, por supuesto, echaba de menos a Olivia. Villa Ana estaba muy vacía sin ella y su esperanza de sentirse mejor en el departamento de Atenas tampoco había resultado. Más bien al contrario.

Venganza: Capítulo 59

 -Póntelo, mamá –le dijo Olivia, señalando el birrete que descansaba en el regazo de Paula.


Iban de camino a su ceremonia de graduación en la universidad, cosa que le apetecía mucho más a su hija que a ella. Paula dudó.


–Venga, mamá –insistió Olivia–. Para que todo el mundo vea que hoy es tu día especial.


–De acuerdo –respondió ella, sonriendo y poniéndose el tonto sombrero en la cabeza–. Así. ¿Ya estás contenta?


Olivia asintió y giró la cabeza para mirar por la ventanilla del taxi otra vez. Paula estudió su perfil. Lo más importante del mundo era que la niña estuviese feliz y se le rompía el corazón al pensar en lo callada que había estado en las últimas semanas. Se habría puesto un disfraz de payaso para la ceremonia de graduación si eso hubiese animado a su hija, pero sabía que solo había una cosa capaz de alegrarla: Volver a estar con su padre. Hacía tres semanas que habían vuelto a Londres, al principio Olivia no había dejado de preguntar cuándo iba a volver a ver a su padre y, después, parecía haber aceptado con tristeza la realidad. Lo que solo había hecho que Paula se sintiese todavía peor. No obstante, había intentado adoptar una actitud alegre y positiva, había decidido que iba a compensar la ausencia de Pedro. Habían ido al zoo y al parque, habían hecho picnics y habían comido helados. Había permitido que Olivia se acostase un poco más tarde y que pasase más tiempo acurrucada con ella en el sofá, aunque lo cierto era que esto último se lo había permitido más bien porque le gustaba a ella. Porque cualquier cosa era mejor que la soledad… Que quedarse sola y pensar en que su vida era un desastre. Había estado esperando que saliese a la luz la noticia de que su padre había sido un ser horrible, o que le llegase una carta del abogado de Pedro pidiendo la custodia de Olivia. O ambas cosas. Se levantaba con miedo todas las mañanas, pero después no pasaba nada. No había tenido noticias de él, pero, en vez de sentirse aliviada, se sentía dolida. Era una tortura. Un brusco frenazo hizo que volviese a la realidad, seguido por un golpe que las echó a ambas hacia delante a pesar de que llevaban puesto el cinturón de seguridad.


–¿Qué ha pasado, mamá?


–No estoy segura, cariño –respondió ella, mirando a su hija con nerviosismo–. ¿Estás bien?


–Sí, estoy bien –respondió Olivia, mirando por la ventanilla–, pero creo que hay un hombre muerto.


Paula siguió su mirada y vio a un hombre joven que yacía en la calle. Se desabrochó el cinturón de seguridad rápidamente, pensando que, al fin y al cabo, era enfermera y podía ocuparse de aquello.


–Seguro que no está muerto. Tú quédate aquí. Voy a ver si puedo ayudarlo.


Olivia asintió, obediente, y Paula salió del taxi y fue hasta el hombre, que estaba inconsciente. Todavía llevaba puesto el casco y tenía la cabeza girada hacia el otro lado. Tenía una herida en la pierna y estaba sangrando. A poca distancia de él estaba tirada su motocicleta. Se arrodilló a su lado y le buscó el pulso en el cuello. Estaba muy débil.

Venganza: Capítulo 58

Él tuvo que hacer un esfuerzo, pero supo que aquello era lo correcto. Lo más inteligente. No tenía intención de pelearse con Paula en ese momento, delante de Olivia. Si ella quería hacer las maletas y marcharse, no intentaría detenerla. Podría esperar… Un poco más. Además, aquel era el tipo de comportamiento que le haría ganar la custodia de la niña. Porque la iba a ganar. Sí, pronto tendría él todas las cartas y a Paula de rodillas rogándole. La mera idea le excitaba. Entonces, la tendría  donde quería, en su cama.


–Ven, pequeña –le dijo a Olivia al ver que le temblaba el labio inferior–. No te pongas triste. Nos veremos muy pronto.


–¿Me lo prometes?


–Te lo prometo. Ahora tienes que marcharte con tu madre, pero enseguida volveremos a estar juntos.


La dejó en el suelo y le dió una palmadita en la espalda para que fuese hasta donde estaba Paula. Ésta lo miró con miedo, como un animal acorralado que protegía a su cría.


–¿Quieres que las lleve con el helicóptero? –le preguntó él.


–No, gracias –respondió ella–. Podré arreglármelas sola.


–Como quieras –dijo él, girándose hacia Rafael, que estaba en la puerta, esperando instrucciones, con gesto de preocupación–. Rafael, por favor, asegúrate de que hay barco disponible para llevarlas.


–Sí, señor.


–Vamos, Oli –dijo Paula, dirigiéndose hacia la puerta–. Ah, las maletas…


–Yo lo haré –dijo Pedro, volviendo al dormitorio de Paula, donde tomó las dos maletas.


Luego las sacó a la calle y las metió en el maletero del coche. Esperó a que Paula le abrochase el cinturón de seguridad a Olivia y se inclinó a darle un beso a la niña.


–Hasta muy pronto, paidi mou.


Olivia asintió, estaba a punto de echarse a llorar. Pedro se puso recto y miró a su madre.


–Paula–dijo a modo de despedida.


–Adiós, Pedro–respondió ella, orgullosa, desafiante.


–Hasta pronto. Me pondré en contacto contigo para que nos pongamos de acuerdo.


–Vas a perder el tiempo –replicó Paula–. Olivia es mi hija y va a quedarse conmigo.


Y luego fue hacia la puerta del copiloto.


–En ese caso, será mejor que te busques un buen abogado, Paula, porque lo vas a necesitar.


Ella lo fulminó con la mirada y se subió al coche, se abrochó el cinturón de seguridad y alargó la mano hacia atrás, para tomar la de Olivia.


–Solo para que lo sepas, pronto haré pública la información acerca de tu padre. Por si quieres mencionárselo a tu abogado también.


Dicho aquello, cerró la puerta y dió un golpe en el techo del coche, para que Rafael supiese que podía arrancar. Luego se quedó con los brazos en jarras hasta que el coche desapareció por el camino dejando tras de sí una nube de polvo. Él volvió a la casa y cerró la puerta. Miró a su alrededor y pensó que nunca se había sentido más solo en toda su vida.

Venganza: Capítulo 57

 –¿Por qué más, Paula, dímelo?


–Porque… ¡Porque te odio! –respondió ella, presa de la emoción.


Entonces respiró hondo. Pensó que lo mejor que podía hacer era cruzar la delgada línea que separaba dos emociones tan extremas.


–Esas son palabras mayores, agape.


Pedro pasó un dedo por sus labios, como para acallarla, y  después inclinó la cabeza para acercar sus labios peligrosamente a los de ella. Paula estaba a punto de caer en la tentación cuando…


–¡Hola!


La voz de su hija hizo que Paula despertase y saliese corriendo de la habitación. Pedro se quedó mirándola con exasperación, deseo, ira e impotencia, sentimientos que, al parecer, formaban parte de su relación con Paula. Si es que a aquello se le podía llamar relación.


–¡Hola, cariño! ¿Lo has pasado bien?


Oyó que Paula le preguntaba a la niña.


–¿Ha vuelto papá? –preguntó Olivia–. El helicóptero está afuera.


–Sí, pero el caso es que…


–Yassou, Olivia –dijo Pedro, entrando en el salón.


La niña corrió hacia él, que alargó los brazos para levantarla en volandas.


–¡Sí! ¡Has vuelto! –gritó la pequeña, abrazándolo por el cuello–. ¿Por qué has tardado tanto?


–Tenía mucho trabajo.


