viernes, 28 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 40

Paula llevó la carta una planta más abajo. Encontró a Santiago sentado en su despacho, rodeado de cajas medio llenas. La miró con expresión lúgubre. Le pasó la hoja de papel.


—Sabes que no es una mala oferta —comentó—. Pero eso no significa que necesariamente debas aceptarla. ¿Por qué deberías aguantar a Pedro? Es imposible trabajar con él. Sabe que eres brillante. Si te vas, será la compañía la que pierda. Puede que incluso te vaya mejor como autónomo.


Santiago leía la carta. Levantó los ojos hacia la única persona que jamás había visto darle a Pedro su misma medicina.


—No, no es del todo verdad —sonrió con pesar—. Una cosa es tener ideas y otra saber explotarlas. La faceta comercial me desquicia; es una disciplina que tienes que imponerte si quieres trabajar por tu cuenta, aunque lo más probable es que yo me refugiara en el despacho de mi casa y me centrara en dar retoques interminables a mis proyectos. Lo haría aquí si él me lo aceptara.


—Bueno, resulta evidente que debes hacer lo que sea mejor —indicó Paula—. Pero no dejes que te pise. Pedro es egoísta y arrogante y nunca piensa en otra persona que no sea él mismo; no puedo entender por qué todo el mundo traga.


—Porque es mejor que todos nosotros, a pesar de lo que odio reconocerlo. Empiezas a explicarle algo y ha captado el final antes de que hayas terminado la frase. Tienes un problema y antes de haber completado la pregunta él ya ha formulado la respuesta. Este último año ha sido un infierno, y no debería haber permitido que me abrumara, pero prefiero trabajar con Alfonso que con alguien que tenga la mitad de cerebro que él y al que le moleste herir mis sentimientos.


Paula suspiró. Sabía que tendría que sentirse complacida... Después de todo, había hecho prácticamente todo para que Pedro cambiara de parecer, aunque resultaba deprimente encontrar a Santiago tan listo para unirse al club de fans.


—Bueno, ¿Le comento que vas a reconsiderarlo? 


—Le enviaré un correo electrónico —repuso Carlin. Se sentó ante su ordenador y los dedos comenzaron a volar sobre el teclado.


Con otro suspiro se marchó de su despacho. Pedro la estaba esperando. Sería como la última vez. En ocasiones pensaba que él lo había olvidado, o al menos que lo había dejado atrás... Pero jamás la perdonaría. Siempre la odiaría por lo que le había hecho. No tenía valor para hablar con él. No le importaba que estuviera esperándola; necesitaba apoyo moral. Se dirigió hacia la cafetería de la empresa. Quizá tres porciones de mousse de chocolate blanco la ayudaran a quitarse los problemas de la cabeza. Llenó la bandeja con cinco postres y un café, luego fue a sentarse a una mesa con los ojos clavados en los platos. Ya no era capaz de recordar cómo se le había ocurrido la idea. Quizá fuera porque había salido dos semanas con Brenda Lewis, lo cual representaba una semana más que con cualquiera de las otras chicas, y Paula había probado el único modo que se le ocurrió para captar su atención. Bueno, si eso era lo que había deseado, sin duda había funcionado. Un día Pedro había llegado a casa con un examen de matemáticas. Como de costumbre, repasó los problemas que podía hacer en cinco minutos o menos, se aburrió y dejó el papel sobre su mesa. Luego había salido para pasar el resto de la velada con Mónica Lewis. Llevaba sacando unos meros aprobados y suficientes en los trabajos que se molestaba en realizar en el tiempo que no miraba los deportes por la tele o salía con sus amigas. 

Inevitable Atracción: Capítulo 39

 —Paula, eres adorable y podría estar aquí haciendo esto todo el día, pero tenemos que apaciguar a un genio y desarrollar una presentación — sus ojos volvían a estar alegres—. ¿Podríamos dedicarnos a la oferta de Santiago? —se quedó detrás de ella mientras dictaba. Paula la escribió e imprimió; él la firmó y luego la miró—. Eres una incorporación muy cara al equipo. Primero me chantajeas para realizarte una oferta que ni en un millón de años habría considerado, y ahora haces que le regale dinero a alguien que, hasta que tú llegaste, parecía contento con trabajar para sobrevivir.


—Es lo que tú pensabas —su boca aún sentía el beso. Fue fantástico, pero eso no significaba que debía soportar esas tonterías—. En mi opinión —repuso con frialdad—, ya he justificado mi nivel de compensación al intervenir cuando estabas a punto de perder a uno de los miembros más valiosos de tu personal por pura obstinación. Por no mencionar que he puesto esta presentación en un formato en el que tiene alguna posibilidad de cumplir los plazos establecidos… —dejó de hablar al ver la expresión sombría en su cara, sin rastro ya de humor. 


—Sí —corroboró Pedro—. Ahora que lo pienso, nunca llegué a mencionar eso —la evaluó con la mirada—. Debemos hablar de ello cuando vuelvas del despacho de Santiago.


—¿Hablar de qué?


—Del hecho de que no eres una accionista a prueba ni una secretaria eventual. Algunas cosas nunca cambian, ¿Verdad, Paula?


—¿Qué quieres decir? —no fue capaz de leer la expresión en su cara.


—Sabes muy bien lo que quiero decir —repuso—. Una vez no era suficiente, ¿No? Aún sigues en la sombra, temerosa de los focos, aburrida con lo que tienes si te mantienes fuera de las luces —enarcó una ceja—. Finges que ser una secretaria es suficiente para tí, Paula, pero no lo es. No me extraña que no puedas aceptar un trabajo más de un mes. Si lo intentas de forma semipermanente en un par de semanas empiezas a subirte por las paredes y recuperas tus viejos hábitos.


—No es justo. Sólo lo hice porque Santiago no tenía tiempo y no quería que se metiera en problemas...


—Con el resultado de que todo te estalló en la cara, haciendo que casi perdiera, como tú misma has señalado, a un miembro irreemplazable de mi personal —la inmovilizó con la vista—. Sigues siendo una incorregible colaboradora anónima, Paula. ¿No crees que es hora de que lo dejes? — ella se mordió el labio—. Llévale eso a Santiago. Como sabes, no disponemos de mucho tiempo. Pero antes de que nos pongamos a trabajar... —sonrió sin alegría—... creo que será mejor que tengamos una pequeña charla. 

Inevitable Atracción: Capítulo 38

 —No estoy segura —replicó al instante ella—. Aunque sé que no fue por mi aspecto, ya que recalcaste que no deseabas involucrarte con tu secretaria —sonrió otra vez al recordar esos maravillosos besos—. En un momento me dió la impresión de que habías cambiado de parecer al respecto. Aunque ahora parece que has reconsiderado tu postura. Me pregunto si no vale la pena mantener una similar actitud flexible hacia un miembro de tu empresa al que una vez me describiste como un genio.


—Puede que tengas razón —indicó al rato para sorpresa de ella; tamborileó los dedos sobre la mesa—. Quizá debería reconsiderar que no quiero tener nada que ver con mi secretaria, pero lo primero es lo primero —alzó el teléfono y marcó una extensión—. Aquí Alfonso. Quiero hablar con Santiago Carlin. ¿No está en su despacho? Oh, comprendo. Haga que conteste, ¿Quiere? —activó la función «manos libres» del aparato.


Hubo una breve pausa, luego sonó la voz de la secretaria.


—Me temo que no desea hablar con usted, señor Alfonso.


—Bueno —rió—, no puedo culparlo, aunque me gustaría intercambiar unas palabras con él. Quiero que vuelva a su despacho, le transmita tres palabras y compruebe si no quiere ponerse.


—¿Qué palabras, señor Alfonso? —incluso a través del teléfono la voz sonó escéptica.


—Permiso de paternidad.


—Lo intentaré, señor.


Reinó otra pausa, y luego se oyó la voz de un hombre.


—Aquí Carlin.


—Santiago —Pedro se pasó una mano por el pelo con gesto distraído—. Paula acaba de indicarme que no podemos conseguir otro genio poniendo un anuncio en la prensa. Dice que deberíamos hacer todo lo que fuera necesario para que te quedes. Dijo que seis meses de permiso de paternidad bastarían para empezar. No sé si puedo darte tanto tiempo, pero me preguntaba qué te parecería esto: Seis meses pagados de permiso de paternidad, con todo el trabajo que desees llevar para evitar volverte loco entre tantos pañales, o lo que sea que lleven los niños con dos años.


Tras un muy prolongado silencio, se oyó una voz pausada.


—¿Es una especie de broma?


—Nunca bromeo sobre los bebés, Santiago. Eres un hombre más valiente que yo. Mira, haré un borrador de la oferta, le pediré a Paula que la imprima y te la lleve. No te marches sin pensártelo —cortó la conexión y la miró con ojos sarcásticos—. ¿Y bien?


—De acuerdo, quizá después de todo no venda mis acciones.


—Aún no tienes ninguna. Eres una accionista en período de prueba.


—Eso no pareció molestarte anoche —dijo animada.


—Tenía otras cosas en la cabeza —sonrió él. Se incorporó—. Ahora, por supuesto —añadió pensativo—, me doy cuenta de que eres una secretaria de verdad y sólo una accionista en potencia, y que besarte es una idea muy mala —rodeó la mesa y se quedó ante ella. Esbozó esa sonrisa tan cautivadora—. Pero de todos modos voy a hacerlo.


Se inclinó y le dió un beso implacable. Se acabó demasiado pronto, pero Paula no se quejó. ¡La había vuelto a besar cuando nunca más esperaba sus besos!


—Me quedaré junto a tu ordenador y dictaré la oferta por encima de tu hombro —indicó él como si nada hubiera pasado—. Será mejor que se la hagamos llegar a Santiago antes de que decida irse por incredulidad.


Con un toque de audacia, Paula alzó la cara y lo besó. Pedro rió y le devolvió el beso. 

Inevitable Atracción: Capítulo 37

 —Me gustaría señalarte que si te vas antes de que termine tu año, renuncias al cinco por ciento de las acciones que tanto valorabas. No puedo afirmar que aceptar esas condiciones fuera el mejor trato que haya cerrado jamás, pero quizá quieras pensártelo dos veces antes de abandonar algo que puede llegar a valer varios millones delibras.


—No va a valer ni el papel en que están escritas si sigues echando a gente tan brillante —repuso con mordacidad—. Además, Santiago me gusta. Creo que será divertido trabajar con él. Sin duda será mejor que un año de tu estilo de dirección de personal. Por curiosidad, ¿de dónde te lo has sacado? ¿Encontraste un manuscrito desconocido de Atila o te lo inventaste tú?


—Paula —endureció la mandíbula—, no tienes el bagaje suficiente que te capacite a emitir juicios sobre decisiones empresariales. Sabía que era un error besarte.


—Sí —coincidió ella—. Resulta raro, ¿No? Antes de besarme siempre había estado de acuerdo con todo lo que decías. Es gracioso cómo un par de besos pueden volver a una chica tan presumida —él le lanzó una mirada de absoluto desagrado—. Al menos piénsalo —suplicó ella—. Sé que apenas hay tiempo, pero podemos completarlo, y quizá ésta sea una bendición inesperada. Barrett es una nuez dura de romper. No creo que el tipo de presentación que hiciste antes funcione con ellos, y Santiago habría desperdiciado un montón de tiempo en ella, sin llegar a mejorarla —lo miró fijamente, deseando convencerlo para que la escuchara—. Sólo piénsalo —insistió—. Aunque él hubiera podido encontrar milagrosamente una presentación, no habría estado mucho mejor si no hubiera sido el modo correcto de enfocarlo... Y aquí nadie lo habría sabido porque no conoces cómo trabaja Barrett. Bueno, aunque pensaras que a él le habría ido mejor, ¿qué sentido tiene perderlo cuando no ha agravado nada? Y tú mismo has dicho que era brillante. Dijiste que tenía ideas tan adelantadas a su tiempo que no habría mercado para ellas en los próximos veinte años. ¿De verdad crees que alguien igual va a aparecer de repente para ocupar su lugar?


—Veo que te gusta —indicó Pedro—. Quizá el trabajo no haya sido la única causa por la que no ha visto a su mujer y a su hijo.


La sugerencia resultaba tan absurda que Bárbara no pudo evitar reír. Santiago Carlin era brillante, y no era feo, pero ni siquiera era capaz de mirarlo cuando Pedro estaba en la habitación.


—No es mi tipo —repuso con una sonrisa involuntaria.


—Creí que no tenías un tipo específico.


