miércoles, 27 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 63

 –Muy bien. Voy a hacer los bocetos mañana y haré que me traigan unas muestras de tela del almacén de Sídney. ¿Pueden pasar por la casa de Gloria mañana después de clase?


Fijaron una hora y luego las chicas se fueron a ver un programa de televisión.


–Vente a verlo con nosotras, Paula.


–Mejor que no, chicas. Tengo cosas que hacer. Pero... ¡Venga! Que empieza ya.


De repente, sintió una extraña melancolía. Se lo había pasado muy bien esa tarde con ellas. Había disfrutado mucho de su compañía. ¿Verdaderamente estaba preparada para renunciar a la oportunidad de tener hijos? Aquella pregunta tan inesperada la hizo perder el equilibrio. Tragando con dificultad, recogió sus cosas, dió media vuelta... y Pedro estaba en la puerta. El corazón se le subió a la garganta de inmediato. Tragó en seco.


–Hola.


–Hola –le dijo él.


–¿Cómo estás?


–Bien.


No se movió de la puerta. No la invitó a sentarse.


–Yo... Eh... Las chicas y yo acabamos de terminar.


Él no dijo nada. Seguramente, la quería fuera de allí cuanto antes.


–Ya me iba –con las piernas temblorosas, pasó por su lado y avanzó por el pasillo.


Salió.


–¿Por qué demonios iba a querer que te quedaras? –masculló para sí–. Te dijo que te quería y tú...


Ella no se lo había dicho a él, aunque fuera cierto... Se detuvo. La carpeta, llena de revistas, se le cayó al suelo. Amaba a Pedro. Él la amaba a ella. Si realmente le amaba... El corazón se le salía del pecho, le temblaban las manos. Si realmente le amaba, su dolor debía ser más importante para ella que el dolor propio. Se agachó, se desplomó sobre las rodillas. Amaba a Pedro. De pronto se dió cuenta de algo. Estaba dispuesta a arriesgarse a sufrir cualquier humillación por él. Se puso en pie y corrió hacia la verja. Casi se cayó con las prisas. Abrió el cerrojo a duras penas y entonces se detuvo. Le había hecho pasar un infierno. No era su intención, pero... Le escocían los ojos, le dolía la garganta. Después de todo lo que había hecho para apartarle de ella, ¿Por qué iba a creerla? ¿Por qué se iba a arriesgar a sufrir otro rechazo? Sacudió la cabeza lentamente. Las palabras no eran suficientes. Tenía que encontrar la forma de demostrarle que le amaba de verdad. Se dió la vuelta, recogió la carpeta, volvió a incorporarse y echó a andar hacia casa. Sus pies se movían despacio, pero su cerebro iba a toda velocidad.


Pedro se sorprendió jugueteando con las manos y mirando el reloj de pared de la cocina. Dejó de juguetear un momento para agarrar su taza y ver si le quedaba algo. Estaba vacía. Podía identificarse muy bien con esa sensación. Volvió a ponerla sobre la mesa de golpe. Ya se había regodeado bastante en la autocompasión. Se puso en pie y preparó más café. Todavía quedaban unos quince minutos para que Valentina y Lola regresaran a casa tras la clase de Paula. Era la última clase. Iba a regresar a la ciudad el sábado. Volvió a sentarse en la silla y bebió un poco más de ese café que no quería en realidad. Debía de ser el tercero que se tomaba en una hora aproximadamente. Esa noche no sería capaz de dormir. Hizo una mueca con los labios. Tenía que luchar contra el impulso de levantarse, salir corriendo hacia la tienda y decirle a Paula que... ¿Qué iba a decirle? ¿Podía obligarla a algo? No. Bebió otro sorbo. ¿La iba a obligar a escucharle, a quedarse? Dejó la taza y apoyó la cabeza en las manos. No recordaba haber sufrido tanto cuando Brenda le había abandonado. Masculló un juramento y tiró el café por el fregadero. De repente, llegaron Valentina y Lola.

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