–¿Has comprado mi barco?


–Sí.


–Bien. ¿Cuándo puedo verlo?


–Bueno, la verdad es que… –empezó Paula de nuevo.


–Muy pronto.


–No va a poder ser tan pronto –añadió Paula, acercándose para tomar a Olivia de brazos de Pedro–. Porque ha habido un cambio de planes, Oli. Vamos a volver a Inglaterra.


–Oh… –dijo la niña con decepción–. ¿Por qué?


–Porque tenemos que volver a casa.


–¿Por qué? A mí me gusta estar aquí.


–Lo sé, pero las vacaciones no duran eternamente.


Olivia hizo un puchero.


–¿Y va a venir papá con nosotras?


–No.


Los grandes ojos verdes de Olivia lo miraron y él sintió que se le encogía el corazón.


–¿Por qué no?


–Porque, como bien sabes, papá vive aquí –le respondió Paula a su hija en tono paciente–. Ya están las maletas hechas, así que si Rafael nos lleva hasta el puerto…


–Yo creo que papá no quiere que nos marchemos, ¿Verdad, papá?


Dos pares de ojos verdes lo miraron.


–Tienes que hacer lo que dice tu madre –respondió él.


Vió sorpresa en los ojos de Paula, y la oyó respirar aliviada.

Venganza: Capítulo 56

Pedro aflojó las manos e inclinó la cabeza para mirarla, le apartó un mechón de pelo y, al hacerlo, le rozó la mejilla. Paula cerró los ojos. Sintió que él se acercaba más, que su aliento le acariciaba los labios y ella los separó ligeramente. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlarse y empujar a Pedro.


–Tal vez pienses que tienes todo el poder, Pedro, tienes dinero y contactos para hacerte con la custodia de Olivia, pero estás equivocado. Jamás permitiré que me quites a mi hija. Jamás.


Se le quebró la voz del dolor, de la tristeza y de la ira.


–Antes prefiero estar muerta que sin mi hija.


Luego retrocedió varios pasos mientras lo fulminaba con la mirada a pesar de que, en realidad, nunca se había sentido tan asustada, tan vulnerable.


–¿No estamos siendo un poco melodramáticos?


Pedro se acercó y apoyó una mano en su hombro, pero ella se dió la vuelta y salió de la habitación. Oyó que Pedro la seguía por el pasillo, pero hizo caso omiso. Una vez en el dormitorio, empezó a vaciar cajones y armarios, y lo tiró todo encima de la cama mientras él la observaba desde la puerta. Luego tomó una maleta, la abrió y empezó a llenarla.


–¿Puedo preguntarte qué estás haciendo?


–Eres un chico listo, Pedro, estoy segura de que ya sabes la respuesta –le contestó, repitiendo sus palabras, antes de meterse en el cuarto de baño a recoger sus cosas–. Es obvio. Me marcho.


–¿Te marchas? –le preguntó él, acercándose–. ¿O huyes?


–Llámalo como quieras.


Paula entró en la habitación de al lado, la habitación de Olivia, y empezó a recoger también sus pertenencias. No podía detenerse a pensar, con Pedro tan cerca. Metió la ropa de la niña en su pequeña maleta y después miró a su alrededor, vió la colección de conchas, la muñeca que Juana y Rafael le habían regalado, el barquito que Olivia adoraba, regalo de su padre. Tomó la muñeca y dejó el barco.


–Y, por si te cupiese la menor duda, Olivia viene conmigo.


No sabía lo que iba a hacer después, solo que tenía que salir de allí antes de que el dolor y la tristeza le impidiesen moverse.


–Huir no soluciona nada, Paula. Pensé que a estas alturas ya habrías aprendido eso.


–Todo lo contrario.


Pasó por su lado y salió de la habitación, con la maleta de Olivia en una mano y la muñeca en la otra. De vuelta en el dormitorio, echó la muñeca en su maleta e intentó cerrar la cremallera, tarea difícil porque no había doblado la ropa.


–En estos momentos lo más importante es estar lejos de tí, tanto Olivia como yo.


–¿Y por qué estás tan desesperada por alejarte de mí?


–Porque eres un matón mentiroso y malintencionado. Porque has estado planeando quitarme a mi hija. Porque…


Se calló cuando Pedro la agarró por la barbilla para que lo mirase a los ojos. Ella sintió calor, sintió que su cuerpo se ponía todavía más tenso.

lunes, 20 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 55

 –¡Esto no tiene nada que ver con mi padre ni conmigo! –le espetó ella, furiosa–. Estamos hablando de tí, que te has llevado un mechón de pelo de Olivia para hacerle una prueba de ADN.


Pedro se quedó en silencio.


–Lo sé, así que no te molestes en negarlo –continuó Paula.


–Es cierto, he pedido una prueba de ADN para establecer la paternidad de mi hija –admitió Pedro, encogiéndose de hombros con indiferencia.


–Has mentido por omisión –replicó ella, utilizando su misma expresión.


–Que haya hecho lo necesario para establecer una base legal en la relación con mi propia hija no tiene comparación con las atrocidades que tu familia hizo conmigo.


–¿Una base legal? –inquirió Paula–. ¿Qué significa eso exactamente? No estabas seguro de que fuese tuya, ¿Verdad?


–Todo lo contrario. Nunca he tenido la menor duda.


El pánico hizo que a Paula le temblasen las piernas.


–¿Entonces? ¿Para qué querías una prueba de ADN?


Pedro esbozó una sonrisa.


–Eres una chica lista, Paula. Estoy seguro de que ya sabes la respuesta. No obstante, si quieres que te la dé yo, te diré que para tener el control legal sobre mi hija, tengo que ser capaz de demostrar la paternidad. Para empezar, necesito que mi nombre aparezca en su partida de nacimiento.


Paula deseó decirle que no había podido pedirle que fuese con ella al registro, pero pensó que aquello solo podía empeorar las cosas, así que preguntó:


–¿Y para continuar?


–¿Para continuar? –repitió él, quedándose pensativo–. Bueno, te lo voy a contar. Después voy a pedir la custodia de mi hija.


–¡No! –gritó ella, horrorizada, lanzándose contra Lukas con los puños cerrados–. ¡Jamás!


Pedro no hizo nada para detenerla y eso la enfadó todavía más. Paula levantó una mano para golpearlo, pero él la agarró por la muñeca.


–No voy a permitir que me vuelvas a dar una bofetada.


–¡Suéltame! ¡Déjame! –gritó ella, intentando zafarse, pero Pedro siguió sujetándola.


Luego la acercó más a él y la soltó, pero para agarrarla por los brazos. Inclinó la cabeza y le susurró al oído:


–Te dejaré marchar cuando haya terminado.


Paula se quedó rígida, con el corazón a punto de salírsele del pecho. Y entonces volvió a sentirlo. «Deseo». Aunque aquella palabra no definía exactamente lo que había entre Pedro y ella. Era más bien ansia, hambre, anhelo, una obsesión que la desconcertaba y la debilitaba y que, al mismo tiempo, daba todo el poder a Pedro. Era mucho más alto que ella, la dominaba. Ladominaba, pero en cuerpo y alma. Estaba enamorada de él. Y en aquellos momentos eso le parecía una terrible crueldad del destino.

Venganza: Capítulo 54

A Paula le dió un vuelco el corazón al oír aterrizar el helicóptero. Pedro había vuelto. Dejó su libro, se puso en pie y apoyó las manos en las caderas, pero según fueron pasando los segundos y no lo vio aparecer, empezó a ir y a venir por la habitación, alisándose la falda del vestido con manos temblorosas.


-Kalispera –la saludó Pedro, para después entrar a la cocina a por un vaso de agua–. ¿Dónde está Olivia?


–No está aquí –le respondió ella.


–Eso ya lo veo –dijo él, dejando el vaso encima de unamesa–. ¿Dónde está?