—Y así es —Paula se contuvo—. Me gustan muchas clases distintas de hombres —mintió—, pero Santiago Carlin no forma parte de ninguna de ellas. Por otro lado —señaló—, no creía que eligieras a tus empleados en base a si yo podía acostarme con ellos.


—¿Por qué demonios pensé que querría trabajar contigo durante un año? —la mirada furiosa había dado paso a una diversión exasperada. 


Era la única de las 465 personas que trabajaban para él que ni durante dos segundos daba la impresión de sentirse intimidada ante él. 

Inevitable Atracción: Capítulo 36

Prosiguió largo rato, y Santiago escuchó sin protestar hasta que Pedro terminara. Algo que finalmente sucedió.


—Jamás he cuestionado tu talento, Santiago —indicó con un tono que hizo que el comentario pareciera un insulto—, pero es evidente que esto te sobrepasa. Hay personas a las que puedes arrojar a las profundidades y crecen con ello... Pensé que tú eras una de ellas. Fue mi equivocación. Está claro que te falta lo necesario para operar a este nivel.


Los ojos cansados se entrecerraron, y llegó el turno de que Santiago hablara.


—Solía pensar que me gustaría establecerme por mi cuenta — comenzó—. Tenía muchas ideas que me interesaban y que tú no querías seguir. Nuestros competidores han dado con una o dos de ellas de forma independiente, y les ha ido muy bien, de modo que no hay motivo para no pensar que aquí no habrían funcionado —se encogió de hombros—. Pero cuando mi esposa quedó embarazada hace un par de años, pensé que no podía permitirme el lujo de correr riesgos —miró a Pedro con ojos grises encendidos—. Bueno, no sólo me he perdido la primera palabra del bebé... Sino que tengo un hijo de dos años, con un vocabulario de cien palabras y me he perdido todas y cada una de ellas. En un año no he pasado ni una sola velada con mi mujer, no he pasado ni un día con mi esposa e hijo desde que éste nació, y en eso incluyo la Navidad. No sé qué riesgos pensé que me iba a ahorrar, pero no pueden ser peores que abandonar a mi familia en todos los sentidos menos el legal —arrojó su copia de la propuesta sobre la mesa de Pedro—. Tendrás mi dimisión al final del día —giró en redondo y salió de la habitación.


Paula buscó alguna señal de arrepentimiento en el rostro de Pedro, pero no había ninguna. «Debe sentir algo», pensó. Santiago había sido un protegido suyo, un joven que había abandonado la universidad, con quien se había arriesgado y que resultó ser brillante. ¿Acaso iba a dejar que terminara de esa manera?


—Bueno, ha de estar arreglado para el lunes —le dijo con sequedad a Paula—. ¿Has cancelado Praga? Bien. Desde ahora disponemos hasta el fin de semana para darle la vuelta. Cuatro días para el trabajo, una buena noche de sueño y aún nos queda el lunes para atar los cabos sueltos y dejarlo bien. Leeré tu trabajo y lo corregiré para que no vendamos un paquete antiguo. Si trabajamos juntos lo conseguiremos.


—¿Así que vas a dejar que él se marche? —Paula cruzó los brazos—. ¿Así sin más?


—Si no hubiera dimitido, yo le habría pedido que presentara su dimisión —indicó él.


—¡Me dijiste que era brillante! —acusó con ojos centelleantes.


—No competimos por el Premio Nobel —explicó con hosquedad—. Competimos por una parte de un mercado en el que se mueven algunos de los operadores más despiadados y poderosos del mundo. Si hay alguien que no sea capaz de seguir el ritmo, nos irá mejor sin él.


—¿De verdad? —preguntó con acritud—. Bueno, pues en mi opinión a ellos les irá mejor sin tí. Si tuvieran a alguien en la cima que no esperara que fueran superhéroes, podrían formar parte de un equipo imbatible —los ojos le echaban chispas—. Los cerebros de las personas de esta organización son tus máximos valores y, teniendo en cuenta que acabas de decidir que era una idea inteligente forzar la marcha de una de las personas más competentes que tienes, diría que los mejores cerebros de la empresa no están al mando aquí. En mi opinión deberías llamarlo, ofrecerle seis meses de permiso de paternidad pagados y una disculpa.


—Eres libre para expresar tu opinión —dijo con frialdad—. Y ahora, si ya has terminado, pongámonos a trabajar.


—No, gracias. Si Santiago se va, yo me marcho con él.


Él se encogió de hombros. 

miércoles, 26 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 35

Paula se dirigió a su mesa y llamó a la agencia de viajes. Luego llamó a Santiago Carlin y le dijo que Pedro quería verlo. Luego regresó a su despacho para defender su criatura.


—¿Cuál es exactamente el problema? —inquirió con tono desafiante.


—Sé que intentas ser de ayuda, Paula, pero has desperdiciado el tiempo de todos al retocar algo equivocado. Si me lo hubieras mostrado cuando te lo pedí, te lo podría haber dicho hace dos días —con gesto desdeñoso hizo a un lado la presentación—. Además, Barrett ha vuelto a adelantar la fecha de entrega. Quieren la propuesta preliminar el jueves, y hemos perdido un tiempo precioso del que no disponemos mientras tú pulías algo que no podemos usar. Ahora tendré que ocuparme de ello yo mismo, y, con franqueza, tampoco puedo permitirme el lujo de no iniciar ya la operación de Praga.


A Paula le habría gustado debatirlo, pero si decía mucho temía meter en problemas a Santiago. Miró su proyecto y echó humo por las orejas. Cinco minutos después entró Santiago. Aún se lo veía extenuado... Sólo Dios sabía cuánto sueño le estaba costando la operación polaca.


—Hola, Santiago —saludó Pedro.


—Pedro—repuso Santiago.


—He estado mirando la presentación de Barrett. Hay algunas cosas buenas en ella, pero tengo una pregunta.


—¿Cuál?—inquirió el otro.


—Me gustaría saber —comenzó con voz suave y los ojos gélidos por la furia—, ¿Por qué toda la propuesta se basa en la última versión de nuestro software en vez de en la más reciente? —Santiago lo contempló un momento—. ¿Y bien?—instó Pedro.


—Te diré por qué—repuso con serenidad y un endurecimiento de los labios—. El motivo es que la carpeta que viste hace un par de días representaba la totalidad del trabajo que yo había realizado en el proyecto. Todo lo que ves aquí lo hizo tu secretaria, basándose en ofertas anteriores que nosotros habíamos hecho y en material de Barrett. Las ofertas antiguas se hicieron antes de que desarrolláramos esta versión; me olvidé de indicárselo a ella.


Reinó un momento de absoluto silencio. Entonces Pedro empezó a hablar. No alzó la voz; simplemente dejó claro, con un tono tan frío y brutal como el océano Glacial Ártico, la opinión que le merecía un hombre que podría haber aprovechado una de las oportunidades más importantes para la compañía, la dejaba como unos meros garabatos de papel en una carpeta durante cuatro meses y luego, en vez de permitir que el problema lo encararan aquellos que eran capaces de solucionarlo, se lo delegaba a una de las secretarias.


Inevitable Atracción: Capítulo 34

Paula se puso el sujetador y comenzó a abotonarse el vestido. Pedro le sonrió con melancolía.


—Dios, odio verte hacer eso.


Ella le devolvió una sonrisa tímida. Quizá fuera así mientras permaneciera en su casa, pero al salir por la puerta nunca más volvería a sonreírle de esa manera.


—Bueno, ¿Qué te parece uno de despedida? —añadió él.


Se pegó a Pedro y alzó la cara. Sabía que era el último beso. Le devoró la boca tratando de grabar su sabor en la mente. 


—Será mejor que tú también empieces a hacer las maletas. ¿Te veo en la oficina a las nueve? —Paula asintió sin poder hablar—. Estupendo.


Él se inclinó y le rozó los labios sin duda por última vez antes de marcharse. 



Paula entró en la oficina unos minutos antes de las nueve. Se había duchado, cambiado y hecho la maleta, y en general se sentía bien, si se tenía en cuenta que no había dormido y que el único hombre al que había amado se mostraría frío con ella. La puerta de Pedro estaba abierta.


—No, claro que no es un problema —decía—. Requiere pulir unos detalles, es evidente, pero sin duda podremos tener la propuesta preliminar el jueves. Gracias por comunicármelo.


Paula dejó sus cosas junto al ordenador y lo encendió. Luego se acercó a la puerta de él por si había sucedido un milagro. No. Pedro hojeaba la presentación de Barrett con expresión ominosa. Alzó la vista y la vió en el umbral, y la expresión ceñuda se acentuó.


—Buenos días, Paula —saludó con frialdad—. ¿Te importaría entrar un momento?


Se acercó a él. Le sorprendió que en ese momento no le molestar tanto su frialdad como el hecho de que tenía su creación, la presentación de Barrett, en las manos, y que en vez de exclamar lleno de asombro por lo maravillosa que era, mostraba el ceño fruncido.


—¿Qué pasa? —preguntó ella con tono gélido.


—¿De dónde sacaste esto? —palmeó la presentación con mano impaciente.


—¿De dónde lo saqué? —repitió insegura.


—¿De dónde sacaste el material para la reestructuración? —insistió con irritación.


—Bueno, del señor Carlin... —repuso con cierto titubeo.


—Debiste recoger el disquette equivocado —informó Pedro.


—¿Sucede algo?


—Es lo mínimo que se puede decir —contestó con voz sombría—. Cancela nuestras reservas a Praga, ¿Quieres? Ha surgido algo que no puedo dejar. Oh, y dile a Santiago Carlin que venga en seguida. 

Inevitable Atracción: Capítulo 33

Pedro de inmediato alejó la mano. Alzó la cabeza con una leve expresión de sorpresa en sus ojos, como para cerciorarse de que la entendía.


—Lo... Lo siento—tartamudeó ella.


—No tienes por qué —musitó él—. Quiero que me digas qué es lo que quieres.


La miró. Durante años Paula lo había enfurecido más allá de toda cuenta, pero incluso cuando los insultos llegaron a herirlo, entre ellos había flotado una energía eléctrica que, extrañamente, hacía que le gustara más que la mayoría de las mujeres que lo adoraba de forma incondicional. En ese momento observó que los profundos ojos azules ardían de deseo. Era como si nunca antes la hubiera visto. Ella le lanzó una mirada traviesa, súbita e inesperada.


—Bueno, es hora de que tú te quites algo de ropa —comentó Paula.


—Tanta como quieras —rió él con ganas. Le plantó un beso fugaz y se sentó, pasando las piernas por debajo de las de ella. Se quitó la chaqueta y la tiró al suelo, luego le tocó el turno a la corbata. Enarcó una ceja— ¿Hasta dónde quieres que siga —preguntó.


—Ahora me haré cargo yo —sonrió Paula.


Apoyó las manos en sus hombros y se subió sobre sus muslos, de modo que sus caras quedaron a la misma altura. Le desabotonó el cuello de la camisa, le sonrió de forma arrebatadora y lo besó, continuando con los demás botones. Él aún sonreía cuando ella llegó hasta el cinturón y le sacó la camisa del pantalón. Paula jamás habría imaginado que podría ser tan cómodo estar a su lado. Por lo general no podían estar más de dos minutos en la misma habitación sin que Pedro dijera algo que la enfureciera. Es probable que en la última media hora le hubiera sonreído más veces que en los quince años anteriores. Sabía que recordaría cada minuto de esa noche el resto de su vida, pero la realidad era que si él se salía con la suya no le volvería a hablarnunca más. Por supuesto, tendría que hacerlo, ya que aún era su secretaria, pero lo que querría sería no volver a verla jamás.


—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.


—¿Qué pasa con qué?—replicó Paula.


—No lo sé. Tenías una expresión un tanto extraña.


—No sé —se obligó a sonreír—. Probablemente me preguntaba si dejar que te quedaras con los pantalones. Creo que respetaré tu modestia.


—Soy demasiado arrogante para ser modesto, pero yo respetaré tu modestia. Ven y bésame otra vez.


Paula trató de pensar sólo en ese momento. Si tan sólo pudiera disfrutarlo mientras existía, en vez de ser constantemente consciente de lo pronto que acabaría y lo distante y frío que estaría Pedro al día siguiente. Pero parte de la magia había desaparecido. Resultaba maravilloso estar en sus brazos, por supuesto, pero incluso mientras la besaba no fue capaz de desterrar una sensación de pavor. Al final fue ella quien le puso fin. Alzó la cabeza y miró el reloj.


—Pedro, son las seis de la mañana. Debes ir a casa a hacer las maletas.


—¿Sí?


