lunes, 5 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 32

Apartó la ropa de la cama y cubrió su desnudez con la toalla de baño que había utilizado antes de acostarse. Salió al pasillo andando de puntillas y, por la rendija de la puerta del cuarto de Pedro, vió que este tenía la luz encendida. Se detuvo delante de la puerta y ladeó la cabeza, aguzando el oído. Oyó un gruñido y, a continuación, el ruido de un objeto al estrellarse contra el suelo. 


–Pedro… –Paula llamó a la puerta–. ¿Te pasa algo?


Oyó una maldición y los pasos de Pedro sobre la alfombra. La puerta se abrió y él la miró empequeñeciendo los ojos. Llevaba unos pantalones de pijama de algodón gris y ella pensó que nunca había visto nada tan sexy.


–No, no me pasa nada –refunfuñó él–. Vuelve a la cama.


–No tienes buen aspecto –dijo ella fijándose en las ojeras y la mala cara de Pedro–. Tienes un aspecto terrible.


Le recordó cómo le había encontrado seis meses atrás, resultaba evidente que Pedro se sentía igual de mal que entonces. Él apoyó la cabeza en el borde de la puerta como si no pudiera mantenerla alzada.


–Tengo dolor de cabeza, nada más. Se me pasará cuando la pastilla que me he tomado me haga efecto.


Paula no tenía migrañas, pero había leído que podían causar un dolor insoportable. La gente que las padecía no soportaba la luz ni el ruido y necesitaba estar a oscuras hasta que se pasara. Ignorando las protestas de Pedro, lo agarró de la mano y le llevó a la cama.


–Túmbate –dijo ella con voz suave–. Iré por un trapo mojado para que te lo pongas en la frente.


Sorprendentemente, Pedro le obedeció. Paula le dejó tumbado mientras iba al baño del dormitorio de él; allí, agarró una toalla de la cara y la empapó en agua fría. Al volver junto a él, le puso la toalla en la frente. Pedro emitió un sonido de agradecimiento, pero no abrió los ojos. Después de un rato, se dió cuenta de que él se dormía y se despertaba repetidamente. Se quedó a su lado, no quería marcharse hasta no estar segura de que él estaba mejor. Los ojos comenzaron a cerrársele, estaba sumamente cansada. Lo que más deseaba era meterse en la cama y dormir. «Solo unos minutos…»  Con esa idea fija en la cabeza, le resultó imposible resistir la tentación de tumbarse. Era una cama enorme, lo suficientemente grande como para que Pedro no notara su presencia. Con mucho cuidado, se deslizó en la cama, lejos de él. Reposó la cabeza en una almohada de plumas y no tardó nada en que la tensión del día desapareciera. Al despertarse, Paula se encontró con los fuertes brazos de Pedro rodeándole el cuerpo y sus piernas pegadas a las suyas por detrás. El sol se filtraba por una abertura en las cortinas. ¿Qué hora sería? ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo? «¡Y durmiendo en la cama de Pedro!»

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