–Eso da igual ahora, lo que yo quiero saber es dónde has estado tú.


–¿Me has echado de menos? –inquirió él en tono frío.


–No seas tan engreído. Habría sido todo un detalle decirnos cuándo pretendías volver.


–Yo nunca he sido precisamente detallista.


–No –admitió Paula, mirándolo a los ojos–. Es cierto, no sé cómo se me había olvidado.


Él sonrió, como si estuviese divirtiéndose, jugando con ella.


–Bueno, ya veo que estás encantada de verme. ¿Dónde has dicho que está Olivia?


–No te lo he dicho, pero, ya que lo preguntas, está en Villa Melina. Juana va a darle la merienda y después Rafael la traerá de vuelta.


–Interesante… –respondió él, acercándose más y mirándola fijamente–. Entonces, estamos solos.


–Sí. Mucho mejor así.


–Todavía más interesante. ¿En qué estás pensando, Paula? –le preguntó Pedro, tomando un mechón de pelo rojizo entre sus dedos.


–Te voy a contar en qué estoy pensando –replicó ella, alejándose para que no la pudiese tocar–. Vamos a empezar por hablar de lo que has estado haciendo estas dos últimas semanas.


–Eso no es asunto tuyo, agape.


–¿No? ¿Nada de lo que has estado haciendo es asunto mío?


–Eso he dicho.


–En ese caso, eres un mentiroso, Pedro Alfonso.


–¿Qué has dicho?


–Que eres un mentiroso –le repitió ella.


Tenía miedo, pero sabía que ya no había marcha atrás.


–Si yo fuese tú, retiraría eso, Paula. Te estás metiendo en aguas pantanosas.


–No, no voy a retirarlo.


–Entonces, voy a tener que dejarte varias cosas claras – contestó él–. No puedo creerme que tú, precisamente tú, me llames mentiroso. Tú, que no me contaste que había tenido una hija.


–Eso es diferente. No se puede comparar.


–Mentiste por omisión, Paula. Y eso es tan malo como mentirme a la cara. O peor. Es todavía más cobarde, así que no te molestes en intentar defenderte.


–No tengo ningún interés en defenderme.


–Hablando de mentirosos, ¿Y tu padre?

Venganza: Capítulo 53

 –Si tú lo dices… –había respondido el otro hombre, dándole una palmadita en la espalda–. En cualquier caso, yo te recomendaría que lo tuvieses todo legalmente bien atado. Todo. En mi experiencia, mezclar los negocios con el placer puede ser una combinación letal.


Pedro sabía que tenía razón. Que tenía que hacer las cosas bien con respecto a la empresa, y también en lo relativo a Olivia. De repente, no había podido dejar de analizar el reciente cambio de comportamiento de Paula. Sus comentarios acerca de que Olivia era nieta de Miguel, de que había que suavizar el impacto que la verdad tendría sobre la niña. Al parecer, a Paula se le había olvidado que Horacio Alfonso también había sido abuelo de Olivia. ¿Había estado intentando manipularlo para que no hiciese públicas las atrocidades que había cometido su padre? ¿Para que siguiese cargando él con la culpa? ¿Era ese el motivo por el que había pasado aquella noche con él? Si era así, Paula iba a llevarse una gran decepción. Porque para él, por mucho que la hubiese deseado, solo había sido sexo. Tal vez ella pensase que así podía meterse en su cabeza y apelar a su buena naturaleza, pero lo que no sabía ella era que él no tenía buena naturaleza después de su paso por la cárcel. Así que había borrado el mensaje del teléfono en ese mismo momento y había buscado en su bolsillo el pequeño mechón de pelo que Olivia le había dado. Si había tenido alguna duda, si en algún momento se había sentido un poco culpable por lo que iba a hacer, ya lo tenía claro. Después de diez duros días en Bolivia, Pedro había vuelto a Atenas aquella misma mañana, con la información que necesitaba. Antes de volver a Thalassa, había decidido pasar a dar una vuelta por Blue Sky Charters. Estaba a punto de entrar en las oficinas cuando oyó la conversación que estaba teniendo lugar en su interior.


–No tienes ninguna posibilidad con ella. Una chica como Paula Chaves jamás se fijaría en tí.


–¿Eso piensas? Pues yo te digo que el día del barco sí que me miraba.


–¡En tus sueños!


–No subestimes al Gustavo encantador, amigo mío. Siempre consigue lo que quiere.


–Yo diría que le gusté más yo, por eso me pidió que le enseñase a hacer nudos marineros.


–En ese caso, vamos a hacer una apuesta, Javier. El primero que consiga un beso de Paula, gana.


En ese momento, Pedro había abierto la puerta con brusquedad. Javier y Gustavo se habían puesto en pie de un salto al verlo.


–¡Están despedidos! ¡Los dos! ¡Fuera de aquí! –había anunciado él.


En esos momentos, mientras sobrevolaba el azul mar Egeo en su helicóptero y veía a lo lejos la isla de Thalassa, Pedro seguía enfadado. Estaba furioso. Paula Chaves había demostrado cómo era en realidad y a él se le había caído la venda de los ojos, así que iba a demostrarle la clase de hombre que era él.

Venganza: Capítulo 52

 –Admiro tu tenacidad, joven, pero una cosa será comprar los barcos y, otra muy distinta, que los clientes vuelvan a confiar en el apellido Alfonso, después del escándalo en el que se vieron envueltos tu padre y tú.


–Para su información –le había contestado él–, mi padre y yo éramos inocentes. El responsable del contrabando de armas fue Miguel Chaves, hecho que pronto podré demostrar al mundo entero.


–¿Y cómo pretendes hacer eso?


–Tengo mis métodos. Pronto saldrán a la luz nuevas pruebas.


Era la verdad. Además del testimonio del viejo abogado, aquella misma mañana se había abierto una nueva línea de investigación. Había habido detenciones relacionadas con un cártel de droga sudamericano y la policía había descubierto que este había recibido armas a través de C&AShipping. Aquel debía de haber sido el último negocio que había hecho Miguel antes de morir. Pedro iba a volar a Bolivia aquella misma tarde para averiguar todo lo que pudiese y tener, por fin, las pruebas necesarias para demostrar la clase de hombre que había sido Miguel.


–Interesante… –había comentado Papadakis–. ¿Y tu relación con la chica de Chaves también forma parte del plan?


–¡Yo no tengo ninguna relación! –había respondido él.


–¿No? Bueno, eso es lo que había oído. Y admito que me había sorprendido. Aunque supongo que la idea es mantener cerca a tus enemigos. ¿O hay algo más? –le había preguntado el otro hombre–. ¿No habrás sido víctima de sus encantos femeninos?


–¡No!


–No serías el primero, eso es seguro. Y es una chica muy guapa, la verdad, pero yo te recomendaría que tuvieses cuidado y no confiases en nadie de la familia Chaves. Si vas a sacar a la luz lo que hizo su padre, supongo que Paula intentará salvar su propio pellejo, sin importarle a quién se lleve por delante.


–No te preocupes, Papadakis, que ya te he dicho que no hay nada entre Paula y yo.


–Salvo una hija, por supuesto.


A Pedro le había sorprendido que también se supiese aquello.


–¿Olivia? –había continuado Papadakis–. No hace falta ser un genio para atar cabos. ¿Así que la dinastía Chaves Alfonso está a punto de renacer de sus cenizas?


–No –había rugido Pedro–. La familia Chaves no tiene nada que ver con esto. Va a ser una dinastía nueva, que llevará solo el apellido Alfonso.


–Pero la niña es nieta de Chaves, ¿No?


–¡Pero es mi hija! –había replicado Pedro, poniéndose en pie–. Lo que significa que es una Alfonso. Y ya está.

