miércoles, 26 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 33

Pedro de inmediato alejó la mano. Alzó la cabeza con una leve expresión de sorpresa en sus ojos, como para cerciorarse de que la entendía.


—Lo... Lo siento—tartamudeó ella.


—No tienes por qué —musitó él—. Quiero que me digas qué es lo que quieres.


La miró. Durante años Paula lo había enfurecido más allá de toda cuenta, pero incluso cuando los insultos llegaron a herirlo, entre ellos había flotado una energía eléctrica que, extrañamente, hacía que le gustara más que la mayoría de las mujeres que lo adoraba de forma incondicional. En ese momento observó que los profundos ojos azules ardían de deseo. Era como si nunca antes la hubiera visto. Ella le lanzó una mirada traviesa, súbita e inesperada.


—Bueno, es hora de que tú te quites algo de ropa —comentó Paula.


—Tanta como quieras —rió él con ganas. Le plantó un beso fugaz y se sentó, pasando las piernas por debajo de las de ella. Se quitó la chaqueta y la tiró al suelo, luego le tocó el turno a la corbata. Enarcó una ceja— ¿Hasta dónde quieres que siga —preguntó.


—Ahora me haré cargo yo —sonrió Paula.


Apoyó las manos en sus hombros y se subió sobre sus muslos, de modo que sus caras quedaron a la misma altura. Le desabotonó el cuello de la camisa, le sonrió de forma arrebatadora y lo besó, continuando con los demás botones. Él aún sonreía cuando ella llegó hasta el cinturón y le sacó la camisa del pantalón. Paula jamás habría imaginado que podría ser tan cómodo estar a su lado. Por lo general no podían estar más de dos minutos en la misma habitación sin que Pedro dijera algo que la enfureciera. Es probable que en la última media hora le hubiera sonreído más veces que en los quince años anteriores. Sabía que recordaría cada minuto de esa noche el resto de su vida, pero la realidad era que si él se salía con la suya no le volvería a hablarnunca más. Por supuesto, tendría que hacerlo, ya que aún era su secretaria, pero lo que querría sería no volver a verla jamás.


—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.


—¿Qué pasa con qué?—replicó Paula.


—No lo sé. Tenías una expresión un tanto extraña.


—No sé —se obligó a sonreír—. Probablemente me preguntaba si dejar que te quedaras con los pantalones. Creo que respetaré tu modestia.


—Soy demasiado arrogante para ser modesto, pero yo respetaré tu modestia. Ven y bésame otra vez.


Paula trató de pensar sólo en ese momento. Si tan sólo pudiera disfrutarlo mientras existía, en vez de ser constantemente consciente de lo pronto que acabaría y lo distante y frío que estaría Pedro al día siguiente. Pero parte de la magia había desaparecido. Resultaba maravilloso estar en sus brazos, por supuesto, pero incluso mientras la besaba no fue capaz de desterrar una sensación de pavor. Al final fue ella quien le puso fin. Alzó la cabeza y miró el reloj.


—Pedro, son las seis de la mañana. Debes ir a casa a hacer las maletas.


—¿Sí?


—Dijiste que necesitabas pasar un par de horas en la oficina antes de irte. Si quieres llegar a las ocho, tienes que marcharte ahora.


—Supongo que tienes razón.


—Claro que la tengo —alzó sus rodillas y se incorporó.


Pedro se levantó quedó de pie a su lado. Se abrochó la camisa, se puso la chaqueta y guardó la corbata en el bolsillo. 

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