viernes, 29 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 71

 –Quiero todo tu cuerpo, Paula. Es cierto. Pero es de tí, de la mujer que eres, de quien estoy enamorado. No me importa que tengas una cicatríz. Y no me importa si... Engordas doscientos kilos en los próximos cinco años, o si pierdes el otro pecho. O si tienes cien cicatrices. No te querré menos por eso. ¿Es que no lo entiendes?


Ella le rodeó la cara con las manos.


–Mi cicatríz es muy grande. No puedo dar por sentado la reacción de nadie. Nadie puede saber cómo va a reaccionar hasta que la haya visto –respiró hondo–. Y necesito que tú la veas.


–¿Cuándo?


Ella tragó con dificultad.


–Ahora mismo –dijo, intentando sonar entusiasta.


Pedro le acarició la mejilla.


–No tienes por qué hacer esto.


–Sí que tengo que hacerlo.


Le había dicho que no podía dar por sentado la reacción de nadie, y lo creía de verdad. Pero necesitaba saber que era lo bastante fuerte para hacerlo, para enseñarle la cicatríz. Sin decir ni una palabra más, él la tomó de la mano y se dirigió hacia la puerta de la casa. No se detuvo hasta que llegaron a la cocina.


–¿Nos quedamos aquí? –no la soltó hasta que asintió con la cabeza. Comprobó que la puerta de atrás estuviera cerrada y corrió las cortinas de las ventanas.


Paula dejó de fingir que no estaba nerviosa. Respiró hondo y empezó a desabrocharse la blusa. Sus dedos batallaban torpemente con los diminutos botones, pero se obligaba a seguir adelante. Pedro esperaba en silencio, con paciencia. Su presencia le daba una extraña confianza. Cuando hubo soltado el último botón, se quitó la blusa y la colgó en el respaldo de una silla. Después echó atrás las manos para desabrochar el sujetador. Se detuvo un momento y le preguntó si estaba listo, pero rápidamente se dio cuenta de que eso era completamente innecesario. Él la observaba con ojos intensos, como si estuviera preparado para lo que ella necesitara, fuera lo que fuera. En el silencio que los rodeaba, Paula podía oír el tic-tac del reloj de pared. En algún sitio distante se oía el graznido de una urraca. Durante una fracción de segundo, sintió que las manos le temblaban tanto que sus brazos perdían toda la fuerza. Se recompuso como pudo, soltó el sujetador, y se lo quitó. Los ojos de Pedro siguieron fijos en su rostro mientras ella colocaba la prótesis y el sujetador sobre la mesa. Sin decir nada, le miró a los ojos. Muy lentamente, él bajó la vista hasta su pecho. No se movió. Respiró hondo y todo su cuerpo se estremeció. Paula se quedó helada. Un miedo primario la paralizó por dentro, congeló las lágrimas que tenía en los ojos. Esperaba que él diera media vuelta y saliera de la casa. Cerró los ojos. Era la única parte de su cuerpo que podía mover. Los abrió un momento después; sintió una bocanada de aire caliente. Pedro había avanzado hasta ella y estaba justo delante.


–Eres preciosa. Perfecta.


Paula se dió cuenta de que lo decía de verdad. El bulto que sentía en su entrepierna no dejaba lugar a dudas. Él extendió el brazo y le tocó la cicatríz. Ella contuvo el aliento. Creía que se iba a desplomar en cualquier momento.


–¿Te hago daño?


Ella sacudió la cabeza. Él la miró fijamente.


–Cariño, siento que hayas tenido que pasar por algo así. Supongo que habrá sido horrible, pero...


–¿Pero...?


–Si no vuelves a ponerte la blusa enseguida, creo que voy a tener que llevarte a la cama ahora mismo.


Ella abrió los ojos como platos y soltó una carcajada. Se arrojó a sus brazos. Él la sujetó sin hacer el más mínimo esfuerzo y empezó a besarla con la mayor dulzura.


–Te quiero, Pedro –murmuró ella, levantando la cabeza y mirándole a los ojos.


–Te quiero, Paula.


Ella vaciló un momento.


–Hay otra cosa de la que deberíamos hablar. Lo de los hijos...


Él apoyó la frente contra la de ella.


–Contigo y con Valentina tengo bastante.


–Pero si quisiera intentarlo... –se humedeció los labios–. ¿Te gustaría?


–Solo si es eso lo que tú quieres, chica de ciudad. No es una decisión que debamos tomar precipitadamente. Si tenemos niños, será estupendo. Pero, Paula, siempre que podamos estar juntos, tú y yo, me consideraré el hombre más afortunado del mundo.


Paula no cabía en sí de alegría. Casi sentía ganas de echar a volar, aunque no tuviera alas. Le rodeó el cuello con los brazos.


–Vas a tener que buscarme un nuevo apodo, pueblerino, porque esta chica de ciudad vuelve al campo. Para siempre.


–¿Princesa?


Ella arrugó la nariz.


–¿Preciosa?


Le miró con ojos radiantes.


–Mucho mejor, pero tengo uno que es incluso mejor.


–¿Ah, sí? ¿Cuál es? –le preguntó él, sintiendo sus besos por todo el cuerpo, recorriéndole de arriba abajo.


Ella se puso de puntillas y le dió un beso en la boca.


–Chica con suerte... –susurró.








FIN

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 70

Los labios de Pedro se estrellaron contra los suyos, capturando su boca con un beso lleno de emociones, impotencia, deseo, ansia... Paula se sintió como si la elevaran en el aire, sobre una ola gigantesca. Solo podía aferrarse a él, rendirse ante sus labios y sus caricias. Su boca le prometía el cielo y sus manos lanzaban dardos de placer que se clavaban en la superficie de su piel. Se arqueó contra él y gimió de deseo mientras él la besaba en el cuello. Empezó a acariciarle la cabeza con una mano. Paula se movió, impaciente.


–Voy a explotar –le dijo. Sentía que su cuerpo entraba en combustión bajo aquellas manos mágicas.


Él sabía cómo tocarla, cómo besarla, cómo volverla loca de deseo. Capturó su barbilla con dos dedos y volvió a besarla. Entró en su boca con un frenesí arrollador, pero Paula supo que podía devolvérselo. Quería sentirle temblar, gemir... Deslizó una mano por debajo de los botones de su camisa de trabajo y exploró el contorno de su poderoso pectoral. Él se estremeció y jadeó al sentir cómo le rozaba los pezones. Le metió las manos por dentro de la blusa y subió por su abdomen con una lentitud seductora. Paula se apretó contra él, pidiéndole más caricias. Las manos siguieron subiendo. Deslizó un dedo por el contorno del sujetador... y entonces se detuvo. Ella tenía la mente tan nublada por el deseo que tardó un instante en entender por qué. En cuanto cayó en la cuenta se quedó quieta. Él quitó las manos enseguida.


–Lo siento.


–Pues yo no –le dijo, quitando las manos de su pecho también.


Él la miró a los ojos. Ella se mordió el labio inferior.


–Quiero decir que... Ese beso... A lo mejor fue un poquito más intenso de lo que esperaba.


Él reprimió una carcajada.


–Es una forma de decirlo, sí.


–Pero me ha gustado –dijo ella.


Los ojos de Pedro se oscurecieron.


–En cuanto te toco, Paula, me pierdo. No sé cómo parar. Pierdo el control.


Ella asintió con una determinación repentina.


–Nunca vamos a ser capaces de tomarnos todo esto con calma, ¿Verdad?


–Me lo tomaré con toda la calma que tú quieras –declaró él.


Ella arrugó la nariz. Sabía que lo decía de verdad, pero...


–El problema es, pueblerino, que yo te deseo tanto como tú a mí.


Él sonrió de oreja a oreja. Y entonces frunció el ceño.


–No sé por qué me parece que ahora viene un «Pero».


Ella respiró profundamente.


–Pedro, me he pasado las últimas dos semanas intentando aceptar esta cicatríz. Me he obligado a mirarme en el espejo, la he tocado, me he familiarizado con ella. No puedes comprometerte a nada conmigo hasta que la hayas visto.


Él abrió mucho los ojos.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 69

Paula cerró la boca para no decir nada de lo que pudiera arrepentirse. Pedro no parecía dar crédito a lo que acababa de oír. Su cara era un enigma... Sorpresa, sin duda, y... Se le cayó el alma a los pies. No podía culparle por mostrarse prudente y precavido y no estaba dispuesta a empujarle a hacer algo que no quería hacer. Si necesitaba tiempo, le daría todo el que necesitara. Se aclaró la garganta y se puso en pie.


–¿Por qué no lo piensas un poco y luego me llamas?


Él se levantó de golpe.


–¡No!


Ella tragó con dificultad. El corazón casi se le paró un momento.


–¿Eso significa que no, que no quieres cenar conmigo? ¿O que no necesitas pensártelo?


–Significa que no quiero que te vayas todavía.


Pedro sentía que el corazón le latía sin control. Cada vez le resultaba más difícil respirar. Ella se sentó de nuevo.


–¿Me estás pidiendo una cita?


–Eso es. Sí.


Él se sentó entonces, aunque más bien se diría que se desplomó en el asiento.


–¿Por qué?


–Por las mismas razones que tú me pediste una cita hace tres semanas, supongo.


Él no dijo nada, pero ella pudo ver la batalla que libraban la esperanza y el miedo en su interior. Sintió sus dudas. Quería hacer las cosas despacio, pero... Se inclinó por encima de la mesa hacia él.


–Pedro, ¿Puedo hablarte con franqueza?


–Me gustaría, Paula –se inclinó hacia ella también. Cruzó las manos sobre la mesa.


Se había remangado la camisa, dejando al descubierto sus antebrazos fuertes y bronceados.


–¿Paula?


–Yo... Pedro... Te quiero.


Él se quedó inmóvil. Ella no sabía muy bien qué esperar. Tragó en seco. Tenía que terminar lo que había ido a hacer allí.


–Puedo decirte el momento exacto en el que me dí cuenta. Quiero decir que... No puedo negar que me sentí atraída por tí desde el comienzo, pero...


–¿Cuándo? –preguntó él–. ¿Cuándo te diste cuenta?


–La noche que me fui de aquí, después de hablar con las chicas sobre sus trajes para el concurso.


Pedro apretó los puños. Se le tensaron los músculos.


–¿Y por qué no viniste entonces a decírmelo?


–Estuve a punto.


–¿Pero?


A Paula le empezaron a temblar las manos.


–Me dí cuenta de que no es cosa tuya hacerme sentir completa de nuevo. Si te lo hubiera dicho entonces, te hubiera puesto demasiada presión encima. No era mi intención, pero era eso lo que iba a pasar. Era yo quien tenía que reconciliarme conmigo misma. Era algo que tenía que hacer sola. Una vez lo consiguiera, volvería para ver si... Si todavía teníamos una oportunidad –el corazón le latía tan rápido que parecía que le iba a estallar.


–¿Y ahora ya te sientes así, Paula? ¿Te sientes completa? –sus ojos la traspasaban de lado a lado. 


De repente, Paula sintió que podía sonreír. No importaba si la rechazaba o si la aceptaba. Por lo menos podía sonreír.


–Sí. Ahora sí.


Él sonrió también y a Paula le pareció que le habían salido alas enel corazón.


–Bueno, Pedro, ¿Quieres cenar conmigo un día?


–Al diablo con la cena –se puso en pie.


Rodeó la mesa y la estrechó entre sus brazos.


–Quiero más que eso. Quiero pasar el resto de mi vida con la mujer que amo.


A Paula le faltó el aliento al ver su mirada, llena de fervor y adoración. Donde sus cuerpos se tocaban surgía un calor que se propagaba por todos los rincones de su ser. Sentía sus muslos, su pecho, la mano alrededor de la cintura... Se acercó a sus labios, pero se detuvo en el último momento.


–Quiero pasar el resto de mi vida con la mujer que amo –repitió– . ¿Es posible?