Venganza: Capítulo 51

 –¿Qué es esto, Oli? –preguntó en voz alta, para que la niña la oyese desde el cuarto de baño.


Olivia apareció en la puerta con el cepillo de dientes en la mano.


–Ah, eso. Es un mechón de pelo de papá.


–¿Y por qué tienes un mechón de pelo de papá?


–Hemos hecho un intercambio. Él se ha cortado un poco de pelo para dármelo a mí y yo le he dado otro poco del mío a él. Me ayudó papá con las tijeras.


Olivia volvió al baño a dejar el cepillo.


–¡Ay! –exclamó desde allí–. Se me había olvidado que eso también era un secreto.


–No pasa nada, cariño –le dijo Paula, a pesar de que le temblaban las manos al entender lo que se proponía Pedro.


–No te preocupes, mamá –le dijo Olivia, subiéndose a la cama y dándole un beso en la mejilla–. Fue solo un poco de pelo. Tengo mucho más.


–Por supuesto que sí.


Paula le devolvió el beso, la tapó, bajó la persiana y salió de la habitación. Fue al salón, se sentó en el sofá y abrazó con fuerza un cojín. 


Pedro ajustó el micrófono de sus cascos mientras esperaba a que le diesen el visto bueno para despegar. No estaba de humor para que le hiciesen esperar mucho, así que se alegró al ver, pocos segundos después, que tenía permiso para hacer que se elevase el helicóptero. Habían sido un par de semanas agotadoras, pero por fin volvía a Thalassa, con planes de futuro claros. Planes que harían que ella se plegase a sus deseos. Planes que iba a controlar él, con la cabeza y no con su traicionero cuerpo. La noche que había pasado con ella había quedado muy atrás. Era como si aquel hombre no hubiese sido él, y no lo era. Era evidente que tendría que tener la guardia bien alta con ella, porque sabía que Paula lo volvía loco y que, además, era adictiva. Por eso le había pedido que se quedase con él en Atenas, para pasar otra noche con ella, y otra más, pero le había dicho que no. Era probable que hubiese pensado que con una noche había sido suficiente para doblegarlo. Al día siguiente, había estado reunido cuando lo habían asaltado las dudas. Había estado negociando la compra de un barco más para la flota de C&A Shipping, al que le pondría el nombre de su hija, Olivia. Entonces había recibido el mensaje de Paula, que le había hecho sonreír. Y se había dicho que la llamaría después, cuando pudiese darle la buena noticia de que Olivia ya tenía su barco. Había conseguido cerrar el trato y entonces, el presidente de la empresa rival, a la que le había comprado el barco, le había preguntado:


–Entonces, ¿Es verdad? ¿Vas a intentar recuperar la vieja flota?


Pedro había asentido. No le había sorprendido que Georgios Papadakis lo supiese, ya no era un secreto.


–Sí.

viernes, 17 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 50

Pero tenía que dejar todo aquello atrás y mirar al frente. Necesitaba ser fuerte, olvidarse de finales felices y comportarse como la adulta sensata que siempre había sido, antes de reencontrar a Pedro. No iba a huir. Iba a enfrentarse a él cuando por fin volviese e iba a hacer todo lo posible por convencerlo de que lo que había ocurrido entre ambos no significaba nada para ella. Porque era evidente que no significaba nada para él.


–Es hora de irse a la cama, cariño –le dijo a Olivia, dándole un abrazo.


–Todavía no… –protestó la pequeña al tiempo que bostezaba, cansada después de haber pasado otro día en la playa–. Espero que papá vuelva mañana. Quiero enseñarle mi colección de conchas.


–Sí, seguro que le va a encantar. Aunque ya sabes que papá está muy ocupado. Tiene mucho trabajo.


–Ya lo sé… Me lo ha dicho –respondió Olivia con otro bostezo–. Está comprando muchos barcos grandes. Barcos grandes que cruzan los océanos llenos de cosas de otras personas.


Aquella era la primera noticia que tenía Paula. Al parecer, Pedro quería volver a levantar el emporio familiar, y esa debía de ser su prioridad.


–¿Te ha contado algo más? –preguntó ella con toda naturalidad, presa de la curiosidad.


–Sí, pero es un secreto –admitió Olivia, mirándola a los ojos.


–Ah, en ese caso, será mejor que no me lo cuentes –le dijo Paula a la niña, acariciándole el pelo.


No obstante, sabía que guardar secretos no era uno de los puntos fuertes de su hija de cuatro años.


–Te lo diré si me prometes que no se lo cuentas a nadie.


–Prometido.


–Bueno… –empezó Olivia, sentándose recta, con los ojos brillantes de la emoción–. ¡Le va a poner mi nombre al próximobarco que compre!


–¿De verdad?


–Sí, le va a poner Olivia, que es mi nombre de verdad, noOli.


–Eso es estupendo.


–Lo sé. Supongo que es difícil comprar un barco grande, y que por eso está tardando tanto.


–Es posible. Ahora, vamos a la cama –respondió Paula, dándole otro abrazo.


Llevó a Olivia a su habitación, le puso el pijama y la mandó a lavarse los dientes. Mientras esperaba, se sentó en la cama y vió una pequeña caja de cartón que había encima de la mesita de noche. Era la primera vez que la veía. Abrió la tapa y miró, sorprendida, en su interior.

Venganza: Capítulo 49

 –¿Cuántos días faltan?


Paula levantó la vista del teléfono. Había estado buscando ofertas de empleo para enfermeras por Internet, ya que sabía que necesitaría un trabajo a partir de septiembre.


–¿Cuántos días faltan para qué, cariño? –preguntó, a pesar de conocer la respuesta demasiado bien.


–Para que vuelva papá –añadió la niña con impaciencia.


–No estoy segura.

Paula volvió a mirar su teléfono. Llevaba nueve días sin tener noticias de Pedro. Tiró el teléfono al sofá que tenía al lado.


–De todos modos, lo estamos pasando muy bien sin él, ¿No? –comentó, sabiendo que no sonaba nada convincente.


–Supongo, pero sería mejor si estuviese papá.


Paula tomó aire. Aunque intentase disimular delante de Olivia, lo cierto era que cada vez estaba más enfadada. Pedro le había dicho que estaría en Atenas dos o tres días porque tenía que trabajar. No era posible que las hubiese abandonado así, sin decirle cuándo iba a regresar. Al fin y al cabo, había sido él quien había insistido en que fuesen a Thalassa. Ella pensaba que lo mejor sería hacer la maleta y marcharse bastaba con mirar a su hija, que estaba deseando volver a encontrarse con su papá, para cambiar de opinión. No podía castigar a su hija solo porque ella tuviese el corazón roto. Porque aquella era la realidad. Sentía que tenía el corazón roto. Y lo peor era que la culpa era solo suya. Había pensado que la noche que había pasado con Pedro podía convertirse en algo más, que podía ser el comienzo de una relación importante. Y se odiaba a sí misma, y a su estúpido corazón, por haber sido tan ingenua y tan tonta. Porque había sabido desde el principio que el nuevo Pedro era frío, despiadado y calculador. Y ella había caído rendida a sus pies. En esos momentos se daba cuenta de cómo la había manipulado para que cayese en sus redes y se entregase a él. Y Pedro, con su silencio, le estaba demostrando quién mandaba allí. Se dijo que no podía remediar lo ya ocurrido, pero al menos podía cambiar de actitud en un futuro. Para empezar, no iba a contactar con él. De hecho, se arrepentía del mensaje que le había enviado desde el barco, de camino a Thalassa, para darle las gracias por una noche maravillosa. Le había dado las gracias y le había mandado besos, y un emoticono con una carita sonriente. Se le encogió el estómago solo de pensarlo.


