viernes, 2 de junio de 2023

Falso Compromiso: Capítulo 30

El modo como Paula había hecho todo lo posible por mantener en secreto su pasado le hacía pensar en sí mismo, en cómo también él guardaba con celo sus secretos. La gente emitía juicios de valor respecto a la parentela de los otros, al colegio al que habías ido, a tu forma de hablar, a tu salario, al coche que conducías y dónde vivías. Incluso se juzgaba quiénes eran tus amigos. Ahora comprendía por qué a ella le había hecho tanta ilusión lo del viaje a la isla. Era muy triste pensar que, quizá, nunca había ido de vacaciones con sus padres. Al menos él había pasado muy buenos momentos con su familia antes de que, el día antes de que cumpliera los quince años, su padre anunciara que tenía una amante y que estaba embarazada. Tras el divorcio de sus padres, las vacaciones no habían sido muy alegres; su madre no dejaba de llorar y, constantemente, miraba con tristeza a las parejas que iban de la mano. Carolina, nueve años menor que él, le había tomado como sustituto de un padre al que había adorado y que ya no se preocupaba por ella, por lo que él no había podido hacer las cosas que hacían la mayoría de los chicos de su edad. Pedro cerró la puerta de la casa y notó la triste expresión de Paula. Una súbita emoción le embargó. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abrazarla.


–¿Cansada? –preguntó Pedro.


–Agotada. Pero además preocupada, no sé qué voy a hacer respecto a la ropa.


A él no le habría importado en absoluto que no llevara ninguna ropa. Nunca. Pero esos pensamientos eran peligrosos.


–Ya lo solucionaremos mañana. Quizá te dejen entrar a tu casa para recoger algunas cosas.


–¿Y la ropa de Victoria? Quizá pudiera…


–Es de otra talla, no te valdría.


–Caro me enseñó una foto de ella una vez. Victoria era muy guapa y delgada, ¿Verdad?


–No he querido decir eso –respondió Pedro sacudiendo mentalmente la cabeza.


¿Por qué las mujeres se preocupaban tanto por su peso? Paula tenía un cuerpo precioso, un cuerpo que invitaba a que lo acariciaran. De acuerdo que no estaba como un palo, pero él nunca había entendido la obsesión de Victoria por estar esquelética. Ese había sido uno de los motivos por los que habían roto, él se había hartado de verla juguetear con el tenedor, moviendo la comida de un lado a otro del plato sin llevársela a la boca cada vez que iban a un restaurante. Le había gustado mucho ver a Paula comiéndose también su postre esa noche.


–Además, solo tengo un par de cosas de ella –añadió Pedro–. Quiero dárselas a su familia, pero todavía no lo he hecho.


Paula le dedicó una mirada pensativa.


–¿Crees que es porque todavía no estás listo para olvidarte de ella?


Pedor echó a andar y, al mismo tiempo, se deshizo la pajarita. 


–Voy a darte un cepillo de dientes y a enseñarte tu baño. Sígueme.


Paula subió con él al piso de arriba; allí, Pedro abrió la puerta de una de las habitaciones de invitados, que tenía un cuarto de baño al lado. Pero se dió cuenta inmediatamente de que la habitación de él estaba al otro extremo, lo que fue otro duro golpe para su ego. ¿Acaso temía que ella fuera a su habitación en mitad de la noche y se metiera en su cama para intentar seducirle?


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