—Dijiste que necesitabas pasar un par de horas en la oficina antes de irte. Si quieres llegar a las ocho, tienes que marcharte ahora.


—Supongo que tienes razón.


—Claro que la tengo —alzó sus rodillas y se incorporó.


Pedro se levantó quedó de pie a su lado. Se abrochó la camisa, se puso la chaqueta y guardó la corbata en el bolsillo. 

Inevitable Atracción: Capítulo 32

 —Pensé que te mostrabas sospechosamente agradable —indicó—. Pero es sólo un ejercicio, ¿No?


—Hmm —volvió a rozarle la boca con los labios—. Me gustaría comprobar hasta dónde llegaría una accionista con el cinco por ciento con un director altivo que jamás piensa en nadie más salvo en sí mismo... — Paula le sonrió—. No pareces muy preocupada al respecto —continuó él—. Si tenemos en cuenta todas las veces que me has dicho... —jugueteó con sus labios—... Con términos inequívocos todas las cosas que siempre me estás diciendo... —la besó otra vez—. Dios, eres hermosa, Paula. Más hermosa que lo que una accionista del cinco por ciento tiene derecho a serlo. Bien, ahora voy a desabotonarte el vestido. Al ser tan arrogante y egoísta... Quizá no sepa cuándo deba parar. 


Paula lo miró con ojos enormes. La mano había llegado hasta su cintura. Le parecía que había dejado de respirar; era como si al hacerlo pudiera romper el hechizo.


—No pares —musitó sin aliento, con palabras apenas audibles.


—He de parar —susurró Pedro—. Me he quedado sin botones — introdujo la mano en el interior del vestido y la apoyó levemente sobre el muslo antes de subir por su costado. De nuevo le rozó los labios y le murmuró al oído—: Un cerdo arrogante y egoísta tiene su mano en tu pecho —deslizó el dedo pulgar por la suave tela del sujetador y lo pasó por el pezón.


—Para —dijo Paula con respiración jadeante. Él apartó la mano con brusquedad. Ella meneó la cabeza con impaciencia—. Para de hacer bromas. No tienes por qué continuar. Me encanta.


—Lo siento —le sonrió—. Ha sido un error.


Pedro enganchó el pulgar en la solapa del vestido y se lo apartó del pecho, de modo que todo ese lado cayó al suelo. Luego atrajo el otro lado hacia él, quitándoselo. Ella llevaba un sujetador transparente que se abrochaba por delante; lo abrió y dejó que las dos mitades se deslizaran hacia los lados. La contempló un largo rato.


—Dije que eras hermosa, Paula —comentó con suavidad—, pero ni me aproximaba a la realidad —volvió a recorrerla con la vista—. Deshagámonos de estas medias —introdujo una mano en la cinta elástica de la cintura y se las bajó por las caderas. Se apoyó en la otra mano para quitárselas por los muslos y las rodillas y, por último, los pies, luego se apoyó otra vez sobre el codo—. Hmm, adorable —le acarició el vientre plano. 


Ella tembló ante su contacto; la mano cálida pareció enviarle un torrente de sensaciones por el cuerpo. Le besó un pecho, haciendo que jadeara involuntariamente; era como si le hubieran puesto un cable con corriente que le provocó una convulsión de placer. Pudo sentir su boca, ardiente, suave y húmeda, y la punta de su lengua jugando con el pezón. Respiró de forma entrecortada. Jamás había imaginado que podía llegar a ser así. ¿Por qué no podía continuar y continuar? ¿Por qué tenía que parar? Pedro no paró en mucho rato, y cuando lo hizo fue para besarle el otro pecho. Paula tembló sin control. Su lengua no dejó de activar explosiones de dulzura hasta que todo su cuerpo pareció ser una masa palpitante de placer, pero con un extraño anhelo entre sus piernas que crecía a medida que él proseguía. Como si Pedro lo hubiera percibido, sintió que bajaba la mano por su estómago y la introducía entre la tenue tela de sus braguitas. Sin pensarlo, con brusquedad, se apartó de él, abrumada de repente por un horrible bochorno. 

Inevitable Atracción: Capítulo 31

De pronto Pedro se puso en cuclillas al lado de una estantería y sacó un libro. 


—Santo cielo, si lo has guardado —dijo.


—¿A cuál te refieres?


—Zazie Dans le Métro. Te lo regalé una Navidad cuando tenías unos catorce años.


—Claro que lo guardé. Jamás tiro un libro.


Fue el primer libro completo en francés que había leído. A pesar de lo mucho que le había costado, no paró hasta acabarlo. Él la miró con satisfacción.


—Eso lo explica, entonces. Me pareció ver a muchos amigos aquí.


—Fue muy considerado de tu parte recordarme —repuso ella con cortesía. 


En un momento dado había guardado todos los libros que él le había regalado a lo largo de los años en un solo lugar, menos mal que luego decidió distribuirlos alfabéticamente entre su colección.


—Qué extraño, si pensamos el cerdo arrogante, egoísta y malhumorado que soy.


—¿Quieres una copa? —preguntó Paula, cambiando de tema.


—No, no quiero una copa —le sonrió—. Quisiera cerciorarme de que no ha habido ningún error.


—¿Error?


—Me gustaría que me besaras donde puedas ver lo que haces. En el coche estaba a oscuras —añadió con seriedad—. Quizá no te dieras cuenta de que besabas a un cerdo egoísta y arrogante que no tiene consideración por sus empleados. Abajo tampoco diste la luz. Yo podría haber sido cualquiera... Alguien sin los defectos de carácter sobre los que has llamado mi atención los últimos quince años.


—No seas tonto —contrarrestó con altivez—. Sólo fue un beso… No me pareció necesario solicitar referencias sobre el carácter.


—Me alegra tanto oírte decir eso, Paula, porque puedes ver por tí misma que soy el mismo al que has estado atacando estos años, y pienso besarte otra vez.


Apoyó una mano en su cabeza, se inclinó y la besó con suavidad. Ella abrió la boca bajo sus labios y alzó una mano a su hombro. La besaba por cuarta vez. Probablemente jamás volvería a suceder, así que lo mejor sería aprovecharlo al máximo. Debería recordar todas las cosas que había deseado que pasaran las otras veces y realizarlas en esa ocasión, mientras aún tenía la oportunidad. Ese beso pareció ser distinto de los otros. La besaba con delicadeza y apenas la tocaba, de modo qué ella fue incluso más consciente de su cuerpo a sólo unos centímetros de distancia. Se fundió en sus labios, disfrutando con el contraste entre la fuerza del cuerpo bajo sus manos y la suave, suave boca en la suya. Se hallaban de pie junto al sofá grande que le había regalado su madre. Pedro la depositó en él. Se sentaron sobre un montón de libros sin que dejara de besarla.


—¿Te importa si bajamos esto? —preguntó al rato. Paula meneó la cabeza sin poder hablar. Con un único gesto él envió los libros al suelo. Apoyó las piernas largas en el sofá y se estiró con la espalda en el apoyabrazos—. ¿Quieres unirte a mí, Cinco Por Ciento? —la miró con ojos brillantes. Ella se tumbó, mirándolo. Él le rozó los labios—. Ponte de espaldas —pidió en voz baja—. Te he dejado mucho espacio.


—¿Me estás seduciendo, Pedro? —preguntó tras acomodarse.


—Por supuesto que no. En primer lugar, eres mi secretaria, y no creo en eso de mantener relaciones con tu secretaria. En segundo lugar, sólo eres una accionista con el cinco por ciento y, como tú misma señalaste, me sería imposible recorrer todo el camino con alguien con una participación tan reducida. Y en tercer lugar... No tenemos tiempo —sonrió—. Es sólo un ejercicio. ¿Te importa?


Paula supuso que debería hacer algún comentario sarcástico, pero la expresión burlona en sus ojos la desarmó. Sacudió la cabeza. 

lunes, 24 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 30

 —Bueno, no puedo quedarme mucho —introdujo la llave en la puerta y giró—, pero como insistes pasaré unos minutos.


Paula luchó con una risita nerviosa. Mantuvo la puerta abierta para ella, la siguió al interior y cerró a su espalda. Durante un momento permaneció a su lado en la oscuridad. Debería encender una luz, pero fue incapaz de moverse. Era como si entre ellos hubiera un campo de fuerza, algo que los atraería de manera irresistible si dejaba de oponerse a ello. Luego nunca supo si había dado un paso hacia él. Pareció que había dejado de luchar, y de pronto se sintió rodeada por sus brazos mientras la besaba con apasionamiento. Mucho más tarde sus bocas se separaron, y oyó la voz de él junto a su oído.


—Debería irme —dijo con su cálido aliento en su mejilla.


—Sí —indicó Paula.


—Pero no lo haré —dijo con ese espectro de risa en los labios—. Vamos, Paula, muéstrame cómo vive el otro cinco por ciento.


—Yo vivo arriba —dijo—. Hay unas escaleras justo delante de nosotros. La casa está dividida en departamentos. Tengo uno independiente en la primera planta.


—Bueno, me alegra que hayamos solucionado eso —su risa la acarició—. Echémosle un vistazo a tu departamento independiente en la primera planta, ¿Quieres?


—Claro —comenzó a subir por las escaleras, olvidando encender la luz. Oyó a Pedro a su espalda—. Aún tienes las llaves —indicó sin aliento mientras lo esperaba arriba. La había besado dos veces. Tres si contabas dentro y fuera del coche como ocasiones diferentes.


—Así es —confirmó al reunirse con ella. ¿Cuál es?


Extendió las llaves; ella le rozó los dedos al elegir una y volvió a experimentar la sacudida eléctrica en el brazo. ¿Cómo con sólo tocarlo podía sentir eso? ¿Y por qué nadie más había tenido ese efecto en ella? Pedro introdujo la llave en la cerradura y abrió la puerta. Bárbara encendió la luz y entraron en el salón del pequeño apartamento de un dormitorio en el que llevaba viviendo los últimos cinco años. La estancia estaba atestada de libros y en la repisa había un par de fotos familiares, incluyendo una en grupo en Navidad porque Pedro aparecía en ella. Él se puso a andar de un lado a otro, con las manos en los bolsillos.


—Es tal como lo imaginaba —comentó.


Paula sonrió con timidez. Era raro verlo a la luz después del apasionado beso que habían compartido. Era raro... No, era maravilloso verlo en su departamento. Ni en un millón de años había imaginado que la visitaría.


Inevitable Atracción: Capítulo 29

Pedro regresó a su despacho y dejó a Paula ante el ordenador. Había al menos cinco cosas que hacer que tenían máxima prioridad, pero por un momento se sentó en el sillón de cuero y se situó de cara a la oscuridad. Vió su rostro reflejado en la ventana. El corazón aún le latía con fuerza. Había sido un estúpido en dejar que llegara tan lejos... Si la Secretaria Perfecta lo hubiera abofeteado, dimitido y dicho que se marchaba a Cerdeña, la culpa sólo habría sido suya; pero era de carne y hueso, después de todo. Recordó la suavidad de su boca, la fiereza inesperada de su respuesta... Tendría que haber sido un santo de escayola para no caer. De hecho, al pensar en ello le sorprendió su propia contención. Apretó los dientes, tratando de no recordar más. «Trabaja», pensó. «Tengo trabajo que hacer». Giró el sillón y se quedó ante su escritorio, sacó unos papeles del maletín y los miró con furia. 


Por algún motivo, Paula había supuesto que sería como su horario diurno, con Pedro dándole una tarea tras otra. Para su sorpresa, la dejó sola. El plazo último del día siguiente le dió un ímpetu nuevo a su ataque a la presentación de Barrett; trabajó con frenesí en las secciones, puliéndolas y eliminando las incongruencias. Se suponía que era un borrador, pero sabiendo que Pedro lo repasaría no quería que hubiera ningún fallo. Imprimió el documento a las tres de la mañana, lo encuadernó y fue a su despacho para dejarlo en su bandeja. Él leía unos papeles, pero alzó la vista cuando la oyó entrar.


—¿Ésa es la presentación de Barrett? Estupendo. Lo primero que haré por la mañana será echarle un rápido vistazo. No tenemos que ir al aeropuerto hasta las diez, así que disponemos de algo de tiempo —ella no pudo sentirse un poco irritada de que no quisiera mirarla en ese momento. Él se levantó—. Bueno, si eso es todo, será mejor que te lleve a casa.


—Están las transcripciones que me diste antes de irnos a cenar —le recordó.


—No había mucho en las cintas... Puedes hacerlo por la mañana antes de irnos —enarcó una ceja—. No me digas que no quieres que te lleve a casa, Cinco Por Ciento. He deseado hacerlo toda la noche.


