miércoles, 8 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 35

 –Tal vez el responsable de que yo fuese a la cárcel fuera tu padre, pero tú, al creer sus mentiras, me negaste el derecho a saber que era padre. Me robaste los primeros cuatro años y medio de la vida de Olivia –la acusó–. Y, si no nos hubiésemos visto en el entierro, si yo no te lo hubiese sacado, todavía no sabría de su existencia.


–No. Te lo habría contado. Iba a contártelo.


–¿De verdad? ¿Cuándo exactamente? ¿Cuando la niña tuviese dieciocho años? ¿O veintiuno?


–Tenía que pensar en Olivia. Ella es lo primero… Tenía que hacer lo que era mejor para ella.


–¿Y lo mejor para ella era privarla de su padre? –inquirió Pedro–. Gracias por eso, Paula.


Ella no supo cómo responder.


–Para tu información, mi vida tampoco ha sido precisamente fácil estos años atrás.


–¿No me digas? ¿Has estado encerrada en una celda con un ladrón armado, capaz de rebanarte el cuello por un paquete de tabaco?


–Bueno, no, pero…


–¿Te has pasado una hora al día, la única hora al día en la que te dejaban ver la luz del sol, dando vueltas a un patio de prisión?


–No, por supuesto que no.


–Entonces, no te atrevas a decirme que tu vida ha sido dura.


–¡Yo no puedo arreglar el pasado, Pedro! –le gritó ella–. No sé qué más te puedo decir.


–Nada, no me puedes decir nada –le respondió él–, pero tal vez haya algo que puedas hacer.


Alargó un dedo, lo pasó por su mandíbula y después por los labios. A Paula se le aceleró el corazón, se le dilataron las pupilas al ver que Pedro se acercaba más.


–Quizás haya una manera de poder empezar a compensarme –añadió, inclinando su magnífico cuerpo sobre ella.


El cuerpo de Pedro se cernía sobre ella, con los brazos y los dedos de los pies apoyados con firmeza a su lado. Paula se quedó inmóvil, consciente de los músculos de sus bíceps, de su torso fuerte, que estaba a tan solo unos centímetros de su tembloroso cuerpo. Sentía el calor que irradiaba su cuerpo y penetraba en ella. Su aliento le acariciaba el rostro e hizo que cerrase los ojos, hasta que sus labios la tocaron y los volvió a abrir. Bastaba una caricia, el roce de sus labios, para que se pusiese a temblar de deseo. Para que se quebrase. Pedro dobló los codos para bajar el cuerpo y profundizar el beso. Fue un beso persuasivo y sensual, con el que le dejó claro a Paula quién mandaba allí, quién tenía el poder. Por un instante, ella intentó resistirse apretando los labios, pero no iba a servir de nada y ambos lo sabían. Al final se rindió y separó los labios e, inmediatamente, Pedro estaba allí, gimiendo mientras su lengua encontraba la de ella y se entrelazaban.

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