Ella asintió. Hubiera accedido a cualquier cosa en ese momentocon tal de volver a sentir sus besos.


–Sí –dijo en un susurro. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 68

 –¿Y qué me dices de tí? ¿Has alquilado el local de la señora Lamley?


Ella se quedó boquiabierta y Pedro no tuvo más remedio que echarse a reír.


–Ese coche que casi me arranca la cabeza...


–¿Sí?


–Es de la señora Lamley.


Ella se rió.


–Bueno, sí. Ya he firmado el contrato de alquiler –levantó la vista. Sus ojos eran tan azules que le cortaban la respiración–. No me extraña que te haya dicho que voy a abrir una tienda de Paula Chaves.


–¡Aquí mismo en Dungog! –Pedro apretó las manos–. ¿Por qué, Paula?


Ella se echó hacia atrás. Miró hacia el horizonte con ojos distantes y entonces parpadeó.


–Me encantó hacer los trajes de Lola y de Valentina para el concurso de Miss Showgirl. Me hizo darme cuenta de que ya no lo hago muy a menudo. Y quiero hacerlo.


–¿Y bien? –le preguntó él. Se inclinó hacia delante.


–He hecho socia a mi mano derecha en la empresa. Ella se va a hacer cargo de Paula Chaves Designs en el día a día. Y mientras, yo me voy a dedicar a diseñar y a hacer ropa que me gusta. Tendremos que reunirnos una vez cada mes, y tendré que estar en Sídney para la semana de la moda de primavera y todo eso, pero... –levantó las manos y se encogió de hombros con elegancia.


Pedro se dió cuenta de que estaba allí para quedarse. El corazón le dió un salto de alegría. Había una nueva expresión en sus ojos, confianza en sí misma... Paz.


–Y quería darte las gracias.


–¿A mí? –le preguntó Pedro, poniéndose tenso.


–Tú me retaste a buscar la vida que quería tener. Casi no recuerdo la última vez que me he implicado en un proyecto con tanto entusiasmo. Ya sabes... Si no hubiera sido por el cáncer de mama, todavía seguiría en la carrera corporativa. Y probablemente todavía seguiría atrapada en una relación decepcionante con un perfecto idiota –se estremeció–. Tengo suerte de haberme librado de él.


Pedro se quedó estupefacto.


–¿Me estás diciendo que agradeces haber tenido ese cáncer?


–No sé si puedo decir tanto, pero no hay duda de que ha tenido una parte positiva –tragó con dificultad y se irguió.


–¿Y bien...? 


Pedro siguió prestándole toda su atención. Era evidente que aún no había terminado. Tenía algo importante que decirle.


–¿Y bien...?


–Me preguntaba si te gustaría cenar conmigo... –le miró y se encogió de hombros. 


Levantó una mano como si quisiera apartarse un mechón de pelo de la cara y entonces sonrió al darse cuenta de que no había nada que apartar. Le temblaba la mano.


Pedro se quedó paralizado durante unos segundos. ¿La chica de ciudad estaba nerviosa?


–Ya sabes... Como en... Una cita...

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 67

La voz que llevaba dos semanas deseando oír le llamaba. Pedro cometió el error de tratar de incorporarse. Se dió un golpe tremendo contra el parachoques del viejo Oldsmobile de la señora Lamley. Cayó hacia atrás con una palabrota en los labios. Apretó los dientes y, sintiéndose como un completo idiota, salió de debajo del coche. Vió la cara de Paula. Había una mueca simpática en sus labios.


–Oh. Eso ha debido de doler. Lo siento. No quería asustarte.


Él se frotó la cabeza y se puso en pie. De repente se sentía tan desorientado...


–¿Qué? ¿Es que no te vas a reír, chica de ciudad? –le preguntó antes de recordar la promesa que le había hecho acerca de mantener las distancias.


–Recuerdo lo que pasa cuando una chica se ríe de usted en su taller, señor bola de grasa. No voy a arriesgarme a manchar mi mejor traje.


Por fin la pudo mirar bien. El aire se le escapó de los pulmones.


–Te veo muy bien, Paula. Nunca te he visto...


No llevaba la peluca...


–Con un traje a la última y vestida para impresionar. Pareces una ejecutiva de altos vuelos.


Ella abrió mucho los ojos.


–Eso es exactamente lo que soy, paleto, cuando estoy en la ciudad.


–Tu pelo...


–Está corto.


–¡Es muy sexy!


–Ni te me acerques con esas manos pegajosas, campesino.


Le señaló con un dedo amenazante. Sus labios dibujaban una sonrisa pícara.


–¿Qué puedo hacer por tí, Paula? –le preguntó en un tono que sonó demasiado hosco y cortante.


Ella parpadeó varias veces. Sus ojos se apagaron. Tenerla delante y no poder estrecharla entre sus brazos era una tortura. Le mataba por dentro.


–Quería hablar contigo. He pensado que podríamos comer juntos.


Levantó una bolsa de papel de la pastelería de enfrente.


–Pero si vas a trabajar en la hora de la comida, podemos vernos en otro momento –dió media vuelta.


Pedro se dió cuenta de golpe de que no podía dejarla ir, aunque no pudiera tocarla o abrazarla.


–No. Es un buen plan. Me muero de hambre –le dijo, mintiendo.


Ella pareció aliviada. Él señaló los asientos del exterior.


–Voy a lavarme un poco.


–Lo siento –dijo ella a su regreso–. Pero yo también me muero de hambre –empezó a comerse la empanada.


Él hizo lo mismo.


–Parece que estás muy ocupado –señaló el taller y entonces se limpió la boca con una servilleta.


Llevaba el pelo corto, al estilo de un chico, pero esos labios tan llenos y carnosos...


–Siempre –dijo Pedro.


Ella cruzó los brazos por encima de la mesa y se inclinó hacia él.


–¿Ya se ha completado la venta del hospedaje? ¿Ya es tuyo del todo?


–Sí. Ya lo es.


–¡Enhorabuena! –le dijo, mirándole con ojos radiantes.


Pedro tuvo que resistir las ganas de estirar el brazo y tocarla. Gracias a ella se había decidido a perseguir ese sueño abandonado. Se merecía su gratitud, no su resentimiento.


–Creo que nunca te he dado las gracias por haberme mostrado el hospedaje, pero...


–¡Oh, no fue nada! –ella sonrió de oreja a oreja–. Ponte manos a la obra y dime cuáles son tus planes para el sitio.


Él le contó que había encontrado a una pareja con amplia experiencia en la gerencia de hoteles y que estaban interesados en hacerse cargo del hospedaje durante un año. Así tendría tiempo para formarse un poco en el negocio del ecoturismo. Le dijo que seguiría al frente del taller durante ese tiempo, y que más adelante buscaría a alguien que le sustituyera. Su plan inicial era trabajar a media jornada en ambos negocios hasta verse capacitado para hacerse cargo del hospedaje a tiempo completo.


–Todo eso suena muy bien.


Su entusiasmo era contagioso.


–Sí. Me lo estoy tomando con tranquilidad, pero me siento cómodo así.


–Claro. Tienes una hija en la que pensar –dijo ella, como si eso lo explicara todo.


Él se movió en su asiento. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 66

 –Narcisista –se dijo, burlándose de sí misma.


No quería titubear, pero no podía evitar hacer una mueca a medida que su mirada descendía. Se tocó la cicatriz lentamente.


–Vaya. Tiene toda la pinta de haber dolido mucho –hizo otra mueca–. Pero... –extendió la mano sobre el lugar en el que debía haber estado su pecho derecho.


El tratamiento había sido un infierno, pero no la había matado. Se bajó la cremallera de la falda y la dejó caer al suelo. Se quitó los pantys y las braguitas. Los echó a un lado. Se miró. Estaba completamente desnuda.


–Tienes unas piernas bonitas.


Se dió la vuelta y se miró desde detrás. La curva de su espalda era elegante y estilizada. Tenía los brazos un poco delgados, pero... Se puso las manos en las caderas y giró sobre sí misma.


–Estoy prácticamente calva y me falta un pecho.


Pero el pelo crecería de nuevo y también podía reconstruirse el pecho. Podía hacer un poco de ejercicio, ganar peso y reforzar los brazos. Seguiría adelante con sus sueños. Se encogió de hombros y, sorprendentemente, sonrió.


–La vida puede llegar a ser muchísimo peor –le dijo a la mujer del espejo.


Se dirigió hacia el cuarto de baño.





–Lo siento, Pedro, pero no tengo tiempo –dijo la señora Lamley, dándole las llaves de su viejo Oldsmobile Rocket de 1956.


–¡Espere! –gritó Pedro, agarrando las llaves al vuelo. Salió corriendo del mostrador de recepción–. Es una revisión rutinaria, ¿No?


–Sí.


–¿Hay algún problema que haya que mirar?


–Hay un ruido... –dijo la señora.


–¿No podría ser un poco más específica? ¿Un golpeteo? ¿Un chirrido?


–Bueno, más bien como un chillido –dijo ella, sujetando la puertacon una mano.


Pedro no pudo evitar sonreír entonces.


–Pero ¿Por qué tanta prisa?


La señora Lamley siempre se quedaba a charlar un poco.


–Paula Chaves quiere que le enseñe un local que está pensando en alquilar –retrocedió un poco y le habló en voz baja–. De forma permanente.


Pedro se quedó de piedra. ¿Paula había vuelto?


–Le dije que quedábamos a las nueve en punto.


Teniendo en cuenta que eran las ocho y cuarenta y cinco, y que el local de la señora Lamley estaba enfrente, dos puertas más abajo, no corría riesgo alguno de llegar tarde. Si miraba por la ventana diez minutos después, ¿Podría ver a Paula? Se le aceleró el pulso y sintió un hormigueo en la piel.


–Va a abrir una tienda para vender sus diseños aquí en Dungog. ¡En Dungog! ¿Qué te parece?


–Es una buena noticia –atinó a decir él–. Yo... eh... –movió los pies–. Su coche estará listo a las tres.


–Gracias, Pedro.


La puerta se cerró tras la señora Lamley. El tintineo de la campanilla sonó alegre. ¿Paula había vuelto? Se pasó una mano por el cabello. Llevaba dos semanas en Sídney... Las dos semanas más largas de toda su vida... Pero su regreso no suponía ninguna diferencia. Ella le había dejado muy claro cuál era su postura. Aun así, no obstante, verla todos los días y encontrarse con ella de forma inesperada sería una tortura. Se frotó la mandíbula. Miró el reloj y después miró hacia la ventana. Masculló un juramento y volvió al interior del taller.


–Hola, Pedro. 

miércoles, 27 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 65

Paula empujó la puerta de su apartamento de Sídney con la cadera. Sacó la llave de la cerradura y dejó que se cerrara tras ella. Dejó caer el maletín y todas las carpetas que llevaba sobre la mesita de café del salón y se desplomó sobre un mullido butacón con una sonrisa en los labios. Todo estaba saliendo según lo planeado. La segunda al mando en Paula Chaves Designs había aceptado entrar en la sociedad y estaba encantada de ponerse al frente del negocio. Connie tenía la perspectiva y el espíritu emprendedor necesarios para llevar a la empresa hacia el futuro y así ella podría... Seguir el camino que le dictaba el corazón. Era hora de darse una ducha. Después se tomaría una copa de vino para celebrarlo. Se puso en pie de un salto y fue hacia su habitación. Se quitó la peluca con cuidado, fue a ponerla sobre la base y entonces se detuvo... Volvió a mirarse en el espejo. Tiró la peluca en la cama y se miró con atención. El pelo le había crecido casi unos dos centímetros y medio por toda la cabeza. Era un cabello fuerte, denso, oscuro. Se puso erguida y levantó la barbilla, recordando la atrevida elección de Valentina y de Lola en el concurso. ¿Un rapado militar? Volvió a mirarse, moviendo la cabeza a un lado y al otro. Tenía la estructura ósea adecuada para poder llevarlo bien si se atrevía. A mucha gente le parecía muy sexy el pelo corto. ¿Y a Pedro? ¿Le gustaría a él? Agarró la peluca y la metió en un cajón.


