viernes, 30 de junio de 2023

Falso Compromiso: Epílogo

 Un año después…



Paula salió a la terraza de la casa de la isla donde Pedro había estado esperando a que saliera del baño. Su isla. Él se la había regalado. Ella, con el dispositivo de la prueba del embarazo en las manos, a la espalda, se acercó a la tumbona en la que Pedro estaba leyendo un libro.


–¿Qué estás leyendo? –preguntó ella, y se agachó para darle un beso en la cabeza.


Pedro la agarró, la hizo sentarse en el borde de la tumbona y dejó el libro.


–Cosas del trabajo, pero tú eres mucho más interesante –de repente, Pedro frunció el ceño–. Eh, ¿Qué tienes ahí escondido?


Paula sonrió, movió el brazo hacia delante y le enseñó el dispositivo.


–Vamos a tener un hijo.


Los ojos de Pedro se llenaron de lágrimas.


–Mi vida, eso es maravilloso. No puedo creerlo. Vamos a tener un hijo – Pedro lanzó una carcajada y, con suma ternura, la besó–. Vas a ser la mejor madre del mundo.


–Y tú el mejor padre del mundo –Paula lo miró con un inmenso amor en la expresión–. No sabes cuánto me alegro de que las relaciones con tu padre hayan mejorado tanto desde que nos casamos. 


–Sé que mi padre no es perfecto, pero al menos está haciendo un esfuerzo.


 Paula le besó los labios.


–Quizá sea mejor abuelo que padre. Le pasa a mucha gente. 


Pedro le acarició la mejilla.


–Me has enseñado mucho sobre las relaciones, cielo. Soy mejor persona desde que estoy contigo.


–Tú también me has enseñado muchas cosas –dijo ella–. Como, por ejemplo, ser honesta respecto a lo que quiero. Y en estos momentos te quiero a tí. Te deseo.


Pedro la abrazó.


–Perfecto. Porque yo también te deseo. 





FIN

Falso Compromiso: Capítulo 72

La ternura que sintió por ella fue inmensa. Paula había mostrado un gran valor y dignidad con lo que había hecho. Incluso había llegado a revelar que su supuesto noviazgo con su príncipe azul era algo de lo que se arrepentía profundamente porque el compañero perfecto no existía; a lo máximo que se podía aspirar era a ser una buena pareja y dejar que el amor se encargara del resto… Si se tenía la suerte de encontrar el amor. Pedro tuvo que leer aquella frase dos veces porque se le había nublado la vista. «Si se tenía la suerte de encontrar el amor». Paula lo amaba. ¿Por qué le había resultado tan difícil de creer? ¿Era porque le había dado miedo creerlo? Temía que no durara, que algo o alguien se lo arrebatara. Pero había sido él quien había saboteado su relación. Había encontrado a una persona que lo amaba y la había dejado sola y abandonada. Ni siquiera había le pedido que regresara con él a Londres. Había antepuesto el trabajo a Paula. Pero su única prioridad era ella. ¿Acaso no había quedado demostrado los últimos días que habían pasado juntos? Iba por la vida como un zombi. Su vida no tenía sentido sin la alegre presencia de Paula disipando la tiniebla que le había rodeado durante tanto tiempo. ¿Por qué había sido tan cobarde? ¿Había destruido toda posibilidad de un futuro con ella? Quería verla inmediatamente, pero antes tenía que hacer una cosa. Hacía años que debería haberlo hecho. Pedro fue corriendo a su casa para recoger todas las cosas de Victoria y envió un mensaje a los padres de ella para decirles que les llevaría las pertenencias de su hija tan pronto como pudiera. Dobló la ropa y la guardó en una caja de cartón. Cuando cerró la tapa, fue como si hubiera cerrado un capítulo de su vida. El móvil le avisó de que tenía un mensaje. Era de los padres de Victoria para decirle que estaban en esa zona y que pasarían ellos a recoger las pertenencias de su hija. Estaba desesperado por ir a ver a Paula, pero no podía negar a los padres de Victoria unos minutos de su tiempo. Una hora después abrió la puerta a Antonio y a Mónica. Tuvo la impresión de que Mónica había estado llorando, pero eso no era algo fuera de lo normal.


–Pedro… Tenemos que hablar contigo. Creo que ya es hora de que te digamos lo que pasó la noche que Victoria… Murió. 


Pedro miró a Antonio, que, en silencio, tomó la mano de su esposa y se la estrechó.


–La cuestión es que… Victoria iba a romper contigo. Se había enamorado de otro, pero no se atrevía a decírtelo. No te engañó, eso lo sé. Pero le resultaba difícil romper contigo porque tú siempre te portaste muy bien con ella. Creo que no te lo dijo aquella noche fatídica porque le parecía que te había traicionado al enamorarse de otro.


Pedro no podía creer lo que estaba oyendo.


–¿Por qué no me lo habían dicho antes?


–Queríamos evitarte ese sufrimiento.


–Gracias por decírmelo –respondió él.


–Me quedé muy preocupada al enterarme de que Paula Chaves y tú habían roto –dijo Mónica–. Estaba muy contenta al saber que habías encontrado a otra mujer; después, al enterarme de que habían roto, me he quedado muy preocupada. No sabía si eso tenía algo que ver con lo que pasó con Victoria, por eso quería decirte lo que te acabo de contar. Aunque ella  no estaba enamorada de tí, te apreciaba mucho. 


Pedro dió un abrazo a Mónica y a Antonio. Se quedaron así, abrazados los tres, unos segundos, en silencio. Por primera vez en cinco años, sintió como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. 



El artículo de Paula provocó una reacción inesperada por parte de sus seguidores. Recibió innumerables mensajes de apoyo y Karina le mencionó algo sobre un aumento de sueldo. Tamara entró en la zona de trabajo de Paula con un enorme ramo de rosas rojas.


–Es para tí –dijo Tamara.


–¿Para mí? –a Paula le dió un vuelco el corazón.


–Sí. Y muchas más cosas –Tamara hizo un gesto con la cabeza señalando la zona de recepción–. Más ramos de flores y cestas con fruta.


–¿Fruta? –Paula frunció el ceño.


–Fresas cubiertas de chocolate y champán. Docenas de botellas de champán.


Con piernas temblorosas, Paula se puso en pie y, justo en ese momento, oyó una voz.


–Te lo he enviado yo –dijo Pedro. Y, al llegar a su lado, se agachó y apoyó el peso en una rodilla–. Cariño, perdóname, he sido un imbécil. No sé cómo se me ocurrió dejarte sola en esa isla. Por favor, perdóname. Y para compensarte, si quieres, te compraré la isla. Te amo.


Con lágrimas en los ojos, Paula le rodeó el cuello con los brazos.


–Oh, Pedro, claro que te perdono. Estaba deseando oírte decir eso. Te quiero tanto que creo que voy a estallar.


–Eres el amor de mi vida –le dijo Pedro con suma ternura–. Sin tí no soy nada. Por favor, cásate conmigo, me harás el hombre más feliz del mundo. 


–Mi vida, claro que me casaré contigo. Pero… –Paula miró a su alrededor–. No puedo creer que me hayas pedido que me case contigo delante de toda esta gente.


–Me da igual. Quiero que todo el mundo se entere de que te amo – declaró Pedro.


A Paula no le parecía posible sentir tanta felicidad. 


Falso Compromiso: Capítulo 71

Paula no podía negar ya la verdad. Llevaba años ocultándose tras una telaraña de mentiras. Llevaba años presentándose ante la gente como quería ser, no como era en realidad. No era la chica que lo tenía todo, la chica de su columna, sino una joven soltera y sola con una triste infancia, una joven que soñaba con vivir un cuento de hadas. Pero su apuesto príncipe azul se había encerrado en una torre de arrepentimiento y culpa, y ella no podía hacer nada por impedirlo. Ni siquiera debería haberlo intentado. Si le hubiera confesado la verdad desde el principio, se habría ahorrado mucho sufrimiento. No había hecho caso de sus propios consejos, que repartía con prodigalidad en su columna. Jamás aconsejaría a nadie que fingiera tener novio para no quedar en ridículo; por el contrario, diría que una relación basada en una mentira no era una auténtica relación. ¿Qué derecho tenía ella a dar consejos? Su vida era un desastre, siempre había sido un desastre. Su vida entera se basaba en una mentira. Y eso tenía que cambiar. Ahí mismo. En ese momento. Agarró el móvil y comenzó a escribir una columna. Karina se iba a poner furiosa y quizá la despidiera; pero, al menos, ella ya no viviría una mentira.



Pedro no podía dejar de pensar en la isla: El sol, la arena, la playa, la bahía y la roca desde la que se habían tirado al agua. Aquella isla era un rincón apartado del mundo, allí se habían sentido en un paraíso, en contacto con la naturaleza. No lograba dejar de pensar en la extraordinaria comida que Paula había preparado, en las sobremesas, en las prolongadas cenas con champán a la luz de las estrellas. Pero, sobre todo, no conseguía dejar de pensar en ella. Le acompañaba, en el pensamiento, cada minuto, cada segundo del día y la noche. Estaba dentro de su cuerpo. Si cerraba los ojos sentía sus suaves y pequeñas manos acariciándole. Sentía su boca, sus labios, su lengua. Llevaba su sonrisa clavada en el corazón. Cada vez que la imaginaba sonriendo el corazón se le encogía. Cada vez que regresaba a casa después del trabajo, ésta le parecía vacía y solitaria. Ni siquiera el trabajo le satisfacía como antes; y menos con Diana sacudiendo la cabeza y lanzándole miradas de exasperación prácticamente todo el tiempo. Aunque Diana había dejado de sermonearle, aquella tarde, cuando salía del trabajo, vió en la pantalla del ordenador de su secretaria la última columna que Paula había escrito. Hasta el momento, había resistido la tentación de leer las últimas mentiras que ella debía haberse inventado últimamente; pero en esta ocasión, no pudo evitar leer la columna. Era un artículo largo, pero sincero y honesto. Confesaba que se había criado en casas de acogida debido a que sus padres habían abusado del alcohol y las drogas; hablaba de la desesperación con que había querido integrarse en la sociedad, ser normal… Hablaba de todo lo que le había contado a él. 

miércoles, 28 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 70

 –¿Que la has dejado en la isla? ¿Sola? 


Pedro encogió los hombros.


–¿Y qué? Yo tenía que volver.


–En ese caso, ¿Por qué no ha vuelto contigo?


–Porque no se lo pedí.


–¿Y por qué no lo hiciste, si se puede saber? –preguntó Diana–. ¿Han discutido?


–Es… Complicado.


Diana se cruzó de brazos y lo miró como miraría una madre a su hijo adolescente después de haber suspendido un examen importante.


–Lo has estropeado todo, ¿Verdad? 


Pedro lanzó un bufido.


–No me apetece someterme a un interrogatorio. Te pago por trabajar, no te pago para que te metas en mi vida privada.


–No tenías una vida privada antes de estar con Paula –dijo Diana–. Esa chica es lo mejor que te ha pasado en la vida. Aunque me ha parecido raro que no aparecieran fotos tuyas en Internet de vuestra estancia en la isla. Sí, eso me ha parecido raro. Espero que no te pasaras todo el tiempo pegado al móvil. Hicimos lo posible aquí para que tú pudieras relajarte, pero nos topamos con el problema del código y…


–¿Qué tiene de malo que quiera que mi vida privada sea privada y nada más? –dijo Pedro conteniendo apenas su irritación–. No veo por qué la gente tiene que saber dónde me he tomado el último café o qué he desayunado.


–Es una forma de conectar con la gente.


–¿Ah, sí? Pues yo prefiero hacerlo a la antigua usanza.


–¿Es eso lo que has hecho durante los últimos cinco años? – preguntó Diana en tono burlón.


Luke respiró hondo y, una vez más, se volvió para dirigirse a su despacho.


–Sabía que no debería haberte subido el sueldo.


–¿Quieres que te lo devuelva? 


Pedro lanzó una furiosa mirada a su secretaria.


–No, guárdatelo, y tus opiniones también. ¿Ha quedado claro?


 Diana hizo un saludo militar.


–Sí, señor.



