lunes, 5 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 35

Pero, de repente, el beso llegó a su fin. Pedro se apartó de ella y la soltó con una expresión mezcla de deseo y aprensión.


–Esto no debería haber pasado. Lo siento.


Paula no lo sentía en absoluto. Los labios le picaban, le ardía la entrepierna y todas y cada una de las células de su cuerpo gritaban que querían más. ¿La aprensión que había visto en el rostro de él había sido dirigida a sí mismo o a ella? Se había ofrecido a él y Pedro había respondido que no enfáticamente. Podía ser que el cuerpo la deseara, pero no su razón.  Ella, sin embargo, le deseaba en cuerpo y alma. Total y absolutamente. Se cubrió firmemente con la sábana.


–Voy a darme una ducha. Te veré abajo.


–Voy a ir al trabajo, pasaré allí casi todo el día.


–¿Trabajas también los sábados? No, no es necesario que me contestes, lo sé. Sí, trabajas los sábados porque tu vida se centra única y exclusivamente en el trabajo –dijo ella casi bromeando.


Paula quería desesperadamente hacerle ver lo contraproducente que era para él seguir negándose a sí mismo cualquier placer.


–Anoche te llevé a la fiesta como acordamos, ¿No?


–Y te lo pasaste bien –declaró Paula mirándolo–. ¿O no? Vamos, admítelo, Pedro. Te lo pasaste bien.


Pedro se encogió de hombros.


–Era importante para tí ir a la fiesta y te acompañé. Eso es todo.


–¿Y el beso que me diste?


–¿Qué pasa con el beso?


–En realidad, han sido dos: Uno anoche en el coche y el que acabamos de darnos –contestó ella–. Me ha parecido que este también te ha gustado.


Pedro hizo una mueca antes de responder.


–Volveré a eso de las seis.


Pedro dió unos pasos en dirección al cuarto de baño de su habitación.



–Me parece que se te olvida algo. 


Pedro se volvió y frunció el ceño.


–¿Qué?


Paula señaló la sábana que la cubría.


–No tengo ropa.


–¿Y el vestido que llevabas anoche?


Paula alzó los ojos con gesto de exasperación. 


–¡Vaya! ¿Crees que voy a salir a la calle con un vestido de noche? Imposible.


Pedro parecía incapaz de pronunciar palabra. Abría y cerraba la boca sin más. 


–Bueno, está bien, te enseñaré las cosas de Victoria, quizá puedas encontrar algo que ponerte hasta que vuelvas a tu casa.


Cuando Pedro deslizó la puerta corredera del armario empotrado, Paula vió unas pocas prendas colgadas de unas perchas en un extremo del armario, apartadas de las camisas, cortabas y pantalones de él. 


–Adelante, agarra lo que quieras –dijo él apartándose del armario como si ver aquella ropa le resultara sumamente doloroso.


Paula examinó la ropa que colgaba de media docena de perchas, pero no le gustó husmear entre las prendas de una mujer muerta. Toda la ropa era de marca, de los mejores diseñadores. Se preguntó qué pensaría Pedro de su vestuario de segunda mano.


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