Apartando la vista del espejo, se desabrochó la blusa, se despojó de los zapatos y se quitó el sujetador con cuidado para no dañar la prótesis. «Hasta que no te aceptes a tí misma...». Se detuvo. Le temblaban los dedos. Hasta... Tragando en seco, se obligó a mirar hacia el espejo nuevamente. Dio tres pasos hacia él hasta estar justo delante. Se miró el pecho directamente. La falta de un pecho y la cicatriz roja la hacía encogerse por dentro. Ese era su cuerpo. Eso sería lo que vería Pedro si alguna vez tenía el coraje suficiente para desnudarse delante de él. Y quería hacerlo. Pero la imagen... La mera idea había hecho salir huyendo a Santiago. Empezaron a temblarle las manos. No conocía ese nuevo cuerpo. Parecía tan distinto de lo que se había imaginado, de lo que había sido, ajeno, extraño... Un escalofrío la sacudió de arriba abajo. No podía soportarlo. Apartó la vista. «Cobarde...», dijo una voz desde un rincón de su mente. Contó hasta tres y se obligó a mirarse de nuevo. El pecho izquierdo, aunque pequeño, se veía redondo y bien relleno. El pecho derecho, en cambio... Se miró un pecho y después el otro, una y otra vez. Pecho izquierdo saludable, falta de pecho derecho... Se tapó la cara. Un haz de dolor la atravesó de lado a lado. Retrocedió un poco y se desplomó sobre la cama. Agarró una almohada, hundió en ella la cabeza y dió rienda suelta a las lágrimas que la inundaban por dentro. Al final el llanto cesó. Se tumbó y miró al techo, se concentró en regular su propia respiración. Se le escapó un suspiro... Se obligó a levantarse de nuevo y se irguió. Fue hacia el espejo una vez más. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 64

 –¡Hola! –hizo lo que pudo para sonar entusiasta.


Las dos chicas se sentaron con desgana frente a la mesa.


–Hola, papá.


–Hola, señor Alfonso.


Nada más verles las caras, puso leche a calentar para preparar chocolate.


–¿Qué tal la clase?


–Genial –dijo Lola.


–Increíble –añadió Valentina.


–¿Y por qué esas malas caras?


–¡No tenemos mala cara!


Él arqueó una ceja.


–Es solo que...


–Hemos hablado... –dijo Lola, tomando el relevo–. Hemos hablado de un tema muy serio hoy. Y tengo la cabeza...


–¿Un tema serio?


Las dos chicas asintieron.


–¿Y no me lo van a contar?


Volvieron a asentir.


–Sí, pero antes...


De repente, Valentina le pareció más niña que nunca. Su cara triste y tierna le llegaba al alma.


–¿Y bien? 


–¿Podemos tomarnos el chocolate primero, papá?


Les terminó de preparar el chocolate y echó tres nubes en cada taza.


–Aquí tienen.


Les puso una taza a cada una delante.


–Beban todo.


Agarró su propia taza y se sentó frente a ellas.


–¿Y bien? Esta noche ha sido increíble, genial... –repitió, instándolas a hablar.


–¿Sabías que una de cada tres mujeres en el mundo occidental desarrolla un cáncer de mama, y que esa es la segunda causa de muerte entre las mujeres australianas después de las enfermedades coronarias?


Pedro lo sabía. Cuando Paula le había dicho que había tenido cáncer de mama, había investigado un poco acerca del tema. Pero eso no se lo dijo a las chicas.


–¿En serio?


–¿Sabías que Paula tuvo cáncer de mama?


–Sí.


–Nunca nos lo dijiste –susurró Valentina.


–No estaba guardando un secreto, chicas. Simplemente intentaba respetar la privacidad de Paula. Creo que es mejor que ella misma se los haya contado, ¿No?


Valentina se lo pensó un momento y luego asintió.


–Nos dijo cómo examinarnos el pecho para buscar bultos –dijo Lola.


–Es muy valiente –añadió Valentina, suspirando.


–Se quitó la peluca para enseñarnos cómo le ha crecido el pelo tras el tratamiento.


–Y nos enseñó sus cejas y pestañas falsas. Fue increíble.


–Nos dijo que a partir de ahora quiere diseñar ropa para mujeres de verdad, no solo para modelos.


–Dijo que la vida es demasiado corta y que hay que dar lo mejor todas las veces. Nos dijo que debemos seguir nuestros sueños.


–Porque aunque nunca lleguemos a conseguirlo, por lo menos sabremos que lo hemos intentado. Y eso es importante.


Pedro no podía estar más de acuerdo.


–Y nos dijo que no olvidáramos decirles a las personas que amamos, cuánto las amamos. Papá, te quiero.


–Señor Alfonso, yo también le quiero. 


Pedro se puso en pie y le dió un abrazo a cada una.


–Te quiero, Valen... Te quiero, Lola –les dió un beso en la frente.


El corazón le latía a cien por hora.


–Realmente parece que la clase de hoy fue muy especial.


–Ya lo creo.


–A lo mejor me paso mañana a ver a Paula para darle las gracias.


–No puedes –dijo Valentina de pronto, agarrando su taza.


–Ha vuelto a Sídney esta noche –le explicó Lola–. ¿Podemosllevarnos las bebidas al salón?


Pedro asintió. Estaba tan sorprendido que no atinó a nada más. Se desplomó en su asiento. Paula había vuelto a Sídney... Evidentemente, había decidido volver a su vida de antes, perseguir esos sueños de los que les había hablado a las chicas. Una vida y unos sueños que no le incluían a él. Se obligó a ponerse en pie, lavó la taza y se fue a la cama. No había nada más que hacer. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 63

 –Muy bien. Voy a hacer los bocetos mañana y haré que me traigan unas muestras de tela del almacén de Sídney. ¿Pueden pasar por la casa de Gloria mañana después de clase?


Fijaron una hora y luego las chicas se fueron a ver un programa de televisión.


–Vente a verlo con nosotras, Paula.


–Mejor que no, chicas. Tengo cosas que hacer. Pero... ¡Venga! Que empieza ya.


De repente, sintió una extraña melancolía. Se lo había pasado muy bien esa tarde con ellas. Había disfrutado mucho de su compañía. ¿Verdaderamente estaba preparada para renunciar a la oportunidad de tener hijos? Aquella pregunta tan inesperada la hizo perder el equilibrio. Tragando con dificultad, recogió sus cosas, dió media vuelta... y Pedro estaba en la puerta. El corazón se le subió a la garganta de inmediato. Tragó en seco.


–Hola.


–Hola –le dijo él.


–¿Cómo estás?


–Bien.


No se movió de la puerta. No la invitó a sentarse.


–Yo... Eh... Las chicas y yo acabamos de terminar.


Él no dijo nada. Seguramente, la quería fuera de allí cuanto antes.


–Ya me iba –con las piernas temblorosas, pasó por su lado y avanzó por el pasillo.


Salió.


–¿Por qué demonios iba a querer que te quedaras? –masculló para sí–. Te dijo que te quería y tú...


Ella no se lo había dicho a él, aunque fuera cierto... Se detuvo. La carpeta, llena de revistas, se le cayó al suelo. Amaba a Pedro. Él la amaba a ella. Si realmente le amaba... El corazón se le salía del pecho, le temblaban las manos. Si realmente le amaba, su dolor debía ser más importante para ella que el dolor propio. Se agachó, se desplomó sobre las rodillas. Amaba a Pedro. De pronto se dió cuenta de algo. Estaba dispuesta a arriesgarse a sufrir cualquier humillación por él. Se puso en pie y corrió hacia la verja. Casi se cayó con las prisas. Abrió el cerrojo a duras penas y entonces se detuvo. Le había hecho pasar un infierno. No era su intención, pero... Le escocían los ojos, le dolía la garganta. Después de todo lo que había hecho para apartarle de ella, ¿Por qué iba a creerla? ¿Por qué se iba a arriesgar a sufrir otro rechazo? Sacudió la cabeza lentamente. Las palabras no eran suficientes. Tenía que encontrar la forma de demostrarle que le amaba de verdad. Se dió la vuelta, recogió la carpeta, volvió a incorporarse y echó a andar hacia casa. Sus pies se movían despacio, pero su cerebro iba a toda velocidad.


Pedro se sorprendió jugueteando con las manos y mirando el reloj de pared de la cocina. Dejó de juguetear un momento para agarrar su taza y ver si le quedaba algo. Estaba vacía. Podía identificarse muy bien con esa sensación. Volvió a ponerla sobre la mesa de golpe. Ya se había regodeado bastante en la autocompasión. Se puso en pie y preparó más café. Todavía quedaban unos quince minutos para que Valentina y Lola regresaran a casa tras la clase de Paula. Era la última clase. Iba a regresar a la ciudad el sábado. Volvió a sentarse en la silla y bebió un poco más de ese café que no quería en realidad. Debía de ser el tercero que se tomaba en una hora aproximadamente. Esa noche no sería capaz de dormir. Hizo una mueca con los labios. Tenía que luchar contra el impulso de levantarse, salir corriendo hacia la tienda y decirle a Paula que... ¿Qué iba a decirle? ¿Podía obligarla a algo? No. Bebió otro sorbo. ¿La iba a obligar a escucharle, a quedarse? Dejó la taza y apoyó la cabeza en las manos. No recordaba haber sufrido tanto cuando Brenda le había abandonado. Masculló un juramento y tiró el café por el fregadero. De repente, llegaron Valentina y Lola.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 62

 –Solo me preguntaba qué es lo que más les gusta de participar en Miss Showgirl.


–Muchas cosas –Valentina se mordió el labio inferior–. Esto va a sonar un poco estúpido, pero me ha gustado mucho experimentar con el maquillaje, los accesorios de pelo y todo lo demás. Es divertido.


–La moda debería ser divertida –dijo Paula lentamente, dándose cuenta de que ella siempre lo había creído también.


–Pero... –Valentina siguió adelante–. Pero obligarme a hacer algo que me da miedo, y hacerlo bien y ver que la gente no se ríe de mí... Eso es lo mejor de todo.


–¿Lola?


–¡Los zapatos!


Dado que era muy alta, siempre había evitado los zapatos de tacón, pero ya no lo haría nunca más.


–¡Me encantan los zapatos! Todos. Los de plataforma, los tacones de aguja, las botas, las manoletinas. Descubrir el mundo de los zapatos ha sido como un sueño. Ahora... Ahora ya no siento tanta vergüenza de ser tan alta –sonrió–. Ahora veo que encorvarme hacia delante me hace parecer tonta. Y que lo que mi madre lleva toda la vida diciéndome es verdad... Si no le gusto a alguien por mi altura, entonces no merece la pena.


Paula se dió cuenta de que tanto Valentina como Lola eran capaces de ver más allá de la mera superficialidad del concurso.


–Aunque lo de las joyas también ha sido genial. Y lo de preparar el catering de la cena de gala fue estupendo.


–Llegar a conocer a las otras chicas también me ha gustado mucho –añadió Valentina.


–Ya sabes... –Lola ladeó la cabeza–. Pensaba que todas esas chicas tan populares estaban muy seguras de sí mismas, pero al final he visto que son iguales que nosotras. ¡Todo fachada! –dijo al unísono con Valentina.


–Eso es –estuvo de acuerdo Paula. De repente se sentía mucho mejor–. ¿Han decidido qué look quieren?


El día anterior les había pedido que escogieran entre tres opciones, un look clásico, atrevido, o el de princesa.


–Recuerden que tradicionalmente el concurso de Miss Showgirl se decanta por el look de princesita –les había advertido, pero cada vez le quedaba más claro que las chicas estaban muy lejos de lo tradicional.


–Ser diferente es bueno, ¿No? 


–Ya lo creo.


Valentina respiró hondo.


–Creo que yo me decanto por el look clásico. Pensaba que quería ser princesa, pero entonces empecé a mirar las revistas y me dí cuenta de que lo clásico me va mejor.