—Bueno, no pienso esperar el autobús nocturno —repuso.


—No, no te dejaré —acordó con una leve sonrisa—, así que te llevaré a salvo a casa.


Pedro permaneció en silencio todo el trayecto. Sin saber qué pasaba por su cabeza, Paula se vió inmersa en su propio torbellino. ¿Pensaría dejarla de esa manera después de todo lo sucedido? ¿Daría por hecho que esperaba que la besara? ¿Querría pasar? Frenó delante de la casa de ella y apagó el motor. Paula abrió su puerta.


—Gracias por el viaje —dijo con educación.


—Te acompañaré hasta la entrada —indicó él. Bajó del vehículo y con cortesía la escoltó hasta la puerta.


No quería dar la impresión de que esperaba que pasara algo; sería tan bochornoso si no sucedía. Abrió el bolso y comenzó a hurgar nerviosa en busca de las llaves.


—Paula —comenzó Pedro con suavidad y la insinuación de una risa en la voz—, ¿Qué haces?


Ella se sobresaltó y el bolso se le resbaló de las manos, dando vueltas y soltando todo su contenido en el suelo. Se arrodilló para recoger sus posesiones, pero él se adelantó. Se apoyó en una rodilla, levantó el bolso y de forma metódica se puso a guardar su contenido en él. Al final lo único que quedaba fuera eran las llaves. Le entregó el bolso, recogió las llaves y se incorporó. 

Inevitable Atracción: Capítulo 28

Pedro inclinó la cabeza y sus bocas volvieron a sellarse. Le rodeó el cuello con los brazos; él le pegó las caderas. El cuerpo de Paula se fundió con el suyo; ya no era capaz de pensar más en lo que debería hacer... En el mundo no había otra cosa que su devoradora boca, su cuerpo musculoso y duro y el sonido de sus propias palpitaciones. Casi lo tenía entre sus piernas, haciendo que su deseo por ella quedara claro de forma rotunda, y eso también le resultó embriagador. Aunque no la amara, en el sentido físico la deseaba tanto como ella a él, al menos en ese momento. Cuando recuperara la cordura, sabía que recordaría que Pedro nunca había sido demasiado puntilloso en sus elecciones... Pero aún no tenía que estar cuerda. Paula perdió toda noción del tiempo. Podrían haber sido cinco minutos o cinco horas más tarde cuando él alzó la cabeza.


—Qué demonios —musitó.


—¿Qué? —preguntó ella con voz ronca. El corazón le martilleaba en el pecho.


—Sabes bien qué —un músculo se contrajo en su mejilla. Pasó una mano por su cabello pelirrojo—. Fuego bajo fuego —susurró—. Pero de todos los momentos para averiguarlo... —Paula lo miró. Los ojos de él ardían, y había sido ella quien encendió esa llama—. Ni siquiera puedo decir «¿Dónde has estado toda mi vida?» —cerró los ojos por un momento,luego se obligó a retroceder. Abrió otra vez los ojos con un destello burlón—. Toda mi vida has estado zumbando a mi alrededor como un tábano. Me has dicho lo cerdo arrogante y egoísta que soy en cada oportunidad que se te ha presentado. Si pensabas confraternizar con el enemigo, Paula, ¿Tenías que elegir este momento?


—Yo no lo elegí —repuso sin aire—. Nunca antes me habías dicho que querías besarme.


—Hasta mi arrogancia tiene un límite —el pecho le subía y bajaba agitadamente—. ¿Eso significa que me habrías dejado si te lo hubiera dicho?


—Quizá —tragó saliva—. Para comprobar por qué tanto alboroto.


—¿Y cuál es el veredicto?


A ella le habría encantado responder con algo indiferente, pero, ¿qué sentido tenía? Él mismo podía ver que no le había parecido exagerado.


—Fue estupendo —repaso con sencillez. Bajó la vista a sus labios con abierta apreciación.


Pedro musitó un juramento. Luego rió.


—Para alguien a quien no le gusta la primera regla del juego, no da la impresión de que te vaya muy mal. Vamos, Cinco Por Ciento, volvamos a la oficina. Tenemos trabajo. 

Inevitable Atracción: Capítulo 27

Dentro del coche reinaba la oscuridad. Si hubiera sido capaz de verlo, seguro que no lo habría dicho. Hubo un momento de silencio. Luego él habló.


—Paula, cariño, si otra persona me hubiera dicho eso, sabría cómo tomarlo, pero contigo no estoy seguro —su voz irradiaba júbilo—. Si lo interpreto de forma equivocada, ¿podrías recordar que esta noche ya me has abofeteado? —se inclinó sobre ella y la besó.


Paula se derritió contra su cuerpo con un suspiro. Seguro que al día siguiente lo lamentaría. Lo lamentaría en cuanto hubiera acabado, porque sería el final, y de inmediato Pedro empezaría a tratarla como al resto de sus conquistas... En otras palabras, como un cero a la izquierda. Pero aún no había acabado, y era maravilloso. Sin importar lo que pasara, al menos la había besado como en sus sueños, y era mucho mejor que lo que había imaginado. Quizá al saber cómo era, podría soñarlo mejor. Era tal como había esperado, como un café irlandés con tres dosis de café, cuatro de whisky y montones de azúcar... Algo suave y dulce, con el toque de una explosión. Abrió más la boca para probarlo mejor, con la esperanza de que no dejara de besarla y empezara a despreciarla demasiado pronto. Al principio la había besado levemente, pero en cuanto ella respondió, comenzó a hacerlo de forma más apasionada. Le pareció que mostraba más entusiasmo que el que exhibió con la mujer en su despacho dos noches atrás... Aunque, claro está, aquella debió competir con unos documentos. Depositó una mano detrás de su cabeza y le acarició el pelo. Toda su vida sabría lo que se sentía al acariciarle el pelo.


—¿Y hasta dónde puedes llegar con una participación del cinco por ciento, Paula? —rió él al alzar la cabeza.


Ella giró la cabeza para encontrar sus labios de nuevo. En cualquier momento Pedro iba a decidir que se había terminado y la dejaría, siempre y cuando se pudiera utilizar ese término para algo que nunca había existido. La boca de él era suave y firme. La punta de su lengua le acarició el interior de los labios. Con la suya salió a su encuentro. Pedro volvió a reír.


—Paula —dijo sobre su boca. Introdujo más la lengua y ella experimentó como una sacudida eléctrica. 


Nunca había llegado tan lejos con los hombres que habían intentado besarla. ¿Qué se suponía que debía hacer? Si se quedaba quieta, él pensaría que carecía de experiencia y se mostraría aún más arrogante de lo que era. Qué pena que la noche anterior hubiera cerrado los ojos tan pronto... Quizá hubiera podido recoger algunas ideas. De pronto la puerta de su lado se abrió. Pedro apartó la cabeza y abrió la suya. Bajó del coche y cerró con fuerza. Paula lo miró atontada. ¿Qué diablos había salido mal? Él se plantó ante su puerta, respirando entrecortadamente.


—Vamos, cinco por ciento —dijo con suavidad—. No puedo besarte bien con una palanca de cambios en medio —le tomó la mano y la puso de pie con brusquedad. Luego cerró la puerta.


Paula se apoyó en el coche. Fuera del vehículo, pudo verlo con mayor claridad. Lo único que pudo pensar fue que todavía no se había acabado. Lo observó con ojos enormes como dos estanques azules y oscuros. 

Inevitable Atracción: Capítulo 26

Y al final, en medio de la comida, él sonrió.


—Bueno, puede que tengas algo de razón, pero debemos establecer un trato. La gente ha de continuar haciendo lo imposible durante un tiempo aún.


—Hablando de lo cual, me queda mucho para terminar la presentación de Barrett. ¿De verdad necesitas que te acompañe?


—Sí —aseveró Pedro—. Ahora le estás dando forma, ¿No? Deja lo que tengas sobre mi mesa por la mañana. Le echaré un vistazo antes de irnos, luego se lo pasaré a Santiago para que lo termine.


A Paula se le hundió el corazón. ¿Podría tener la presentación a tiempo? Pero no había nada que pudiera hacer al respecto.


—De acuerdo —aceptó a regañadientes. 


—¿Sabes?, de verdad eres hermosa —la observó por encima del borde de la copa de vino.


—Primera regla del juego, no digas lo que realmente piensas —le recordó con frialdad.


—¿Quién dijo que era un juego? —preguntó en voz baja.


—Siempre estás con un juego u otro —indicó ella.


—Es verdad —admitió de forma desconcertante; le sonrió—. ¿Sabes?, lo gracioso es que no soy capaz de imaginarme a tus amigos. ¿Qué tipo de hombre te gusta?


Durante un momento Paula se quedó perpleja. Temió que su boca revelara la verdad. Al final, con un esfuerzo, repuso:


—Oh, no tengo un tipo en especial.


—Recorres el campo, ¿Eh? —sus ojos se burlaron de ella—. ¿Eres mejor que yo para cancelar las citas?


—Resultaría difícil ser peor —repuso secamente.


Pedro estalló en otra carcajada. Con un cierto sobresalto se dio cuenta de que no recordaba la última vez que había disfrutado tanto de una cena. Paula intentó llevar la conversación de vuelta a la empresa, pero en cada ocasión él se desviaba.


—Bueno, si no quieres hablar de ello, será mejor que vuelva a la oficina.


—No debo exigirte tanto —él meneó la cabeza—. Te llevaré a casa.


—Preferiría que no —pidió Paula—. Si lo haces, mañana tendré que madrugar. Me resulta más fácil quedarme hasta tarde.


—Me parece justo. Bueno, quizá yo también vaya. Esto de Praga ha surgido de forma repentina; hay algunas cosas de las que debería ocuparme —Pedro condujo al despacho, se metió en el estacionamiento subterráneo y apagó el motor. La miró—. Creo que esto ha sido lo mejor. Si te hubiera dejado en casa, habría olvidado que eres mi secretaria y te habría pedido que me invitaras a pasar.


—No soy sólo una secretaria, soy una accionista —corrigió—. Y no hay regla que impida acostarse con los accionistas. Por otro lado, sólo soy una accionista con el cinco por ciento, y hago tantas horas extra que debo ser una secretaria al ciento cincuenta por ciento, así que tal vez sea mejor que no recorramos todo el camino. 

viernes, 21 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 25

 —¿Y cómo sabes que yo no practico ese juego? —añadió indignada.


Rodeó la mesa y estaba a punto de quitarle el abrigo de las manos cuando él lo sostuvo para ayudarla a ponérselo. Con renuencia Paula aceptó. Durante un instante las manos de él se cerraron en tomo a sus brazos, pero de inmediato quedó libre. La miró con una sonrisa extraña y melancólica que resultaba rara en un rostro por lo general tan duro.


—Porque no has cambiado desde que tenías once años—contestó.


Paula sintió que su enfado se desvanecía al ver esa expresión casi afectuosa. Bueno, conociendo a Pedro, él sabía exactamente lo que hacía. Frunció el ceño.


—¿Cómo lo sabes?


—No creo que desees enterarte —volvió a esbozar una de sus encantadoras sonrisas—. Digamos que tú aún dices lo que piensas. La primera regla del juego es no revelar nada...


—A menos que puedas poner a alguien en un aprieto —interrumpió ella con mirada desafiante—. No me gusta esa regla. No significa que carezca por completo de experiencia.


—¿Significa eso que podré darte un beso de despedida? —le brillaron los ojos—. Me domina la impaciencia.


—Si vamos a ir a cenar, marchémonos ya —involuntariamente bajó la vista—. Tengo muchas cosas que hacer.


Media hora después estaban sentados en un saloncito pequeño, protegidos por orquídeas, en un restaurante tan caro que no había precios en el menú.


—Si pensamos en lo que te pago, deberíamos ir a medias —indicó él al notar la mirada consternada de Paula al ver el menú—. Pero seré agradable. Piensas despellejarme, ¿Verdad? Por exigir demasiado de las personas. Pero recuerda que no siempre soy un absoluto tirano.


—No tiene nada que ver con eso. Estableces el ejemplo de ser una especie de superhombre y todo el mundo piensa que también debe serlo. Le pides a la gente que haga cosas imposibles y cree que debe realizarlas o se considera un completo fracaso.


—Debes exigir a las personas para obtener resultados —se encogió de hombros.


Paula pidió la comida sin siquiera pensar en el precio. 


—Les exiges demasiado —afirmó—. Todos están cansados. Cuando la gente se agota comete errores estúpidos. No son capaces de pensar demasiado en el futuro porque siempre están luchando por hacer lo último imposible que les has encomendado.