Paula regresó a Londres al día siguiente. Estaba tan deprimida que incluso una azafata le preguntó si se encontraba mal. Se secó los enrojecidos ojos con un pañuelo y contestó que se debía a una alergia. Y cuando pasó la aduana y vio a parejas abrazándose después de reunirse, se sintió como si le estuvieran estrujando el corazón. ¿Por qué Pedro no podía quererla? ¿Por qué no quería pasar el resto de la vida con ella? ¿Por qué la había abandonado igual que habían hecho todos los demás a los que había querido? No había podido quedarse en la isla sin él. Cada rincón, cada estancia, las vistas… Todo le recordaba el tiempo que habían compartido. Ahora solo le quedaban los recuerdos. Ni siquiera tenía fotos de los dos juntos porque él, cabezonamente, se había negado a salir en ellas. Sin que él se diera cuenta, le había sacado algunas, pero ninguna con los dos juntos. Era como si esos días en la isla no hubieran sido reales, solo un espejismo. Igual que su vida. 

Falso Compromiso: Capítulo 69

 Bien, eso no tenía nada que ver con él. Ya no. No debería haber asumido el papel de prometido de ella. Ese había sido su primer error; el segundo, llevar a Abby a la isla. Un sitio así… En fin, incluso a él le había afectado. Se había divertido mucho y no recordaba la última vez que se había encontrado tan relajado. Pero eso no significaba que quisiera continuar con la relación indefinidamente. Le había dado vueltas a la cabeza e incluso se le había ocurrido prolongar el periodo de estar juntos. Pero aunque hubiera ocurrido eso, él no podía dar a Paula lo que ella quería. Tampoco había podido hacerlo con Victoria ni con ninguna otra de las mujeres anteriores a ella. ¿Por qué iba a ser Paula diferente? No le interesaban los cuentos de hadas, al contrario que a ella. No, no quería eso. No quería esposa. No quería hijos.  No quería comprometerse con nadie. Paula había sido injusta al pedirle que dejara el trabajo por un par de días más de vacaciones. Él tenía responsabilidades, algo que se tomaba muy en serio. Tenía empleados, a los que era necesario pagar, clientes importantes y también enfermos a lo largo y ancho del mundo que dependían de que él sacara adelante el nuevo proyecto. «Pero podrías haber vuelto a Londres un poco más tarde…». Pedro se negó a pensar eso. La llamada telefónica había sido la excusa perfecta para poner punto final a las tontas imaginaciones de Paula. Volver a Londres había sido lo correcto. Su relación había durado demasiado. Pero el mayor error que había cometido era haberla iniciado. Se había saltado una regla de oro al permitir a ella que se quedara en su casa. Y no debería haberle comprado ese maldito colgante. ¿Por qué las mujeres daban tanta importancia a las joyas? Paula, desde luego, se la había dado, a pesar de que lo único que él había querido era darle algo para sustituir ese horrible brillante falso que llevaba. Salió de su despacho justo en el momento en que Diana, su secretaria, volvía de tomar un café.


–Supongo que ahora te arrepientes de haber vuelto, ¿Verdad? –dijo Diana–. Luis es un joven que vale mucho, es muy inteligente. Deberías delegar en él más responsabilidades. Se lo merece.


–Estoy considerando seriamente esa posibilidad –Pedro se volvió para regresar a su despacho.


–¿Le ha disgustado mucho a Paula que volvieras? –preguntó Diana.


A Pedro se le hizo un nudo en la garganta. No estaba preparado para explicar lo que había pasado en la isla. En realidad, no estaba acostumbrado a dar explicaciones sobre su vida privada a nadie.


–La he dejado allí para que disfrute los dos días de vacaciones que le quedan.


Diana lo miró como si él acabara de decir que había abandonado a Paula en medio del desierto. 

Falso Compromiso: Capítulo 68

 –Si vas a decir que te daba pena, me voy a poner a gritar –dijo Paula–. No quiero tu compasión, quiero tu amor.


El móvil de Pedro sonó y éste dejó la bolsa del equipaje en el suelo.


–No contestes –dijo ella–. ¿No te parece que esto es mucho más importante que una estúpida llamada?


Pedro la miró con exasperación; después, se dió media vuelta y contestó el teléfono.


–Sí, ya voy. Sí, todo bien –cortó la comunicación, se metió el móvil en el bolsillo y agarró la bolsa–. Tengo que irme. Me están esperando. 


Le estaba esperando gente más importante que ella. Pedro no lo había dicho, pero no necesitaba hacerlo. Lo había demostrado al elegir dejarla allí sola. No le había pedido que le acompañara. ¿Por qué no? No le iba a llevar mucho tiempo hacer el equipaje. No, quería marcharse sin ella porque, en realidad, había ido allí con ella forzado.


–No has estado realmente aquí conmigo en la isla, ¿Verdad, Pedro? Tu negativa a salir conmigo en las fotos es prueba de que no estabas aquí conmigo totalmente. No te has entregado a estas vacaciones de lleno; superficialmente, sí, pero solo superficialmente. Estás completamente encerrado en ti mismo y te niegas a compartir tu vida con nadie.


–Paula.


–No emplees conmigo ese tono de voz, no me des lecciones, no lo soporto –dijo ella–. ¿Por qué no me has pedido que vuelva a Londres contigo? No, no es necesario que contestes, te lo voy a decir yo. Quieres romper ya nuestra relación, ¿Verdad?


–Para empezar, nunca he querido tener una relación contigo.


La frialdad de la respuesta de Pedro la dejó helada. Estaba tan dolida que casi no podía respirar.


–Bien, de acuerdo, ahora ya lo sé –dijo Paula–. Perdona todas las molestias que te he causado.


Paula se desabrochó la cadena con el colgante y se lo dió a Pedro.


–Toma, no lo quiero. La caja está arriba. Supongo que no querrás esperar a que guarde toda la ropa que me has comprado, ¿Verdad? Porque quiero devolvértela.


–Y yo no quiero ni colgantes ni ropa –dijo Pedro apretando los labios–. Todo eso te lo he regalado.


–Ah, sí, claro, por los servicios prestados, ¿No? –Paula le lanzó una gélida mirada–. Antes de que se me olvide, gracias por ayudarme.


El esfuerzo que Pedro estaba haciendo por controlarse era visible. 


–Disfruta el resto de los días que te quedan en la isla.


–Lo haré –declaró Paula alzando la barbilla.



El vuelo se había retrasado; por eso, cuando Pedro llegó a Londres, a su oficina, un empleado suyo había solucionado ya el problema de informática que había amenazado el proyecto. Siempre había pensado que Luis tenía mucho talento, pero acababa de confirmarlo sin dejar lugar a dudas. Debería haber sentido alivio, pero las palabras de Paula aún resonaban en su cerebro y temía estar a punto de tener otra migraña. Ni por un momento creía que ella estuviera enamorada de él. Lo que le ocurría era que le preocupaban su trabajo y todas esas mentiras que había contado. Faltaban solo dos días para el fin de su relación y a Paula le obsesionaba la idea de mantener intacta su reputación.

Falso Compromiso: Capítulo 67

¿Eran imaginaciones suyas pensar que Pedro estaba pensando en continuar su relación? No, no lo creía. Al menos, eso esperaba. ¿Acaso los últimos días juntos no habían demostrado lo bien que se llevaban? Él se pasaba el día sonriendo y había dejado de fruncir el ceño constantemente. ¿Por qué iba él a querer poner punto final a su relación llevándose tan bien? Paula estaba terminando de preparar la cena cuando Pedro entró con el móvil en la mano, su bolsa con el equipaje y la frente arrugada.


–¿Qué pasa? Es la primera vez en cinco días que te veo con el ceño fruncido.


–Lo siento, Paula, han surgido problemas en el trabajo –respondió él–. Tengo que volver a Londres inmediatamente. Solo yo puedo encargarme del asunto y no lo puedo hacer por teléfono. He llamado al dueño del barco para que venga a recogerme, estará aquí dentro de media hora.


A Paula le dió un vuelco el corazón. Sus esperanzas se habían ido al traste.


–¿Y yo, qué voy a hacer?


–Puedes quedarte hasta que terminen las vacaciones. No tiene sentido que vuelvas a Londres conmigo. Aprovecha los dos días que te quedan.


–No será lo mismo sin tí –dijo ella–. ¿Qué voy a hacer aquí yo sola? No hay nadie en la isla.


–Lo arreglaré para que venga alguien a quedarse contigo. Alguna empleada…


–¿Una empleada? –lo miró fijamente–. ¿En serio piensas que voy a querer quedarme aquí con una empleada cuando lo único que deseo es estar contigo?


Pedro apretó los labios.


–Paula, no tengo tiempo para…


–Sí que lo tienes, Pedro –lo interrumpió ella–. Esto es importante para mí. No puedes volver a Londres y hacer como si nada hubiera pasado durante estos días. ¿Es que no han significado nada para tí? ¿Es que yo no significo nada para tí?


Pedro suspiró con impaciencia. 


–Paula, si lo que te preocupa es lo que va a decir la gente, no veo el problema. No he salido en ninguna de las fotos que cuelgas en Internet, así que nadie se va a enterar de si sigo contigo aquí o no.


–Yo sí me voy a enterar, Pedro –protestó ella–. Voy a quedarme aquí sola pensando en tí porque… Porque te quiero.


Pedro hizo una mueca de dolor.


–Para, Paula, para. No digas nada más. 


–Claro que sí voy a hablar –dijo Paula tratando de no perder la calma–. Me niego a seguir ocultándolo, me niego a seguir fingiendo. Te amo, Pedro. No quiero que lo nuestro acabe cuando termine la semana, quiero que dure el resto de nuestras vidas.


–Te dejé muy claro lo que podía ofrecerte, un futuro juntos no era una opción.


–Y yo creo que, en el fondo, quieres lo mismo que yo –dijo Paula–. Lo deseas tanto como yo, pero crees que no te lo mereces por lo que le pasó a Victoria.


–Esto no tiene nada que ver con Victoria –respondió él–. Lo importante es que lo nuestro no es real, Paula, se debe más a jugar bajo el sol en la playa que a otra cosa. Repito, lo nuestro no es real, no lo ha sido desde el principio. Se trata de una farsa y he sido lo suficientemente idiota como para seguirte la corriente y… 

Falso Compromiso: Capítulo 66

 –De acuerdo, señorita Chaves. Durante los próximos días me pondré en tus manos para que me enseñes a disfrutar otras cosas y a relajarme. ¿Estás dispuesta a ser mi profesora?


Paula le guiñó un ojo.


–Por supuesto.



Pedro lo estaba pasando tan bien con Paula que se le llegó a olvidar cargar el móvil hasta dos días antes de tener que marcharse de la isla. Sin embargo, cuando, después de cargar la batería lo conectó, se quedó horrorizado al ver la cantidad de llamadas perdidas que tenía del trabajo. Llamó e, inmediatamente, se enteró de que había problemas con uno de los proyectos más importantes en los que estaba trabajando. Lo que le sorprendió aún más fue que había estado a punto de desconectar el cargador del móvil e ignorar los mensajes y los correos electrónicos que le habían enviado.


–No tienes que venir corriendo –le dijo Diana, su secretaria–. Puede esperar un día o dos más. Solo queríamos que lo supieras por si…


–Naturalmente que tengo que volver –interrumpió Pedro–. Soy el responsable del proyecto. Conozco todos los códigos y puedo solucionar el problema fácilmente. No puedo permitir que algo falle en el último momento. Tomaré el primer vuelo que encuentre. 


–¿Y tus vacaciones con Paula? ¿Es que no quieres quedarte? Podrías solucionar lo de los códigos y darnos la información por el móvil, por Skype o por correo electrónico.


Pedro quería quedarse, y eso era lo que le asustaba. Quería quedarse en esa maldita isla el resto de su vida. No quería separarse nunca de Paula. Pero tenía que hacerlo. La separación iba a resultar más difícil con cada día que pasara con ella, para ambos. ¿Cómo se le había ocurrido semejante locura? No podía dejarlo todo y dedicarse a pasear por la playa, a comer al aire libre y a hacer el amor al atardecer. Eso era para los demás, no para él; para gente que no había sufrido una tragedia y cargaba con un sentimiento de culpa que no le abandonaba jamás. Él tenía responsabilidades, muchas personas dependían de él.


