viernes, 10 de febrero de 2023

Venganza: Capíulo 36

Paula hundió las manos en su pelo, se aferró a él. Por su parte, Pedro puso un brazo alrededor de su cintura para cambiar de posición y que ella estuviese encima, sin dejar de besarla. Sus cuerpos estaban prácticamente desnudos y él la ayudó a colocarse de tal manera que estuviese donde él quería: Pegada contra su erección. Ella se oyó gemir y el deseo de tenerlo dentro fue tan intenso que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no rogárselo. En vez de eso, apretó las caderas contra él. Y Pedro lo entendió, gimió. La tela de los bañadores era tan fina que corría el peligro de deshacerse con el calor que ambos estaban generando. Paula metió una mano entre ambos y acarició los fuertes músculos del pecho de Pedro, bajó por el vientre y metió la mano por debajo del bañador para acariciarlo. Él se estremeció y le fue desatando el bikini.


–Dios mío, Paula –gimió entre dientes–. Mira cómo me pones.


Volvió a besarla mientras le acariciaba la piel desnuda de las nalgas antes de hundir los dedos donde ella más lo necesitaba.


–No puedo saciarme de tí –añadió entre dientes–. Jamás podré hacerlo.


¿Era una amenaza o una promesa? Paula no estaba segura, no le importaba. Solo podía pensar en que lo deseaba tanto que tenía miedo de explotar. Pero tenían que controlarse un poco. Olivia estaba dormida en el camarote, debajo de ellos. Tenían que actuar con responsabilidad. Ambos lo oyeron a la vez. Un ruido apagado debajo de ellos y después una voz:


–Mamaaá.


Ella se apartó rápidamente de Pedro y se dió cuenta de que la parte de arriba del bikini colgaba de su cuerpo y, la de abajo, estaba arrugada entre sus piernas.


–Ya voy, cariño. Espera un momento.


Se ajustó los triángulos para cubrirse los pechos todavía duros y luego miró a Pedro, que la estaba observando con ojos oscuros y brillantes, pero con una cierta vulnerabilidad, y que entonces se movió para buscar unos pantalones cortos y ponérselos. Acababan de vestirse los dos cuando una cabeza despeinada apareció por las escaleras, entrecerrando los ojos al ver la luz del sol.


–Aquí están –dijo Olivia, mirándolos con curiosidad–. No sabía dónde estaba cuando me he despertado.


–¿No, cariño? –preguntó Paula sonriendo–. No pasa nada. Seguimos aquí, en el barco.


–¡Ya lo sé! –respondió Olivia, poniendo los ojos en blanco–. ¿Puedo ir a nadar otra vez?


–Sí, por supuesto. Esta vez te acompañaré yo.


Paula pensó que le vendría bien un poco de agua fría.


–¡Sí! ¿Y papá también?

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