miércoles, 19 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 19

 —Sí —dijo ella—, pero en este caso sí tengo idea de a lo que se enfrenta. Al menos vale la pena intentarlo.


—Bueno, si de verdad no le importa... —él no pareció muy convencido, sino cansado para seguir debatiendo el tema.


—Es probable que me guste —repuso con sinceridad Paula.


Se llevó todo el material disponible y por primera vez desde que empezó a trabajar para Pedro, adrede se fue a comer lejos de su mesa. Se dirigió a la cafetería y llenó la bandeja con una porción de tarta de chocolate otra de cerezas y una mousse de pepermint con chocolate blanco, más un café. No había nada como un postre para estimular los procesos mentales... A menos que fueran tres postres. Se sentó en un rincón y estudió las pujas anteriores y el material que les había enviado Barrett. Luego cerró las carpetas y se obligó a no pensar en ellas. Dejó que la información penetrara en su mente mientras finalizaba la última tarta, y el resto de la tarde, a la vez que terminaba seis tareas de máxima prioridad para Pedro, dejó que las ofertas de Alfonso y el material de Barrett se observaran con hostilidad en su subconsciente, gritando: «Mutuamente incompatibles, odio a primera vista». Pedro tenía una cena. Paula siempre sabía los nombres de sus citas... Estaban garabateados en las páginas de su agenda de mesa con su caligrafía marcada y descuidada, y a veces también tachados con la misma mano indiferente. La de esa noche se llamaba Karina. Como siempre, tuvo que obligarse a no formar una imagen mental de la mujer. Sólo terminaría atormentándose, recreando la imagen hermosa en los brazos de él. 


En cuanto Pedro se marchó de la oficina, Paula sacó el material. Tenía el escritorio atestado con el ordenador, las bandejas para cartas, los cajones con papeles y la agenda Rolodex... no había espacio para trabajar. Pedro disponía de su propio escritorio monumental, y también tenía una mesa para reuniones más pequeñas. Entró en el despacho de él, extendió los archivos y los observó con lobreguez. El problema era que se enfrentaba no a dos, sino a tres filosofías de negocios, del mundo y de la vida. La filosofía de la Alfonso Corporation era hacia donde había avanzado durante diez mil años la evolución humana, con muchos giros falsos y callejones sin salida, para la última, más grande y glorioso monumento al espíritu humano: El ordenador. No había problema que una combinación de hardware y software no pudieran solucionar.  La filosofía de Gerardo Barrett, de setenta y dos años y fundador de la Barrett Corporation, se basaba en que una máquina de escribir y una mecanógrafa competente eran lo único que necesitaba realmente cualquier negocio para funcionar con eficiencia. Se mostraba suspicaz con los artilugios, con la impresión a tres colores y con el papel de calidad porque en última instancia sería él quien pagaría la factura de esos disparates innecesarios. La filosofía del jefe de servicios de Barrett era, a su estilo, más progresista. No quería regresar a la edad de piedra; desde su punto de vista, la tecnología resultaba esencial para competir en los negocios. Sin embargo, creía que un paquete integrado de software debía ser capaz de ejecutar tareas complejas al tiempo que eliminaba toda iniciativa del personal que lo empleaba. Las secretarias debían ser como los trenes y marchar por senderos definidos de plantillas y macros, teniendo estrictamente prohibido aventurarse a campo través y explorar los ingeniosos inventos de los cerebros de la Alfonso. Por otro lado, una oferta debería dejar claro que esos inventos ingeniosos estarían disponibles para el selecto y reducido grupo de trabajadores a los que se les podían confiar. También debería ser visualmente atractiva por pura cuestión de profesionalismo. Se suponía que una oferta debía impresionar... Era la oportunidad del contratante de exhibir su material, y si no deslumbraba no podía valer mucho. Contempló el difícil problema. Llevaba dándole vueltas toda la tarde, pero seguía siendo casi inabordable. Bueno, quizá debería dejarlo madurar un poco más. Se dirigió al sillón de Pedro, se sentó y lo hizo girar. 

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