–No –dijo Pedro–. Voy a volver. Este asunto es mucho más importante que unas vacaciones.




Después de cinco días de nadar y de tirarse al agua desde una roca, Paula se debatía entre la diversión y la dura realidad de que aquella diversión iba a acabar cuando la semana llegara a su fin. Hacer el amor y cenar en la playa viendo la puesta de sol, contemplar las estrellas por la noche, cenar a la luz de las velas y prolongados desayunos habían hecho que el tiempo transcurriera con más rapidez de la que ella deseaba. Pedro le había enseñado a pescar, algo que siempre había querido saber hacer, y ella le había enseñado a relajarse. Les quedaban dos días más en la isla; después, de vuelta a Londres. Y eso significaba el fin de su relación amorosa. Pero tenía la sensación de que él estaba pensando en prolongar su relación. Le había sorprendido mirándola con expresión pensativa en numerosas ocasiones. A menudo, cuando estaban tumbados juntos, Pedro jugueteaba con el colgante que le había regalado. 

lunes, 26 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 65

 –¿Por qué lloras? ¿No te gusta? Si quieres, lo cambiaré por otra cosa y…


–Oh, Pedro… –Paula gimió y rió simultáneamente–. Me encanta. Lloro porque nunca me habían regalado nada tan precioso. Es el mejor regalo de mi vida. Has sido muy generoso, pero deberías dejar de gastar tanto dinero en mí.


Pedro se levantó, rodeó la mesa, se colocó a su lado y le abrochó la cadena con el colgante.


–Es un recuerdo. Un detalle para que te acuerdes de mí.


«Un detalle para acordarme de tí».  Esas palabras fueron como si la hubieran despertado a bofetadas y sacado de un mundo de ensueño en el que existían los finales felices.


–Me parece que no voy a olvidarte tan fácilmente –Paula se tocó el colgante–. Estos últimos días han sido los mejores de mi vida.


Pedro esbozó una sonrisa ladeada.


–Me alegro de que lo estés pasando bien. Te lo mereces.


–¿Y tú, lo estás pasando bien?


Pedro le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella.


–Estoy disfrutando tanto que me va a resultar difícil volver al trabajo.


Paula le estrechó la mano.


–Quizá debieras tomarte más días de vacaciones.


–Es posible que tengas razón –Pedro se quedó pensativo unos segundos–. Antes de que mis padres se divorciaran me encantaba ir de vacaciones. Pero después… En fin, ya no era lo mismo.


–Debió ser duro, sobre todo, para tu madre y para tí encargarse de que Carolina no lo pasara muy mal –dijo Paula.


Pedro le soltó la mano y lanzó un suspiro.


–Mi madre hacía lo que podía, pero, durante las vacaciones, le resultaba muy difícil ver otras familias, otras parejas, haciendo lo que ella solía hacer con nosotros antes de que mi padre nos abandonara. A mí no me quedó más remedio que asumir el papel de hombre de la casa; entre eso, los estudios y cuidar de Caro… Bueno, no me quedaba mucho tiempo para los amigos y demás cosas propias de la adolescencia.


–Eres un hijo estupendo y un hermano maravilloso, Pedro –declaró Paula–. Tu madre y Caro no paran de hablar de lo mucho que te quieren, y también de que les gustaría verte con más frecuencia.


–Sé que debería ir a verlas con más frecuencia, pero siempre estoy inundado de trabajo.


–¿No crees que, hasta cierto punto, eres tú el responsable de tener tanto trabajo? –dijo Paula a modo de comentario–. Diriges un negocio de gran éxito. ¿No te parece que podrías dejar que otros hicieran parte de lo que tú haces? No es saludable trabajar tanto, Pedro.


Pedro frunció el ceño.


–Me gusta mi trabajo.


–Pero hay otras cosas en la vida también –dijo Paula–. Sin embargo, ¿Cómo vas a disfrutarlas si no tienes tiempo más que para el trabajo?


Pedro volvió a agarrarle la mano. 

Falso Compromiso: Capítulo 64

 –No, mejor no. Ya estoy un poco chispa.


Le daba miedo lo que podría llegar a decir si bebía más. «Estoy enamorada de tí. Quiero casarme y tener hijos contigo». ¿Cómo se le había ocurrido pensar que iba a conformarse con una aventura amorosa de unos días cuando lo que quería era pasar el resto de la vida con Pedro? Quería hacerse mayor con él, tener hijos con él, vivir una vida familiar, una vida de familia de la que ella se había visto privada. Pero… ¿Cómo iba a decirle eso? Él no quería saber nada de esas cosas. No quería comprometerse con nadie para el resto de su vida. ¿Por qué le había llevado tanto tiempo darse cuenta de que lo amaba? ¿Porque se había estado engañando a sí misma? Llevaba años mintiendo, contando mentira tras mentira. Y ahora, por una de esas ironías del destino, quería contar la verdad y no podía. Si le confesaba a lo que sentía por él, le enfurecería. Enamorarse no era parte del trato. Le había convencido de que participara en aquella farsa y ahora era ella quien tenía que sufrir el rápido paso del tiempo en su corta aventura amorosa.


Pedro se recostó en el respaldo de su asiento y se quedó mirando el mar.


–Se está tan bien aquí que se le quitan a uno las ganas de volver a casa.


–Dímelo a mí –contestó Paula pensando en su pequeño piso de tan finas paredes que le permitían oír a sus vecinos discutiendo y oír su televisor.


Ahí, en el paraíso en el que se encontraba, solo se oían a los pájaros y el susurro de las agujas de los cipreses mecidas por el viento. «Y ese maldito reloj». Un momento después, Pedro se metió la mano en el bolsillo, sacó una pequeña caja cuadrada y la puso encima de la mesa.


–Esto es para tí. 


A Paula el corazón pareció querer salírsele del pecho mientras contemplaba la caja.


–¿Qué es?


–Abre la caja y mira.


Paula le obedeció y, al abrir la tapa, clavó los ojos en un maravilloso colgante con un brillante.


–¡No es posible…!


Paula sacó el colgante y se lo quedó contemplando.


–Es precioso. No había visto nunca nada tan bonito.


Apartó los ojos del colgante para no echarse a llorar. Jamás le habían regalado nada tan maravilloso. Y Pedro había ido a comprarlo como si ella fuera algo especial para él.


–No lo entiendo… ¿Por qué me has comprado esto? 


Pedro se encogió de hombros.


–Pasaba por una joyería y lo ví en el escaparate.


Paula volvió a mirar el colgante y parpadeó para contener las lágrimas; sin embargo, la emoción le cerró la garganta. Tragó saliva y se pegó el colgante al pecho mientras trataba de recuperar la compostura. Pedro se inclinó hacia delante y le tomó la mano. 

Falso Compromiso: Capítulo 63

 –De acuerdo, reconozco que debería haberlo consultado contigo  antes, pero es una gente muy discreta y no se lo contarán a nadie.


–Mejor que sea así; de lo contrario, jamás te lo perdonaré –Paula descruzó los brazos–. Entonces, ¿Nada de fotos? ¿Es tu última palabra?


–Prefiero que mi vida privada continúe siendo privada. Solo me concierne a mí, a nadie más.


Una sombra de preocupación cruzó el rostro de ella.


–Pero… ¿Qué le voy a decir a Karina?


–¿Por qué no le cuentas la verdad? –respondió Pedro con una mirada burlona.


–Eso no puedo hacerlo –contestó ella estupefacta–. Perdería mi trabajo.


–Antes o después vas a tener que contárselo a todo el mundo.


–Sí, lo sé. Pero lo tengo todo pensado. Voy a crear un blog respecto a qué hacer tras una ruptura sentimental. No, no te preocupes, no te haré quedar mal. Diré que la ruptura ha sido cosa mía, no tuya.


Pedro se acercó a ella y le puso las manos en los hombros.


–Paula, ¿Qué te parece si yo te saco fotos a ti para que las cuelgues en Internet?


Paula pareció pensarlo durante unos momentos; después, exhaló.


–Más te vale asegurarte de que sean buenas fotos. 


Pedro bajó la cabeza y le dió un beso en la frente.


–Lo serán. 



Después de la cena, Paula estaba sentada con Pedro en la terraza bajo la luz de la luna. Él le había sacado varias fotos por la tarde y todas eran buenas; algunas, extraordinarias. Pedro tenía buen ojo para la iluminación y, a la luz del atardecer, la había sacado preciosa en las fotos. Sin embargo, no podía evitar que la negativa de él a salir con ella en las fotos le desilusionara. ¿Qué tenía de malo? Al menos, sería un recuerdo de aquella semana juntos. ¿Qué daño podía causarle? Ella no tenía fotos de su infancia y esta pequeña contrariedad le hacía recordar, una vez más, que estaba realmente sola. Pero ya no quería estar sola. Después de esa semana, no. Después de estar en los brazos de Pedro en aras de la pasión, no. ¿Por qué no podían prolongar su relación? ¿Por qué se negaba a alargar el tiempo para ver hasta qué punto podían llegar como pareja? Habían tenido pequeñas discusiones, pero eso era normal e incluso sano. La negativa a salir en las fotos con ella era otro aviso del rechazo de él a las relaciones de larga duración y de su propia estupidez por esperar que él cambiara de opinión. ¿Cuántas veces había escrito sobre eso en su columna? Las mujeres creían que podían cambiar a los hombres, pero casi siempre acababan mal. La gente solo cambiaba cuando creía que debía cambiar, cuando necesitaba un cambio. Cuando quería cambiar. No se podía obligar a cambiar a nadie.


–¿Más champán? –Pedro alzó la botella. 


Paula cubrió la copa con la mano. 

Falso Compromiso: Capítulo 62

Paula se mordió el labio inferior y se puso a cambiar de posición el florero que había en medio de la mesa.


–Pedro… Me gustaría pedirte un favor…


–¿Sí?


–He recibido un mensaje de Karina. Quiere que suba fotos de los dos durante estas vacaciones en mi cuenta de Twitter y en Instagram.


Pedro ni siquiera tuvo que reflexionar sobre la respuesta.


–No.


La expresión de ella mostró desilusión.


–No creo que un par de fotos sea tan terrible. Haré…


–Puedes colgar todas la fotos tuyas que quieras; pero, por favor, mantenme al margen. Me niego rotundamente a que fotos mías aparezcan en las redes sociales.


–No te importó la noche de la fiesta.


–Eso era diferente –contestó Pedro. 


–¿Por qué diferente? –preguntó Paula–. Estabas haciéndote pasar por mi prometido y ahora también. ¿Qué daño te pueden hacer unas fotos más?


–Ninguno si estuviéramos realmente prometidos, Paula –respondió Pedro.


Los ojos marrones de Paula parpadearon como si acabara de recibir un golpe.


–Pero esta relación nuestra… es real, ¿No?


–Sí. Pero por una semana, solo una semana.


–De acuerdo, no hay problema –Paula se cruzó de brazos–. De todos modos, no veo cuál es el problema de colgar unas fotos de los dos en Internet.


–Mira, Paula, puede que a tí no te importe compartir tu vida con el resto del planeta, pero a mí sí me importa, y mucho –declaró él–. Una vez que esas cosas están en Internet ahí se quedan, no desaparecen nunca.


Paula se mordió el labio inferior con gesto pensativo.


–Supongo que a la familia de Victoria podría sentarle mal… 


Pedro apretó los labios.


–La familia de Victoria no tiene nada que ver con esto. Saben que nuestro noviazgo es falso.


–¿Se lo has contado? –preguntó ella agrandando los ojos.


–No podía permitir que se enterasen por los medios de comunicación que tenía novia –explicó Pedro–. Me pareció una cuestión de respeto hacia ellos explicarles la situación.


–¿Y qué hay del respeto que me debes a mí? –dijo Paula–. ¿Qué me dices de mi trabajo? ¿Y si se les ocurriera decirle a alguien que lo nuestro es una farsa? Dime, ¿Qué? ¿No se te ha ocurrido pensar en eso? Destruiría mi carrera. ¿Cómo se te ha ocurrido hacerlo sin consultarme primero?