—Hasta ahora parece haber funcionado —señaló Pedro.


—Parece —indicó Paula. Bebió un sorbo de vino. La luz de la vela brilló sobre su cabello.


—Olvidas que trabajamos con una agenda apretada. No disponemos de mucho tiempo para poner esto en marcha. Hemos de trabajar deprisa.


Paula se obligó a seguir hablando para no perderse en sus facciones, y le explicó todas las cosas que había notado desde su llegada. Pedro escuchó con más paciencia que la que había esperado, aunque no pudo convencerse de que no lo hacía sólo para complacerla. 

Inevitable Atracción: Capítulo 24

Paula buscó las palabras adecuadas, pero descubrió que ninguna entre todos los idiomas que conocía le haría justicia a la ocasión. Antes de poder detenerse, alzó la mano y oyó el satisfactorio sonido de su palma al conectar con la mejilla de él. Bajó la manó y lo miró con expresión desafiante. Sabía que debería disculparse... Después de todo, lo que había hecho estaba completamente fuera de lugar, pero llevaba años deseando hacerlo. Alguien tendría que haberlo hecho hace años. Con el golpe la piel primero se le había puesto blanca y luego roja, y eso también era satisfactorio. Aunque la expresión de sus ojos no resultaba del todo satisfactoria. Vió ira... Bueno, era lo lógico. Pero lo más preocupante fue la intriga que percibió en ellos.


—Pensé que querías que yo lavara mis propios trapos sucios.


—¿Es que jamás piensas en alguien que no seas tú mismo? —lo miró con ojos centelleantes—. Sólo porque se te ocurrió pensar en algo que preferirías hacer, ¿Crees...?


La interrumpió el estallido de una carcajada. Los ojos verdes de él brillaron y de pronto pareció mucho más joven.


—Paula, cariño—dijo con una sonrisa—, si crees que prefiero cenar con la única mujer en el mundo que no dirá «Sí, Pedro», «Desde luego, Pedro», «Eres tan maravilloso, Pedro», la única mujer que no me da ni la hora, y menos aún un beso de despedida... Pensé que para tí esto era importante. La semana próxima va a ser bastante frenética, así que si hay algo de lo que debamos hablar, éste es el momento. De todos modos, la de Juliana era una cita informal. No me dí cuenta de que debía consultarte a tí la cancelación, o te lo habría explicado —volvió a mostrar una expresión especuladora.


—Tú dices que era informal —protestó ella—. Por lo que yo veo, eso significa que consideraste que podías cambiar de planes en el último minuto. ¿Cómo sabes que para ella era igual?


—Porque es un juego para adultos, cariño —se encogió de hombros—. Sé que tú no lo juegas. Tendrás que aceptar mi palabra de que las personas que sí lo juegan conocen las reglas.


—Que estableces a medida que avanzas —afirmó ella—. ¿Qué hacen... Pedir que las introduzcas en tu lista para que las actualices?


Pedro le regaló una sonrisa enloquecedora e indulgente. Recogió el abrigo de Paula del perchero.  Ella titubeó. Si iba a acompañarlo a Praga al día siguiente, la cena le recortaría el tiempo que necesitaría para la presentación de Barrett. Hasta ese momento sólo disponía de un borrador preliminar; iba a tener que acelerar si sólo dispondría de esa noche. Además, él se había comportado de una manera abominable. No debería recompensarlo. Por otro lado, era una oportunidad única para mostrarle algunos de los problemas provocados por su estilo de dirección. ¿En qué otro momento podría volver a cenar con él?


Inevitable Atracción: Capítulo 23

 —No he oído ninguna queja —se encogió de hombros.


—No —acordó ella de buen humor—. Aunque jamás escuchas a nadie, salvo a tí mismo, así que no es de extrañar.


—Debo estar volviéndome loco —la miró con sarcasmo—. Londres, Capital Mundial de las Secretarias, y adrede gasto cientos de miles de libras en una que no es capaz de redactar una carta sin intentar cambiarme el carácter. Es conmovedor que te tomes tantas  molestias, Paula, pero abandona, ¿Quieres?


—No —repuso con rotundidad. Exasperada, se pasó las manos por el pelo hasta que se encrespó en una atractiva masa roja—. No puedes hacer eso, Pedro —continuó con impaciencia—. Tienes trabajando aquí a personas con mucha experiencia que no pueden realizar bien su trabajo porque siempre que se topan con algún problema lo primero que piensan es que no deben molestarte. ¿Qué sentido tiene la expansión a la Europa del Este si ni siquiera eres capaz de hacer que este sitio funcione adecuadamente?


—Algo que tu sobrada experiencia te indica que puedes aconsejarme al respecto.


—No necesito demasiada experiencia. Llevo aquí un par de semanas y sé más sobre la empresa que tú.


—Bueno, siempre fuiste una estudiante rápida —repuso con frialdad—. Al menos en lo que atañe a mis cosas. ¿Te importaría hacer esas reservas antes de que cierren las agencias?


Paula se mordió el labio y apretó el botón de la memoria para marcar el número de la agencia con la que solían trabajar. Una voz grabada le pidió que esperara.


—Ya sabes cómo soy —le recordó—. Si querías a alguien que dijera «Sí, Pedro», «Desde luego, Pedro», «Eres tan maravilloso, Pedro», podrías haber contratado a cualquiera en el planeta. Si esperabas que me uniera al coro, pierdes tu tiempo y dinero —estaba a punto de responder cuando el agente de viajes se puso al teléfono. Paula le dió los datos necesarios y colgó—. Los tendrás mañana—recogió los papeles que le había entregado y giró hacia el ordenador, olvidándose de él.


Percibió que Pedro seguía de pie junto a su mesa. Lo oyó alzar el auricular del teléfono, marcar un número y esperar. Pasaron unos segundos.


—¿Juliana? Soy Pedro. Odio hacer esto, pero ha surgido un problema y no creo que pueda escaparme. ¿Podemos dejarlo hasta que vuelva de Praga? Un día de la semana próxima... Eres un encanto. Adiós —colgó—. Bueno, ya me he ocupado de una cosa —musitó con frialdad—. Deja eso de momento, Paula. Vayamos a cenar y solucionemos este asunto.


—¿Qué? —exclamó furiosa, girando en la silla—. ¿De forma descarada, desvergonzada y gratuita cancelas una cita con alguien y luego tienes el atrevimiento de esperar que a cambio yo vaya a cenar contigo? ¿Cómo te atreves?


—¿Es amiga tuya?—enarcó una ceja sorprendido. 

Inevitable Atracción: Capítulo 22

Lo principal se presentaría en blanco y negro, sobrio y profesional, y podría llevar un título como «Sencillo como una Máquina de Escribir». Luego habría otra sección que mostraría todas las sofisticadas opciones disponibles para deslumbrar a los clientes de Barrett. El papel lustroso y con color de alto impacto se reservaría para una sección en la que no sólo le vendieran el producto a Barrett, sino que le mostraran cómo éste podía venderse por sí sólo a otra persona. Se podría llamar «Valor por Dinero», para apaciguar al señor Barrett... Porque, de hecho, todas las opciones se incluirían como un paquete estándar en el software Alfonso, cosas por las que Barrett no tendría que pagar un dinero adicional. Paula se sentó con las ofertas de muestra y comenzó a garabatear sobre ellas. Cubrió una hoja en blanco con globos y flechas. Arrancó páginas de las muestras y las redistribuyó. Arrancó páginas del material de Barrett y las entremezcló con las otras. Una vez satisfecha con el resultado obtenido, se dirigió al ordenador. Parte del material que necesitaba se encontraba en la red de la empresa. Abrió los ficheros y sacó copias. Luego se puso a trabajar. Estaba cansada, pero no dejó de avivar su entusiasmo con la idea de un modo bastante encendido, para mantener la mente alejada de Pedro. A las cuatro de la mañana había completado un borrador preliminar. 


"Mañana nos vamos a Praga. Consíguenos billetes en un vuelo en el que lleguemos a las dos, business class, cuatro noches de hotel" —indicó Pedro. 


Eran las ocho de la tarde del miércoles. Paula frunció el ceño. Amaba a Pedro, pero no creía que el universo girara a su alrededor. Lo único que necesitaba era a alguien que pensara que su obsesión por el trabajo y su capacidad para aislar a los demás les daban derecho moral para que le ahorraran los inconvenientes. Era hora de enseñarle una lección.


—Por favor —dijo Paula.


—Y fíjate si puedes pasar esto a limpio para que pueda estudiarlo en el avión —dejó sobre el escritorio de ella un fajo de hojas garabateadas.


—Por favor —repitió Paula.


—Cerciórate de traer el ordenador portátil... No, que sean dos. Te daré mis revisiones para que puedas ponerte con ellas en el avión.


—¿Cuál es la palabra mágica? —preguntó ella.


—Pensé que te compensaba el tener que acomodarte a mis modales — frunció el ceño—. Por el cinco por ciento de Alfonso habría creído que podrías vivir sin la palabra mágica.


—Puedo —lo miró fijamente a los ojos—. Y, sí, «A mí» me lo estás compensando. Pero eres igual de rudo con todos los demás... Y no les pagas más por ello. 

Inevitable Atracción: Capítulo 21

«Exacto», pensó Paula. «¿Por qué yo no puedo hacer eso? ¿Por qué dejé que siguiera y siguiera con eso de ser adulto?» «Porque», repuso una insidiosa voz interior, «Tú no tenías ningún motivo para pensar que él estaba interesado. Esa mujer, a diferencia de ti, al menos fue invitada a cenar». Pedro dejó la carpeta. Deslizó una mano por la cintura de la mujer y comenzó a besarla con pausada destreza. No parecía dominado por la pasión, pero resultaba evidente que disfrutaba. De lo contrario, habría vuelto a concentrarse en los papeles. Paula empezaba a sentirse mal. Desde luego, siempre había sabido la multitud de amigas que tenía Pedro. Pero una cosa era saberlo y otra verlo. Ver su boca en la de otra mujer, cómo su mano pasaba de la cintura a la cadera y bajaba hasta su muslo era como si alguien le diera una patada en el estómago. «Dejaré de mirar», pensó al fin. «Además, no debería estar mirando, así que pararé». Cerró con fuerza los ojos. ¿Por qué no podía superarlo? Cada vez que volvía a verlo sucedía lo mismo... Sentía como si un rayo la hubiera paralizado, mientras que él no sentía nada. ¿Iba a ser siempre así? ¿Siempre iba a pasar por la vida sin nada que despertara su interés... Sin un trabajo que le importara, nadie a quien amar? Apretó los dientes. ¿Sería diferente si se acostara con él? En más de una ocasión había oído a Pedro hacer comentarios fríos sobre alguna chica a la que había perseguido, para luego perder el interés. Una vez incluso una le gritó por ser tan egoísta, a lo que él se encogió de hombros. «No es deliberado», había contestado. «No sabes que perderás el interés cuando estás loco por ella, pero en cuanto sucede, ha sucedido, así que, ¿Qué sentido tiene fingir?» Bueno, quizá pudiera olvidarse de Pedro y continuar con su vida. Después de todo, él no era tan especial. Le había dicho que era hermosa.  ¿Sería difícil seducirlo? Podría seducirlo, dejarlo y encontrar a alguien que no fuera un cerdo arrogante de quien enamorarse.


Aún seguía con los ojos cerrados. A pesar de todos sus esfuerzos por distraerse, sentía como si su atención estuviera dirigida hacia el archivador. No oía mucho. ¿Quién sabía hasta dónde iban a llegar? «Puedo seducirlo», se dijo, aunque no lo creyó. Quizá si diera el primer paso Pedro respondería. A salvo en un armario, parecía perfectamente posible tomar la iniciativa. Pero de cara al verdadero Pedro, sería distinto. El hecho de que se sintiera tan atraída por él, haría que resultara imposible. Lo miraría a los ojos y vería una expresión burlona... Entonces perdería el valor. Abrió los ojos. El despacho estaba vacío. De no haber visto un poco abierto el cajón del archivador, habría pensado que se lo había imaginado todo. Iba a salir a respirar aire fresco cuando se dió cuenta de que podían hallarse en cualquier parte. Esperó quince minutos más, pero nadie entró en el despacho. Salió del armario, regresó a la mesa y volvió a desplegar el material. En ese momento le llegó la solución. Decidió que deberían enfocarlo hacia algo a prueba de incompetentes, algo que se explicara por sí solo en las funciones cotidianas más esenciales. Algo tan fácil que no necesitara ningún cursillo. Algo que un trabajador eventual pudiera usar incluso el primer día. Algo tan sencillo como una máquina de escribir y unos formularios ya impresos. 

miércoles, 19 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 20

Creía con firmeza que cuanto más arduo era un problema, menos sentido tenía tratar de forzar una solución. Tenías que darle tiempo para que fuera a tí. Durante dos horas dio vueltas, a veces en el sentido de las manecillas del reloj, a veces en dirección contraria, brindándole a la solución la oportunidad de que se presentara. Desde luego, a veces antes de que te llegue la solución se plantea otro problema. A las once oyó voces en el vestíbulo.


