La ternura que sintió por ella fue inmensa. Paula había mostrado un gran valor y dignidad con lo que había hecho. Incluso había llegado a revelar que su supuesto noviazgo con su príncipe azul era algo de lo que se arrepentía profundamente porque el compañero perfecto no existía; a lo máximo que se podía aspirar era a ser una buena pareja y dejar que el amor se encargara del resto… Si se tenía la suerte de encontrar el amor. Pedro tuvo que leer aquella frase dos veces porque se le había nublado la vista. «Si se tenía la suerte de encontrar el amor». Paula lo amaba. ¿Por qué le había resultado tan difícil de creer? ¿Era porque le había dado miedo creerlo? Temía que no durara, que algo o alguien se lo arrebatara. Pero había sido él quien había saboteado su relación. Había encontrado a una persona que lo amaba y la había dejado sola y abandonada. Ni siquiera había le pedido que regresara con él a Londres. Había antepuesto el trabajo a Paula. Pero su única prioridad era ella. ¿Acaso no había quedado demostrado los últimos días que habían pasado juntos? Iba por la vida como un zombi. Su vida no tenía sentido sin la alegre presencia de Paula disipando la tiniebla que le había rodeado durante tanto tiempo. ¿Por qué había sido tan cobarde? ¿Había destruido toda posibilidad de un futuro con ella? Quería verla inmediatamente, pero antes tenía que hacer una cosa. Hacía años que debería haberlo hecho. Pedro fue corriendo a su casa para recoger todas las cosas de Victoria y envió un mensaje a los padres de ella para decirles que les llevaría las pertenencias de su hija tan pronto como pudiera. Dobló la ropa y la guardó en una caja de cartón. Cuando cerró la tapa, fue como si hubiera cerrado un capítulo de su vida. El móvil le avisó de que tenía un mensaje. Era de los padres de Victoria para decirle que estaban en esa zona y que pasarían ellos a recoger las pertenencias de su hija. Estaba desesperado por ir a ver a Paula, pero no podía negar a los padres de Victoria unos minutos de su tiempo. Una hora después abrió la puerta a Antonio y a Mónica. Tuvo la impresión de que Mónica había estado llorando, pero eso no era algo fuera de lo normal.
–Pedro… Tenemos que hablar contigo. Creo que ya es hora de que te digamos lo que pasó la noche que Victoria… Murió.
Pedro miró a Antonio, que, en silencio, tomó la mano de su esposa y se la estrechó.
–La cuestión es que… Victoria iba a romper contigo. Se había enamorado de otro, pero no se atrevía a decírtelo. No te engañó, eso lo sé. Pero le resultaba difícil romper contigo porque tú siempre te portaste muy bien con ella. Creo que no te lo dijo aquella noche fatídica porque le parecía que te había traicionado al enamorarse de otro.
Pedro no podía creer lo que estaba oyendo.
–¿Por qué no me lo habían dicho antes?
–Queríamos evitarte ese sufrimiento.
–Gracias por decírmelo –respondió él.
–Me quedé muy preocupada al enterarme de que Paula Chaves y tú habían roto –dijo Mónica–. Estaba muy contenta al saber que habías encontrado a otra mujer; después, al enterarme de que habían roto, me he quedado muy preocupada. No sabía si eso tenía algo que ver con lo que pasó con Victoria, por eso quería decirte lo que te acabo de contar. Aunque ella no estaba enamorada de tí, te apreciaba mucho.
Pedro dió un abrazo a Mónica y a Antonio. Se quedaron así, abrazados los tres, unos segundos, en silencio. Por primera vez en cinco años, sintió como si le hubieran quitado un enorme peso de encima.
El artículo de Paula provocó una reacción inesperada por parte de sus seguidores. Recibió innumerables mensajes de apoyo y Karina le mencionó algo sobre un aumento de sueldo. Tamara entró en la zona de trabajo de Paula con un enorme ramo de rosas rojas.
–Es para tí –dijo Tamara.
–¿Para mí? –a Paula le dió un vuelco el corazón.
–Sí. Y muchas más cosas –Tamara hizo un gesto con la cabeza señalando la zona de recepción–. Más ramos de flores y cestas con fruta.
–¿Fruta? –Paula frunció el ceño.
–Fresas cubiertas de chocolate y champán. Docenas de botellas de champán.
Con piernas temblorosas, Paula se puso en pie y, justo en ese momento, oyó una voz.
–Te lo he enviado yo –dijo Pedro. Y, al llegar a su lado, se agachó y apoyó el peso en una rodilla–. Cariño, perdóname, he sido un imbécil. No sé cómo se me ocurrió dejarte sola en esa isla. Por favor, perdóname. Y para compensarte, si quieres, te compraré la isla. Te amo.
Con lágrimas en los ojos, Paula le rodeó el cuello con los brazos.
–Oh, Pedro, claro que te perdono. Estaba deseando oírte decir eso. Te quiero tanto que creo que voy a estallar.
–Eres el amor de mi vida –le dijo Pedro con suma ternura–. Sin tí no soy nada. Por favor, cásate conmigo, me harás el hombre más feliz del mundo.
–Mi vida, claro que me casaré contigo. Pero… –Paula miró a su alrededor–. No puedo creer que me hayas pedido que me case contigo delante de toda esta gente.
–Me da igual. Quiero que todo el mundo se entere de que te amo – declaró Pedro.
A Paula no le parecía posible sentir tanta felicidad.