Pedro lanzó un suspiro. Ese era el motivo por el que no quería tener relaciones con nadie. Antes o después, siempre hería los sentimientos de la persona que estaba con él. 

Falso Compromiso: Capítulo 61

 –Se te ha puesto roja la naríz. 


Paula arrugó la cara.


–No sabes cómo te envidio, no te pones rojo, te pones moreno. Yo me pongo roja, me pelo y me salen más pecas.


Pedro le acarició la nariz.


–Me gustan tus pecas.


Paula sonrió y pasó un dedo por los labios de Pedro.


–¿Vamos a acabar lo que empezamos antes del baño?


 Tiró de ella hasta ponerla de pie.


–Me gusta hacer el amor al aire libre, pero no quiero que te quemes. Venga, vamos adentro.


–Bien. 


Pedro la besó con pasión antes de llevarla al interior de la casa. Al despertarse de una relajante siesta después de haber hecho el amor, se dió cuenta de que Paula no estaba a su lado en la cama. Echó un vistazo al móvil, que había dejado encima de la mesilla de noche, y se sorprendió al ver que habían pasado dos horas. Fue entonces cuando oyó ruidos provenientes de la cocina, en el piso bajo, y sonrió para sí mismo al imaginar a Paula trajinando en la cocina; al parecer, eso era una diversión para ella. Para él, la comida era algo puramente funcional. Comía cuando tenía hambre y dejaba de comer cuando sentía el estómago lleno. Sospechaba que eso se debía a tantos años de vivir solo. Sus pensamientos se desviaron a la conversación que habían tenido en la piscina. No sabía por qué ella había querido hablar de su relación en el futuro. ¿Habría sido para advertirle sobre la posibilidad de aparecer con otro hombre en casa de su familia? ¿Por qué iba él a ponerse celoso? Paula tenía todo el derecho del mundo a hacer lo que quisiera con su vida una vez acabadas sus relaciones. Ese era el trato: Una semana, solo una semana. Pero se le hizo un nudo en el estómago al pensarla con otro hombre. ¿Tendría él que asistir a su boda? ¿Tendría que ver a otro hombre prometer amarla durante el resto de sus días? No, ni hablar. Pedro bajó las escaleras y la encontró poniendo la mesa en la terraza con vistas al mar. Iba vestida con un atuendo informal que él le había comprado y llevaba el cabello recogido en un nudo, la mezcla le daba aspecto bohemio. Ella, que estaba doblando una servilleta, alzó el rostro y sonrió.


–¿Has dormido bien? Fui a verte hace una hora y estabas dormido como un tronco.


–Deberías haberme despertado.


Paula imitó la mueca que él había hecho. 


–Vaya, estás de mal humor. Creo que deberías haber dormido un poco más.


«No tiene gracia si no estás en la cama a mi lado». Pedro no podía decir eso en voz alta porque ni siquiera le gustaba pensarlo. Era como admitir que la necesitaba y él no necesitaba a nadie.


–¿En qué puedo ayudarte?


–Abre una botella de vino o… ¿Prefieres champán?


–¿Qué prefieres tú?


–Champán –respondió Paula con un brillo en la mirada–. Es la primera vez que estoy de vacaciones en una isla privada y… Bueno, en realidad, has sido tú quien ha ganado el premio.


–Encantado de que me acompañes –dijo Pedro–. Me alegra que lo estés pasando bien. 

viernes, 23 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 60

 –Eh, apártate de mí –dijo Paula riendo al tiempo que, juguetonamente, le daba un empujón.


Pedro se inclinó sobre ella, colocando ambos brazos a cada lado de su cintura, y sus ojos oscurecieron al mirarla.


–¿Estás segura de que eso es lo que quieres?


Paula le puso una mano en la mandíbula cubierta de barba incipiente. Clavó los ojos en las profundidades de los de Pedro y, en ese momento, supo que lo último que quería en el mundo era que él se apartara de ella. Le quería a su lado. Quería tenerlo lo más cerca posible. ¿Acaso no se sentía ya más unida a él que a nadie en el mundo? Apartó la mirada de los ojos de Pedro y la clavó en su boca. Entonces, le acarició los labios como si quisiera grabarlos en su memoria.


–Tienes una boca muy bonita. Es fuerte, firme y viril; pero, al mismo tiempo, también es suave.


Pedro se metió un dedo de ella en la boca y se lo chupó como había hecho con sus pezones.


–A mí también me gusta la tuya –dijo Pedro después de soltarle el dedo–. Debes haberlo notado ya.


Paula le dedicó una sonrisa ladeada.


–¿Crees que, cuando acabe la semana, seguiremos siendo amigos? 


Pedro frunció el ceño.


–No veo por qué no.


–Sí, ya, pero este tipo de situaciones tienden a complicarse y…


Pedro le alzó la barbilla y capturó su mirada con la suya.


–¿Te estás arrepintiendo?


–No. Lo digo porque ya he conocido a muchas ex-parejas en reuniones familiares… Me refiero a que Carolina es, prácticamente, como de la familia y tú también, así que…


–No será ningún problema, ¿De acuerdo?


Pedro se levantó de la tumbona bruscamente y se peinó el cabello con una mano sin disimular su exasperación.


–Nos enfrentaremos a la situación como debe ser, como adultos – añadió. 


–No sé por qué te enfadas –dijo Paula–. Solo he mencionado posibles problemas respecto a cómo vamos a comportarnos delante de los demás en el futuro. Tenemos que hablar de ello y dejar claro lo que vamos a hacer.


–¿Qué te propones, estropear las vacaciones? –Pedro la miró furioso–. Dime, ¿Es eso lo que quieres? Porque lo estás consiguiendo. Solo disponemos de unos días, no los desperdiciemos preocupándonos de qué vamos a hacer cuando nos veamos durante las navidades o la Semana Santa, ¿No te parece?


Paula se mordió los labios.


–Perdona…


Pedro soltó el aire que había estado conteniendo en los pulmones y se acercó a ella. Le tomó la mano, se la llevó a los labios y se la besó.


–Yo también lo siento –su mirada se había suavizado de nuevo–. No debería haberte hablado así. Perdóname.


–Y yo no debería haberte presionado. 


Pedro le apartó un mechón de pelo del rostro y se lo sujetó detrás de la oreja. 

Falso Compromiso: Capítulo 59

 –Supongo que podríamos hacerlo sin protección.


–No podemos –dijo Pedro mirándola fijamente–. Demasiado arriesgado.


Paula era consciente de que Pedro estaba siendo responsable respecto al sexo. Ella siempre animaba a sus lectores a que hicieran lo mismo. Sin embargo, en el fondo, deseaba que Pedro se mostrara más flexible al respecto.


–Lo dices porque esto es solo una aventura amorosa de poco tiempo, ¿Verdad? –Paula no logró disimular cierta amargura en su tono de voz.


Pedro respiró hondo y luego le pasó una mano por el brazo.


–Paula, piénsalo. Si te quedaras embarazada yo tendría que…


–Ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé. Sería un desastre para tí. 


Pedro frunció el ceño.


–¿Pero no para ti?


Paula mantuvo la expresión neutral mientras se imaginaba a sí misma con un niño de cabello castaño y ojos de un azul profundo en los brazos. Parpadeó y forzó una sonrisa.


–Claro que sería un desastre. Todavía estoy abriéndome paso en la vida con mi trabajo. No quiero tener hijos hasta que no acercarme a los treinta años.


Pedro no pareció creerla del todo.


–La píldora es muy segura, pero no quiero correr ningún riesgo.


–No pasa nada, Pedro. En serio, no pasa nada –dijo ella–. He escrito un montón de artículos al respecto. Resulta muy fácil dejarse llevar por el momento y luego es demasiado tarde, hay que acarrear con las consecuencias. He recibido montones de cartas de mujeres que se han quedado embarazadas sin querer. Sé que estás siendo responsable y te lo agradezco.


Con suma suavidad, Pedro le apartó un mechón de cabello del rostro.


–En ese caso, primero una lección de natación. Acabaremos esto después. 


Una hora más tarde Paula no estaba preparada del todo para las olimpiadas, pero había logrado nadar de un extremo al otro de la piscina sin ahogarse ni tragar agua. La piscina era de agua salada, lo que ayudaba a flotar; además, Pedro era un profesor excelente. Hizo otro largo, se puso en pie y parpadeó.


–¿Cuántos largos he hecho? He perdido la cuenta.


–Creo que los suficientes por hoy –respondió Pedro–. Además, el sol está muy fuerte y te estás quemando. El efecto de la crema de protección solar debe haber pasado ya.


–Voy a sentarme un poco a la sombra –dijo Paula–. Como has estado ayudándome, no has podido nadar. Vamos, hazlo, debes estar muerto de ganas. Yo me quedaré mirándote. Será como ver el vídeo de un entrenamiento.


Paula se echó una toalla por encima, se sentó en una de las tumbonas y contempló a Pedro deslizándose por el agua con gran economía de movimientos y habilidad. Tenía la clase de piel que se bronceaba enseguida, sin ponerse roja. En el poco tiempo que llevaban allí, ya estaba más moreno. Después de unos largos, salió del agua y Paula contuvo la respiración mientras contemplaba los músculos de él. A Pedro no parecía importarle en absoluto estar desnudo; a ella, delante de él, tampoco. Pedro se acercó y se sentó en el borde de la tumbona que ella ocupaba, a la altura de sus pies. Entonces, sacudía la cabeza, igual que un perro, y le mojó las piernas. 

Falso Compromiso: Capítulo 58

¿A salvo? ¿Y emocionalmente? Abby desechó la idea al instante. No iba a enamorarse de Pedro, eso no era lo acordado. Además, ¿Cómo iba a enamorarse tan rápidamente? Estaba confundiendo el sexo con el amor. ¿No había escrito sobre eso en su columna? Era el típico error que cometía mucha gente; sobre todo, las mujeres. Se confundía el sexo con el amor y, al final, se acababa presa de una profunda decepción. Pedro agarró un tubo de crema solar que les habían dejado allí junto con unas toallas, en la piscina, y le cubrió la espalda con la crema protectora. Ella le hizo lo mismo a él. Entonces, una vez más, la estrechó contra su cuerpo y empezó a acariciárselo mientras la besaba. Él apartó los labios de los de ella y bajó la cabeza para besarle los pechos, para chuparlos y mordisquearlos hasta hacerla gemir de placer. Después de unos minutos así, levantó el rostro e indicó la piscina con un movimiento de cabeza. 


–¿Nos refrescamos un poco?


–¿Podríamos meternos en la parte que no cubre?


–¿Te da miedo el agua?


–Digamos que… Cada vez que intento nadar, alguien me tira un flotador y llama al socorrista. En las casas de acogida en las que estuve las lecciones de natación no eran una prioridad.


–En ese caso y mientras estamos aquí, yo te ayudaré con eso.


–Carolina me contó que ganaste bastantes campeonatos de natación, pero que lo dejaste cuando tus padres se divorciaron –dijo Paula.


El rostro de Pedro ensombreció.


–Sí, digamos que ir al club a entrenar dejó de ser una prioridad para mí.


–¿Por qué? ¿Porque estabas demasiado ocupado cuidando de tu madre y de Caro? –preguntó Paula.


Pedro hizo una mueca.


–Fue un gusto ayudar a Caro, era una niña muy buena y no me molestaba para nada. Lo que pasa es que dejé de hacer lo que los chicos de mi edad hacían. Acabé sintiéndome marginado. De todos modos, supongo que tú sabes mejor que yo lo que es sentirse marginado.


–Sí, claro que lo sé. Y, en mi opinión, lo que hiciste por tu madre y Caro fue extraordinario. Tienen mucha suerte de poder contar contigo.


Pedro le sonrió.


–¿Nos metemos en el agua ya? Si no, vamos a acabar derritiéndonos. 


Pedro pegó el cuerpo al de ella para hacerle sentir su erección.


–Hay un problema con hacer el amor en el agua.


–¿Te refieres al preservativo?


–Sí.


Paula se mordió los labios. 

Falso Compromiso: Capítulo 57

 –¡Mira esto, Pedro! –Paula se encontraba entre la cocina y un comedor informal con una terraza en la que los jazmines regalaban su perfume–. Estoy deseando ponerme a cocinar aquí. Y podremos comer en la terraza cuando queramos.