—Lamento haber tenido que volver —dijo Pedro—. Hay un par de cosas que necesito comprobar. 


—Está bien —repuso la voz de una mujer—. Me gustaría ver tu despacho.


—Bueno, no hay mucho que ver —explicó él.


«Eso es lo que crees», pensó Paula. Parecía haberse vuelto una estatua.


—En realidad, creo que primero iré al tocador —dijo la mujer.


—Está a la vuelta de esa esquina —indicó Pedro—. Primero a la derecha, luego a la izquierda, después frente al ascensor...


—No te puedes perder —rió la mujer—. Habría sido capaz de seguir esas instrucciones si no nos hubiéramos acabado la segunda botella, Pedro, pero ahora ni siquiera voy a intentarlo. Al menos acompáñame hasta el primer giro a la derecha.


—¿Qué me darías a cambio? —sugirió él.


—¿En qué has pensado?


—No te lo creerías —volvió a reír Pedro—. Vamos, es por aquí.


Paula se puso de pie de un salto. Se lanzó hacia la mesa y con premura recogió todos los papeles. No podía arriesgarse a abandonar la estancia, pero, ¿A dónde podía ir? El escritorio estaba abierto en la parte frontal, así que era imposible esconderse ahí. Recordó que había un armario donde Pedro guardaba un traje de recambio, pero ninguna de las puertas tenía pomos. Se suponía que sabías qué panel apretar. Corrió al panel más cercano y presionó lo que parecía una muesca donde tendría que haber habido un picaporte. Se abrió y reveló una cámara de seguridad. Oyó pasos en el pasillo. No había tiempo para seguir mirando. Se metió en el estrecho armario y cerró la puerta detrás de ella. Desde el despacho el panel era opaco, pero por el interior era transparente. Vió a Pedro entrar solo, dirigirse al archivador y sacar algunos documentos. Se apoyó en el mueble y hojeó una carpeta. Unos momentos más tarde se le unió una mujer. Paula tragó saliva con envidia. La mujer era alta y esbelta, con unas piernas interminables y el andar de una modelo. Tenía mechas rubias en el pelo, ojos grandes y azules, con un maquillaje inmaculado, una chaqueta negra larga un poco más corta que el vestido negro corto y ceñido que lucía debajo. Cruzó la habitación al tiempo que dejaba caer la chaqueta y se detuvo a su lado. A Pedro parecía resultarle más cautivador el documento que la deslumbrante mujer. Hojeó unas páginas más y luego volvió al inicio. Pasados dos segundos, la mujer decidió tomar cartas en el asunto. Apoyó una mano en el hombro de él y le dió un beso en la boca. 

Inevitable Atracción: Capítulo 19

 —Sí —dijo ella—, pero en este caso sí tengo idea de a lo que se enfrenta. Al menos vale la pena intentarlo.


—Bueno, si de verdad no le importa... —él no pareció muy convencido, sino cansado para seguir debatiendo el tema.


—Es probable que me guste —repuso con sinceridad Paula.


Se llevó todo el material disponible y por primera vez desde que empezó a trabajar para Pedro, adrede se fue a comer lejos de su mesa. Se dirigió a la cafetería y llenó la bandeja con una porción de tarta de chocolate otra de cerezas y una mousse de pepermint con chocolate blanco, más un café. No había nada como un postre para estimular los procesos mentales... A menos que fueran tres postres. Se sentó en un rincón y estudió las pujas anteriores y el material que les había enviado Barrett. Luego cerró las carpetas y se obligó a no pensar en ellas. Dejó que la información penetrara en su mente mientras finalizaba la última tarta, y el resto de la tarde, a la vez que terminaba seis tareas de máxima prioridad para Pedro, dejó que las ofertas de Alfonso y el material de Barrett se observaran con hostilidad en su subconsciente, gritando: «Mutuamente incompatibles, odio a primera vista». Pedro tenía una cena. Paula siempre sabía los nombres de sus citas... Estaban garabateados en las páginas de su agenda de mesa con su caligrafía marcada y descuidada, y a veces también tachados con la misma mano indiferente. La de esa noche se llamaba Karina. Como siempre, tuvo que obligarse a no formar una imagen mental de la mujer. Sólo terminaría atormentándose, recreando la imagen hermosa en los brazos de él. 


En cuanto Pedro se marchó de la oficina, Paula sacó el material. Tenía el escritorio atestado con el ordenador, las bandejas para cartas, los cajones con papeles y la agenda Rolodex... no había espacio para trabajar. Pedro disponía de su propio escritorio monumental, y también tenía una mesa para reuniones más pequeñas. Entró en el despacho de él, extendió los archivos y los observó con lobreguez. El problema era que se enfrentaba no a dos, sino a tres filosofías de negocios, del mundo y de la vida. La filosofía de la Alfonso Corporation era hacia donde había avanzado durante diez mil años la evolución humana, con muchos giros falsos y callejones sin salida, para la última, más grande y glorioso monumento al espíritu humano: El ordenador. No había problema que una combinación de hardware y software no pudieran solucionar.  La filosofía de Gerardo Barrett, de setenta y dos años y fundador de la Barrett Corporation, se basaba en que una máquina de escribir y una mecanógrafa competente eran lo único que necesitaba realmente cualquier negocio para funcionar con eficiencia. Se mostraba suspicaz con los artilugios, con la impresión a tres colores y con el papel de calidad porque en última instancia sería él quien pagaría la factura de esos disparates innecesarios. La filosofía del jefe de servicios de Barrett era, a su estilo, más progresista. No quería regresar a la edad de piedra; desde su punto de vista, la tecnología resultaba esencial para competir en los negocios. Sin embargo, creía que un paquete integrado de software debía ser capaz de ejecutar tareas complejas al tiempo que eliminaba toda iniciativa del personal que lo empleaba. Las secretarias debían ser como los trenes y marchar por senderos definidos de plantillas y macros, teniendo estrictamente prohibido aventurarse a campo través y explorar los ingeniosos inventos de los cerebros de la Alfonso. Por otro lado, una oferta debería dejar claro que esos inventos ingeniosos estarían disponibles para el selecto y reducido grupo de trabajadores a los que se les podían confiar. También debería ser visualmente atractiva por pura cuestión de profesionalismo. Se suponía que una oferta debía impresionar... Era la oportunidad del contratante de exhibir su material, y si no deslumbraba no podía valer mucho. Contempló el difícil problema. Llevaba dándole vueltas toda la tarde, pero seguía siendo casi inabordable. Bueno, quizá debería dejarlo madurar un poco más. Se dirigió al sillón de Pedro, se sentó y lo hizo girar. 

Inevitable Atracción: Capítulo 18

 —¿La compañía no ha hecho más pujas? —preguntó.


—Claro, pero nada de este calibre; además, no disponemos del tiempo. Si dejara todo el asunto polaco y me dedicara sólo a esto, tampoco podría —cerró los ojos y por un momento sucumbió al cansancio que llevaba semanas drenándolo de fuerza.


—Imagino que tiene algún material de Barrett —Paula ignoró su derrotismo.


—Sí, pero parece que no lo entiende —su voz mostró algo de exasperación—. No hay tiempo...


—Para que usted lo haga —cortó ella—. Claro que entiendo eso. Pero no es demasiado tarde para mí —le sonrió con ánimos—. Es verdad que en una ocasión trabajé para ellos. Creo que sé cómo presentarlo para que les guste. Realizaré un borrador. En cuanto él lo reciba, podrá decirle que los clientes polacos requieren un cien por ciento de atención. Infórmele de que se ha establecido la base para Barrett y que le encargue los últimos retoques a otra persona.


—¿Qué haga pasar su trabajo por mío? —la miró con ojos apagados—. No podría hacerlo.


—Sabe que su trabajo es bueno —se encogió de hombros—. La próxima vez se plantará ante Pedro en vez de dejar que le dé cosas que es imposible que lleve. De modo que a la larga saldrá beneficiada la empresa. ¿No es eso lo primordial?


—No lo sé... —frunció el ceño y tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Sé que Alfonso dice que usted es brillante, pero...


—¿Dice qué? —inquirió Paula.


—¿Acaso lo he entendido mal? Me contó una historia sobre el informe Vendler Morris acerca de la moneda única... —cerró unos instantes los ojos y volvió a abrirlos con gesto agotado—. El típico fiasco Vendler Morris. No pararon de destinar gente a ello para sustituirla cada vez que un cliente importante pedía verlo... Todo era un caos, con crisis nerviosas entre las secretarias. Luego pusieron a una trabajadora eventual que resultó ser una especie de lingüista loca con buena cabeza para los números y, a diferencia de su propio personal, se entregó al proyecto tres meses seguidos...


Paula contuvo un escalofrío. La habían convencido para aceptar el encargo con la garantía de que sólo serían tres semanas. Se metió a ello con la idea de irse a Creta al final de ese período. Le habían dado uno de los documentos para que lo repasara, pero había visto problemas con los números y empezó a arreglar las cosas. Antes de saberlo, las tres semanas se hicieron cuatro, luego cinco, luego seis, y, no obstante, Vendler Morris y la agencia habían insistido en que si podía quedarse «Sólo una semana más» lo tendrían todo bajo control. No sabía que Pedro estuviera al corriente de ello, aunque unos años atrás había desarrollado un software para Vendler Morris... debió enterarse entonces. Carlin la observó con expresión escéptica.


—Bueno, no hablamos de tres meses... Sino de un par de días. 

Inevitable Atracción: Capítulo 17

 —Bueno, todo parece ir en la dirección adecuada —repuso al fin Pedro—. No necesito decirte que el tiempo es esencial —sonrió—. A propósito, Barrett acaba de llamar para informar de que desean adelantar la operación en dos semanas. Debería dejarnos tiempo suficiente para atar los últimos cabos, pero tendrás que moverte deprisa. ¿Cómo va la oferta?


Santiago parecía tan agotado que no podría haber tenido peor aspecto, pero Paula habría jurado que palideció.


—Bueno —tartamudeó—, parece que avanza.


—Ya estamos muy cerca —indicó Pedro—. Me gustaría ver qué tienes hasta ahora.


—Está... Está... En media docena de piezas separadas. No podrás hacerte una idea...


—Bien, lo que tengas —cortó Pedro—. Le pediré a tu secretaria que traiga el material —alzó el auricular y marcó una extensión—. Aquí Alfonso. ¿Podría traer los archivos de Barrett? Santiago me los va a enseñar. El archivo de Barrett. Eso es, y no tarde todo el día, ¿Quiere? Gracias.


Colgó y se puso a hablar con Santiago de algunos puntos relacionados con los clientes polacos. Unos quince minutos más tarde entró en el despacho una secretaria con una carpeta fina.


—Me temo que es todo lo que pude encontrar—se disculpó.


Pedro la aceptó y le echó un vistazo. Sólo eran los esbozos de una propuesta.


—Debe ser el informe preliminar —indicó con impaciencia—. Quiero los papeles más recientes. Santiago, ¿Por qué no me los traes?


Paula vió la expresión de desesperación en el rostro de Santiago.


—Aún no los he enviado, Pedro —intervino ella siguiendo un impulso—. Lo siento, no terminé de darme cuenta de lo que hablabas —los dos hombres la observaron con ojos en blanco—. Realicé algunos trabajos como eventual en Barrett —explicó relajada—. Tiene algunas ideas bastante rígidas sobre cómo les gustan las cosas hechas. El señor Carlin me dió sus borradores, y así como parecían atractivos en sí mismos, había algunas cosas que no le iban a gustar al jefe de servicios de Barrett... Y al final probablemente sea él quien decida con su voto. Dije que los repasaría y haría algunas sugerencias. 


—Bueno, muéstrame qué tienes —pidió Pedro.


—No seas absurdo —repuso ella con firmeza, mientras Santiago y su secretaria la miraban asombrados—. Tendrás que verlo cuando haya introducido mis sugerencias; no tiene sentido perder el tiempo repasándolos dos veces.