–Buena elección –aplaudió Paula–. ¿Lola?


Lola tenía tendencia a repetir todo lo que decía Stevie, así que probablemente escogería el look clásico también.


–Atrevido –dijo de repente la chica, entrelazando las manos.


Eso sí que fue toda una sorpresa. Paula intentó que no se le notara mucho.


–Quería llevar unas cuñas estratosféricas y enseñarle a mi madre lo orgullosa que estoy de mi altura. Y creo que estas cuñas... – le mostró una foto que había arrancado de una revista– son atrevidas.


–¡Son maravillosas!


Eran unos zapatos de cuña de corcho y satén verde. Las tres pasaron un momento admirando los altos tacones.


-Me da un poco de miedo si lo pienso mucho, pero se me ocurrió que quizá podría llevar un minivestido... No demasiado corto.


–Pero lo bastante para sacarle todo el partido a esas piernas tan largas que tienes.


La chica asintió.


–¡Oh, chicas! –Paula se frotó las manos–. Nos lo vamos a pasar muy bien.


Después de revisar numerosas revistas y de hacer unos cuantos bocetos las chicas se decidieron por fin. Valentina optó por un traje de pantalón de corte clásico con una línea muy suelta. Lola eligió un vestido de terciopelo de color crema con un estampado en distintos tonos de verde. Las dos habían hecho elecciones arriesgadas y Paula estaba muy orgullosa de ellas. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 61

 –Sé que debería dar gracias por estar viva. Sé que debería dar gracias por haber sido lo bastante fuerte como para superar un cáncer. Pero lo único que veo cuando cierro los ojos es esa cicatriz, mi cuerpo desfigurado –volvió a sacudirle otra vez–. Ni siquiera soporto mirarme en el espejo.


Incluso en la penumbra de la noche podía ver que Pedro se había quedado muy pálido. Le soltó y dió un paso atrás.


–Odio mi aspecto. Si yo me siento así, ¿Cómo quieres que me crea que tú, o cualquier otro hombre, no va a sentir lo mismo?


Él tardó unos segundos en decir algo. El silencio se prolongaba...


–Tienes razón, Paula –dijo él finalmente.


De repente, Paula deseó que volviera ese silencio incómodo.


–No tenemos futuro juntos.


Las palabras se le clavaron como garras en el corazón. Aunque supiera que era verdad, no podía evitar sentir dolor.


–No es el resto del mundo quien no puede aceptar tus cicatrices y la pérdida de tu pecho. Eres tú misma. Y tienes razón. No tenemos futuro, no hasta que llegues a aceptarte tal y como eres ahora, no hasta que aceptes el aspecto que tienes y estés orgullosa de quien eres, de lo que eres.


Estiró el brazo, como si quisiera tocarle la mejilla, y entonces bajó la mano, como si se lo hubiera pensado mejor.


–Buenas noches, Paula.


Ella no fue capaz de devolverle las palabras de despedida. Él dió media vuelta y se marchó.



No fue Pedro quien abrió la puerta cuando Paula llamó. Eran las cinco de la tarde del día siguiente, un martes cualquiera.


–Papá ha salido –dijo Valentina, conduciéndola por el pasillo.


–Muy bien. Mejor así. Probablemente prefiere quitarse de en medio cuando hay que hablar de cosas serias de mujeres –ocultó su decepción detrás de una sonrisa.


El día anterior había llamado a Valentina y había quedado con ella para ver cómo le sentaba el vestido de Paula Chaves que Pedro le había comprado en la subasta. La chica le había pedido que lo transformara en dos piezas, pues quería compartir el premio con Lola, y Paula se había ofrecido a hacerles los trajes de Miss Showgirl a las dos. Después de todo, Pedro había pagado una pequeña fortuna por ese privilegio. Los gritos de alegría de Valentina y de Lola eran todo lo que ella necesitaba para sentirse feliz.


–Hemos reunido unas cuantas revistas –dijo Lola a modo de saludo cuando Paula entró en la cocina.


–Estupendo –dejó el montón de revistas que ella misma había llevado.


Las chicas se pusieron a mirarlas de inmediato. «Mira cómo han cambiado. Se han vuelto más seguras, confían más en sí mismas. Las has hecho creer en sí mismas y ahora no se conformarán con menos de lo que se merecen...». Se tomó un momento para examinar a las dos jovencitas. No tuvo más remedio que admitir que él tenía razón.


–¿Qué? –le preguntó Valentina, levantando la vista de la revista.


Con una sonrisa, se sentó a su lado.

lunes, 25 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 60

 –Porque es algo privado y personal.


Él le agarró la barbilla con dos dedos y la obligó a mirarle a los ojos.


–¿Y los besos que nos dimos no lo eran?


Ella trató de dar un paso atrás, pero él la sujetó con fuerza. El calor se acumuló en lugares que era mejor ignorar. Si la besaba en ese momento... Si la soltaba...


–Entonces me mentiste.


–Supongo que sí –quería negarlo, pero no podía–. Por omisión.


No quería y no quiero que pongas tus expectativas en mí. El dolor que cruzó el rostro de Pedro era inconfundible. Ella tuvo que cerrar los ojos un instante.


–Tienes que entender que no hay garantía alguna de que mi cuerpo acepte un óvulo fecundado. Tras la enfermedad mi cuerpo ha quedado muy debilitado.


–Paula, yo...


–No –ella levantó una mano y entonces tuvo que sujetarse la chaqueta porque empezaba a caérsele de los hombros–. Ni siquiera iba a molestarme en someterme a todo el procedimiento, pero mi tía y el médico me convencieron de que lo hiciera. Ella se quedó más tranquila así.


Él la tomó de la mano y se la acarició, como si se hubiera dado cuenta de que se había quedado helada.


–Princesa, no hay ninguna garantía de nada en este mundo.


Pero la posibilidad de tener un niño, varios niños, es mejor que no tener ninguna. Ella sacudió la cabeza. Él la agarró de los hombros.


–Estoy dispuesto a posponer mis sueños, a cambiarlos por tí, porque te quiero. Maldita sea, Paula, prefiero tener una vida contigo y no tener niños antes que tener un montón con otra mujer.


Ella contuvo el aliento. No podía estar hablando en serio.


–Pero... –la sacudió suavemente–. ¿No te vas a arriesgar a vivir de nuevo, y a amar?


Ella se encogió de hombros y se soltó.


–¿Has llegado a esa conclusión porque te he rechazado?


–He llegado a esa conclusión porque no quieres admitir lo que de verdad tienes en la cabeza.


Algo se rompió dentro de Paula.


–No lo entiendes, ¿Verdad? Tu primera impresión sobre mí era correcta. 


Le clavó un dedo en el pecho. Él trató de agarrarle la mano, pero ella la quitó de inmediato.


–La cuestión es que desde hace muchos años, desde que tenía dieciocho años, he trabajado en una industria donde la apariencia lo es todo. Lo que yo vendo... Tenías razón. Es superficial. Lo que hago es superficial. Lo que soy es superficial.


–Pero ¿Qué demonios...? –Pedro hizo un gesto de estupefacción–. Eso son tonterías. ¡Tonterías! Mira lo que has hecho por Valentina y por Lola. Mira cómo han cambiado. Se han vuelto más seguras, confían más en sí mismas. Las has hecho creer en sí mismas y ahora no se conformarán con menos de lo que se merecen –se detuvo y la fulminó con la mirada–. No sabes cuánto te lo agradezco. Les has dado un modelo a seguir a todas esas chicas. Pero eso no había sido nada más que una farsa. 


–Eres muchas cosas. Hermosa, arrebatadora, testaruda, y ahora mismo estás un poco confundida. Pero no eres superficial.


–¡Sí que lo soy! –Paula dió un paso adelante, le agarró la pechera de la camisa y le sacudió–. ¡Todas esas cosas son una mentira! Soy superficial. Conozco todas las razones por las que no se debería juzgar a alguien por su aspecto, pero...


Él no trató de soltarse. No trató de tocarla. Estando tan cerca de él, podía ver llamaradas de fuego en sus ojos. Podía sentir su súplica silenciosa. Reprimiendo un sollozo, Paula apoyó la cabeza contra su pecho un momento. Volvió a levantarla y apretó el puño, arrugándole la camisa. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 59

Él pensó en ello un momento y trató de no dejarse llevar por el miedo o por la esperanza.


–Tiene demasiado miedo como para confiar en su propio juicio. Quiero mucho a mi sobrina, Pedro. Y quiero verla feliz.


Él levantó la vista y se encontró a Paula justo delante, mirándole con cara de estupefacción. Se puso en pie y la tomó de la mano.


–Gloria, ¿Nos disculpa?


–Sí, claro.


Paula trató de soltarse.


–¡Espera! Pero...


Pedro no la dejó terminar. Tiró de ella en dirección a la salida.


–Tenemos que hablar. Y aunque yo prefiero hacerlo en privado, podemos hacerlo aquí delante de todo el mundo si lo prefieres.


–Ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos – declaró ella, pero no volvió a forcejear.


Él le acarició la palma de la mano con el pulgar. La sintió estremecerse.


–No todo, chica de ciudad.


La condujo al exterior, fresco y oscuro. Se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros.


–Todavía no te he dicho que te quiero. 



Paula trataba de cubrirse mejor del frío aire nocturno cuando sus palabras la golpearon. Se le quedó mirando, boquiabierta. ¿La amaba? A lo mejor el calor corporal y el delicioso aroma de la chaqueta le habían ralentizado el cerebro. No podía ser cierto. ¿Él la amaba?


–¿No vas a decir nada?


Por fin estaba reencauzando su vida, pero el rechazo de Pedro... Tragó en seco. Eso podía ser demasiado para ella. No podía arriesgarse.


–¿Paula?


Miró a su alrededor en busca de un banco o un sitio donde sentarse. Las rodillas ya no la sostendrían por mucho más tiempo. No había nada. No había rincón alguno donde resguardarse de la luz que salía del vestíbulo.


–¿Pedro?


–Oh, Pedro –se cubrió mejor con la chaqueta, apretándola contra su cuerpo.


–No me hagas esto, Paula –él la señaló con el dedo–. No me vayas a salir con eso de «Lo siento, pero...». Arriésgate a enfrentarte a lo que realmente quieres.


Lo que ella realmente quería estaba fuera de su alcance. Le agarró el dedo y le hizo bajar la mano.


–Deja de decirme lo que tengo que hacer o cómo tengo que sentirme –respiró hondo–. Escucha, Pedro, no soy la mujer adecuada para tí.


–¿Porque no puedes tener hijos?


–No te lo he dicho, pero me extrajeron óvulos antes de la mastectomía.


Él se la quedó mirando. Un destello de esperanza relampagueó en su mirada.


–¿Entonces...?


–Pero lo cierto es, Pedro, que no sé si estoy preparada para someterme a más tratamientos médicos, aunque sea para tener un bebé.


Él la miró durante unos segundos y frunció los labios.


–¿Por qué no me dijiste esto antes? 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 58

 –¡No era eso lo que intentaba hacer! –dijo él.


Paula hizo una mueca. Le estaba estrujando la mano. Él aflojó los dedos de inmediato y se disculpó. Ella guardó silencio. El corazón le palpitaba con tanta fuerza que casi la hacía tambalearse.


–Maldita sea, Paula, ¡Estabas flirteando con todos los hombres prácticamente!


–¡Sí, lo estaba haciendo! Estaba flirteando con todos, tratando a todo el mundo por igual. Y fue un flirteo ligero, divertido. ¡No me tiré a los pies del primero de turno! ¿Qué derecho tenías a ahuyentar a todo el mundo como has hecho esta noche? Quería que Gloria me viera flirteando, bailando, siendo la de antes.


–Pero no estás siendo la de antes, ¿Verdad?


–Estoy siendo la misma de siempre. Estoy dando los pasos que tengo que dar.


Él abrió la boca. Paula reparó en la forma de sus labios y apartó la vista.