–Estamos de vacaciones. Se supone que no tienes que cocinar.


–¡Quiero cocinar! –exclamó Paula paseando la mirada por los electrodomésticos y los mostradores de mármol antes de abrir una despensa–. ¡Qué barbaridad, aquí hay sitio para un coche!


Paula cerró la puerta y sonrió traviesamente a Pedro.


–¿Crees que estoy parloteando demasiado? 


La perezosa sonrisa de Pedro hizo que el estómago le diera un vuelco.


–Ven aquí.


Paula atravesó la cocina para acercarse a él y contuvo la respiración cuando Pedro le puso una mano en la nuca. Con las pupilas tan dilatadas hasta el punto de hacer desaparecer sus iris, él dijo:


–No quiero que pierdas un solo segundo de estas vacaciones delante de una cocina para guisar como una esclava.


Paula le rodeó el cuello con los brazos y, deleitándose en el erótico contacto, pegó su cuerpo al de él.


–¿Prefieres entonces que me esclavice a tí?


El brillo de los ojos de Pedro se hizo más intenso.


–Tú lo has dicho.


Pedro le puso las manos en las caderas y la hizo sentir las pulsaciones de su miembro. Después, la besó. Las piernas le temblaron y el deseo se agolpó en su sexo. Paula suspiró en la boca de él y entrelazó la lengua con la de él, pero necesitaba más. Él empezó a quitarle la ropa como si estuviera abriendo un regalo que hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo.


–Te deseo –le dijo él acariciándole la garganta con los labios.


De repente, Paula se dió cuenta de lo pegajosa que estaba del viaje.


–Creo que debería darme una ducha antes de…


–Tengo una idea mejor.


Pedro la llevó hasta la piscina enorme de la terraza y allí comenzó a desabrocharse los botones de la camisa.


–¿Te has bañado desnuda alguna vez?


–Siempre me ha dado mucha vergüenza –respondió ella sacudiendo la cabeza.


Eso sin mencionar que no sabía nadar. 


Pedro se quitó los pantalones, los zapatos, los calcetines y los calzoncillos antes de acercarse de nuevo a ella para acabar de desnudarla. Le dió un beso después de cada prenda que le quitó, le lamió y le mordisqueó la piel hasta que el deseo la sacudió como una ardiente ola. La mezcla del sol en la piel desnuda y las caricias y besos de él la dejaron sin respiración y loca de pasión en cuestión de segundos.


–¿Estás seguro de que nadie puede vernos? –preguntó Paula pasándole la mano por el duro pecho.


–Estamos completamente solos.


Paula lanzó una nerviosa mirada hacia la lejanía.


–¿Y en el mar? ¿Seguro que no habrá nadie en un barco con un telescopio y…?


–Paula –dijo él con voz tranquilizadora–, conmigo estás a salvo. No te habría traído aquí si no creyera que estamos a solas. 

Falso Compromiso: Capítulo 56

Pedro estaba decidido a hacer lo que fuera con tal de conseguir que Paula disfrutara como nunca de esas vacaciones en la isla. Quería compensarla de alguna manera por todo lo que había sufrido en su infancia. Quería mimarla y hacerla sentirse como una princesa durante una semana. ¿Solo una semana? Sí, eso era lo acordado. Y no iba a desperdiciar ni un segundo. 


La isla y la lujosa villa eran mejor en la realidad que en las fotos, pensó Paula cuando llegaron. La terraza de la casa tenía unas vistas magníficas al mar y a una playa de arena blanca. En la otra terraza había una piscina infinita, también con vistas al mar. La villa también contaba con unos magníficos jardines y el aroma de las flores impregnaba el aire. La cálida brisa del mar le acarició el rostro y, echando la cabeza hacia atrás, cerró los ojos un momento. Al volver a abrirlos, sorprendió a Pedro mirándola con una sonrisa en los labios.


–¿Qué? –dijo ella, algo avergonzada repentinamente. 


Pedro le tiró de la coleta juguetonamente.


–Es muy fácil impresionarte.


–Esto impresionaría a cualquiera –dijo ella mirando a su alrededor–. Este sitio es increíble. Puede que tú estés acostumbrado, pero es la primera vez que yo estoy en una isla privada. Además, creo que es el sitio más bonito en el que he estado en mi vida. Al parecer, la casa ha ganado varios premios por su arquitectura, y no me extraña nada.


Pedro echó un vistazo al edificio.


–No está mal.


–¿Que no está mal? –Paula se echó a reír–. ¿Qué hay que hacer para impresionarte a tí?


–No tienes más que ponerte uno de esos bikinis que hemos comprado. Eso sí que me va a impresionar –contestó Pedro con un brillo malicioso en los ojos.


Paula sintió los latidos de su sexo.


–Lo haré tan pronto como deshagamos el equipaje.


Pedro abrió la puerta principal de la casa con la llave que le había dado la persona que les había llevado en barco a la isla. Paula todavía no podía creer que tuvieran una isla para ellos solos durante una semana entera. El ama de llaves, el jardinero y el equipo de mantenimiento de la piscina iban a estar ausentes durante su estancia. Sin embargo, les habían dejado comida, vinos y champán; además, el dueño del barco les había informado que, a mitad de semana, les llevarían fruta y verduras frescas. Ella entró en la casa detrás de él y se quedó boquiabierta al ver el vestíbulo. Las paredes y el suelo eran de mármol, y una araña de cristal de Swarovski colgaba del techo como una fuente de brillantes. Los ventanales con vistas al mar conferían al vestíbulo vistas espectaculares y sensación de amplitud. La casa daba al mar por tres lados, la cuarta fachada daba a un denso y empinado bosque. El dueño del barco le había dado a Pedro un folleto con el plano de la casa. Pero ella estaba demasiado impaciente para examinarlo, prefirió explorar por su cuenta y llamaba a él cada vez que descubría otra sorprendente estancia. 

miércoles, 21 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 55

Por extraño que pareciera, a la gente de la oficina no pareció sorprenderles que estuviera «Prometido» con Paula Chaves.


–No sabes cuánto me alegro por tí –dijo Diana, su secretaria, una mujer de mediana edad–. Me encanta la columna de Paula, la leo todas las semanas. Sus consejos evitaron que el año pasado me divorciara de Jorge.


Pedro frunció el ceño.


–No sabía que hubierais tenido problemas. 


Diana alzó los ojos al techo.


–Iba a separarme porque había dejado de ayudarme en las tareas domésticas, mientras yo hacía cosas en la casa, él se quedaba sentado delante del televisor sin inmutarse. Pero Paula, en su columna, observó que las parejas no se divorcian por cuestiones de quién hacía la colada y quién no. Hay cosas más importantes que eso. Y tenía toda la razón. El pobre Jorge estaba pasando por momentos difíciles con su negocio, lo que le tenía deprimido, de mal humor y cansado. Le daba vergüenza decírmelo. De no haber sido por los consejos de Paula, puede que siguiera sin saberlo. Esa chica es un genio.


Pedro no pudo contener una sonrisa.


–Es muy especial, ¿Verdad?


 Diana le devolvió la sonrisa.


–Hacía mucho tiempo que no te veía tan contento –Diana se inclinó hacia delante y, adoptando una expresión seria, apoyó los codos en el escritorio–. Supongo que no querías que se supiera lo de Paula y tú por respecto a la familia de Victoria. Pero estoy segura de que se alegrarán por tí. Han pasado ya cinco años.


Como siempre que pensaba en la familia de Victoria, a Pedro se le hizo un nudo en el estómago. Había llamado a los padres de Victoria para explicarles que el noviazgo era falso, que se trataba de un favor que estaba haciéndole a Paula. No podía permitir que los padres de Victoria pensaran que tenía novia y no se lo había dicho.


Pedro iba andando camino a su casa, donde Paula le esperaba para ir desde allí al aeropuerto, cuando pasó por delante de una joyería.  Se detuvo delante del escaparate y, al momento, se preguntó qué estaba haciendo. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la vergüenza que ella parecía haber pasado en la boutique de los bikinis al enseñarle el anillo falso a la dependienta. ¿Por qué no podía comprar a Paula un anillo del que no tuviera que avergonzarse? Ella se lo merecía. Además, él mismo se sentiría mejor, sería una compensación por haber establecido un límite de tiempo tan corto a su aventura amorosa.  Entró en la joyería, pidió que le enseñaran el colgante con un brillante que tenían en el escaparate, lo compró y continuó el camino a su casa. Le sorprendía las ganas que tenía de pasar una semana en aquella isla. Y no solo porque hacía mucho que no se tomaba unas vacaciones… ¿Cuándo habían sido las últimas? Hacía tanto tiempo que ni se acordaba. De lo que sí se acordaba era de que había ido solo. Sin embargo, una semana con Paula en una isla privada era un sueño hecho realidad. Estaba entusiasmado. No solo porque se llevaban maravillosamente en la cama, sino porque le gustaba estar con Paula, se divertía con ella, lo pasaba muy bien en su compañía. 

Falso Compromiso: Capítulo 54

 La expresión de Pedro mostró comprensión.


–Creo que subestimas a Carolina, pero entiendo lo que dices –una sombra cruzó la mirada de Pedro–. No le he contado a nadie que rompí con Victoria la noche que murió. La única que lo sabe eres tú.


Paula dejó su copa en la mesa.


–Y ella… ¿Crees que se lo dijo a alguien antes de morir?


–No que yo sepa. Tuvo el accidente dos horas después de que saliera de mi casa, pero no sé qué hizo durante esas dos horas.


Paula comprendía que Pedro pudiera sentirse culpable. ¿Cómo iba a contarle a nadie que Victoria había muerto dos horas después de que rompieran su relación? La revelación solo acarrearía más sufrimiento a la familia de Victoria. Y si Pedro se lo hubiera dicho, ¿No le habrían culpado de la muerte de ella, a pesar de que él no era el responsable? La ruptura de una relación era algo normal, ocurría todos los días y a la mayoría de la gente. ¿Cómo podía haber sabido Pedro que Victoria iba a tener un accidente de coche dos horas más tarde? Era imposible. Y, por supuesto, Pedro no era el responsable. Pero ahora se daba cuenta de lo sensible que era él bajo esa apariencia de arrogancia. Había intentado evitar un mayor grado de sufrimiento a la familia de Victoria, ese era el motivo de no haberles revelado el hecho de que ya no había querido estar con ella.


–¿Estaba muy mal cuando salió de tu casa? 


El rostro de Pedro ensombreció.


–No, en absoluto. Y eso es algo que nunca he logrado entender. En aquel momento, me dió la impresión de que sabía que ese día íbamos a acabar nuestra relación. Incluso pensé que Victoria parecía… No sé, yo diría que aliviada. Sin embargo… –Pedro sacudió la cabeza–. Es posible que me equivocara, que nunca hubiera llegado a entenderla.


–Cabe la posibilidad de que en esas dos horas hablara con algún amigo – dijo Paula–. Eso es lo que hacen muchas mujeres cuando están disgustadas, acuden a sus amigos en busca de apoyo.


–Si Victoria se lo contó a alguien, nadie me ha dicho nada – declaró Pedro–. Aparte del sentimiento de culpa, lo que también me ha resultado muy duro es saber que su familia me ve como el novio que todavía llora su muerte y que es incapaz de salir con otra chica –hizo una mueca–. La cuestión es que… Eso parece ayudarlos, pensar que no sufren solo ellos.


El lunes por la mañana, Pedro fue a su oficina, reorganizó su programa de trabajo y su inacostumbrada espontaneidad estuvo a punto de causar varios infartos en los empleados. 

Falso Compromiso: Capítulo 53

 –La cuestión es… –Pedro se interrumpió momentáneamente–. Creo que mi madre sigue enamorada de mi padre, a pesar de lo mucho que él la ha humillado. No lo entiendo. ¿Por qué?


«Porque es una mujer enamorada».


–Supongo que es una cuestión de química –dijo ella–. Te enamoras y te enamoras y ya está. 


