lunes, 17 de abril de 2023

Inevitable Atracción: Capítulo 14

 —¿No crees que es hora de que crezcas? —siseó Pedro.


—Soy una mujer crecidita —repuso ella, dándose cuenta de que debió tocar algún punto sensible en él. Era bueno saber que había una grieta en su armadura—. Personalmente, no considero que no girar en un sillón sea el máximo exponente de madurez...


—Yo tampoco —coincidió él con hosquedad—. Pensaba en otras cosas, como aprovechar el talento que has estado desperdiciando desde que te conozco. Tú misma tendrías que ver a gente y hacer cosas. Deberías tener una empresa propia, maldita sea. Podrías hacer lo que quisieras...


—Hacía «Exactamente» lo que quería cuando me interrumpiste— repuso ella sin aliento.


Él aún la aferraba por los brazos; los ojos brillantes la atravesaron. Sin quererlo, Paula pensó que quizá la agarrara de ese modo si pretendiera besarla. Era algo que había imaginado unas cinco mil veces, y eso era lo más cerca que iba a estar: Pedro mirándola ceñudo por no llevar hombreras y no dirigir una sala de juntas.


—Tu ambición me deja sin habla —enarcó una ceja con gesto sarcástico.


Los ojos de ella se posaron en la boca firme y sensual, que en ese momento exhibía una mueca desagradablemente parecida al desdén. ¿Qué pasaría si lo besara? Al menos sabría cómo sería...


—No sé por qué te quejas —apartó la vista de la boca—. Pensé que necesitabas una secretaria multilingüe. ¿Dónde estarías si yo no lo fuera?


—Imagino que arreglándomelas —la sacudió con impaciencia—. Los dos sabemos que tienes una cabeza muy buena. Yo no me subestimo y, a menos que la tuya se haya deteriorado misteriosamente desde los siete años, diría que es tan buena como la mía. ¿Qué esperas que crea cuando veo a alguien tan bueno como yo haciendo bromas tontas y dando vueltas en mi sillón como una necia con serrín en el cerebro? ¿Crees que el hecho de que no seas un hombre lo hace más llevadero? Deberías estar avergonzada de tí misma.


Paula contempló esos ojos. Qué hermosos eran, con unas pestañas tupidas y largas… Se concentró en el punto elemental del discurso.


—¿De verdad crees que soy bonita? —preguntó.


Pedro apretó los dientes y le soltó los brazos con disgusto. 


—Es una pérdida de tiempo. Tengo trabajo. Olvida que dije algo. Haz lo que quieras con tu vida siempre y cuando incluya transcribir las cintas del dictáfono una hora antes de la reunión.


—Ayer comentaste que era hermosa. ¿Lo decías en serio?


—Sí. ¿Podemos volver al trabajo?


—Pero...


—Pero, ¿qué? —cortó él.


—Nada —tuvo la impresión de que si añadía algo sería una tontería que estropearía para siempre el halagador concepto que tenía él de su inteligencia, Casi se oyó soltar: «Si fundo mi propia empresa, ¿Me besarás?» Mala idea. «Si gano un premio Nobel, ¿quizá durante una sola noche...?» No. No. No.


La desequilibraba haberse levantado tan pronto. Había algo en esa hora inhumana que le afectaba las inhibiciones. Quizá se debía a que todo adquiría una cualidad onírica. A veces soñaba con Pedro, y en los sueños él siempre era más agradable que en la vida real, de modo que a primera hora de la mañana, a eso de las ocho, se besaban y ella se esforzaba al máximo para no despertar. Él extrajo una cinta de la grabadora y se la entregó.


—Empieza con ésta y comprueba hasta donde llegas. He dado los nombres y los detalles básicos. Tú puedes esbozar las cartas y yo las repasaré cuando hayas terminado.


Ése era el auténtico estilo Alfonso. Por algún motivo sólo al volver a su actitud habitual le sorprendió lo fuera de lugar que había sido su exabrupto. En su momento le había parecido otro ejemplo de su carácter dominante. Pero... Lo miró, haciendo caso omiso de la cinta en la mano extendida. 

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