Venganza: Capítulo 48

Así que Pedro le había organizado la vuelta a Thalassa en uno de sus barcos, manejado por dos dioses griegos, Javier y Gustavo, que se paseaban por él exhibiéndose mucho más de lo que a Paula le parecía necesario. Aunque no le importó. Debían de tener la misma edad que ella, pero a Paula le parecieron dos niños. No podían compararse con Pedro. No obstante, disfrutó de sus atenciones, se sintió joven y sexy. Sintió que podía hacer cualquier cosa.


–¡Señorita Chaves, mire! –la llamó Javier–. ¡Delfines! Y vienen hacia aquí.


Paula miró hacia donde Javier señalaba y vio un grupo de delfines que nadaba hacia ellos. De repente, estaban al lado del barco, saltando y haciendo piruetas a su lado. Ella sintió, emocionada, que la acompañaban a casa. Contuvo las lágrimas y se dijo que era una tonta. Thalassa no era su casa. Jamás lo sería. No debía olvidar aquello. La noche anterior había sido maravillosa, pero, en lo relativo a su futuro, no había cambiado nada entre Pedro y ella. ¿Qué era lo que él había dicho? Que hicieran una tregua. Nada más. Una vez de vuelta en Villa Ana, comprobó que, tal y como había sospechado, Olivia se lo había pasado estupendamente con Juana y Rafael. Se alegró mucho de ver a su madre, por supuesto, pero lo primero que hizo fue preguntar por Pedro.


–¿Cuándo va a volver papá?


Estaban comiendo fuera, a la sombra de las viñas, compartiendo la deliciosa comida que había preparado Juana incluso con Javier y Gustavo. Todo el mundo hablaba y se reía, pero era evidente que Olivia echaba de menos a su padre.


–Ya te lo he dicho, cariño, volverá en un par de días.


–¿Cuántos días?


–No lo sé exactamente. Tal vez una semana.


Olivia hizo un puchero.


–¿Echas de menos a tu baba? –le preguntó Javier–. Te voy a decir una cosa, Guatavo y yo te vamos a llevar en barco para que veas los delfines. ¿Te apetece?


Olivia asintió.


–Pues ya está decidido. Vamos a estar aquí un par de días más. Vamos a pasarlo bien.


Javier miró a Paula con complicidad, pero, una vez en tierra firme, a ella aquellos gestos le parecieron fuera de lugar. No quería que nadie se equivocase. Ya en Inglaterra había rechazado siempre todos los avances de sus compañeros de estudios, dejándoles claro que no estaba interesada porque tenía responsabilidades. No obstante, en realidad tenía otro motivo. En el fondo, nunca le había interesado ningún otro hombre que no fuese Pedro Alfonso. Lo que no significaba que no pudiese disfrutar de un par de días sin él en Thalassa. Después de la euforia de la noche anterior, sabía que había llegado el momento de volver a poner los pies en la tierra. Así que, si Javier y Gustavo querían entretenerlas durante un par de días, ¿Por qué no lo iba a aprovechar?

Venganza: Capítulo 47

La respuesta de Paula consistió en agarrarle la cabeza para que continuase.


–Supongo que eso es un «Sí».


Y volvió a acariciarla en el lugar adecuado una y otra vez hasta que Paula sintió que empezaba a caer. Caía por un precipicio que no estaba allí. Hacia un lugar que no existía. Pedro cambió de posición y la miró, que estaba tumbada boca arriba, saciada, recuperándose todavía. Se sintió orgulloso. Era él quien la había dejado así. Estaba preciosa, con los ojos cerrados, la piel cremosa, despeinada. No entendía cómo podía desearla tanto. Se inclinó hacia delante y le dió un suave beso en los labios, vió cómo abría lentamente los ojos y se tumbó a su lado y la abrazó para acercarla a su pecho. El brillo de sus ojos le quitó el aliento. La colocó donde quería tenerla, no, más bien donde necesitaba tenerla, para hacer lo que necesitaba hacer, penetrarla y oír su gemido de placer. Poco después se rompían los dos por dentro y gritaban el uno el nombre del otro.



Nada más vislumbrar a lo lejos la isla de Thalassa, Paula se puso nerviosa. Estaba deseando ver a Olivia. Solo habían estado separadas veinticuatro horas, pero la había echado mucho de menos. Además, Thalassa siempre había ocupado un lugar especial en su corazón. Dos semanas antes, cuando había ido al entierro de su padre, se había prometido a sí misma que no regresaría jamás, pero las cosas habían cambiado. Todo había cambiado. Había aparecido Pedro. La noche anterior había sido increíble. Mucho más intensa y apasionada de lo que jamás se habría podido imaginar. Había sido como si no hubiesen estado separados nunca. Y esa mañana, al despertar, él había estado a su lado, mirándola, con sus ojos oscuros muy serios. Entonces le había dado un beso y le había dicho que tenían que levantarse. Pero a Paula le había dado tiempo a ver aquella mirada cerrada, inescrutable, y se había dado cuenta de que se había entregado completamente a él, no solo le había entregado su cuerpo, sino también su corazón y su alma, sus emociones. Emociones que sabía que Pedro jamás compartiría con ella. Habían desayunado en una pequeña cafetería y allí Pedro le había contado que tenía un negocio que atender en Atenas y que tendría que quedarse varios días más, le había propuesto que se quedase a hacerle compañía. A ella le había costado un esfuerzo sobrehumano declinar la invitación. Tenía que volver con Olivia. No quería estar sin ella otra noche más a pesar de saber que su hija estaría pasándoselo muy bien con Juana y Rafael. Además, sabía que ya se había entregado demasiado a aquel hombre.

Venganza: Capítulo 46

Pero no pudo. Porque, de repente, tenía a Pedro muy cerca. Y la estaba tocando. Pasó las manos por sus hombros, por su espalda, trazó la curva de su cintura, la agarró del trasero y la apretó contra él. Y después volvió a subirlas para hundirlas en su pelo. Y besarla. Y qué beso. Hambriento, posesivo, dominante, que hizo que Paula se estremeciese y desease más. Respondió al instante y se apretó contra su cuerpo. Buscó su lengua con la de ella, notó que se le erguían los pechos. Se rindió al deseo.


–¿Habías mencionado la cama?


Pedro la tomó en brazos y la llevó al interior, atravesó el salón con Paula aferrada a su cuello y no la soltó hasta llegar al dormitorio, donde la dejó de manera casi reverencial encima de la enorme cama.


–Quédate así –le pidió Pedro en tono sensual.


Ella se estremeció y se dijo que no tenía pensado ir a ninguna parte. Contuvo la respiración mientras Pedro empezaba a quitarse la ropa, comenzando por los botones superiores de la camisa, que después se quitó con impaciencia por la cabeza, quedándose deliciosamente despeinado. Después fue el turno de los pantalones vaqueros y los calzoncillos, y entonces se quedó completamente desnudo ante ella. Su magnífico cuerpo brillaba bajo la luz tenue de la habitación… Paula recorrió su pecho con la mirada, siguió bajando hasta la V bien esculpida de su pelvis, llegó a la línea de vello oscuro y, por fin,… A la erección. No tuvo mucho tiempo para disfrutar de las vistas, porque Pedro volvió a la cama enseguida, se colocó sobre ella y le bajó los tirantes del vestido antes de pasar a la cremallera de la espalda. Con su ayuda, Paula se quitó el vestido por la cabeza y después se desabrochó el sujetador. La mirada de deseo de él hizo que se le endureciesen los pezones todavía más. Luego se besaron apasionadamente y entonces Pedro bajó la mano para acariciarla entre los muslos. Paula gimió contra sus labios y echó la cabeza hacia atrás. La sensación era maravillosa. Era ridículo que él pudiese casi hacerla llegar al clímax con solo tocarla, pero tenía que admitir que era el único hombre al que había deseado, y amado, en toda su vida. Estaba al borde del abismo cuando Pedro paró, se echó hacia atrás y le quitó las braguitas. Ella alargó los brazos hacia él, desesperada por volver a tenerlo cerca, pero Pedro tenía otra idea. Le separó las piernas y se colocó entre ellas, luego, bajó la cabeza.


