lunes, 10 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 1

 —No —dijo Paula. 


Enterró la nariz de forma ostentosa en Rumano Coloquial. Era la quinta vez que lo había dicho, y la quinta vez que leía esa página sobre el vocablo compuesto, y por quinta vez, al igual que en las otras cuatro, las otras dos personas que había en el salón no le prestaron atención. Estaba acurrucada en el asiento de la ventana en el salón de sus padres. A su derecha había una agradable vista de un jardín con rosales y parte de Richmond; a su izquierda unos muebles mullidos con telas de símbolos florales y un caos de proyectos inacabados. Jerseys a medio tejer, edredones a medio coser, servilletas a medio bordar. Entre la confusión estaba su madre Alejandra, una mujer incapaz de pensar mal de alguien, y Pedro Alfonso, un hombre del que sólo una mujer que no pudiera no pensaría mal de él.


—¡Qué idea maravillosa! —exclamó Alejandra por sexta o séptima vez—. Es espléndido que Paula tenga tantos intereses, aunque a veces me da la impresión de que muestra la tendencia a comenzar cosas para abandonarlas luego. Sería bueno para ella que terminara algo... ¡Y qué oportunidad para emplear todos esos idiomas! —Alejandra siempre había considerado a Pedro como a un hijo. Era fantástico que hubiera pensado en Paula cuando podría haber tenido a cualquiera—. ¡Parece algo predestinado! —miró con ojos resplandecientes a Pedro por encima del elástico de un jersey que acababa de empezar con un patrón sacado de una revista.


Pedro sonrió... Paula consiguió verlo aun cuando no lo miraba a él, sino a la página 181 de Rumano Coloquial. Era la sonrisa que había derretido a todas las chicas de su clase aquel primer año que había ido a quedarse con sus padres quince años atrás; podía recordar el efecto devastador que surtió sobre ella cuando con once años vio por primera vez esa sonrisa. En ese momento tenía un rostro más acerado, la boca implacable en reposo, los ojos verdes fríos y penetrantes, las líneas de la mandíbula, la nariz y la frente casi brutales al llevar el pelo negro muy corto... Aunque la sonrisa aun iluminaba su rostro del mismo modo que lo había hecho irresistible con diecisiete años. Pero en ese momento, desde luego... en ese momento era distinto. 


—Fue la primera persona en quien pensé —dijo él. Metió las manos en los bolsillos y comenzó a dar vueltas por la estancia—. Esto es lo más grande que he hecho hasta ahora. Europa del Este va a empezar a despegar en cualquier momento... Debemos introducirnos ya. Necesito a alguien con los conocimientos adecuados para respaldarme. No es fácil encontrar a esa persona, y no puedo permitirme el lujo de dedicar seis meses a su búsqueda.


—Es verdad —coincidió Alejandra con simpatía, sin dejar de tejer.


—Además, lo peor es que no hay una receta para ésos conocimientos… Necesito un estudio rápido. Va a ser como una montaña rusa y me hace falta alguien que sea capaz de enfrentarse a eso.


—¡Paula será perfecta!


—Y alguien con quien pueda contar.


Ésa fue la gota que colmó el vaso. Paula dejó de fingir que leía.


—Bueno, pues no puedes contar conmigo —dijo—. No quiero hacerlo. No me interesa. No quiero trabajar para tí—al fin consiguió su atención.


—¡Paula!—reprochó su madre.


—¿Por qué no? —Pedro frunció el sueño.


—Porque eres un cerdo egoísta, malhumorado, despótico y arrogante —alzó la barbilla con gesto desafiante, se quitó el pelo rojo de los ojos y levantó unos ojos azules para mirar con furia al único hombre al que había amado.


 —¡Paula!


—Y me quedo corta —añadió sin arrepentimiento. 

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