–¿Y bien? –el color había huido del rostro de Pedro–. ¿No estabas lanzando ningún mensaje?


–¡No! Ya te dije cómo me sentía. Te dije que no estaba preparada para una relación. Lo siento, Pedro, pero no he cambiado de idea respecto a eso.


Por primera vez, sin embargo, se preguntó cuán sincera había sido esa afirmación. La vacilación la inquietaba sobremanera.


–Me parece que hemos llegado a un punto muerto –no era capaz de controlar el temblor de su voz–. Yo no quiero tener nada más que una amistad, pero tú no te conformas con eso. 


Pedro se puso pálido. Sus ojos se velaron.


–Gracias por el baile, Paula. Ha sido muy... Ilustrativo.


La canción había llegado a su fin. Paula abrió la boca y volvió a cerrarla. No quedaba nada más que decir. Pedro la acompañó de vuelta a la mesa, pero no se quedó a charlar. Unos minutos más tarde aparecieron dos platos de tarta, para Gloria y para ella.


–De parte del señor Alfonso –dijo el camarero.


Y justo cuando pensaba que el corazón ya no se le podía encoger más, vio salir a Nick a la pista de baile de nuevo; esa vez acompañado de Fernanda. Paula logró comerse dos bocados de la tarta antes de disculparse y dirigirse al aseo. Una vez entró en el lavabo, se encerró en un cubículo, bajó la tapa del váter y se sentó. Se tapó la cara con las manos y rompió a llorar. Era mejor así. Pedro se lo agradecería algún día. Él puso su mejor cara cuando Gloria le hizo señas para que se acercara, poco después de terminar su baile con Fernanda. Se colocó la corbata. Por suerte, Paula no estaba por ninguna parte. Lo único que deseaba era irse a casa. Todo lo que había asumido sobre ella era erróneo. Lo había malinterpretado todo y ya apenas podía mantener una expresión civilizada en el rostro. Tenía que irse pronto, antes de cometer una estupidez y avergonzar a su hija. En cuanto Gloria terminara con él, se iría a casa. Solo.


–No seas tonto –dijo Gloria, yendo al grano. Señaló el asientovacío de Paula.


Él se sentó a su lado. La miró un instante y dejó de fingir.


–Tranquila, Gloria. Paula ya me ha echado la charla –arqueó una ceja, con la esperanza de que el gesto escondiera el sentimiento de derrota que se había apoderado de él.


–Bueno, eres tonto si dejas que Paula te aparte de su lado. Pero ¿Que les pasa a la gente joven?


–Creo que Paula es lo bastante mayor como para saber lo que quiere.


–Te quiere a tí.


–¿Y cómo lo sabe? –le preguntó Pedro, inclinándose hacia ella.


–Conozco a mi Paula. La conozco tan bien como tú conoces a Valentina. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 57

Él la tomó de la mano y la condujo hacia la pista de baile. Paula sintió que algo revoloteaba en su interior. Todo su cuerpo vibró de vitalidad cuando él la atrajo hacia sí. Le agarró los dedos con una mano y le puso la otra al final de la espalda. Su calor la marcaba por encima de la seda del vestido. Era tan maravilloso estar tan cerca de él... Podía ver el comienzo de una barba incipiente en su mandíbula, podía sentir el olor de su aftershave. Estaba muy cerca, pero muy lejos al mismo tiempo. Sabía lo que se perdía. Levantó la vista y se lo encontró observándola con unos ojos intensos, hambrientos. Sus labios le prometían el cielo, y sus brazos, fuertes y musculosos, la asían con vigor. «Tonterías, tonterías...», le gritó una voz interior. Él la había embelesado. «Haz algo. Rompe el hechizo...». Se aclaró la garganta.


–Las candidatas a Miss Showgirl han hecho que el pueblo se sienta orgulloso hoy.


Él la atravesó con una oscura mirada. No dijo nada. Un silencio pesado se cernió sobre ellos. Ella no era capaz de soportarlo... El calor, las promesas...


–¿Compraste el hospedaje?


–El jueves se entregaron los contratos. Los abogados tienen que hacer sus cosas, y después será mi turno.


–Enhorabuena. Eh... ¿Estás contento?


–Mucho. En cuanto ví la propiedad, me enamoré de ella. Ví la vida que siempre había imaginado y... Decidí que era un riesgo que había que correr.


La forma en la que pronunció la palabra «Riesgo» hizo que a Paula le diera un vuelco el corazón.


–Sé que te irá muy bien –trató de apartar la vista, pero él no la dejó.


–Pujaste por el fin de semana.


–Y gané –dijo ella en un tono de calma.


Los ojos de Pedro emitieron un destello triunfal.


–Cuando la tía Gloria dijo que el plan sonaba divino, supe que tenía que ganarlo para ella. Es la forma perfecta de darle las gracias por todo el apoyo que me ha prestado en los últimos meses. Cuida bien de ella, ¿Me oyes? Quiero que se sienta como una reina.


El shock que vió en los ojos de Pedro no la hizo sentir placer alguno.


–Además... Tuve que salvar a Fernanda de la decepción inevitable que le supondría enterarse de esa aversión que sientes hacia el incienso y las scooter.


No sentía satisfacción alguna con ese juego, pero al menos erauna forma de dar rienda suelta a la impotencia que sentía por lo que no podía ser.


–¿No vas a acompañar a tu tía?


–Me temo que no.


Él le apretó la mano.


–Pero tomarás el postre conmigo más tarde, ¿No? ¿Tomarás la tarta?


Recordó sus palabras de un rato antes. Sabía que Pedro las había oído. Debían de haberla oído en todo el salón.


–Si insistes... –le dijo, manteniendo la frente bien alta.


Él apretó la mandíbula.


–¿Preferirías que no lo hiciera?


–¡Maldita sea, Pedro! ¿Realmente creíste que podrías comprarme? 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 56

 –Y como incentivo final –dijo, casi gritando frente al micrófono–. Me ofrezco como guía turístico durante todo el fin de semana.


Fernanda se puso en pie e hizo una puja que levantó un rumor por todo el salón. Una oleada de pánico recorrió a Pedro por dentro.


–¡A la una! –gritó el subastador.


Gloria le susurró algo a Paula al oído.


–¡A las dos!


Pedro contuvo el aliento. Sin ninguna prisa, Paula echó atrás la silla y se puso en pie. Con un gesto impasible, casi de indiferencia, levantó su número... Y dobló la puja de Fernanda. Se oyó un murmullo de exclamaciones. Hubo una pausa... y entonces todo el mundo empezó a aplaudir. Pedro pudo respirar por fin. Asintió con la cabeza y le sonrió. Ella se encogió de hombros y se sentó. Ella no volvió a mirarle de nuevo, pero eso ya no importaba. Sería suya durante todo el fin de semana. Él volvió a su asiento. Al final de ese fin de semana sería suya para siempre. Usaría hasta los trucos más sucios para seducirla si era preciso. Una vez le demostrara que le daba igual su aspecto, ella confiaría en él. Iba a ser suya durante todo el fin de semana, pero eso no le impidió pujar por la tarta.


–¡Doscientos dólares!


A los hombres que estaban a su alrededor les bastó con una sola mirada para saber que era mejor no meterse con él en ese momento. Pedro se echó hacia atrás, satisfecho. Todo un fin de semana, y el postre esa misma noche. Pero las pujas no habían terminado todavía. También se llevó un modelo exclusivo de Paula Chaves por una suma estratosférica. Stevie se lo agradeció con gritos y abrazos, y Paula continuó castigándole con sus despreciativas miradas. El desafío le resultaba de lo más estimulante, pero ya sabía cómo derretir a esa reina de hielo. En cuanto la música empezara a sonar, se dedicaría por completo a su misión. Paula vió decisión en la mirada de Pedro. Iba hacia ella con paso decidido, directo hacia su mesa. Empezó a sonar una música lenta y melódica. Se le aceleró el corazón, le temblaron las rodillas. Se moría por estar en sus brazos, no tenía sentido negarlo. Se moría por sentir el roce de su cuerpo en los muslos, en las caderas... Pero no podía haber nada entre ellos. Era imposible. No tenían futuro.


–Buenas noches, Paula.


Se detuvo delante de ella. Estaba impecable con ese traje negro que realzaba el brillo de su pelo oscuro. La camisa blanca resaltaba el bronceado natural de su piel. Tenía muy presente el momento en que le había dicho que no podían ser amigos.


–Buenas noches, Pedro. Espero que te lo estés pasando bien.


Había ahuyentado a todos los hombres con su actitud. Paula apretó las manos por debajo de la mesa. Le había dejado muy claro cuál era su posición.


–Baila conmigo –le dijo él suavemente.


–¿Es una petición o una orden? –ella se echó hacia atrás y arqueó una ceja.


–Por favor, Paula, ¿Me concederías el honor de bailar conmigo?


En ese momento, Paula se dió cuenta de que Gloria estaba escuchando toda la conversación. Respiró hondo y puso buena cara.


–Me encantaría –dijo con la más fría cortesía. 

miércoles, 20 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 55

 –¡Hola, Pedro! Esto va a ser de lo más divertido, ¿No? -Dijo Fernanda.


Pedro forzó una sonrisa muy poco animosa.


–Desde luego.


Fernanda siguió dándole conversación con entusiasmo, pero Pedro solo oía alguna palabra que otra. El olor a sándalo e incienso le congestionaba la nariz y le hacía estornudar.


–¿Me disculpas un momento, Fernanda?


Se levantó y fue hacia los organizadores.


–¿Puedo añadir otra cosa más a la lista? –su sonrisa se hizo enorme a medida que el organizador apuntaba todos los detalles.


Paula no podría resistirse. La subasta tuvo lugar entre el primer y segundo plato. Cuando era posible, el donante era invitado a subir al podio para dar un pequeño discurso. Las pujas eran rápidas y animadas y Pedro hubiera disfrutado mucho de ellas si no hubiera estado atento en todo momento a la mujer que estaba dos mesas más adelante. Muy pronto le llegó el turno de ponerse al micrófono y de iniciar la puja por la revisión en el taller. Después llegó el lavado de coche.


–Y Pedro ha añadido una última cosa a la lista. Algo muy interesante, por cierto. Adelante, Pedro.


Pedro atravesó a Paula con la mirada. Ella llevaba toda la tarde intentando evitar el contacto visual con él, pero en ese momento no tuvo más remedio que mirarle.


–No lo saben muchos, pero tengo intención de comprar un hospedaje cerca de Chichester Road. La finca colinda con el parque nacional y es preciosa. Para la subasta de esta noche, ofrezco una habitación doble para un fin de semana, en el entorno más privilegiado. Podrán pasar dos días de relax con todas las comodidades. ¿Qué puede ser más interesante que eso?


Sin quitarle los ojos de encima a Paula, le hizo una seña al subastador para que comenzara. Ella le miraba con un gesto de perplejidad. Parecía agitada, como si hubiera estado corriendo. De repente sonrió. Una parte de Pedro entró en combustión. ¿Alejarse de ella? La idea casi le hacía echarse a reír. No iba a alejarse de ella. Y menos sin pelear.


–¿Es esa la puja final?


La exigencia del subastador le hizo volver a la realidad. Paula no había pujado. Se acercó al micrófono y la miró fijamente.


–Quisiera añadir que... –deslizó los dedos sobre el soporte del micrófono.


Ella siguió su mano con la mirada y tragó con dificultad. Él sonrió. Ella levantó la barbilla con ese aire altivo de una reina de hielo.


–Habrá una botella de champán a la llegada. Francés, por supuesto. Y... –levantó una ceja– un baño de spa con aceites aromáticos... Por no mencionar el fuego en el hogar.


Pedro tuvo que aguantar las ganas de reírse a carcajadas cuando Paula le fulminó con la mirada.


–Todas las comidas están incluidas, claro.


La puja empezó de nuevo. Pero Paula siguió sin levantar la mano. Pedro apretó los dientes, frustrado. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 54

Gloria siguió su mirada.