–Pedro…


En cuanto su lengua la tocó, Paula no pudo decir nada más.


–¿Te gusta? –le preguntó él, sonriendo con picardía.

miércoles, 15 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 45

 –Cuando esté preparado. ¿Qué es lo que dicen…? La venganza es un plato que se sirve frío.


Paula se estremeció.


–Yo te agradecería que me previnieses antes…


–¿Para intentar cubrirte las espaldas, Paula?


–¡No! –replicó ella, indignada–. Solo estoy diciendo que, si me avisas, podré prepararme y asegurarme de que la prensa no molesta a Olivia.


–Te aseguro que, haga lo que haga, pensaré siempre en lo que es mejor para Olivia.


–Ah… Gracias.


–Y, hablando de Oli, se me había olvidado comentarte algo.


A Paula se le subió el corazón a la garganta. Si Pedro iba a empezar a hablarle del tema de la custodia otra vez, lucharía con uñas y dientes por su hija.


–¿Sí? ¿El qué?


Pedro guardó silencio un instante. Divertido con su reacción.


–Solo, que me he dado cuenta de que no te he reconocido el mérito que tienes.


–¿A qué te refieres? –preguntó ella con el ceño fruncido.


–A lo maravillosamente bien que has criado a nuestra hija.


–Ah.


–Es evidente que Oli es feliz, una niña equilibrada y excepcional. Has hecho un trabajo estupendo.


–Gracias –respondió ella, ruborizándose.


–También me he dado cuenta de que es muy inteligente – continuó Pedro, sonriendo con franqueza–. Sospecho que eso lo ha heredado de mí.


–Por supuesto –le dijo Paula–. Junto con tu humildad y modestia.


Sus miradas se encontraron y la tensión desapareció, viéndose sustituida por algo mucho más peligroso.


–Brindemos por ello –añadió Pedro–. Por Olivia, nuestra niña.


Chocaron sus copas y Paula notó que se le deshacía el nudo que tenía en la garganta con el sorbo de brandy. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero no supo por qué.


–Y por el futuro, por supuesto –continuó él–. Nos depare lo que nos depare.


Paula se había quedado perdida en su mirada. Se dijo que tenía que decir algo, cuanto antes.


–Bueno… Se está haciendo tarde –balbució–. Creo que me voy a ir a la cama.


Esperó a que Pedro dijese algo, hiciese algo. En realidad, tenía la esperanza de que le impidiese marcharse, pero él se quedó inmóvil, sin dejar de mirarla.


–Buenas noches –añadió ella, poniéndose en pie con la intención de marcharse, pero sintió que tenía los pies anclados al suelo.


A sus espaldas, oyó reír a Pedro, fue una risa suave y arrogante. Ella se giró a mirarlo. A mirarlo mal.

Venganza: Capítulo 44

Él arqueó las cejas ligeramente, gesto que hizo que a Paula se le doblasen las rodillas. Lo deseaba tanto… Y estaba segura de cómo terminarían si Pedro se acercaba más y la besaba. Pero no lo hizo. Apartó la mirada y señaló hacia donde había dos sillas de metal.


–¿Nos sentamos?


–Ah, sí, ¿por qué no?


–Bueno… –añadió Pedro, volviendo a mirarla–. Parece que tus queridos hermanos por fin saben la verdad acerca de tu padre.


Paula hizo una mueca.


–No son mis queridos hermanos –respondió ella–. No quiero volver a verlos en toda mi vida.


–Ya somos dos.


Pedro hizo una breve pausa y añadió, muy serio:


–Si Marcos vuelve a hablar de tí así, te prometo que no responderé de mis actos.


Paula vió cómo cerraba los puños.


–Todavía no sé por qué no lo he matado.


–Has conseguido controlarte muy bien –comentó ella, esbozando una sonrisa.


–No me importaría que me condenasen a cadena perpetua por haberlo matado.


–De eso nada –dijo ella, poniéndose seria de nuevo–. No merece la pena.


–Eso es cierto.


–En cualquier caso, gracias por haberme defendido –añadió Paula.


–No tiene importancia –respondió él–. Solo he dicho lo que pienso.


–Pues te lo agradezco mucho –repitió ella, apartando la mirada–. No obstante, lo que has dicho acerca de que Olivia vaya a heredarlo todo… ¿No te parece un poco prematuro?


Pedro se encogió de hombros.


–No pasa nada por hacerles ver que la dinastía Alfonso va viento en popa.


–Umm…


Paula no se sentía cómoda con aquello, pero no quiso romper el alto el fuego llevándole la contraria.


–Tengo que admitir que siempre pensé que ese par de payasos sabían la verdad acerca de Miguel –continuó Pedro–, pero, a juzgar por sus caras hoy, ya no estoy tan seguro.


–Yo pienso que también se habían creído las mentiras de nuestro padre –comentó Paula–. Lo siento mucho, Pedro.


Él sacudió la cabeza.


–Hagamos una tregua, al menos por esta noche.


Ella asintió. Le parecía bien. Si le diesen a elegir, no volvería a tocar el tema jamás, pero sabía que no era tan sencillo. Pedro había prometido limpiar su nombre y el de su padre. Al parecer, el señor Petrides iba a ayudarlo. Todo el mundo sabría lo que había hecho Miguel, cosa que a ella le parecía bien, pero también le daba un poco de miedo. Al fin y al cabo, Miguel había sido su padre… Y el abuelo de Olivia.


–¿Puedo preguntarte qué pretendes hacer? –le dijo, dejando la copa en la mesita que había entre ambos–. ¿Cuándo tienes pensado hacerlo público?

Venganza: Capítulo 43

 -¿Una copa?


Pedro se acercó al bar y tomó una botella de brandy.


–Sí, ¿Por qué no?


Paula aceptó la copa que él le ofrecía, le dió un sorbo y dejó que el líquido le calentase la garganta. Acababan de llegar de cenar, habían estado en un pequeño restaurante familiar, escondido en uno de los muchos rincones de aquella bonita ciudad. Se habían sentado fuera, a una mesa tan pequeña que sus rodillas se habían chocado y Pedro se había visto obligado a estirar las piernas a un lado. Ella, por su parte, se había sentido mucho más relajada, después de todo lo ocurrido en el despacho del señor Petrides. La comida había sido deliciosa, hacía una noche cálida y estrellada y el ambiente olía a jazmín y a flor de azahar, así que se había olvidado de sus problemas por un rato y había disfrutado de la compañía de Pedro. Eso era sencillo cuando él estaba así: Encantador, atento, divertido. El viejo Pedro. Ninguno de los dos había mencionado la desagradable escena del despacho del señor Petrides. Pero, en esos momentos, tuvo la sensación de que eso estaba a punto de cambiar. Hizo girar el brandy en la copa e intentó retrasar lo inevitable.


–Tu departamento es precioso.


–Gracias –respondió Pedro, acercándose–, pero tengo la sensación de que te sorprende.


–¡Lo siento! –ella se rió–. Es que no me lo imaginaba así.


–¿Y cómo te lo imaginabas?


–Es mejor que no lo sepas.


–Deja que lo adivine: Sofás de cuero negro y una enorme pantalla de televisión en el salón.


–Más o menos.


–¿Y tal vez una cama de agua y sábanas de satén? Y un cajón lleno de juguetes sexuales.


Paula se ruborizó. Se preguntó si Lukas podía leerle el pensamiento.


–¿En eso también me he equivocado? –preguntó, intentando disimular la vergüenza.


–Juega bien tus cartas y a lo mejor lo averiguas en un rato.


Paula tragó saliva.


Se apartó de él y paseó por el centro del salón.


