lunes, 17 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 15

¿Desde cuándo Pedro se había interesado en alguien que no fuera él mismo? Con diecisiete años había sido egoísta y perezoso; en ese momento era egoísta y obsesionado. ¿Y desde cuándo había sido tan inconsistente? La semana pasada ella sólo era un engranaje que él quería en su maquinaria, y se había dedicado a conseguirlo con su habitual implacabilidad. El día anterior había sido igual. Y en cuanto ya la tenía, se dedicaba a decirle implacablemente que desperdiciaba su vida como un humilde engranaje. ¿Qué pasaba?  En una ocasión había tenido un sueño en el que Pedro siempre había estado enamorado de ella. Por desgracia, jamás pudo experimentarlo de nuevo, y no daba la impresión de que la vida iba a progresar a partir de dicho sueño... No era típico de él, que era la seguridad personificada, reservarse sus sentimientos. Pero en ese caso... Bueno, ¿Sólo se trataba de un vestigio de la época en que era su hermano mayor honorario?


—¿Crees que debería fundar una empresa? —preguntó Paula.


—Haz lo que quieras —repuso con expresión inescrutable.


—¿Crees que podría? —insistió ella.


—Si consideramos que dices aburrirte con todo lo que dura más de un mes, afirmaría casi con absoluta certeza que no.


Sintió que no lograba llegar al fondo del asunto, pero no sabía qué preguntar. Al recoger la cinta de su mano, los dedos se rozaron y dio la impresión de notar una descarga eléctrica. Apartó la mano y lo observó con disimulo para ver si se había percatado de algo... O si también él lo había experimentado. Pero Pedro ya metía otra cinta en el aparato. Se llevó la bandeja de cartón con el café sobrante y el resto de los bollos a su mesa y encendió el ordenador. Aún no había llegado ninguna de las otras secretarias de esa planta, pero cada vez aparecían más empleados con maletines y los ubicuos bolsos de gimnasio. Pero nadie irradiaba la energía de Pedro. De hecho, todos parecían cansados. Arrugó la frente pero no tardó en olvidar el problema, concentrada en convertir los crípticos comentarios de él en cartas corteses y de negocios. 


Veinte empresarios europeos del este se sentaban a una gran mesa de conferencias, tomando notas con aire importante en blocs amarillos. A veces alguien decía algo en alemán, y otro que era lo bastante afortunado como para desconocer el idioma le sonreía a la señorita Chaves y le pedía que se lo tradujera. «Sería más fácil si se sentara a mi lado, ¿No?», diría, y diecinueve pares de ojos envidiosos seguían a la deslumbrante pelirroja mientras ésta rodeaba la mesa. Pedro pensó que también él se sentiría envidioso si no la conociera mejor. De hecho, si no la conociera mejor sin duda querría conocerla mejor. De repente recordó que esa mañana casi la había tenido en sus brazos. Bien podría haberla besado... Para lo que sirvieron sus palabras. Recordó los ojos somnolientos, la boca suave y plena, y en su imaginación inclinaba la cabeza y... No. Con un esfuerzo controló su imaginación. No podía permitirse el lujo de pensar de esa manera. La reunión marchaba bien. Al contar con Paula, al menos ya no se miraban con la irritada expresión de que no entendían nada de lo que decían los demás. Necesitaba una secretaria permanente. Iba a pagar mucho dinero para que ella mantuviera los engranajes bien engrasados durante un año. No podía permitirse el lujo de poner eso en peligro pensando siquiera cómo sería...  Con otro esfuerzo controló de nuevo su imaginación. 

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