–Es un hombre muy guapo.


Y la miraba fijamente. Incluso desde el otro extremo de la habitación podía sentir su mirada en la piel. Paula le dió la espalda. De pronto se daba cuenta de que se había puesto ese vestido de seda rojo para él. Se mordió el labio inferior, consternada.


–Pedro Alfonso es muy guapo –dijo, abanicándose la cara con la mano–. Pero también es exasperante.


Gloria se rió.


–Eso suena prometedor.


–No te creas. Pero sí hay algo que sé seguro.


–¿Y qué es?


–No podemos desperdiciar toda esta atención. Sígueme. 


Pedro trató de espabilarse. Se había quedado hechizado mirando a Paula. Sacudió la cabeza varias veces. Siempre estaba preciosa, pero esa noche estaba sencillamente espectacular. Parecía una sirena de oro vestida de rojo. Se aflojó el cuello de la camisa y se obligó a apartar la vista, pero los ojos no le obedecían. Lo único que podía hacer era devorarla con la mirada. Ella no le había saludado. Se había dado la vuelta. Y él era el único culpable de eso, por la forma en que la había tratado la semana anterior. Al darle la espalda, no obstante, le había enseñado el muslo accidentalmente, a través de la generosa abertura del vestido. Lo único en lo que Pedro podía pensar era en rozarse contra la deliciosa curva de su trasero, besarla detrás de la oreja... Su risa suave y clara, y la de Gloria, algo más grave, llamaron su atención de nuevo. «Está fuera de tu alcance», se dijo.


Gloria y Paula se dirigieron hacia la mesa donde se exhibían los artículos que iban a entrar en la subasta. Pedro no pudo evitar ir hacia ellas. No le gustaba en absoluto la forma en que Pablo Pengally miraba a Paula, como si estuviera tratando de memorizar la longitud de sus piernas, ni tampoco la manera en que Javier Bourke la tocaba en el brazo para llamar su atención. Apretó los puños, y los dientes. Todos los hombres se la comían con la mirada. Además, ella no estaba haciendo ningún esfuerzo por pasar desapercibida.


–¡Oh, tía Gloria, esa tarta!


Pedro miró hacia la tarta. Parecía deliciosa, pero tampoco tenía nada especial.


–La ha hecho la madre de Lola, y es una auténtica artista – siguió diciendo Paula–. Es una sachertorte alemana. Espero que quien la gane me invite al postre.


Pedro se dió cuenta de que todos los hombres se volvían hacia ella. Se pasó una mano por el pelo y trató de calmarse. Le había dicho que no se rendiría, pero lo había hecho. Se había rendido ante el primer obstáculo... Si iba a tomar el postre con alguien esa noche, sería con él. El maestro de ceremonias pidió a los invitados que tomaran asiento. Sintió ganas de darle una patada a la silla. ¿Por qué no lo había preparado todo para sentarse con Paula y con Gloria? Por suerte, en su mesa solo estaban los miembros de la cooperativa... De repente la oyó reírse a carcajadas. Al parecer, Adrián Craig acababa de decirle algo muy gracioso. Un momento después, Benjamín Logan la saludó con la mano. Ella le contestó con una sonrisa y dibujó la palabra «Hola» con los labios. Estaba flirteando... Le había dicho que no estaba preparada para tener algo romántico y él se lo había creído todo. Apretó los puños y empezó a golpear el suelo con el talón. Se volvió justo cuando alguien se sentaba a su lado. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 53

 –Cálmate un poco, tía Gloria –Paula apartó las manos de su tía de la blusa que llevaba puesta–. Estás fabulosa.


Estaban en la cola, en el vestíbulo del ayuntamiento, listas para asistir a la cena de gala de Miss Showgirl. Gloria estaba radiante. Llevaba unos pantalones anchos de seda de color negro y una blusa de color azul cobalto con pedrería. Paula se había pasado toda la semana haciéndoselo. El jardín la mantenía ocupada durante el día y el traje la entretenía por las noches. Por las tardes ya no se maquillaba ni se ponía la peluca. Pasaba la tarde en pijama, como en los viejos tiempos. Hacía todo lo que podía para parecerse a la chica que había sido en otra época. A lo mejor esa indiferencia conseguía aliviar la preocupación de su tía. Soltó el aliento. Con un poco de suerte, su contribución a la subasta la mantendría ocupada durante la siguiente semana. Gloria se tocó la blusa.


–Es el traje más bonito que he tenido, Paula. No puedo dejar de tocarlo, de jugar con él. Voy a ser la envidia de la cooperativa, por no hablar de las mujeres del comité.


De repente, Paula se dió cuenta de que llevaba años sin hacerle un traje a su tía. En otra época...


–Tengo que decir que me alegró mucho verte en la máquina de coser esta semana.


–Y a mí también –admitió Paula–. En los últimos años, he estado tan ocupada con el trabajo, que apenas he pasado tiempo diseñando y confeccionando la ropa. Más bien me he dedicado a la gerencia y al marketing.


Gloria levantó la vista. Sus ojos la escudriñaban.


–Pensaba que eso te gustaba.


–Sí.


–¿Pero?


–Pero no me gusta tanto como hacer ropa preciosa.


–Claro que no. Ese es el precio del éxito, cariño.


Llegaron al comienzo de la cola y entregaron sus entradas.


–Entonces, ¿No crees que me he puesto un poco caprichosa? – le preguntó Paula mientras caminaban hacia el gran salón. 


–¿Por reconocer qué es lo que más te gusta? No, claro que no. Después de todo lo que has pasado, no me sorprende que te plantees unas cuantas cosas.


Paula se detuvo e hizo parar a su tía.


–Entonces, ¿Sabes que eso es lo que he estado haciendo?


–Claro.


–¿Y sabes a qué conclusión he llegado?


–Creo que todavía no has llegado a ninguna.


–Pero... –Paula se humedeció los labios–. Pero si decido volver a casa, ¿Te importaría?


–Me encantaría.


–¿No te causaría mucho lío?


–Pero si yo estoy deseando tener un poco de lío, cariño.


De repente las dos se echaron a reír. Paula agarró dos copas de champán de la bandeja de un camarero que pasaba por allí y le dió una a su tía.


–Todos los hombres te miran –dijo Gloria mientras bebía un sorbo de champán.


La observación no hizo encogerse de vergüenza a Paula, tal y como hubiera ocurrido tres semanas antes. Volver a casa le había hecho mucho bien. Y también a Gloria. De repente, vió a Pedro y le dió un vuelco el corazón. Las burbujas de champán se le metieron en el torrente sanguíneo. Necesitó un momento para recuperar el aliento. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 52

 –Entonces, el hospedaje... Yo podría permitirme comprarlo ya mismo, pero no quiero llevarlo.


–¿Y qué quieres?


–Quiero tener algo en la zona.


La idea de volver a Dungog le resultaba muy atractiva, pero tampoco podía dejar Sídney a capricho. Necesitaba un plan. Tenía que asegurarse de que la gerente de Paula Chaves Designs estuviera preparada para asumir el peso del negocio antes de volver a casa definitivamente.


–¿Qué clase de sociedad tienes en mente? ¿Cincuenta y cincuenta? ¿O era más bien sesenta y cuarenta, o setenta y treinta, a tu favor?


–No había llegado ahí todavía. Pero me encantaría ser el socio mayoritario.


Él se rió, pero no sonrió.


–Entonces, serías la jefa. Por tanto, si hago algo mal, si hago algo que no te gusta, me sacarías de la sociedad. Me echarías, para ser más exactos. Al igual que echaste a Santiago, ¿No?


Paula se quedó estupefacta. 


–¡Nada de eso! Esto no tiene nada que ver con Santiago.


–Al contrario. Creo que todo se trata de él.


–¡Esto solo son negocios! Santiago y yo cometimos el error de mezclar los negocios con lo personal. Tú y yo lo vamos a hacer mejor.


–Olvídalo –dijo Pedro de repente, clavando un dedo en la mesa–. Yo quiero algo personal. Además, creo que tú también, y te da tanto miedo que no haces más que intentar encontrar formas de crear una distancia artificial entre nosotros. No pienso ser partícipe de todo eso.


Paula guardó silencio.


–Lo siento, Paula –se puso en pie–. El tiempo se ha acabado.


Ella se quedó allí sentada y le vió alejarse. Entonces se puso en pie también.


–¿Qué? ¿Ni siquiera podemos ser amigos?


Él se detuvo y se dió la vuelta. Se le había quedado blanca la cara. Sus ojos habían perdido el brillo. Paula sintió que el corazón le saltaba por la garganta, impidiéndole hablar.


–Ya te he dicho lo que quiero, Paula. No soy masoquista. Siempre voy a querer más de lo que estás preparada para darme, así que... No. No vamos a ser amigos.


–¡Me dijiste que ibas a darme tiempo! –no sabía de dónde salía esa súplica, pero sí sabía que era auténtica.


–Y tú me dijiste que no le diera vueltas al tema, que no ibas a cambiar de opinión. ¿Me estás diciendo que has cambiado de opinión? –le preguntó él.


Ella quería decir que sí. Abrió la boca... Volvió a cerrarla y negó con la cabeza.


–Entonces, por mi propio bien, me quito de en medio –añadió Pedro.


Paula se tragó el nudo que tenía en la garganta.


–Lo siento.


Él esbozó una de esas sonrisas pícaras.


–Bueno, eso sí que me lo creo –su rostro se suavizó–. Espero que encuentres lo que necesites para ser feliz, Paula.


Ella le hubiera dicho lo mismo, pero no podía articular palabra. Él dió media vuelta y volvió a entrar en el taller sin mirar atrás. Era el final. Sin saber muy bien lo que hacía, Paula volvió a casa, se puso de rodillas frente a uno de los rosales de Gloria y empezó a quitar hierbajos. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 51

 –No estoy enfadado contigo, Paula. Simplemente, me estoy quitando de en medio, dando marcha atrás, tal y como querías.


Ella se cruzó de brazos. No era eso lo que quería. Aún podían ser amigos. ¿O no?


–Lo de recaudar fondos solo era uno de los temas que quería tratar contigo hoy. Como es evidente que el tiempo apremia, voy a ir al grano sin más preámbulos. Pedro, si compro el hospedaje de Forest Downs, ¿Te plantearías la idea de invertir conmigo?


Pedro ni siquiera parpadeó. Se quedó quieto, en silencio, y continuó comiendo.


–Sería un socio pasivo. Podrías llevar el negocio como quisieras.


Pedro se limpió las manos con una servilleta y se echó hacia atrás.


–¿Y bien?


–¿Por qué me haces esa clase de oferta?


Se esperaba esa pregunta, y había ensayado muy bien la respuesta.


–El hospedaje está en un emplazamiento privilegiado. Es un lugar maravilloso, y creo que la gente de otras partes del mundo debería tener la oportunidad de verlo. Creo que podrías convertir ese hospedaje en algo muy especial. Tienes visión de negocio. Concienciarías a la gente de la importancia del medio ambiente, sin dejar de lado la parte turística. Crearías un interés y ayudarías a mentalizar a la gente sobre especies en peligro, pero al mismo tiempo traerías dinero a la zona. Yo creo que... Merece la pena.


–¿Y tú qué sacas de esto... Aparte de toda esa satisfacción sensiblera?


Ella frunció el ceño al oír sus palabras sarcásticas. No había esperado que las cosas fueran de esa manera.


–Evidentemente, esperaría beneficios en algún momento. La otra ventaja es, por supuesto, que siempre tendría alojamiento cuando viniera por aquí.


–Crees que no puedo permitirme comprar el hospedaje solo, ¿Verdad?


–En realidad, sé que puedes permitirte comprarlo ahora mismo si quisieras. He investigado sobre tu negocio en Internet. Tus beneficios netos son muy superiores a los míos, y yo no soy precisamente pobre.  Paula Chaves Designs es una empresa próspera.


–¿Me has estado espiando, Paula?