Continuaron andando hasta llegar a un lujoso bar restaurante del que Paula había oído hablar pero en el que nunca había estado. Después de entrar, les condujeron a un íntimo rincón y se sentaron en un sofá de terciopelo. Paseó la mirada por la exquisita decoración, casi no podía creer que estaba allí. Hacía mucho tiempo que quería visitar aquel establecimiento, pero estaba fuera de su alcance económicamente.


–¿Qué te apetece? –le preguntó Pedro pasándole el menú de los cócteles–. ¿Un cóctel y cacahuetes o algo con más sustancia?


«Me apeteces tú».


–¡Este sitio es increíble! ¡Mira los platos que tienen en la carta! Y los cócteles son sorprendentes. Me apetece probarlos todos. En fin, supongo que podré empezar la dieta mañana.


Pedro le lanzó una mirada de censura.


–Como vuelvas a pronunciar la palabra dieta no respondo de mis actos.


–¿No crees en las dietas de adelgazamiento? – preguntó Paula con expresión de sorpresa.


–La mayoría de la gente que se pone a dieta gana peso en el momento en que la deja, eso para empezar. En segundo lugar, tú estás bien como estás.


–Gracias por el halago –Paula extendió el brazo sobre la mesa para agarrarle la mano–. Llevo años que no me gusto.


Los cálidos y fuertes dedos de Pedro estrecharon los suyos.


–Tienes un cuerpo precioso.


Paula sonrió y luego clavó los ojos en sus manos unidas. Sería maravilloso llevar el anillo de compromiso de Pedro en vez de ese brillante falso que ella misma se había comprado. Poco tiempo después, un camarero les llevó las bebidas y una bandeja con comida para compartir. Se recostó en el respaldo del sofá y comenzó a beber su cóctel, que pareció subírsele inmediatamente a la cabeza; o quizá su mareo se debiera a que Pedro la contemplaba como si estuviera pensando en la noche anterior. Bajó los ojos y los clavó en los adornos del borde de la bandeja con comida.


–Supongo que el hecho de no tener unos padres que me quisieran incondicionalmente ha hecho que dude constantemente de mí misma.


–Teniendo en cuenta todo lo que has pasado, es comprensible.


Paula suspiró.


–Tengo que confesar que Carolina siempre me ha dado un poco de envidia. Tu hermana contaba con dos padres, al menos tu madre nunca la ha defraudado, y también cuenta contigo. Es por eso por lo que nunca le he hablado de mi infancia. Por lo que a mí concierne, esa chica con unos padres tan horribles ya no existe. 

Falso Compromiso: Capítulo 52

 –Estupendo. En ese caso, nos llevaremos los tres –Pedro se los quitó de las manos y se los dió a la dependienta–. Vamos a llevarnos esto.


La joven dependienta sonrió a Paula, cobró a Pedro, envolvió los bikinis y los metió en una bolsa con el logotipo de la tienda.


–¡Qué suerte! Es el novio perfecto. Por cierto, me encanta todo lo que escribe en su columna. Sus consejos dan siempre en el clavo.


–Gracias –dijo Paula agarrando la bolsa.


–¿Es ese su anillo de compromiso? –preguntó la dependienta clavando los ojos en la mano izquierda de Paula–. ¿Le importaría enseñármelo?


Paula levantó la mano para que la joven lo viera bien y fue entonces cuando se dió cuenta de que no era la clase de anillo que Pedro le compraría a su prometida si la tuviera. El anillo era demasiado grande y llamativo, y no le quedaba bien. Era la típica sortija propia de un nuevo rico, elegida con el fin de dejar claro el estatus social.


–Es un anillo precioso –dijo la dependienta–. Espero que los dos sean muy felices, aunque supongo que ya lo son. Hacen una pareja perfecta.


Paula estaba deseando salir de allí y se alegró mucho cuando Pedro y ella, de la mano, se marcharon de la tienda.


–¿Te apetece un café antes de volver a casa? –preguntó él.


–Creo que necesito algo más fuerte que un café.


–Ese anillo que llevas es horrible –comentó Pedro tocándolo–. Y, además, no es un brillante auténtico.


–¿Cómo sabes que no es un brillante?


–Es una buena imitación, eso sí. 


Paula hizo una mueca.


–Me habría comprado uno de verdad si hubiera tenido dinero para ello. 


Pedro esbozó una sonrisa ladeada.


–Eres muy chistosa, ¿Verdad?


–Sí, así soy yo, un chiste andante. 


Pedro frunció el ceño. 


–Eh, vamos –dijo él poniéndole una mano en la barbilla y obligándola a alzar el rostro–. Cielo, no me estoy riendo de tí. Me gusta como eres.


A Paula le dió un vuelco el corazón.


–Me has llamado cielo.


Pedro apartó la mano del rostro de ella.


–¿No era ese el trato? ¿No se supone que tengo que decirte cosas cariñosas en público? Cielo, cariño, mi vida… ¿No habíamos quedado en eso?


–Sí…


–¿Pero?


–No creía que lo harías –respondió Paula encogiéndose de hombros.


–¿Por qué dices eso? –preguntó Pedro mirándola a los ojos.


–Tú no eres dado a decir cosas que no sientes –respondió ella.


–Gracias a mi padre –Pedro le agarró la mano y volvieron a echar a andar–. Mi padre hablaba mucho, pero luego no hacía nada de lo que decía. A veces me pregunto qué vio mi madre en él. No parece su tipo.


–Eso mismo les ocurre a muchas de mis lectoras –comentó Paula–. Es como si las mujeres estuviéramos programadas para elegir a la peor pareja posible. Y muchas lo hacen constantemente, no aprenden. 

Falso Compromiso: Capítulo 51

Paula jamás había ido a comprar ropa y otras cosas necesarias para un viaje dejando que pagara otra persona. Hasta ese momento, al ir de compras, siempre había tenido que considerar el dinero que tenía en el banco y hasta qué punto podía pagar con la tarjeta de crédito. Era ahorradora, pero siempre surgían imprevistos. En esta ocasión, no tuvo que preocuparse de nada. Pedro se estaba encargando de todos los pagos, le ayudaba a elegir y estaba cargando con las bolsas con las compras. Estaban en una boutique en la que había ropa de baño y otras prendas deportivas. Ella pasó la mano por una hilera de bikinis colgando de unas perchas mientras se preguntaba si se atrevería a ponerse uno. Siempre había llevado bañadores con el fin de disimular su algo abultado vientre.


–¿Por qué no te pruebas uno? –dijo Pedro.


Paula apartó la mano de los bikinis y bajó el brazo.



–No tengo cuerpo para eso. Me daría vergüenza.


–Vamos a estar solos en la isla, así que no tiene por qué darte vergüenza. 


Paula volvió a mirar los coloridos bikinis y suspiró.


–No sé…


–Vamos, toma –Pedro agarró tres bikinis: Uno negro, otro rosa fuerte y otro amarillo canario–. Estarás guapísima con los tres. Venga, ve al probador.


Paula agarró los bikinis, pero aún se sentía insegura.


–¿En serio crees…?


Pedro bajó la cabeza y le susurró al oído:


–Si quieres que te diga la verdad, preferiría que fueras desnuda; pero sí, creo que estarás impresionante con los tres. Y ahora, ve a probártelos.


Las palabras de Pedro, con su erótica promesa, y el modo como su aliento le acarició la piel, la hicieron temblar.


–Como usted diga, señor –dijo ella haciendo un saludo militar.


Paula fue a un probador, se quitó la ropa y desnuda, se miró en el espejo, tratando de ver su cuerpo tal y como Pedro lo veía. Desde la adolescencia tenía problemas para aceptar su cuerpo. Las hormonas de la pubertad habían transformado su cuerpo infantil en un cuerpo de mujer exuberante, y le costaba aceptarlo. Además, los piropos y las lascivas miradas que recibía le hacían recordar a los clientes de su madre, haciéndola avergonzarse de su cuerpo en vez de enorgullecerse de él. Pero cuando Pedro la miraba no le daba vergüenza. No le molestaba ni le avergonzaba que él la encontrara atractiva, sino todo lo contrario. Cambió de postura varias veces delante del espejo, se agarró los pechos con las manos y pensó en lo que había sentido cuando Pedro los había acariciado. Se excitaba solo con pensar en eso. Se probó los bikinis, pero le resultó imposible elegir entre los tres. Entonces, se vistió, salió del probador y fue a reunirse con él.


–¿Qué tal te quedan?


–Me gustan, pero…

viernes, 16 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 50

 –Como de costumbre, Paula, estás desviando la conversación –dijo Carolina–. No quieres seguir hablando del tema… De acuerdo, no hablaremos más de ello. Pero, por favor, ten cuidado. Pedro es sumamente reacio a las relaciones serias y duraderas, no quiere comprometerse con nadie. Creo que es por tener un padre como el nuestro.


–No creo en absoluto que Pedro sea como vuestro padre.


–No lo es, pero da igual –dijo Carolina con una nota de advertencia en la voz–. Conozco bien a mi hermano. Pedro es más terco que una mula.


Paula no pudo evitar sonreír.


–Sí, ya me he dado cuenta.



Pedro compró ropa y prendas de lencería para Paula en una boutique de Bloomsbury y volvió andando a su casa. No podía evitar estar en conflicto consigo mismo. Hacer el amor con ella había sido maravilloso, una experiencia única; sin embargo, a la vez, no podía evitar sentirse como pez fuera del agua. Le producía un gran desasosiego intimar tanto con una mujer, le desestabilizaba. Era como caminar sobre la superficie helada de un lago sin saber el grosor del hielo, con cada paso cabía la posibilidad de hundirse en gélidas aguas. Cada paso podía ser mortal. Con Paula había bajado la guardia, le había contado cosas que jamás había contado a nadie. Al mismo tiempo, ella también le había hablado de su doloroso pasado. La confesión de Paula le había hecho sentirse… Digno de su confianza. Sí, eso era. Ella le había confiado un secreto, la verdadera y triste realidad de su infancia, la avergonzante realidad que intencionada y desesperadamente había ocultado tras las mentiras de sus artículos en la revista, igual que hacían los magos para despistar a su público. La aparente vida perfecta de Paula era una ilusión.  En ese caso, ¿Por qué demonios se había metido él en ese lío? ¿Por qué se había prestado a hacerse pasar por el príncipe azul de Paula? ¿Por qué iba a llevarla de vacaciones a una isla privada? ¿En qué demonios había estado pensando? Ese era el problema, no lograba pensar cuando estaba con ella. Su cuerpo se imponía a su mente y el deseo le obnubilaba. No podía resistirse a ella. Estaba perdido desde el primer beso; a partir de entonces, había perdido el control sobre sí mismo. Esos besos le habían hecho rendirse a ella, fracasar en su intento de resistirse a la atracción que Paula ejercía en él. Era su kriptonita, sus cacahuetes. No conseguía saciarse de ella. Y durante una semana, la semana siguiente, ni siquiera iba a intentarlo. 

Falso Compromiso: Capítulo 49

 –Ya, y los elefantes vuelan –dijo Carolina–. Tú no eres la clase de chica que tiene aventuras amorosas a corto plazo; de ser así, habrías tenido ya muchos novios. Y, de haber sido así, lo sabría. ¿No te parece que puede que te estés equivocando? Me refiero a que es extraordinario que Pedro vuelva a salir con una chica, pero una semana solo no es suficiente para ninguno de los dos y…


–Caro, hay muchas cosas sobre mí que desconoces.


–¿Te refieres a tu infancia?


A Paula le dió un vuelco el corazón.


–¿Qué sabes tú de mi infancia?


–No gran cosa. Pero no me ha pasado desapercibido el hecho de que no te gusta hablar de tu familia; siempre que sale la conversación, esquivas el tema y te pones a hablar sobre mí. Y te he visto hacerlo con otra gente. No quieres hablar sobre tí misma.


–¿Por qué no me habías dicho nada?


–Porque suponía que ya lo harías tú cuando te pareciera –contestó Carolina–. No tienes trato con tu familia, ¿Verdad?


–Eso se debe a que no tengo familia.


Entonces, Paula le contó a su amiga más o menos lo que le había dicho a Pedro. Y, al igual que le había pasado al contárselo a él, se sintió como si la hubieran librado de una pesada carga.