–Me encantan todos tus cuadros. ¿Ese de ahí es un original?


–Lo es. Me interesa mucho el arte moderno. Además, es una buena inversión, pero no hay nada en mi colección que se pueda comparar a esto.


Apretó un botón y las cortinas se abrieron, dejando al descubierto un enorme ventanal.


–¿Qué te parece?


Paula dió un grito ahogado. Ante ella brillaban las luces de la ciudad de Atenas, a lo lejos se veía la Acrópolis.


–¡Es increíble!


–Se ve mejor desde aquí.


Pedro atravesó la habitación, la agarró de la mano y, después de abrir las puertas de cristal, la hizo salir al balcón.


–Es bonito, ¿Verdad?


Lo era. Era mágico. Echó la cabeza hacia atrás y disfrutó de la noche. Entonces, algo la hizo mirar a Pedro, que la estaba observando con fascinación. Cuando sus miradas se encontraron, la atracción que había entre ambos se avivó de golpe.

Venganza: Capítulo 42

 –Es la verdad –intervino Paula–. Y es mejor que la sepan, los dos. Nuestro padre fue el culpable, no Horacio, ni tampoco Pedro.


–¿Y tú qué sabes?


–Lo sé porque me lo ha contado todo Pedro, y lo creo.


–Pues peor para tí –le dijo Marcos–. Todos sabemos que has andado detrás de Pedro desde siempre. Podría haberte dicho que lo negro era blanco y también lo habrías creído.


–Basta –dijo Pedro, poniéndose en pie justo detrás de la silla de Paula–. Deberías respetar a su hermana. Los dos.


–¿Respetar? –repitió Marcos–. ¿A esa? ¿Una criatura pelirroja que siempre ha sido un parásito?


Paula se quedó de piedra al oír aquello.


–¿Qué has dicho?


–Si no la quería ni su propia madre. La mandaba a Thalassa todos los veranos, hasta que al final decidió suicidarse. Y es probable que Paula haya heredado su locura, así que lo mejor es que tenga cuidado.


–¡Marcos! –lo reprendió Lucas, tirándole del brazo.


Pero Pedro ya lo estaba agarrando por el cuello, lo levantó en volandas.


–¡Suéltalo, Pedro! –le gritó Paula, temiendo por la vida de Marcos–. No merece la pena.


Pedro dudó, respiró hondo y lo soltó por fin, a pesar de que era evidente que estaba furioso.


–No vuelvas a hablar así de Paula en la vida –lo amenazó.


Marcos dejó escapar un gruñido.


–Ahora, discúlpate –le dijo Pedro, agarrándolo de los hombros para hacerlo girarse hacia Paula.


–No pasa nada, no me importa…


–Por supuesto que sí –insistió Pedro–. Este cretino va a disculparse, ahora mismo.


–Lo siento –dijo Marcos, bajando la mirada a sus pies.


–No es suficiente. Mira a tu hermana a los ojos y discúlpate como es debido.


–No tenía que haber dicho todo eso –dijo entonces Marcos–. Me disculpo.


–Siéntate –le dijo Pedro, y luego se giró hacia Lucas–. Y tú también.


Lucas obedeció.


–Ya va siendo hora de que se enteren de un par de verdades. En primer lugar, su padre era una mala persona, que mintió y traicionó a mi padre e hizo que me inculpasen a mí. En segundo lugar, si alguno de los dos vuelve a hablar mal de Paula, no seré responsable de mis actos. ¿Entendido?


Los dos hermanos asintieron.


–Y lo voy a dejar aquí por respeto a Paula –les advirtió Pedro–, no porque haya terminado con ustedes. No se merecen una hermana como ella: Valiente, fuerte, honrada y mucho más inteligente que ustedes dos, idiotas, juntos. Lo que me lleva a la tercera cosa que les quería decir: Estoy muy orgulloso de anunciarles que es la madre de mi hija.


Lucas y Marcos dieron un grito ahogado al unísono.


–Sí, tenemos una hija. Y algún día heredará toda mi fortuna, y les aseguro que me voy a asegurar de que, en esta ocasión, nada ni nadie consiga perjudicarnos.

Venganza: Capítulo 41

 –Entonces, ¿Es verdad? –le preguntó Lucas a Pedro, con gesto de derrota.


–Por supuesto –respondió él en tono frío y tranquilo.


–En ese caso, ¿Se puede saber a qué hemos venido? –le preguntó Marcos al señor Petrides–. ¿Solo a que nos humillen? ¿A que este hombre pueda alardear de cómo nos ha engañado?


–No, Marcos –respondió el anciano, que de repente parecía haber envejecido todavía más–. El motivo por el que los he reunido hoy aquí es que tengo algo que contarles. Creo que ha llegado el momento de que sepan la verdad acerca de su padre.


Apoyó la espalda en el sillón e hizo una pausa antes de continuar.


–He guardado silencio durante los últimos años. Al principio, pensé que lo hacía por lealtad, pero me he dado cuenta de que en realidad es cobardía. En cualquier caso, la situación ha cambiado. Me han diagnosticado una enfermedad terminal y necesito quitarme este peso de los hombros antes de morir.


–Lo siento mucho, señor Petrides –dijo Paula, inclinándose hacia delante para tocar su mano, pero el abogado la apartó.


–No me merezco tu compasión, Paula. Yo… He estado ocultando información, tanto a ustedes como a la policía. Y siento mucho tener que contarles esto… Pero soy de la opinión de que su padre fue el responsable del contrabando de armas, y no Horacio Alfonso.


–¡No! ¡Está mintiendo! –exclamó Marcos, poniéndose en pie de nuevo–. Él le ha pagado para que nos diga eso, ¿Verdad?


Señaló a Pedro y añadió:


–¡Es todo una sucia conspiración!


El anciano negó con la cabeza.


–No conozco los detalles de los negocios de su padre, pero empecé a sospechar hace mucho tiempo. Sospechas que debí haber compartido con las autoridades. Y que ahora pretendo compartir con ellas. Pedro…


Con mucho esfuerzo, se puso en pie.


–Me alegro de que estés aquí hoy –le dijo–. No voy a pedirte que me perdones, porque sé que no me lo merezco, pero quiero expresarte mi más profundo arrepentimiento por no haber dicho la verdad antes, por la injusticia que sufriste y por haber arruinado el nombre de tu padre.


Pedro se puso en pie, rígido, pero tranquilo. Y tomó la mano temblorosa que el señor Petrides le ofrecía.


–Gracias, hijo –le dijo el abogado–. Es más de lo que me merezco. Puedes estar seguro de que a partir de ahora haré lo correcto.


–Un momento –lo interrumpió Lucas–. Solo ha hablado de sospechas, Petrides. No se pueden hacer acusaciones tan fácilmente si no se tienen pruebas.


–De todos modos, nadie creerá a un viejo loco –añadió Marcos.

viernes, 10 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 40

El señor Petrides se aclaró la garganta y empezó a leer despacio. Paula intentó concentrarse, pero le resultó difícil con Pedro a su lado, irradiando hostilidad contra los hermanos Chaves. ¿Tenía planeado algún enfrentamiento? ¿Era aquel el motivo de su presencia allí? Por primera vez, Se preguntó si la habría engañado para tenerlos a todos juntos. Aunque, de ser así, no le importaba.