–No mucho. No quería enseñarte el hospedaje sin saber si podías permitírtelo. Eso hubiera sido muy cruel. Pero tengo que preguntarte... ¿Cómo has conseguido un patrimonio tan sustancioso en tan solo diez años? Ahora sí que estoy curioseando –añadió, sin darle tiempo a abrir la boca.


Por un instante, creyó que él iba a sonreír. Quería que sonriera. Pero no lo hizo.


–Terminé Empresariales en la universidad a distancia después de la muerte de Brenda. Y me he dedicado a estudiar muy bien el mercado. Muy en detalle.


Paula frunció los labios y miró a su alrededor.


–Y, sin embargo, sigues trabajando aunque no tengas que hacerlo, y no te das una vida a todo lujo que digamos.


–Valentina y yo tenemos todo lo que necesitamos.


Paula se dió cuenta en ese momento. Pedro se había guardado las espaldas. Se había asegurado de que el dinero nunca volviera a ser un problema. De repente sintió ganas de extender el brazo y tocarle, decirle que no siempre tenía que ser el fuerte. Pero no tenía ese derecho. 

lunes, 18 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 50

 –Podría ofrecer una revisión en el taller.


–Esa es una idea genial.


–Y Valentina se va a ofrecer como personal de refuerzo durante un mes en los negocios de la zona.


–Será una buena experiencia de trabajo para ella.


–No sabía muy bien qué más hacer –le dijo él.


Paula titubeó un momento.


–Desembucha –le dijo él.


–No estoy diciendo que deberías hacerlo, pero hay un montón de gente, personas mayores, a quienes les encantaría pujar... Y ganar... Pero no pueden permitirse las cosas más caras, como una revisión completa. Además... –le miró un instante. Él parecía prestarle toda su atención.


–¿Además?


Ella se aclaró la garganta.


–También estaría bien que Valentina y tú hicieran algo juntos.


–¿Algo como...?


–Algo como lavar coches, por ejemplo. O algo parecido –añadió rápidamente–. Estaba pensando en algo de mecánica... Coches... Cosas así.


Él se echó hacia atrás.


–Esa es una buena idea. Se la voy a comentar a Valen y a Lola también. Gracias.


De repente, Paula sintió vergüenza bajo el atento escrutinio de su mirada.


–Paula, si realmente quieres ayudar...


–¿Sí? –ella se inclinó hacia delante.


–Sería estupendo que le echaras una mano a Lola. Su madre lo está pasando muy mal en estos momentos, y no puede prestarle mucha ayuda. Va a hacer una tarta para la subasta y  va a ofrecerse como niñera. Yo le he dicho que con eso es suficiente, pero...


–Prácticamente es de la familia para ustedes, ¿Verdad?


–Valen y ella han sido amigas desde que estaban en el parvulario –Pedro se encogió de hombros–. Esta es la segunda casa de Lola.


Paula se le quedó mirando un momento y supo que había hecho bien no cenando con él. Pedro era un hombre de familia, y se merecía tener más niños, niños que ella no podía darle.


–Come, Paula –Pedro señaló la bolsa que contenía su empanada. Él tampoco había probado bocado de la suya–. Se va a enfriar. Además, ya casi se te han acabado los quince minutos... Pero puedes estar segura de que mantendré mi parte del trato.


–¿No tardas más de quince minutos en comer?


–Cuando se trata de una cita, sí. Pero las comidas de negocios improvisadas las termino rápido.


Paula no se comió la empanada. Tenía miedo de atragantarse.


–¿Vas a seguir enfadado conmigo por haber rechazado tu invitación a cenar?


Pedro agarró por fin su bolsa de papel y sacó la empanada. El aroma lo golpeó de inmediato. Se le encogió el estómago. Le dió un generoso mordisco, como si quisiera retrasar la conversación, para hacerla esperar.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 49

Ella levantó las bolsas de papel, arqueó una ceja y volvió a mirar hacia los asientos. Había visto llorar a muchos hombres por un trozo de esas empanadas, pero Pedro parecía inmune.


–Tienes quince minutos –le dijo él en un tono seco. Volvió a entrar en el taller.


Paula se sentó a la mesa. Pedro salió un par de minutos después, con las manos lavadas y dos latas de soda.


–¿De qué trato estás hablando? –le preguntó, poniéndole unalata delante.


Se sentó frente a ella y aceptó la bolsa de papel que le ofrecía.


–El trato según el que aceptaste ayudar a Valentina a recaudar dinero.


Durante una fracción de segundo, Paula creyó que iba a sonreír. Pero no lo hizo... Y entonces se dió cuenta. No le había visto sonreír ni una sola vez desde su llegada. Perdió el apetito de golpe. Abrió la lata de soda para disimular la confusión que sentía.


–Yo, por supuesto, voy a mantener mi parte del trato.


–¿Qué estás haciendo?


Él volvió a recostarse contra el respaldo del asiento. No había probado la empanada. Cruzó los brazos. Esa vez sí que sonrió y el corazón de Paula revoloteó como una mariposa.


–Tú me diste a entender que era un trabajo difícil, que llevaba tiempo.


Ella abrió mucho los ojos.


–Yo no dije tal cosa. No te dije de qué se trataba.


–Pero sabías lo que yo pensaba... Y me dejaste creerlo.


Ella abrió aún más los ojos.


–La única cosa con la que quizá te confundí fue el hecho de que no iba a ayudar a Valentina si tú no accedías a involucrarte en esto. Pero jamás hubiera hecho algo así. Iba a ayudarla de todos modos.


–¿Entonces el chantaje fue...?


–Fue un farol.


Él sacudió la cabeza.


–Cómo no.


–Te lo merecías después de todo lo que me habías insultado.


Él se removió en el asiento, incómodo.


–Ya me había disculpado.


La lata de soda se detuvo a medio camino entre la mesa y la boca de Paula.


–No hay problema, Pedro. Todo quedó aclarado.


–Entonces, ¿Esa no es la razón por la que no quieres cenar conmigo?


Paula tomó un sorbo de soda. Agarró una servilleta de papel para limpiarse la cara. La bebida se le había metido por la nariz nada más oír su pregunta. 


–¿Qué?


–¿Por mi carácter?


–¡No! Ya te lo dije. Se trata de mí, no de tí. No estoy preparada.


Los ojos de Pedro se oscurecieron. Lo que más deseaba Paula era oírle llamarla «Princesa» o «Chica de ciudad»... Pero él siguió sin comerse la empanada.


–Creo que te escondes detrás de esa excusa.


Ella apartó la lata de soda a un lado.


–Creo que ya hemos tenido esta discusión.


–Entonces, ¿Qué estás haciendo aquí, Paula?


Ella apretó la mandíbula y se dijo que él solo trataba de provocarla. Él se tocó la frente con un gesto dramático.


–¡Ah! ¡Querías hablar de la recaudación de fondos!


–Como ya no soy la mentora oficial de las chicas –ella no quiso seguirle el juego–, quería ofrecerle mis servicios a Valentina. Estoy segura de que se me ocurrirá algo bueno para la subasta.


–¿Lo dices en serio? –le preguntó él.


–Claro.


–¿Y por qué Valentina?


–Porque fue ella quien me hizo darme cuenta de que tengo algo que ofrecer.


–Por lo que yo veo, todo esto de recaudar fondos consiste en ayudar a Valentina a vender barritas de chocolate.


–Chocolate caritativo.


–Y hay una especie de cena de gala junto con la subasta.


–Por así decir, sí.


–¿Nada más?


–No. Las chicas se ocupan de decorar el salón y del catering. El dinero que saquen de las entradas se lo repartirán a partes iguales.


Son las cosas que donen para la subasta las que van a su cuenta personal. Ahí es donde pueden ayudar los padres y amigos. 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 48

Los ojos de Pedro emitieron un destello de fuego.


–A veces no es tiempo lo que hace falta. A veces hace falta un buen empujón. Lo que hizo Santiago, Paula, fue terrible, imperdonable. Pero la mayoría de los hombres nunca se comportaría así.


Ella quería creer que él jamás haría algo parecido. Todo su ser se rebelaba contra la idea, pero...


–Hasta que te arriesgues a vivir otro momento como el que pasaste con Santiago, seguirás teniendo miedo. Cena conmigo y no dejes que gane el miedo.


A lo mejor él tenía razón. Pero también podía equivocarse. Y no estaba dispuesta a arriesgarse. Aún no. Quizá cuando el recuerdo de la traición de Santiago no estuviera tan fresco... Pero hasta entonces... Retrocedió y sacudió la cabeza.


–No.


Pedro se la quedó mirando. Las pequeñas arrugas que tenía alrededor de los ojos se hicieron más profundas. Cruzó los brazos.


–No me rendiré.


Paula sintió que el pánico estaba a punto de apoderarse de ella.


–No tienes derecho a darme lecciones o a presionarme. Durante los últimos doce años has hecho todo lo que has podido y más para evitar cualquier compromiso real.


–Pero ahora ya no.


–¿Y eso quiere decir que no darás media vuelta y saldrás huyendo si yo cambio de idea?


–¿Por qué no me pones a prueba? –le sugirió él. Le brillaban los ojos–. Dime que cenarás conmigo.


–No.


No se atrevía. No tenía los recursos necesarios para afrontar el posible rechazo de Pedro. A lo mejor no la rechazaría. A lo mejor sería capaz de asimilar lo de la cicatriz, pero la intuición ya le había fallado una vez con Santiago. Ya no se fiaba de ella, y no le quedaban fuerzas.


Él abrió la boca para decir algo, pero ella le interrumpió.


–¿Hemos terminado? –señaló la casa.


–Por el momento.


No llegó a saber si él se refería a la propiedad o a la conversación, pero tampoco quiso preguntar. Volvieron a Dungog en silencio. 



Paula respiró hondo, levantó la barbilla, abrió la verja y entró en el patio trasero de Pedro. Las enormes puertas dobles del taller estaban abiertas de par en par, y podía verle trabajando dentro. Se preguntó por qué le resultaba tan irresistible ese hombre vestido con un mono y con una llave inglesa en la mano. Era bueno trabajando con las manos. Las mejillas se le incendiaron de inmediato. Y Pedro eligió ese momento para darse la vuelta. Se tapó los ojos contra la claridad de la tarde y entonces se detuvo un instante. Sin prisa alguna, se limpió las manos con un trapo y luego fue a saludarla.


–Hola, Paula.


–Hola, Pedro.


–¿Qué puedo hacer por tí?


A Paula le resultaba insoportable esa formalidad y no estaba dispuesta a seguirle la corriente.


–Ah, no se trata de lo que tú puedes hacer por mí, sino de lo que yo puedo hacer por tí. He traído comida –levantó las bolsas de papel que llevaba en las manos. Tenían el logotipo de la pastelería que estaba enfrente del taller–. ¿Sabes que estas empanadas son famosas en todo el estado?


–Con razón.


Ella señaló los asientos que había fuera.


–¿Tienes tiempo para comer conmigo?


–¿Esto es una cita, Paula?


–¡No! Quiero decir... Solo es una comida de amigos.


–Entonces, lo siento. Pero me temo que estoy ocupado.


Ella se negó a darse por vencida.


–He venido con una proposición de negocios. Pero antes de proponerte nada, quería asegurarme de que mantienes tu parte del acuerdo.


–¿Qué acuerdo? 

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 47

 –Cena conmigo.


–Yo... –el cambio de tema la pilló desprevenida.


–No como amigos. Te estoy pidiendo una cita.


Paula se quedó boquiabierta.


–¿Por qué?


–Porque me gustas. Me gustas mucho. Quiero besarte de nuevo. Siempre quiero besarte. Quiero ver adónde puede, podemos, llegar.


–¡No!


–¿Por qué no?


–Pedro, vuelvo a Sídney dentro de dos semanas.


–¿Y? No es el fin del mundo. Podríamos seguir viéndonos. A lo mejor no tanto como quisiéramos, pero ya se nos ocurriría algo. Si las cosas van más en serio, yo podría irme a la ciudad, o tú podrías venirte aquí.