—Mañana, entonces—dijo Pedro.


—Estarán listos el viernes —corrigió Paula.


—Me gustaría ver lo que tienes mañana —insistió Pedro.


—Me encantará comprobar qué puedo hacer —aceptó de buen grado ella—. Doy por sentado que el resto del día no me necesitarás.


—Bajo ningún concepto puedo estar sin tí el resto del día. He dejado de lado unas cuantas cosas debido a la reunión de hoy.


—Perfecto —indicó Paula—. Entonces te presentaré las propuestas de Barrett el viernes —le sonrió con expresión angelical y añadió—: He de hacerle algunas preguntas al señor Carlin, así que lo acompañaré a su despacho, si a él le parece bien.


Miró al desconcertado Santiago con una ceja enarcada, y éste asintió con movimiento casi imperceptible. Abajo, con las puertas cerradas, se dejó caer ante su escritorio y se llevó las manos a la cabeza.


—Gracias por ir a mi rescate —dijo—, pero tarde o temprano él tendrá que saberlo. Es imposible que pueda hacerlo a tiempo. Mejor que se lo contemos ahora...


Paula había abierto la fina carpeta. Había unas hojas de papel, poco más que unos apuntes al azar. 

Inevitable Atracción: Capítulo 16

Otro hombre de negocios se puso a hablar en inglés. La persona sentada a la izquierda de Pedro dirigió una sonrisa encantadora y perdida a la señorita Chaves y le pidió qué le tradujera los comentarios. Todos la siguieron con la vista mientras iba a sentarse entre Alfonso y el afortunado que desconocía el inglés. Pedro contuvo una sonrisa cuando ella se inclinó hacia el visitante y murmuró algo en el idioma elegido por éste. Pensó que uno de esos días ella debería empezar a dejar de desperdiciar su talento. Tendría que mantener otra charla con Paula sobre ese tema.


—Bueno, creo que hemos alcanzado un principio de acuerdo — anunció—. Pasemos a la siguiente cuestión. 


Paula tradujo en voz baja para el hombre que tenía a su lado. Pensó que la reunión no parecía ir «Muy» mal. Resultaba duro mantenerse al tanto de todo, ya que además de traducir intentaba tomar notas y, al mismo tiempo, trataba de no percatarse de la presencia de Pedro. Bueno, de las tres cosas en dos tenía éxito. La confrontación que tuvo aquella mañana parecía haberla hecho mucho más consciente de él. A pesar de sí misma, sus ojos se veían atraídos hacia la dura y limpia línea de su mandíbula, la nariz fiera y los ojos tan fríos como el agua de mar. No pudo imaginar cómo sería pasar un año de esa manera. Por otro lado, se recordó que tenía permiso para empezar a trabajar a las nueve. No lo vería a solas a una hora en que ambos deberían estar en la cama. Tendría que evitar verlo a horas raras, y tal vez todo saliera bien. 


Pasó una semana en la que Paula creyó que podría seguir esa decisión. Pedro no dejó de llegar pronto, y por lo general se marchaba a las nueve para ir a alguna cena. Entraba a las nueve y se quedaba hasta las diez, las once o las doce, y en todo momento mantuvo un registro meticuloso de cada segundo extra. Durante el día había tanto trabajo que le fue posible mantener la cabeza lejos del atractivo y horrible Pedro entre cinco y diez minutos seguidos. Él no volvió a hacer ningún comentario sobre su aspecto, ni a decirle que fundara una empresa. Todo iba a ir a la perfección. Pero nada podía estar bien con Pedro mucho tiempo. Aparte de intentar la conquista de la Europa del Este, la compañía también se expandía con brío en el Reino Unido. Había realizado una oferta para desarrollar una versión exclusiva del software de Alfonso para una de las corporaciones más grandes del país, junto con una exhaustiva serie de manuales; la oferta había sido delegada a uno de los brillantes y trabajadores subordinados de Pedro. Santiago Carlin también se hallaba a cargo de la captación de potenciales clientes polacos, asunto que había resultado ser mayor que lo que habían esperado. La tarde del lunes Pedro lo llamó para que lo pusiera al día de cómo iban las cosas. Paula estuvo presente tomando notas. Santiago tenía ojeras por la falta de sueño, pero Pedro no pareció notarlo. No paró de acribillarlo con preguntas que, de algún modo, el hombre más joven logró responder. 

lunes, 17 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 15

¿Desde cuándo Pedro se había interesado en alguien que no fuera él mismo? Con diecisiete años había sido egoísta y perezoso; en ese momento era egoísta y obsesionado. ¿Y desde cuándo había sido tan inconsistente? La semana pasada ella sólo era un engranaje que él quería en su maquinaria, y se había dedicado a conseguirlo con su habitual implacabilidad. El día anterior había sido igual. Y en cuanto ya la tenía, se dedicaba a decirle implacablemente que desperdiciaba su vida como un humilde engranaje. ¿Qué pasaba?  En una ocasión había tenido un sueño en el que Pedro siempre había estado enamorado de ella. Por desgracia, jamás pudo experimentarlo de nuevo, y no daba la impresión de que la vida iba a progresar a partir de dicho sueño... No era típico de él, que era la seguridad personificada, reservarse sus sentimientos. Pero en ese caso... Bueno, ¿Sólo se trataba de un vestigio de la época en que era su hermano mayor honorario?


—¿Crees que debería fundar una empresa? —preguntó Paula.


—Haz lo que quieras —repuso con expresión inescrutable.


—¿Crees que podría? —insistió ella.


—Si consideramos que dices aburrirte con todo lo que dura más de un mes, afirmaría casi con absoluta certeza que no.


Sintió que no lograba llegar al fondo del asunto, pero no sabía qué preguntar. Al recoger la cinta de su mano, los dedos se rozaron y dio la impresión de notar una descarga eléctrica. Apartó la mano y lo observó con disimulo para ver si se había percatado de algo... O si también él lo había experimentado. Pero Pedro ya metía otra cinta en el aparato. Se llevó la bandeja de cartón con el café sobrante y el resto de los bollos a su mesa y encendió el ordenador. Aún no había llegado ninguna de las otras secretarias de esa planta, pero cada vez aparecían más empleados con maletines y los ubicuos bolsos de gimnasio. Pero nadie irradiaba la energía de Pedro. De hecho, todos parecían cansados. Arrugó la frente pero no tardó en olvidar el problema, concentrada en convertir los crípticos comentarios de él en cartas corteses y de negocios. 


Veinte empresarios europeos del este se sentaban a una gran mesa de conferencias, tomando notas con aire importante en blocs amarillos. A veces alguien decía algo en alemán, y otro que era lo bastante afortunado como para desconocer el idioma le sonreía a la señorita Chaves y le pedía que se lo tradujera. «Sería más fácil si se sentara a mi lado, ¿No?», diría, y diecinueve pares de ojos envidiosos seguían a la deslumbrante pelirroja mientras ésta rodeaba la mesa. Pedro pensó que también él se sentiría envidioso si no la conociera mejor. De hecho, si no la conociera mejor sin duda querría conocerla mejor. De repente recordó que esa mañana casi la había tenido en sus brazos. Bien podría haberla besado... Para lo que sirvieron sus palabras. Recordó los ojos somnolientos, la boca suave y plena, y en su imaginación inclinaba la cabeza y... No. Con un esfuerzo controló su imaginación. No podía permitirse el lujo de pensar de esa manera. La reunión marchaba bien. Al contar con Paula, al menos ya no se miraban con la irritada expresión de que no entendían nada de lo que decían los demás. Necesitaba una secretaria permanente. Iba a pagar mucho dinero para que ella mantuviera los engranajes bien engrasados durante un año. No podía permitirse el lujo de poner eso en peligro pensando siquiera cómo sería...  Con otro esfuerzo controló de nuevo su imaginación. 

Inevitable Atracción: Capítulo 14

 —¿No crees que es hora de que crezcas? —siseó Pedro.


—Soy una mujer crecidita —repuso ella, dándose cuenta de que debió tocar algún punto sensible en él. Era bueno saber que había una grieta en su armadura—. Personalmente, no considero que no girar en un sillón sea el máximo exponente de madurez...


—Yo tampoco —coincidió él con hosquedad—. Pensaba en otras cosas, como aprovechar el talento que has estado desperdiciando desde que te conozco. Tú misma tendrías que ver a gente y hacer cosas. Deberías tener una empresa propia, maldita sea. Podrías hacer lo que quisieras...


—Hacía «Exactamente» lo que quería cuando me interrumpiste— repuso ella sin aliento.


Él aún la aferraba por los brazos; los ojos brillantes la atravesaron. Sin quererlo, Paula pensó que quizá la agarrara de ese modo si pretendiera besarla. Era algo que había imaginado unas cinco mil veces, y eso era lo más cerca que iba a estar: Pedro mirándola ceñudo por no llevar hombreras y no dirigir una sala de juntas.


—Tu ambición me deja sin habla —enarcó una ceja con gesto sarcástico.


Los ojos de ella se posaron en la boca firme y sensual, que en ese momento exhibía una mueca desagradablemente parecida al desdén. ¿Qué pasaría si lo besara? Al menos sabría cómo sería...


—No sé por qué te quejas —apartó la vista de la boca—. Pensé que necesitabas una secretaria multilingüe. ¿Dónde estarías si yo no lo fuera?


—Imagino que arreglándomelas —la sacudió con impaciencia—. Los dos sabemos que tienes una cabeza muy buena. Yo no me subestimo y, a menos que la tuya se haya deteriorado misteriosamente desde los siete años, diría que es tan buena como la mía. ¿Qué esperas que crea cuando veo a alguien tan bueno como yo haciendo bromas tontas y dando vueltas en mi sillón como una necia con serrín en el cerebro? ¿Crees que el hecho de que no seas un hombre lo hace más llevadero? Deberías estar avergonzada de tí misma.


Paula contempló esos ojos. Qué hermosos eran, con unas pestañas tupidas y largas… Se concentró en el punto elemental del discurso.


—¿De verdad crees que soy bonita? —preguntó.


Pedro apretó los dientes y le soltó los brazos con disgusto. 


—Es una pérdida de tiempo. Tengo trabajo. Olvida que dije algo. Haz lo que quieras con tu vida siempre y cuando incluya transcribir las cintas del dictáfono una hora antes de la reunión.


—Ayer comentaste que era hermosa. ¿Lo decías en serio?


—Sí. ¿Podemos volver al trabajo?


—Pero...


—Pero, ¿qué? —cortó él.


—Nada —tuvo la impresión de que si añadía algo sería una tontería que estropearía para siempre el halagador concepto que tenía él de su inteligencia, Casi se oyó soltar: «Si fundo mi propia empresa, ¿Me besarás?» Mala idea. «Si gano un premio Nobel, ¿quizá durante una sola noche...?» No. No. No.


La desequilibraba haberse levantado tan pronto. Había algo en esa hora inhumana que le afectaba las inhibiciones. Quizá se debía a que todo adquiría una cualidad onírica. A veces soñaba con Pedro, y en los sueños él siempre era más agradable que en la vida real, de modo que a primera hora de la mañana, a eso de las ocho, se besaban y ella se esforzaba al máximo para no despertar. Él extrajo una cinta de la grabadora y se la entregó.


—Empieza con ésta y comprueba hasta donde llegas. He dado los nombres y los detalles básicos. Tú puedes esbozar las cartas y yo las repasaré cuando hayas terminado.


Ése era el auténtico estilo Alfonso. Por algún motivo sólo al volver a su actitud habitual le sorprendió lo fuera de lugar que había sido su exabrupto. En su momento le había parecido otro ejemplo de su carácter dominante. Pero... Lo miró, haciendo caso omiso de la cinta en la mano extendida. 

Inevitable Atracción: Capítulo 13

 —Son buenas—musitó.


—Me alegro de que te gusten —se centró en otro croissant.


Pedro continuó andando mientras pasaba las páginas.


—De acuerdo —concedió—. Puedes empezar a las ocho.


—Preferiría irme a Cerdeña, pero dije que aceptaría el trabajo. Quizá esté dispuesta a empezar a las nueve —Pedro dió la impresión de que iba a decir algo, pero las copias en alemán llamaron su atención. Volvió a apretar los dientes—. Tu problema radica en el bajo nivel de glucosa que tienes —explicó ella—. Por eso es importante tomar un buen desayuno. De lo contrario, es muy probable que te muestres irritable e impaciente.


—No soy irritable... —comenzó. 


—Toma un croissant —instó ella—. O una pasta danesa. Te ayudará a situar todo en perspectiva.


