miércoles, 5 de abril de 2023

Una Esperanza: Capítulo 68

Paula cerró la última maleta. Todas sus pertenencias estaban ya empaquetadas y no había evidencia de su presencia en la habitación. Había hablado con Jimena y usaría su dormitorio de invitados de momento. Cerró los ojos, no era momento para echarse a llorar. Le dolía tanto dejarlos… A pesar de que él no la correspondía, ella lo quería más que nunca. Era una locura.


Él llevaba tres días intentándolo todo para hacer que se quedara. Había hecho que se sintiera culpable, había intentado darle pena, le había hecho chantaje emocional con Valentina… No se había detenido ante nada. Se puso la chaqueta y tomó las llaves del coche. Era hora de ir a buscar a la niña al colegio, por última vez.


–No es verdad que te vayas hoy, ¿No? –le dijo la niña nada más verla.


Paula miró a Valentina. Se sentía fatal.


–Sí, me voy hoy. Pero prometo llamar y escribirte. Seguiremos siendo amigas. Leticia te va a encantar, ya lo verás.


–No quiero a Leticia.


Gaby suspiró y encendió el coche. Volvieron a casa en silencio. Cuando llegaron, la niña se encerró en su dormitorio. Ahora sólo quedaba esperar a que Pedro llegara a las cinco y media y podría irse. Llegaría a casa de Jimena a medianoche. Bajó las maletas y las metió en el maletero. Ahora que llegaba el momento, tenía el estómago en un puño y temblaba como una hoja. Se preparó un té y la taza se le escapó de las manos, estrellándose contra el suelo. Limpió los azulejos entre lágrimas, sin poder controlarse. Entonces escuchó el coche de Pedro y el estómago se le encogió tanto que pensó que iba a vomitar de la tensión. Se limpió las lágrimas y se enderezó. Llegó al vestíbulo al mismo tiempo que Valentina bajaba las escaleras con expresión de desamparo. Se tiró a los brazos de Paula y la abrazó con fuerza. Ella le devolvió el abrazo. Nunca había sentido por ningún niño lo que Valentina le había inspirado durante esos meses. La quería con todo su corazón. Era casi una hija; al fin y al cabo, había pensado que iba a casarse con su padre, y despedirse de ella era lo más difícil que había hecho en su vida. Pedro las encontró así al entrar y se quedó paralizado.


–¡Pensé que ibas a ser mi nueva mamá! –le dijo la niña entre sollozos.


Paula se quedó de piedra.


–No, cariño, yo… Yo sólo soy la niñera.


«Sólo la niñera…», pensó él. Se acordó del anillo que guardaba en el cajón de los calcetines y se sintiócomo un estúpido.


–Paula tiene razón, cariño. Ella nunca podría reemplazar a tu madre.


Las palabras eran duras, pero ciertas. La expresión de Paula era de angustioso dolor, pero él no se sintió culpable. Al fin y al cabo, ella los estaba abandonando, había sido su decisión. Valentina se separó de Paula y miró a su padre con su fulminante visión de láser.


–¡Deberías hacer que se quedara, papá!


«No sabes cuánto lo he intentado», reflexionó él.


–¡Lo has arruinado todo! ¡Igual que siempre! –gritó la niña mientras subía llorando a su cuarto.


Pedro miró a Paula, parecía estar tan destrozada que quiso ir a abrazarla. No podía creer que fuera a irse, nunca había terminado de creérselo. Ella pasó a su lado para llevar la última bolsa al coche y él se quedó mirándolo. Pedro se fijó entonces en lo que había sobre la cómoda del vestíbulo. Eran las llaves del coche. Sin pensar en lo que hacía, las tomó y metió en el bolsillo. Ella entró segundos después y vió que habían desaparecido.


–¿Dónde están, Pedro?


–Yo…


–¡Dámelas! –exclamó ella.


Parecía estar al borde de la desesperación. Pensó en Valentina y en que prolongar la despedida sólo sería más duro para su hija. Metió la mano en el bolsillo y sintió el frío metal. Había fracasado. Pensaba que no podía hacer ni decir nada que hiciera que lo quisiera lo suficiente. Había llegado el momento de enfrentarse con la realidad. Sacó las llaves y las dejó en la mano de Paula.


–Adiós, Pedro.

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