viernes, 23 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 57

 –¡Mira esto, Pedro! –Paula se encontraba entre la cocina y un comedor informal con una terraza en la que los jazmines regalaban su perfume–. Estoy deseando ponerme a cocinar aquí. Y podremos comer en la terraza cuando queramos.


–Estamos de vacaciones. Se supone que no tienes que cocinar.


–¡Quiero cocinar! –exclamó Paula paseando la mirada por los electrodomésticos y los mostradores de mármol antes de abrir una despensa–. ¡Qué barbaridad, aquí hay sitio para un coche!


Paula cerró la puerta y sonrió traviesamente a Pedro.


–¿Crees que estoy parloteando demasiado? 


La perezosa sonrisa de Pedro hizo que el estómago le diera un vuelco.


–Ven aquí.


Paula atravesó la cocina para acercarse a él y contuvo la respiración cuando Pedro le puso una mano en la nuca. Con las pupilas tan dilatadas hasta el punto de hacer desaparecer sus iris, él dijo:


–No quiero que pierdas un solo segundo de estas vacaciones delante de una cocina para guisar como una esclava.


Paula le rodeó el cuello con los brazos y, deleitándose en el erótico contacto, pegó su cuerpo al de él.


–¿Prefieres entonces que me esclavice a tí?


El brillo de los ojos de Pedro se hizo más intenso.


–Tú lo has dicho.


Pedro le puso las manos en las caderas y la hizo sentir las pulsaciones de su miembro. Después, la besó. Las piernas le temblaron y el deseo se agolpó en su sexo. Paula suspiró en la boca de él y entrelazó la lengua con la de él, pero necesitaba más. Él empezó a quitarle la ropa como si estuviera abriendo un regalo que hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo.


–Te deseo –le dijo él acariciándole la garganta con los labios.


De repente, Paula se dió cuenta de lo pegajosa que estaba del viaje.


–Creo que debería darme una ducha antes de…


–Tengo una idea mejor.


Pedro la llevó hasta la piscina enorme de la terraza y allí comenzó a desabrocharse los botones de la camisa.


–¿Te has bañado desnuda alguna vez?


–Siempre me ha dado mucha vergüenza –respondió ella sacudiendo la cabeza.


Eso sin mencionar que no sabía nadar. 


Pedro se quitó los pantalones, los zapatos, los calcetines y los calzoncillos antes de acercarse de nuevo a ella para acabar de desnudarla. Le dió un beso después de cada prenda que le quitó, le lamió y le mordisqueó la piel hasta que el deseo la sacudió como una ardiente ola. La mezcla del sol en la piel desnuda y las caricias y besos de él la dejaron sin respiración y loca de pasión en cuestión de segundos.


–¿Estás seguro de que nadie puede vernos? –preguntó Paula pasándole la mano por el duro pecho.


–Estamos completamente solos.


Paula lanzó una nerviosa mirada hacia la lejanía.


–¿Y en el mar? ¿Seguro que no habrá nadie en un barco con un telescopio y…?


–Paula –dijo él con voz tranquilizadora–, conmigo estás a salvo. No te habría traído aquí si no creyera que estamos a solas. 

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