miércoles, 15 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 45

 –Cuando esté preparado. ¿Qué es lo que dicen…? La venganza es un plato que se sirve frío.


Paula se estremeció.


–Yo te agradecería que me previnieses antes…


–¿Para intentar cubrirte las espaldas, Paula?


–¡No! –replicó ella, indignada–. Solo estoy diciendo que, si me avisas, podré prepararme y asegurarme de que la prensa no molesta a Olivia.


–Te aseguro que, haga lo que haga, pensaré siempre en lo que es mejor para Olivia.


–Ah… Gracias.


–Y, hablando de Oli, se me había olvidado comentarte algo.


A Paula se le subió el corazón a la garganta. Si Pedro iba a empezar a hablarle del tema de la custodia otra vez, lucharía con uñas y dientes por su hija.


–¿Sí? ¿El qué?


Pedro guardó silencio un instante. Divertido con su reacción.


–Solo, que me he dado cuenta de que no te he reconocido el mérito que tienes.


–¿A qué te refieres? –preguntó ella con el ceño fruncido.


–A lo maravillosamente bien que has criado a nuestra hija.


–Ah.


–Es evidente que Oli es feliz, una niña equilibrada y excepcional. Has hecho un trabajo estupendo.


–Gracias –respondió ella, ruborizándose.


–También me he dado cuenta de que es muy inteligente – continuó Pedro, sonriendo con franqueza–. Sospecho que eso lo ha heredado de mí.


–Por supuesto –le dijo Paula–. Junto con tu humildad y modestia.


Sus miradas se encontraron y la tensión desapareció, viéndose sustituida por algo mucho más peligroso.


–Brindemos por ello –añadió Pedro–. Por Olivia, nuestra niña.


Chocaron sus copas y Paula notó que se le deshacía el nudo que tenía en la garganta con el sorbo de brandy. Notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero no supo por qué.


–Y por el futuro, por supuesto –continuó él–. Nos depare lo que nos depare.


Paula se había quedado perdida en su mirada. Se dijo que tenía que decir algo, cuanto antes.


–Bueno… Se está haciendo tarde –balbució–. Creo que me voy a ir a la cama.


Esperó a que Pedro dijese algo, hiciese algo. En realidad, tenía la esperanza de que le impidiese marcharse, pero él se quedó inmóvil, sin dejar de mirarla.


–Buenas noches –añadió ella, poniéndose en pie con la intención de marcharse, pero sintió que tenía los pies anclados al suelo.


A sus espaldas, oyó reír a Pedro, fue una risa suave y arrogante. Ella se giró a mirarlo. A mirarlo mal.

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