viernes, 10 de febrero de 2023

Venganza: Capítulo 39

 –No. Es solo que no necesito que me digas lo que debo o no debo hacer, muchas gracias.


–Está bien. No obstante, permite que te informe de que yo tengo un negocio que atender en Atenas. Podríamos ir mañana… Y, tal vez, hacer noche en mi departamento.


–No –había contestado Paula con firmeza–. Va a ser un lío para Olivia.


–¿Y por qué no la dejas aquí? –había sugerido él–. Estoy seguro de que Juana y Rafael estarán encantados de cuidarla.


–Sí, por favor, mamá –había dicho Olivia, a la que nunca se le escapaba nada–. ¿Puedo quedarme con Juana y Rafael? Por favor.


–No sé… Quizás no quieran tener que estar pendientes de tí por la noche.


–No voy a molestar. Puedo ayudar a Juana a preparar galletas kouloulou.


–Koulourakia –la había corregido Paula.


–Sí, esas. ¿Puedo, mamá?


–Bueno, tal vez. Luego se lo preguntamos.


En ese punto, Pedro había esbozado una sonrisa. Gracias a su maravillosa hija había conseguido con éxito la primera fase de su plan. En esos momentos, se dirigió a la terraza y se llevó la mano a la frente para hacerse sombra. Oyó a lo lejos la vocecita de Olivia y poco después vió aparecer a madre e hija a su izquierda. Ambas coloradas y despeinadas por el viento. Paula llevaba un pareo atado a las caderas e iba cargada con un bolso de playa y una nevera portátil. Olivia luchaba contra su cocodrilo hinchable que era casi el doble de grande que ella. Pedro echó a andar y se dió cuenta, sorprendido, de la alegría que le daba verlas.


–¿Qué demonios está haciendo él aquí?


Los dos hermanastros de Paula se pusieron en pie de un salto al verla entrar con Pedro en el despacho del abogado. Ella notó cómo Pedro se ponía tenso a sus espaldas.


–Él no tiene nada que hacer aquí –le recriminó Marcos–. Haz que se marche, Paula.


–Siéntate, Marcos –le pidió ella con voz tranquila, aunque en el fondo estuviese muy nerviosa, mientras tomaba asiento–. Pedro solo ha venido a acompañarme.


–Ha venido a comprobar el daño que nos ha hecho –insistió Marcos–. Ha diezmado nuestra herencia tanto como la suyapropia.


–¿Por qué lo has traído? –intervino Lucas.


En realidad, Paula no había querido que Pedro la acompañase, pero él había insistido en llevarla hasta allí, después, en acompañarla en el ascensor y, cuando había querido darse cuenta, había entrado con ella en el despacho.


–¿Por qué no nos sentamos todos? –propuso el señor Petrides desde el otro lado del escritorio.


Era el abogado de la familia Chaves y debía de tener al menos ochenta años.


–La lectura del testamento no llevará mucho tiempo.


Marcos volvió a sentarse y Lucas lo imitó. Pedro tomó también una silla y la colocó al otro lado de Paula.

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