lunes, 10 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 3

 —¿Quién es? —preguntaba Pedro.


Y en ocasiones, cuando la chica se lo decía, sacudía la cabeza o hacía un gesto con el pulgar hacia abajo. Había sido aterrador ver lo poco que le importaba, lo hastiado que estaba de la adoración que se ganaba con tanta facilidad, y le pareció que desde el momento de conocerlo siempre había sabido que jamás debía revelarle lo que sentía por él. Había bromeado con él, lo había acosado y se había burlado como si realmente fuera su hermana menor, y a Pedro le encantó de un modo peculiar... Quizá porque representaba un cambio de la adoración incondicional que recibía de las chicas de su propia edad. Puede que incluso ella le gustara un poco, antes de que todo se torciera.


—No es lo único que no me gusta del asunto —continuó Paula—. Podría durar meses. Sabes que odio la idea de un trabajo permanente; no me gusta trabajar en ninguna parte durante más de un par de semanas... Menos aún con alguien que considera que diez horas es una jornada laboral corta. Si llevara un mes así ya creería merecerme unas vacaciones. Al menos como trabajadora eventual puedo dejarlo siempre que me apetezca. Dame una sola razón convincente para abandonar todo eso y estar contigo once de cada doce meses.


—Dinero —indicó Pedro.


—No sé cuánto ofreces —explicó ella—, pero no es suficiente. El mes próximo me voy a Cerdeña. Te enviaré una postal que ponga: «Me lo estoy pasando muy bien, quédate dónde estás».


—¿Cuánto quieres?


—No querrías pagarlo.


—¡Paula! —protestó su madre, para quien la situación ya era excesiva—. ¡Pedro necesita te ayuda! ¿Es pedirte demasiado que postergues tu viaje hasta que haya puesto en marcha su proyecto? Es como si fuera de la familia... Debería alegrarte ayudarlo.


—Habría pensado que yo sería la última persona de quién querría ayuda —soltó Paula antes de poder detenerse—. No le fue muy bien la última vez que lo intenté —lo miró; ella recordaba, aunque él lo hubiera olvidado. 


Su madre puso cara de no entender nada. Pedro la observó con expresión sarcástica. Estaba claro que recordaba.


—Yo no diría eso —repuso con frialdad—. No me encontraría en la posición que ocupo si tú no me hubieras ayudado. 


—Perfecto —aceptó Paula—. Entonces no te debo nada.


—Tampoco diría eso —comentó Pedro—. Creo que aún me debes algo, ¿No te parece?


—Entonces te lo pagaré de algún otro modo. Es insoportable trabajar contigo, y quiero ver Cerdeña antes de morir, por lo que la respuesta es no. Además, ¿Por qué debo ser yo?


—Porque tienes un registro de ciento ochenta palabras por minuto como taquígrafa.


—Y otras miles de mujeres.


—Y eres capaz de mecanografiar cien palabras por minuto.


—Lo mismo digo.


—Y porque has desperdiciado tú tiempo desde que dejaste la universidad, viajando al extranjero siempre que podías y dedicándote a estudiar todo el espectro de idiomas, desde el albanés al zulú.


—¿Hay un Enséñese Usted Mismo en Zulú? —preguntó.


—No lo sé, pero si lo hubiera lo podrías leer en tu hora para comer.


—Tú no das una hora para comer.


—Y porque este proyecto se va a topar con muchos problemas — continuó él, como si Paula no hubiera hablado—. Un montón de problemas logísticos... Y quiero relegar eso en otra persona. Jamás he visto un problema que tú no fueras capaz de superar o soslayar —frunció el ceño y se pasó una mano por el pelo corto coa gesto impaciente—. Podría recurrir a una agencia de empleo y encontrar a alguien competente... Y aun así dar con alguien que recurriría a mí porque algún aparato de fax en Vladivostok no funciona o porque todos los hoteles en Kiev están cerrados durante el invierno... —los gélidos ojos verdes de pronto la miraron sin rastro de sonrisa. Costaba creer que el hombre que hablaba en ese momento había sido el chico despreocupado y atractivo que una vez conoció—. No me había dado cuenta de que te disgustara tanto trabajar para mí la última vez, pero no importa... Todavía te necesito. No puedo permitirme el lujo de tener una secretaria que esté emocionalmente involucrada; al menos a tí no te costará mantener una relación puramente profesional: Calcula cuánto vale para tí soportar mi malhumor, a mis amigas y mi costumbre de olvidar el almuerzo, y hazlo por el dinero. 

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