lunes, 27 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 67

 –¡Maldita sea, Paula! –le espetó él, alzando la voz y haciendo que varias cabezas se girasen hacia ellos–. Esto no tiene nada que ver con tu maldito padre. Se trata de que Olivia forme parte de mi vida. «Mi vida». No solo de la tuya. ¿No te das cuenta de que intento encontrar una solución?


–¿Insistiendo en que nos mudemos a Grecia? –inquirió ella–. ¿Metiendo a Oli en una jaula de oro y tirando la llave?


–¿He dicho yo eso?


–¿No? Entonces, cuéntame cómo sería.


Pedro tomó aire e intentó tener un poco más de paciencia.


–Tendrías tu propia vida, tus propios amigos. Si quisieses trabajar de enfermera, yo no tendría ningún inconveniente.


–Todo un detalle por tu parte.


Pedro apretó la mandíbula. Paula le estaba haciendo perder la paciencia. Se inclinó hacia delante y le agarró las manos.


–Si yo fuese tú, agapi mou, cambiaría de actitud.


–¿Y si no?


«Te lo haré pagar», pensó él, pero no lo dijo. Se lo haría pagar debajo de su cuerpo, y encima. Haciendo que gritase su nombre y le rogase que le diese más. Podía hacerla suya allí mismo, encima del mantel, teniendo en cuenta el ímpetu de sus sentimientos. Cerró los ojos un instante e intentó tranquilizarse.


–Si no, te arrepentirás.


La respuesta no era la que quería dar, ni lo que quería hacer, pero el camarero llegó con el siguiente plato y él bajó las manos y se echó hacia atrás. Pasaron los minutos, Pedro empezó a comerse su filete. Paula jugó con el pescado que tenía en su plato.


–¿Y cómo piensas que sería? –preguntó Paula por fin, con un hilo de voz.


–¿A qué te refieres?


–Bueno… Has dicho que yo podría tener mis propios amigos.


¿También hombres? Pedro se puso tenso al instante, solo de pensarlo.


–Eso me parecía –añadió ella–. Mientras que tú sí que podrías ver a quien quisieras, ¿No? Y pasearte con una mujer tras otra, y llevarlas a tu cama.


–¿Y eso te molestaría?


–No, no me molestaría –le mintió–, pero no sería bueno para Oli.


–¿Y si te prometo que no habría mujeres?


–No hagas promesas que no puedas mantener, Pedro.


–Es la verdad. Si vivimos juntos, no habrá mujeres en mi cama.


–Ya, claro.


–Salvo tú, por supuesto.


–¿Yo? –preguntó Paula, ruborizándose.


–Sí, tú, Paula. Estoy seguro de que serás suficiente para satisfacer mis necesidades sexuales.


–Tu arrogancia no te permite pensar –le recriminó ella, furiosa–. ¿Qué te hace imaginar que voy a acceder a compartir tu cama?


–Lo pienso porque te he visto derretirte entre mis brazos, he sentido tus uñas clavadas en mi espalda, te he oído gritar mi nombre –respondió Pedro–. Puedes negarlo si quieres y hacerte la dura si eso te hace sentir mejor, pero ambos sabemos la verdad. Me deseas tanto como yo a tí. La atracción es mutua. Y, además, es algo que no podemos controlar.

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