—Debo estar loco —comentó, arrojando las transcripciones sobre una silla cercana.


—No, sólo tienes un bajo nivel de glucosa —insistió Paula—. Come algo y te sentirás mucho mejor —durante un instante se preguntó si había ido demasiado lejos. No dejaba de olvidar que ya no trataba con el relajado Pedro de diecisiete años, capaz de burlarse de sí mismo y de reír sus burlas. En ese momento estaba con un empresario obsesionado que la consideraba como su mayor obstáculo en su carrera para conquistar Europa del Este. Por otro lado, si dejaba que él la intimidara sólo una vez...— Come algo y harás que yo me sienta mejor —continuó con voz provocativa—. Me he tomado un montón de molestias para traerte algo... Es una simple cuestión de buena dirección mostrar tu aprecio. Cuando alguno de tus empleados se desvía de su camino para hacer algo provechoso deberías demostrar que aprecias la iniciativa. Es bueno para la moral del personal...


—Tomaré algo si ello te ayuda a acabar pronto tu desayuno y te pones a trabajar —el destello de malhumor en sus ojos mostraba que sabía que ella lo provocaba. Puso un par de bollos en un plato y tomó una taza de café.


—Qué maravilloso sillón —dijo ella, dando vueltas y más vueltas—. ¿Giras así alguna vez?


—No.


—Estás demasiado ocupado —comentó, sin dejar de rotar—. Eres demasiado importante. Tienes cosas que hacer, gente a la que ver. Debes ser un buen ejemplo para tus empleados —con un pie detuvo el sillón justo de cara a la ventana. Apenas eran las siete y media, y la calle seguía bastante vacía... Pero ya empezaba a entrar gente en el Edificio Alfonso, con sus maletines en una mano y el bolso de gimnasia en la otra. Sin duda se debía al efecto del buen ejemplo del señor Alfonso. Había algo deprimente en ello—. Directrices que dictar —añadió con impertinencia.


Se impulsó con el pie contra la pared e hizo que el sillón volviera a dar vueltas. Se habría movido unos diez centímetros antes de parar con brusquedad. Paula se encontró ante la cara enfurecida del buen ejemplo para sus empleados. Iba a protestar indignada cuando el Gran Motivador la agarró de los brazos y la puso de pie. 

Inevitable Atracción: Capítulo 12

Paula se quedó en la oficina hasta la medianoche. La habían contratado por los idiomas que sabía, así que preparó unas transcripciones en inglés, francés y alemán, sacó copias y las dejó sobre su mesa. A las seis de la mañana el despertador le hizo abrir los ojos. Lo apagó y volvió a arrebujarse en las sábanas. ¿Por qué demonios lo había puesto a una hora tan...? Argh. Somnolienta se sentó en la cama y por la ventana vio que hacía un día glorioso, perfecto para irse a Cerdeña. A cambio había aceptado ser una esclava durante un año por un ínfimo cinco por ciento de Alfonso. Debió haber exigido el diez por ciento si tenía que levantarse antes de las diez de la mañana. Ya era demasiado tarde. A las siete y diecisiete salía del ascensor. La puerta del despacho de Pedro estaba abierta.


—Llegas tarde —oyó el seco comentario desde el interior. Paula se acercó con cautela. Daba al este; el brillante sol llegaba hasta el pasillo. Entrecerró los ojos y entró en el despacho—. Te dije que te quería aquí a las siete —Pedro iba de un lado a otro con un dictáfono en la mano.


Parecía lleno de vitalidad y energía.


—He traído el desayuno —comentó ella.


—No lo tomo.


—Por supuesto. Estás demasiado ocupado dictando, lo entiendo. Continúa, que en seguida me reúno contigo.


—Es una absoluta pérdida de tiempo —frunció el ceño—. Si tienes problemas para despertarte, será mejor que hagas algo de ejercicio. Sal a correr en cuanto te levantes.


—¿Es lo que tú has hecho? —experimentó un escalofrió.


—Fui al gimnasio una hora.


Paula hizo una mueca. Se dejó caer en el enorme sillón que había frente a su escritorio. Alargó una mano exangüe para tomar su primer café con leche y se lo llevó con cuidado a los labios.


—No me prestes atención —indicó Paula con desenfado, empezando a revivir bajo la influencia del café—. Sé que deseas proseguir con tu trabajo —tomó un croissant y le dió un mordisco. Estupendo bollo. Estupendo café. Quizá lograra vivir.


—Espero que no pienses calcular tus horas extra en base a un horario a partir de las siete de la mañana —dijo él con mordacidad—. ¿Por esto crees que vales el cinco por ciento de una empresa?


—Más justo sería el diez por ciento, pero has conseguido un buen trato —bostezó. 


Pedro la miró con ojos centelleantes. Realmente estaba espléndido. Sería maravilloso despertar a su lado, salvo que nunca tendría la oportunidad, ya que se habría ido al gimnasio durante la noche.


—¡Un buen trato!


—¿Te han dicho alguna vez que estás muy atractivo cuando te enfadas? —preguntó soñadora.


—¿Vamos a tener que pasar por esto todas las mañanas? —replicó con los dientes apretados.


—¡Todas las mañanas! —exclamó ella horrorizada—. No empezarás tan pronto todos los días, ¿Verdad?


—Sí —espetó—. Y tú también.


—No —dejó el café y se incorporó—. Se cancela el trato. No pienso pasar por esto durante un año. He realizado las transcripciones en inglés, francés y alemán. Hay unas diez copias de cada una en mi mesa; deberían resultarte bastante claras. No creo que tu dictado de diecisiete minutos hubiera sido un inconveniente para mí, pero ése es tu problema. Me voy a Cerdeña.


Pedro fue a la mesa de ella y regresó ojeando unas copias. 

Inevitable Atracción: Capítulo 11

 —No quiero subir en el mundo empresarial. Me aburriría con demasiada facilidad.


—No creo que esto te aburra. Y serías ideal para el puesto. Deja de jugar a ser inalcanzable.


—No estoy jugando, Pedro —apretó los dientes—. Soy difícil de alcanzar. Pero si significa tanto para tí, perfecto. ¿Cuánto esperamos sacar de esta operación? No me refiero a los ingresos, sino a los beneficios netos.


—Si sale adelante, un par de cientos de millones...


—De acuerdo. Quiero un sueldo de 25.000 libras. 


—Hecho.


—Más horas extra. —Hecho.


—Más el cinco por ciento de los beneficios.


—¿Qué?


—Ya me has oído.


—¿Has perdido la cabeza?


—No. La has perdido tú. Si la secretaria adecuada es tan crucial para el negocio, podrías dedicar 100.000 libras para contratar personal experto en estos idiomas. Podrías contratar a alguien con unas referencias extraordinarias, incluso capaz de arreglarse con un fax estropeado en Vladivostok. Y aún así ganarías dinero. Si tienes tanto dinero para invertir, entonces no me necesitas. Mañana vendré y transcribiré estas notas, pero el mes próximo me voy a Cerdeña y nada de lo que puedas hacer o decir me detendrá. 


Pedro clavó la vista en los ojos azules de su hermanastra. Estaba a punto de decirle que se fuera a Cerdeña y que no le escribiera, cuando mentalmente oyó la voz cansada de Personal. «Bueno», pensó con lobreguez.


—Sabes que jamás obtendrás lo que me acabas de pedir. Lo que me estás diciendo es que quieres algo mucho más elevado que la tarifa normal. Hazme otra proposición.


Paula se lo quedó mirando. El problema es que no quería algo descabellado... Simplemente no quería el trabajo. Pero si él se hallaba dispuesto a pagarle un dinero serio, podría dejar de realizar trabajos eventuales durante mucho tiempo...


—Harás una nueva emisión de acciones para esta empresa, ¿No?


—Sí.


—El cinco por ciento —estipuló Paula.


—Sigue intentándolo —sus ojos eran tan brillantes y duros como esmeraldas.


Lo observó pensativa. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar? O, por ponerlo de otra manera, ¿qué lo exasperaría más? Y de pronto supo exactamente qué tenía que decir. Unos años atrás Pedro había fundado una pequeña empresa para que actuara como lanzadera de diversas ideas que no encajaban bien en la compañía madre. Comparada con la gran Alfonso Corporation no era nada... Pero tenía el presentimiento que se dispararía en unos años. La cuestión era que sobre el papel no valía mucho. El precio de sus acciones era bajo... No había ningún motivo para que Pedor no le diera una parte.


—El cinco por ciento de Alfonso. Y ésa es mi última proposición.


Él se metió las manos en los bolsillos. Reinó un silencio prolongado, en el que Pedro primero miró la alfombra y luego a ella con disgusto no disimulado.


—De acuerdo, maldita seas —aceptó—. Tendrás el contrato a final de semana. Pero las acciones de Alfonso están supeditadas a que termines el año —le entregó la cinta de cassette de la reunión del día—. Por esa cantidad de dinero quiero tener las transcripciones para la reunión de mañana. Te quiero en la oficina a las siete en punto —se marchó sin aguardar una respuesta y cerró con un portazo. 

miércoles, 12 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 10

 —¡Pedro! —exclamó de pronto—. ¡Soy una idiota! Me puse a traducir italiano a alemán... ¡Pero podría haber traducido del checo! Han pasado unos años desde que leí Checo Coloquial, pero estoy segura de que podría haberlo hecho... Al menos parte del tiempo.


—Aunque me alegro de que no lo hicieras —se levantó y se estiró, luego se volvió hacia ella y enarcó una ceja—. Lo más probable es que desapruebes esto, pero me puedes ser de más utilidad si la gente no sabe cuáles son todos tus conocimientos. Es factible que se muestren más abiertos entre ellos si no se dan cuenta de que tú los entiendes.


Iba a cuestionarlo cuando comprendió lo que pasaba.


—No importa que yo lo apruebe o no —dijo con sequedad—, porque no pienso trabajar para tí. ¿No recibiste mi mensaje?


—Por supuesto. Tuve ganas de estrangular a la recepcionista por no haberte pasado. Podrías haber llegado media hora antes.


—Si hubiera conseguido hablar contigo, no habría venido —repuso Paula.


—Entonces menos mal que no te pasó, ¿Verdad? —se encogió de hombros.


—¿Qué demonios le dijiste a esa chica? —recordó de repente.


—No lo recuerdo. Algo ingenioso, espero —un lápiz se quebró entre sus dedos largos—. Por el amor de Dios, quita esa expresión de tu cara. ¿Tienes alguna idea del tiempo y del dinero que hemos puesto para preparar esta reunión? Dijo que sabía francés y alemán, y luego resultó que era una total incompetente. ¿Qué esperas que haga... Darle un sobresaliente por el esfuerzo?


—Espero que seas abominablemente rudo —indicó Paula—. ¿Cuándo eres otra cosa?


—Oh, puedo ser bastante agradable cuando quiero.


—Sí, cuando quieres seducir a alguien —desdeñó Paula.


—Si eso es lo que piensas, será mejor que sea «Muy» rudo contigo. No me gustaría que te hicieras una idea equivocada —comentó al tiempo que metía los papales en el maletín y lo cerraba.


—Te aseguro que jamás se me ocurriría algo tan ridículo como eso — replicó ella.


—¿Qué tiene de ridículo? —la miró con expresión inescrutable—. Eres muy hermosa. Debiste notar que no te quitaban los ojos de encima.


—Creía que no te gustaba involucrarte con tu secretaria —señaló, de repente sin aliento.


—Creía que no ibas a ser mi secretaria. Parece que, después de todo, puedo seducirte —al acabar la reunión había parecido cansado, pero en ese momento esbozó una leve sonrisa. 


—No, no puedes —cortó Paula—. Llama a mi agencia y dí que ya no me necesitas más, así me encontrarán otro trabajo.


—Pero te necesito —la miró ceñudo—. Si no transcribes esas notas nadie más será capaz de hacerlo, y Dios sabe cómo se reanudará la reunión. Acaba la semana... al menos te habrás ganado un dinero — Paula guardó silencio. Apenas sabía qué era peor, su temperamento irritante y desagradable o el encanto relajado y fácil que siempre daba en el blanco—. ¿Cuál es el problema? —se mostró impaciente—. No te quedarás en Londres todo el tiempo. Viajaremos a Praga y a Varsovia. Conocerás a gente interesante. Harás un gran trabajo, y al final podrás buscar algo mejor si lo deseas. No sé por qué te muestras tan condenadamente suspicaz. Lo único que tienes ahora es un montón de años desempeñando trabajos eventuales, lo cual no es la mejor recomendación para subir en el mundo empresarial...