–Ojalá me lo hubieras contado antes –dijo Carolina–. Pobrecilla, tu infancia debió ser horrible. Ahora entiendo por qué te resultaba tan difícil hablar de eso incluso conmigo. Me alegro de que se lo hayas contado a Pedro, mi hermano sabe escuchar.


–Tu hermano es un encanto.


–Hablando de mi hermano otra vez, me parece estupendo que tengan relaciones. Los dos lo necesitan.


–¿Seguro que no te importa?


–Claro que no. ¿Por qué iba a importarme?


–¿No crees que podría dificultar nuestra amistad en el futuro? – preguntó Paula–. Por ejemplo, ¿qué pasará cuando todo se acabe y nos encontremos los tres juntos? Podría resultar una situación incómoda. «Sobre todo para mí».


–En mi opinión, tu aventurilla con Pedro es algo positivo, tanto si dura como si no. A mi hermano le vendrá muy bien, lo ayudará a superar lo de Victoria –Carolina hizo una breve pausa–. Sin embargo, tú… Debes tener cuidado, Paula, mejor no te hagas muchas ilusiones por si… 


–No tienes que preocuparte por mí –interrumpió Paula, mostrando más confianza en sí misma de la que sentía–. Los dos estamos de acuerdo en que dure solo una semana. Ninguno se va a enamorar en tan poco tiempo.


–Yo creo que eso no se puede saber y…


–Bueno, basta ya de hablar de mí –interpuso Paula–. ¿Qué tal la escuela? ¿Qué tal fue la reunión con los padres de los alumnos? 

Falso Compromiso: Capítulo 48

Pedro capturó su boca y le dió un ardiente y profundo beso.


–Creo que eres bonita y que tienes sentido del humor, y creo que voy a hacerte el amor otra vez. A menos que prefieras bailar.


–Ya bailaremos luego.



Más tarde, aquella misma mañana, Paula se dió una ducha y luego se quedó esperando a que Luke volviera con algo de ropa para ella, incluida ropa interior. Le gustaba que fuera a comprarle bragas y sujetador. Le gustaba que él fuera a tener en sus manos esas prendas tan íntimas que, antes o después, cuando hicieran el amor, se las quitaría. Se paseó por la casa de Pedro, aunque se sentía culpable por estar husmeando, quería saber todo lo posible sobre él. Pedro era como un libro que había empezado a leer y no podía dejar. Sabía que podía confiar en él y que se sentía segura con él. Igual le ocurría con Carolina, lo que significaba que tendría que hablarle de su pasado antes o después. Justo en ese momento, sonó su móvil. Era Carolina.


–Hola, estaba pensando llamarte…


–¿Es verdad? –la interrumpió Carolina con entusiasmo en la voz–. ¿En serio Pedro te ha acompañado a la fiesta?


–Sí. Al final conseguí…


–Ya lo sé, ya lo sé, era una pregunta retórica –Carolina se echó a reír–. He visto las fotos de los dos anoche, están en Twitter. Hacen una pareja maravillosa.


Paula no sabía si contarle a su amiga lo que había pasado con Luke.


–Lo pasamos muy bien. Tu hermano baila de maravilla.


–¡No puedo creerlo! –exclamó Carolina–. ¿De verdad conseguiste que bailara? ¿En serio?


–Sí. Lo pasamos muy bien y después de la fiesta fuimos a tomar algo. 


–¿En serio? –Carolina parecía entusiasmada–. ¿Y qué más hicieron?


Paula se refugió en un silencio protector. ¿Cómo iba a contarle a su amiga lo que había pasado entre Pedro y ella, a pesar de que fuera su mejor amiga?


–¡No, no me lo digas, lo sé! –exclamó Carolina cuando el silencio se prolongó demasiado–. No me lo digas… ¿Te has acostado con mi hermano?


–Bueno…


–¡Qué maravilla! –gritó Carolina–. Desde lo de Victoria no se había acostado con nadie. Estoy segura. Por lo que sé, ni siquiera había salido con una chica. Bien hecho.


–¿No te molesta?


–¿Por qué iba a molestarme? Me encantaría que él y tú…


–No te hagas ilusiones. Solo vamos a tener un corto romance de una semana. 

Falso Compromiso: Capítulo 47

 –No sé dónde has aprendido a hacer eso, pero ha sido magistral – comentó él con una sonrisa.


Paula se echó a reír, se medio tumbó sobre él y empezó a juguetear con el vello de su pecho.


–Me gusta cuando sonríes –dijo Paula acariciándole los labios–. Me gusta más que sonrías a que vayas con el ceño fruncido. Así pareces menos distante, más cercano.


Pedro continuó sonriendo y fue por otro preservativo.


–Voy a tener que ir a la farmacia; si no, vamos a tener problemas.


El único problema que Paula presagiaba era involucrarse emocionalmente con él durante su breve romance. Era un riesgo que había estado dispuesta a correr, pero… ¿No había sido una estupidez por su parte creer que podría separar el sexo de los sentimientos? Hacer el amor con Pedro no se limitaba al sexo, era mucho más. Se estaba estableciendo un fuerte lazo de unión entre ellos. Estaba pasando, no eran imaginaciones suyas. Con cada beso, con cada caricia se sentía más unida a él. Pedro era su primer amante, el hombre que la había enseñado a recibir y darplacer, el hombre que solo con ella se había permitido liberar esos deseos básicos que tanto tiempo llevaba reprimiendo. Pedro se incorporó un poco para ponerse el preservativo y Paula aprovechó la oportunidad de acariciarle el pecho y el abdomen. Él la hizo tumbarse y entonces le acarició los senos, los chupó y los lamió, y sus mordisquitos la deleitaron. Ella ya no podía soportarlo más.


–Estás tardando mucho. Te deseo. Ya.


Con suavidad, le abrió los labios mayores y su penetración fue acompañada de un gruñido profundo. Paula le recibió dentro de su cuerpo y le rodeó la cintura con las piernas para que pudiera llenarla más a fondo. El movimiento de él la excitó, pero la fricción no era suficiente para desencadenar el orgasmo que sentía estaba cobrando fuerza. Pedro bajó la mano y la tocó. Y ella se lanzó a la estratosfera y perdió la razón mientras oleadas de placer sacudían su cuerpo. Paula volvió a la realidad justo cuando él comenzó a incrementar el ritmo de sus empellones hasta alcanzar también el orgasmo. Pedro emitió un gemido ahogado y, por fin, se dejó caer encima de ella. Paula le acarició el pelo mientras le oía respirar y sentía en el pecho el de él. Nunca se había sentido tan unida a nadie. Pedro volvió la cabeza y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.


–¿Sabías que eres increíble?


–Estaba justo pensando lo mismo de tí. Mi teoría ha quedado demostrada. 


Pedro le acarició los labios.


–¿De qué teoría estás hablando?


–De la de bailar –contestó Paula–. Si una pareja se entiende bailando, también se entiende en la cama. Lo hemos demostrado.


La sonrisa de él le produjo un cosquilleo en el estómago.


–¿Te gustaría consultar con mi escéptico cerebro alguna teoría más?


–Crees que estoy loca, ¿Verdad? 

Falso Compromiso: Capítulo 46

Acarició los pechos de Paula y le pellizcó un pezón. Entonces, bajó el rostro y comenzó a chuparle un seno antes de mordisquearle el pezón. Ella, con respiración entrecortada, se frotó contra él, le buscó con la mano y lo encontró totalmente excitado. Al sentir los dedos de ella alrededor de su miembro, endureció aún más, las pulsaciones de su deseo le sacudieron como ondas eléctricas. Se dejó besar la garganta, el pecho, el vientre…  Pedro contuvo la respiración y le puso a Paula una mano en el hombro.


–No tienes que hacer eso…


Paula alzó la cabeza y lo miró con expresión dubitativa.


–Tú me lo has hecho a mí. ¿No quieres que…?


–Paula –Pedro le puso una mano en la mejilla–, no quiero que te sientas obligada a hacer nada. Quiero que hagas solo lo que te apetezca en todo momento.


–Me apetece esto. Contigo estoy mejor que con nadie en mi vida. Te he contado cosas que nunca antes había contado. Eso demuestra lo bien que me encuentro contigo.


Las palabras de Paula le enternecieron. Mucho. Además, estaba tan excitado que apenas podía controlarse un segundo más.


–¿Estás segura que quieres hacer eso?


Paula volvió a acariciarle el pene, tal y como a él le gustaba. Era como si ella pudiera adivinar los secretos de su cuerpo.


–Quiero hacerte sentir lo que me hiciste sentir a mí.


En parte, Pedro quería parar aquello; pero, al mismo tiempo, quería la boca de Paula rodeando su miembro. Y quería su lengua. Quería. Quería… Ella no esperó a que él pudiera disuadirle. Por encima de él, agarró un preservativo y lo sacó del sobrecillo. Antes de ponérselo, le acarició el miembro con el aliento. Fue una caricia extraordinariamente erótica.


–Dámelo –dijo Pedro con una voz que ni él mismo reconoció. 


Paula lo apartó para que no pudiera alcanzarlo.


–Lo haré yo.


Ya protegido, comenzó a besarle el pene y un exquisito placer le recorrió el cuerpo entero. Entonces, Paula lo rodeó con sus labios… Pedro gimió y gimió mientras trataba de controlarse para prolongar aquel insufrible placer. Y entonces echó a volar…  


Lo mas erótico que Paula había visto en la vida era ver a Pedro a su merced. Los gemidos guturales y las sacudidas del cuerpo de él le produjeron un profundo placer. Un placer que se concentró en su sexo al darse cuenta del poder sexual que tenía como mujer. Pedro estaba tumbado boca arriba, aún no había recuperado el ritmo normal de la respiración, pero le tomó la mano, se la llevó a la boca y le besó todos y cada uno de los dedos mientras la miraba fijamente a los ojos. 

miércoles, 14 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 45

 –¿Estabas contenta el poco tiempo que estuviste con él? 


Paula sacudió la cabeza.


–No le soportaba. Tenía mucho genio y maltrataba a la novia que tenía por aquel entonces; la obligaba a cuidar de mí y, por supuesto, ella lo pagaba conmigo. Me sentía muy mal con él y, cada vez que la trabajadora social venía a visitarme, yo me deshacía en lágrimas. Pero él la engañaba, diciendo que yo lloraba porque tenía miedo de que me separaran de él. Me sentía sola, perdida y desamparada.


Pedro la abrazó. Los problemas que él había tenido con su padre no podían compararse con lo que Paula había sufrido durante la infancia. Él siempre había podido contar con su madre, seguro de su cariño y protección. Y también tenía a su hermana, que siempre hacía todo lo que podía por mantener unida a la familia. Pero Paula había sufrido durante toda su infancia. ¿Cómo, después de tanta tragedia, había logrado convertirse en una mujer tan abierta, cariñosa y positiva? Se merecía mucho más de lo que había recibido hasta el momento. ¿Podría él, en una pequeña medida, compensarla por tanto dolor como había tenido que soportar? Una idea comenzó a cobrar vida en su cabeza y empezó a echar raíces. Podía llevarla a la isla de vacaciones. La mimaría y la trataría como a una princesa durante una semana. Él también llevaba siglos sin tomarse un descanso y les serviría para conocerse mejor. Además, ella todavía no podía ir a su casa. Era la solución perfecta. Sonó una alarma en su cerebro, pero la ignoró. Sería solo una semana, justo lo que ambos habían acordado. No se trataba de prometerle un futuro juntos. No podía prometer un futuro a nadie. Pedro acarició uno de los rizos de ella, se enrolló un dedo con él y la miró a los ojos.


–Sería una pena perder las vacaciones que he ganado en la rifa. 


La mirada de Paula se iluminó.


–¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?


–No me importaría nada pasar una semana al sol en una playa. Tendría que solucionar antes algunos asuntos de trabajo, pero…


–¡Oh, Pedro, gracias, gracias, gracias! –Paula depositó diminutos besos en sus labios–. Lo pasaremos en grande. Tendremos una isla entera para nosotros solos.


–¿Cuánto tiempo te llevaría hacer el equipaje? 


Paula hizo una mueca.


–Mi casa. No puedo entrar por ropa y no me apetece ponerme la ropa de…


–Eso no es problema –la interrumpió Pedro–. Iremos de compras. Lo pagaré yo.