–¡No! –se puso en pie, temblando de los pies a la cabeza–. No soy la mujer adecuada para tí.


Él se puso en pie lentamente y la recorrió con la mirada hasta llegar a sus ojos. Blair se estremeció.


–Pero ¿Por qué dices eso? –esbozó una media sonrisa.


–Tú quieres más niños –dijo ella atropelladamente–. Yo no puedo tenerlos. ¿Qué te parece eso para empezar?


–No está mal. Pero, como dije antes, hay otras posibilidades.


–Pero yo no estoy preparada para acogerme a ninguna de ellas –Paula tragó con dificultad.


–Eso es algo que tendremos que renegociar sobre la marcha si las cosas van más en serio.


Paula sacudió la cabeza, decidida a ignorar la descarga de emoción que la sacudía por dentro.


–No.


–Sí –dijo él, manteniéndose firme.


–¡No estoy preparada para mantener una relación! Necesito tiempo.


–Yo estaré encantado de darte todo el tiempo que necesites, Paula. No te estoy pidiendo que te metas en la cama conmigo directamente. Ni tampoco te estoy pidiendo que te cases conmigo. Solo te estoy pidiendo que salgamos a cenar un día. Te recogeré en casa, iremos a cenar a un sitio bonito, y quizás a bailar después. Te llevaré a casa, te acompañaré hasta la puerta, te daré un beso de buenas noches.


La escena que había descrito era tan gráfica que casi podía verla.


–Y entonces me iré a casa.


Todo parecía tan sencillo... De repente vio la cara de horror de Santiago otra vez. Dió un paso atrás.


–Gracias por la invitación, Pedro, pero no.


Antes de dejarla para siempre, Santiago le había dicho que los hombres eran criaturas muy visuales.¿Visuales? Sin duda. ¿Criaturas? Bestias, más bien.


Pedro dió dos pasos adelante hasta que sus cuerpos casi se tocaron. Su calor la rodeaba.


–Dices que no quieres que el miedo gobierne tu vida. A veces hay que enfrentarse al miedo.


Ella sacudió la cabeza.


–Necesito tiempo.

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 46

 –¡No tienes derecho a sermonear a otros, Paula!


Ella se giró con brusquedad al oír su tono de voz.


–No eres una hermanita de la caridad precisamente, ¿Verdad?  Pero ¿De qué demonios estás hablando? Dije que necesitaba revaluar mi vida, mi futuro. No es algo que vaya a dejar pasar. Créeme.


–Entonces empieza a ser sincera. Si no es conmigo, por lo menos contigo misma. Deja de mentirte a tí misma.


Se acercó, invadiendo su espacio, rodeándola con su penetrante fragancia. Paula se negó a bajar la guardia. No estaba dispuesta a ceder ni un ápice. El orgullo le mantenía la frente bien alta.


–¿De qué estás hablando, campesino?


Su intento de aligerar la discusión no surtió efecto. Los ojos de Pedro permanecieron serios y brillantes.


–Hasta que no te aceptes a tí misma, Paula, tal y como eres ahora, hasta que no dejes de estar avergonzada por el aspecto que tiene tu cuerpo... Hasta que no pase eso, no vas a encontrar algo de paz. Y estoy seguro de que no encontrarás la felicidad.


Sus palabras la cortaron como un cuchillo.


–¿Avergonzada de mi cuerpo? –levantó la voz–. Estoy agradecida por haber sido capaz de aguantar la cirugía y el tratamiento. Yo...


–¡Y eso es otra cosa más! ¿De qué demonios va todo eso? Toda esa charla acerca de estar contenta y agradecida por lo que tienes. Eres humana, ¿No? Tienes derecho a estar enfadada por haber perdido un pecho. Tienes derecho a estar furiosa porque eso haya afectado a tu fertilidad. ¡Maldita sea, Paula! ¡Tienes derecho a sentir rabia!


Sus palabras la golpearon. Retrocedió un paso. Quería huir y perderse en el bosque, ir detrás de los ualabíes y no parar de correr hasta no sentir nada ya. Se volvió hacia Pedro.


–¡No me digas lo que tengo que sentir y lo que no! ¿Tú qué demonios sabes de todo esto? Nunca has tenido cáncer. No sabes lo que es mirarse en el espejo y no reconocerse. No sabes lo que es ver el horror en la cara de un ser querido cuando ven los cambios físicos que has sufrido, cuando te pasan por al lado en el hospital y siguen de largo porque no te han reconocido aunque hayan estado el día antes.


Pedro se puso pálido.


–Paula, yo...


–No –no quería oír su disculpa–. Me dices que tengo derecho a llorar y a sentir rabia. ¿No crees que eso ya lo he hecho? ¡No sabes cuánto! 


–Entonces cuéntamelo... Dime cómo te sientes, Paula. Dímelo.


–Siento miles de cosas.


Lo sentía todo a la vez y el maremágnum de emociones ya empezaba a pasarle factura. Volvió a sentarse en uno de los peldaños y apoyó la cabeza contra la barandilla.


–Cuéntame una sola –él también se sentó.


No la tocó, pero estaba lo bastante cerca para hacerla sentir acompañada. Ella miró hacia el lugar donde los ualabíes habían estado un momento antes.


–Miedo. Tengo miedo de que, sin darme cuenta, el cáncer vuelva. Tengo miedo de tener que volver a pasar por ese tratamiento, o peor aún, que no haya tratamiento posible. No estoy preparada para morirme... Tengo miedo de que mi vida no vuelva a ser como era antes. Tengo miedo de vivir con miedo durante el resto de mi vida. Miedo y rabia, dolor.


–¿Y es por eso por lo que has tratado de concentrarte en todo lo positivo? –le preguntó él finalmente–. ¿Es por eso por lo que tratas de acordarte todos los días de todas las cosas por las que tienes que estar agradecida?


–Sí –ella le miró a los ojos–. ¿Crees que eso está mal?


Él sacudió la cabeza.


–A mí me suena bien.


Guardaron silencio durante unos segundos. Pedro se aclaró la garganta. 

viernes, 15 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 45

 –Te estás poniendo quisquilloso, Pedro. Fernanda es buena chica. Es joven y guapa, y...


–Salimos durante un tiempo. No funcionó.


Paula se cruzó de brazos.


–No me sorprende. Parece que estabas empeñado en sacarle todas las cosas malas.


–Mira, intenté sacarle todas las cosas buenas, concentrarme en lo positivo. Ojalá pudiera enamorarme de ella. Pero...


–¿Pero qué?


–No me hace tilín –pronunció las palabras con sumo cuidado.


Ella se ruborizó.


–¿Y qué me dices de Gabriela Hodge? ¿La agente inmobiliaria?


–Tenemos distintas opiniones en cuanto a política. Muy distintas.  No haríamos más que pelearnos.


–¡Muy bien! Bueno, entonces, ¿Qué te parece...?


Él se puso en pie.


–¡Basta! ¡Ya es suficiente! No puedes elegir a una mujer para mí y pretender que funcione. Las cosas no son así.


Ella se puso en pie también. Los ualabíes salieron volando.


–Bueno, ¡Sentarse a esperar de brazos cruzados tampoco es muy buena idea! –levantó la barbilla y apoyó las manos en las caderas.


Él la señaló con el dedo.


–Lo hice todo muy mal con Brenda. No voy a cometer los mismos errores de nuevo. Si alguna vez vuelvo a casarme, voy a hacer las cosas bien.


Paula resopló.


–Tienes tanto miedo de meter la pata que ninguna mujer te viene bien. ¿Y sabes por qué? Porque estás esperando a la señorita perfecta. Ese es el motivo. Pero la señorita perfecta no existe. ¿Y quieres que te diga otra cosa? ¡Tú tampoco eres perfecto que digamos!


Sus palabras le golpearon de lleno. Lo había estropeado todo de nuevo. A lo grande. No entendía muy bien lo que significaba todo aquello, pero sí sabía que no estaba dispuesto a alejarse de ella así como así. Y tampoco iba a dejarla marchar tan fácilmente.


Paula odiaba sentir ese alivio que había sentido cuando él le había dicho que no estaba interesado en ninguna mujer. La hacía enfadarse consigo misma. Y por eso la había tomado con él. No lo quería para ella... «Sí que lo quieres», le susurró una voz interior. Empezó a morderse la uña del pulgar. Era cierto. No podía negarlo. Le quería para ella. ¿Qué sentido tenía mentir sobre ello? Pedro le calentaba la sangre con una sola mirada. Pero tener algo con él era imposible. Un futuro romántico a su lado era algo impensable... Cuanto antes le tuviera fuera de su alcance, mucho mejor. Y estaría fuera de su alcance si tenía una novia, esposa, hijos...


Fuiste Mi Salvación: Capítulo 44

 –¿Y cuáles son tus sueños, Paula?


Ella abrió mucho los ojos y frunció el ceño.


–Ya sabes... He estado tan centrada en el tratamiento, en recuperarme, en aliviar la preocupación de Gloria... Llevo tiempo sin pensar en eso.


–¿Cuál era tu sueño? ¿Llevar a lo más alto tu firma de moda quizás?


Ella hizo una mueca.


–¿Sabes? Estoy pensando que a lo mejor no. Nunca he querido admitirlo, pero hace poco me quedó muy claro que los últimos años no me han hecho tan feliz como creía en un primer momento. Mucho trabajo y, sí, mucho éxito...


–¿Pero?


Ella se volvió hacia él y le miró con esos ojos azules casi transparentes. De repente, Pedro deseó perderse en ellos. Lo deseó más de lo que había deseado cualquier otra cosa en la vida.


–Llevo tiempo alejada del diseño. Me he metido más en la gerencia y en la promoción.


Él se sentó a su lado.


–Entonces, ¿El éxito te ha alejado de lo que más te gustaba detu trabajo?


–¡Exacto! –ella apoyó la barbilla en las manos–. Debería contratar a un gerente.


–¿Y volver al diseño?


–A lo mejor.


–Siempre puedes volver a Dungog y dar clases de porte para adolescentes –quería que las palabras sonaran graciosas y bromistas, pero no lo consiguió.


–A Gloria le encantaría que volviera a casa.


–Y yo tendría que empezar a llamarte pueblerina –le dijo él. Esa vez sí logró ponerle un tono bromista.


–Pero eso no suena igual que princesa.


–Supongo que no.


Ella cambió de postura. Metió una pierna por debajo de la otra y volvió a apoyarse contra la barandilla. Pedro supo que siempre sería una princesa para él. 


–Tendré que pensar un poco en el futuro. Pero se suponía que ahora estábamos hablando del tuyo, Pedro.


–¿Por qué?


–Porque de eso se trata –señaló la casa y la finca que la rodeaba–. ¿Por qué no persigues tus sueños?


–Este lo abandoné hace mucho.


Ella se encogió de hombros.


–Puedes recuperarlo si significa mucho para ti. Pero no estoy hablando solo del hospedaje. Hablo de hijos, tus hijos, todos esos niños que querías tener.


Pedro sintió un sabor amargo en la boca. Aunque ella se quedara en el pueblo, lo cierto era que los hijos no figuraban en su plan de vida.


–Fernanda está colada por tí. ¿Por qué no sales con ella?


–¡Maldita sea, Paula! Es vegetariana, quema incienso y conduce una scooter.


–Y le encantan los niños.


–Yo soy carnívoro, huelo a aceite de motor y me encantan los V8.


–Y también te gustan los niños.


Pedro no sabía qué decir. Paula le había besado... Y de repente quería prepararle una cita con otra mujer. ¿Cómo había sido tan idiota? Ese beso no había significado nada para ella. Que él estuviera interesado en tener algo más que una aventura no significaba que ella quisiera lo mismo. Se frotó la cara. ¿Qué le estaba pasando? En principio él tampoco estaba interesado en nada que no fuera una aventura. Ni siquiera estaba interesado en una aventura.