El tiempo fue pasando. El despacho era pequeño y hacía calor y, cuando se quiso dar cuenta, estaba con la cabeza en otra parte. Esperaba que Olivia estuviese bien, aunque de aquello estaba segura, podía contar con Juana y Rafael. Ella, por su parte, había accedido a pasar la noche en el departamento que Pedro tenía en Atenas. Todavía no lo conocía. De adolescente, había preferido no pensar en él, ya que se había imaginado que él llevaría a muchas mujeres allí, aunque Pedro nunca le hubiese dado ningún motivo para pensarlo. Siempre había sido muy discreto en lo que a su vida privada se había referido. Lo que no significaba que no la hubiese tenido. De lo que estaba segura era de que esa noche iba a tener que ser muy cauta si no quería terminar entre sus sábanas negras de satén. Durante toda la semana, desde el beso en el barco, había intentado luchar contra la atracción que había entre ambos. Solo de pensarlo temblaba por dentro. Así que había hecho todo lo posible por guardar las distancias con él y había intentado estar siempre en compañía de Olivia. Y, por las noches, después de acostar a la niña, se había puesto a leer o se había ido a la cama temprano. Sorprendentemente, Pedro no había intentado presionarla. De hecho, se había comportado como todo un caballero. Paula se había sentido muy aliviada. Era evidente que a él se le había olvidado la promesa que, entre susurros, le había hecho en el barco. Al parecer, había decidido no intentar seducirla, darle espacio. Sin embargo, con el paso de los días ella había empezado a sentirse primero frustrada y después insegura. Había empezado a tener la sensación de que Pedro no se comportaba así por respeto, sino más bien por falta de interés, y eso tampoco le gustaba.


–Entonces, básicamente, nos está diciendo que no hay absolutamente nada.


La voz furiosa de Marcos hizo que Paula volviese a la realidad. El señor Petrides lo miró por encima de las gafas.


–Lo que estoy diciendo es que los pocos bienes que le quedaban a su padre tienen que dividirse entre los herederos.


–¿Y Thalassa? –inquirió Lucas, echándose hacia delante–. ¿Tampoco queda nada de la isla?


–No se hace referencia a la isla de Thalassa –respondió el señor Petrides–. Tengo entendido que esa propiedad pertenecía a la primera esposa de su padre que, recientemente, la ha vendido al señor Alfonso.


–Eres un…


Marcos había vuelto a ponerse en pie, pero Lucas lo contuvo y lo obligó a volver a sentarse.


Venganza: Capítulo 39

 –No. Es solo que no necesito que me digas lo que debo o no debo hacer, muchas gracias.


–Está bien. No obstante, permite que te informe de que yo tengo un negocio que atender en Atenas. Podríamos ir mañana… Y, tal vez, hacer noche en mi departamento.


–No –había contestado Paula con firmeza–. Va a ser un lío para Olivia.


–¿Y por qué no la dejas aquí? –había sugerido él–. Estoy seguro de que Juana y Rafael estarán encantados de cuidarla.


–Sí, por favor, mamá –había dicho Olivia, a la que nunca se le escapaba nada–. ¿Puedo quedarme con Juana y Rafael? Por favor.


–No sé… Quizás no quieran tener que estar pendientes de tí por la noche.


–No voy a molestar. Puedo ayudar a Juana a preparar galletas kouloulou.


–Koulourakia –la había corregido Paula.


–Sí, esas. ¿Puedo, mamá?


–Bueno, tal vez. Luego se lo preguntamos.


En ese punto, Pedro había esbozado una sonrisa. Gracias a su maravillosa hija había conseguido con éxito la primera fase de su plan. En esos momentos, se dirigió a la terraza y se llevó la mano a la frente para hacerse sombra. Oyó a lo lejos la vocecita de Olivia y poco después vió aparecer a madre e hija a su izquierda. Ambas coloradas y despeinadas por el viento. Paula llevaba un pareo atado a las caderas e iba cargada con un bolso de playa y una nevera portátil. Olivia luchaba contra su cocodrilo hinchable que era casi el doble de grande que ella. Pedro echó a andar y se dió cuenta, sorprendido, de la alegría que le daba verlas.


–¿Qué demonios está haciendo él aquí?


Los dos hermanastros de Paula se pusieron en pie de un salto al verla entrar con Pedro en el despacho del abogado. Ella notó cómo Pedro se ponía tenso a sus espaldas.


–Él no tiene nada que hacer aquí –le recriminó Marcos–. Haz que se marche, Paula.


–Siéntate, Marcos –le pidió ella con voz tranquila, aunque en el fondo estuviese muy nerviosa, mientras tomaba asiento–. Pedro solo ha venido a acompañarme.


–Ha venido a comprobar el daño que nos ha hecho –insistió Marcos–. Ha diezmado nuestra herencia tanto como la suyapropia.


–¿Por qué lo has traído? –intervino Lucas.


En realidad, Paula no había querido que Pedro la acompañase, pero él había insistido en llevarla hasta allí, después, en acompañarla en el ascensor y, cuando había querido darse cuenta, había entrado con ella en el despacho.


–¿Por qué no nos sentamos todos? –propuso el señor Petrides desde el otro lado del escritorio.


Era el abogado de la familia Chaves y debía de tener al menos ochenta años.


–La lectura del testamento no llevará mucho tiempo.


Marcos volvió a sentarse y Lucas lo imitó. Pedro tomó también una silla y la colocó al otro lado de Paula.

Venganza: Capítulo 38

Le encantaba ver cómo disfrutaba la pequeña en Thalassa, y le encantaba que eso le fastidiase a su madre. Por un lado, a Paula le gustaba ver feliz a su hija, pero, por otro, no dejaba de recordarse, y de recordarle a él, que aquello no eran más que unas vacaciones, que pronto volverían a Londres. Eso ya lo verían. Pedro todavía no tenía claro lo que iba a hacer, pero sí que no tenía la intención de dejar marchar a Olivia. Porque adoraba a su hija. La niña le había robado el corazón desde el primer momento y quería seguir teniéndola cerca. Si para ello tenía que domar a su madre, lo haría. A pesar de que «Domar» no era la palabra adecuada. Pedro no quería a una Paula dócil. Le encantaba que fuese salvaje. Por su propio bien, había decidido concentrarse solo en la atracción sexual que había entre ambos. Solo habían hecho el amor dos veces, con un intervalo de más de cuatro años y medio, y ninguna de las dos había sido perfecta. La siguiente vez que le hiciese el amor a Paula, porque estaba seguro de que iba a haber una siguiente vez, y pronto, se iba a asegurar de que las condiciones fuesen las correctas. Por ese motivo, se había dedicado a elaborar cuidadosamente un plan.


Aquella mañana había llegado correo para Paula. Debía de habérselo enviado la mujer con la que compartía casa en Londres. Rafael se lo había llevado junto con una muñeca para Olivia, regalo de Juana y suyo. La niña había dado las gracias de manera educada, aunque Pedro se había dado cuenta de que miraba la muñeca con recelo. Cuando se había quedado sola, la había desnudado mientras su madre miraba las cartas y solo se molestaba en abrir una, leerla y volver a meterla en el sobre.


–¿Algo interesante? –había preguntado Pedro al ver que Paula apretaba los labios.


–No mucho –había respondido ella–. Es del abogado de mi padre. Van a leer el testamento el día veintiocho.


–¿Mañana?


Ella había mirado su teléfono para comprobar la fecha.


–Sí.


–¿Vas a ir?


–No. Tiene el despacho en Atenas. Además, no quiero saber nada de la herencia de mi padre… Ahora que sé la verdad.


Lukas la había visto bajar la vista. El hecho de que por fin Paula hubiese aceptado la verdad no le había producido ninguna satisfacción. Más bien, su dolor había hecho que se le encogiese el corazón.


–Mis hermanastros pueden repartirse lo que haya quedado.


–Si tú no estás allí para firmar, no podrán –le había informado él–. Te sugiero que vayas a Atenas y que aproveches la oportunidad para dejar todos los cabos atados. Tal vez entonces puedas pasar página.


–Y yo te sugiero a tí que no te metas en los asuntos ajenos.


En vez de enfadarse al oír aquella respuesta, como habría sido de esperar, Pedro se había sentido casi aliviado al ver que Paula seguía luchando.


–¿He metido el dedo en la llaga?