Paula se mordió el labio inferior, evitando su mirada.


–No sé si me apetece que me compres ropa.


Pedro agarró la barbilla de Abby y la obligó a alzar el rostro.


–Escúchame bien, ¿De acuerdo? Quiero mimarte. Lo hago más por mí que por tí, así que permite que me dé este pequeño gusto, ¿Te parece?


Los ojos de ella cobraron un brillo travieso.


–Encantada de darte gusto.


Paula arrugó la nariz, le rodeó el cuello con los brazos y acercó la boca a la suya. Pedro cerró la corta distancia entre sus bocas. Acarició los labios de Paula para penetrar su boca y ella, con un suspiro, le permitió entrar. Sintió un intenso calor extenderse por todo su cuerpo, la hirviente sangre fluyéndole hasta la entrepierna. 

Falso Compromiso: Capítulo 44

 –Y yo a tí la mía –dijo Paula con una sonrisa–. A mí me parece una cobardía engañar a tu pareja. ¿Por qué no ser honesto y decir que ya estás cansado de la relación? En mi opinión, eso sería lo justo.


–Estoy completamente de acuerdo contigo –declaró Pedro–. Mi madre no tenía ni idea de que mi padre la estaba engañando ni era consciente de que las cosas no iban bien. Un mes antes de decirle que tenía una amante, mi padre la invitó a un restaurante muy bueno para celebrar diecisiete años de casados. Esa semana incluso le regaló un ramo de flores.


Paula frunció el ceño con expresión de absoluto desagrado.


–Eso es una crueldad. ¿Qué clase de hombre es tu padre? Yo diría que es un sádico.


–Sí, bueno, no sé, apenas tengo contacto con él –dijo Pedro–. No soporto oírle presumir de sus conquistas.


Paula le acarició la mejilla, sus ojos brillaban. 


–Eres un buen hombre, Pedro Alfonso. Un hombre decente y honesto, no como tu padre y el mío.


Pedro aguzó el oído al oír a Paula mencionar a su padre. Ella le había dejado perplejo con lo que le había contado de su madre, pero no le había dicho nada sobre su padre.


–¿Está vivo? ¿Le ves alguna vez?


–La última vez que le vi tenía cinco años y medio –respondió Paula alzando los ojos hacia los suyos–. Cuando mi madre murió, los servicios sociales pensaron que sería bueno para mí estar con él, a pesar de que mis padres se habían separado y mi padre llevaba meses sin verme.


Cinco años y medio. Pedro no podía creerlo. Debía haber sido horrible para Paula ver a su madre muerta en el suelo a tan tierna edad. Y debía haber sido aterrador para ella verse en manos de su padre, un hombre al que no había visto durante meses. Se le hizo un nudo de angustia en el estómago. Lo que Paula debía haber sufrido a causa de unos adultos incompetentes que deberían haberla amado y protegido. Él le acarició la mejilla.


–Siento mucho lo que has debido sufrir. No puedo imaginar lo mal que debiste pasarlo.


Paula sonrió débil y tristemente.


–No suelo pensar en ello. Ocurrió hace mucho tiempo y, en cierto modo, es como si no me hubiera pasado a mí, sino a otra persona.


–¿Es por eso por lo que no se lo has contado a Carolina? ¿Has reescrito tu pasado para que te resulte menos doloroso?


–Menos doloroso y menos vergonzoso –añadió ella–. Mi padre está en la cárcel, lleva allí desde que yo tenía seis años. Estuvo a punto de matar a una persona por cuestiones de drogas. Fue él quien introdujo a mi madre a la heroína, estoy segura. Con el tiempo, se descubrió que era el cabecilla de un grupo de traficantes; a pesar de haberse estado haciendo pasar solo por un adicto. Cuando mi madre murió, se hizo pasar por un pobre adicto con una hija pequeña y las autoridades le creyeron. 

Falso Compromiso: Capítulo 43

No quería ni imaginar lo que su hermana pensaría de esa semana de relaciones amorosas con Paula. Carolina llevaba años, al menos cuatro, tratando de convencerle de que saliera con chicas. Aunque su familia no lo sabía, había salido con un par de mujeres durante los dos últimos años. Pero no había querido que las relaciones fueran a más porque no había querido responsabilizarse de los sentimientos de otra persona. Había presenciado el derrumbe emocional de su madre con su divorcio y la impotencia que había sentido entonces nunca le había abandonado. Había pasado años temiendo que su madre jamás se recuperase y, después, había asumido la responsabilidad de mantener unida a su familia. Paula estaba acurrucada junto a él, como un cachorro. Pedro comenzó a acariciarle el ondulado cabello castaño mientras respiraba su aroma. Se frotó contra él, excitándole. Entonces abrió los ojos y le sonrió.


–¿Lo he soñado o estás otra vez…?


Pedro le acarició el rostro y adoptó una expresión más reservada.


–Otra vez.


Una sombra cruzó los ojos de ella.


–Te arrepientes de lo que hemos hecho, ¿Verdad?


Luke le acarició el labio inferior con la yema de un dedo.


–Me preocupa que creas que esto signifique más de lo que es.


–¿Quieres decir más que sexo?


–Una relación de una semana es una relación de una semana, no una relación para toda la vida –declaró él.


Paula lanzó una suave carcajada.


–¿Quién tiene miedo de que lo considere algo más, tú o yo? 


Eso era precisamente lo que le preocupaba. Ya se había saltado una regla de oro. Se había dejado llevar por un deseo reprimido, o ignorado, durante mucho tiempo. No podía volver atrás, ya había ocurrido. Compartirían eso siempre. Algo único y especial, algo que Paula no podría compartir con ningún otro hombre y sospechaba que a él le ocurriría lo mismo. Había sido él su primer amante.


–Como teoría no está mal –dijo Pedro–. Pero conozco mis límites y te aseguro que no me interesa comprometerme emocionalmente con nadie.


–Pero esta semana, mientras estemos juntos, va a ser una relación exclusiva, ¿Verdad? 


A Pedro le molestó un poco que Paula hubiera considerado necesario hacer esa pregunta. ¿Acaso creía que él era como su padre, que estaba cortado por el mismo patrón? Sus principios eran muy distintos a los de su progenitor, que había tenido varias amantes durante su matrimonio.


–Claro que va a ser una relación exclusiva. Te doy mi palabra. 

Falso Compromiso: Capítulo 42

Paula se frotó contra él, ofreciéndose a sí misma, dejándose guiar por el instinto como si su cuerpo supiera qué hacer y cuándo. Pedro le separó los labios mayores y después, suavemente, le introdujo un dedo. Ya seguro de que ella le había aceptado, le metió dos dedos y los movió dentro de ella como si fuera lo más preciado del mundo.


–¿Todo bien? 


–Maravillosamente bien –respondió Paula con un tembloroso suspiro. 


Luke se preparó para penetrarla, muy despacio. Ella jadeó de placer, pero Luke creyó que había sido por el dolor y salió de su cuerpo.


–¿Te he hecho daño?


–No, en absoluto. Lo que pasa es que me ha sorprendido lo bien que me ha hecho sentir. Lo bien que tú me has hecho sentir.


Pedro volvió a penetrarla, lentamente, centímetro a centímetro, hasta que ella le aceptó entero. Después, comenzó a moverse despacio, a empellones suaves que la hicieron estremecer de placer. No era tan directo e intenso como antes, cuando él la había excitado con la boca, pero el ritmo de los movimientos de él provocó un exquisito anhelo en ella. Estaba a punto de alcanzar el clímax, pero aún incapaz de llegar al punto de aquel viaje sin retorno. Pedro bajó la mano, le acarició el clítoris con los dedos mientras se movía y desencadenó una explosión. Oleadas de un insoportable placer la sacudieron, el feroz impacto la hizo gritar. Esperó a que ella se calmara para, con una serie de rápidos y duros empellones, dejarse llevar al punto álgido del pacer. Después, silencio, un silencio profundo. Una absoluta paz la envolvió y se entregó a aquella exquisita relajación… Mientras Paula dormía, con un brazo alrededor de su cintura y una mano sobre su corazón, no podía apartar los ojos de ella. Por una parte, se reprendía a sí mismo por lo que había pasado, por lo que había permitido que ocurriera; al mismo tiempo, no se arrepentía de haber hecho el amor con ella. Tenerla en los brazos, poseerla y conseguir que Paula tuviera un orgasmo con un hombre por primera vez era algo que escapaba a su experiencia. No le había ocurrido eso nunca. ¿Era por eso por lo que le había parecido tan diferente, por haber sido ella virgen? No lo sabía con seguridad, aunque consideraba un honor y un privilegio que ella hubiera confiado en él tanto como para hacerle su primer amante. Solo estaba seguro de una cosa: jamás olvidaría aquella experiencia. Pero no estaba dispuesto a ir más allá. No iba a permitir que su relación fuera más lejos. Un breve romance; después, Paula sería libre para continuar con su vida y buscar al hombre perfecto, si ese hombre existía. 

Falso Compromiso: Capítulo 41

Pedro le besó la punta de la nariz. 


–A pesar de eso, das la impresión de ser muy joven. Quizá sea porque crees que hay que disfrutar la vida y estás dispuesta a cualquier cosa por conseguir que sea así.


–A eso le llamo yo ser positiva –dijo Paula–. Hay que mirar hacia delante, no hacia atrás.


Pedro la miró fijamente, como si buscara en la profundidad de los ojos de ella comprensión.


–Paula… Tienes que entender que esto es solo temporal. No puedo prometerte nada. Incluso poco tiempo puede ser un riesgo.


Paula no estaba segura de a qué riesgo se refería él. ¿A que ella acabara gustándole demasiado? ¿O su compañía? ¿O se refería a que no quería correr el riesgo de enamorarse de ella? También tenía que considerar los riesgos para ella. ¿Y si se enamoraba de Pedro? ¿Estaba jugando con fuego al comenzar una relación sin posibilidades de que fuera a largo plazo?


–Podríamos fijar una fecha límite si quieres –dijo Paula–. Podríamos programar nuestros móviles para que nos la recordaran. Rin –Ella chascó los dedos–. Final de la relación.


–Estás de broma, ¿No?


–No –respondió Paula–. Este asunto te preocupa; en ese caso, ¿por qué no fijar una fecha para romper la relación?


–Me parece demasiado… Clínico.


–No es clínico, sino práctico –declaró Paula–. Acordamos una fecha y cumplimos lo acordado. Lo digo en serio, podría incluso escribir un artículo sobre ello. Podría titularlo Guía sencilla para tener una aventura amorosa o, si no, Romance sin lágrimas.


Pedro frunció el ceño y empezó a apartarse de ella.


–Puede que esto no sea una buena idea. 


Paula le puso una mano en el brazo.


–¿Tú me has dado placer y yo no te voy a dar placer a tí? Eso no es justo. 


Pedro le cubrió la mano con la suya, pero apretó los labios.


–De acuerdo. Una semana a partir de hoy, ¿Te parece? 


¿Una semana? Paula había esperado al menos dos o tres. Meses, no semanas. Incluso mejor años.


–De acuerdo.


Pedro la miró fijamente durante unos instantes antes de besarla con pasión, renovando su deseo. Separó la boca de la suya, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un preservativo. Paula sabía que ese era un momento importante para ella y también para él. Iban a tener un romance de una semana. Eran dos iguales, dos personas en busca de una conexión puramente física. Pensativamente, se quedó mirando el sobrecillo del preservativo.


–Espero que la fecha de caducidad no haya pasado. ¿Tomas anticonceptivos?


–Tomo la píldora para regular mi menstruación –contestó Paula–. No soporto no saber cuándo me va a venir. La píldora me permite planificarme mejor.


Pedro sacó el preservativo del sobre, se lo puso y, después, se colocó entre las piernas de ella.


–¿Segura que quieres hacerlo? Todavía podemos parar. 


Paula le puso las manos en el rostro y alzó los ojos al techo.


–Ya te he dicho que sí quiero hacerlo. ¿Es que no me has entendido? 


Pedro le dedicó una sonrisa ladeada.


–Está bien, entendido. Sé que me deseas, pero creo que no tanto como yo a tí.

 

–Ponme a prueba.