miércoles, 6 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 25

Él se la quedó mirando, sorprendido. Un segundo más tarde, estaba tumbado boca arriba, riéndose a carcajadas. Misión cumplida. Volvió a incorporarse.


–Siento mucho que hayas estado enferma, Paula. Pero... ¿Pena, dices? –sacudió la cabeza–. No me das ninguna pena. No te creo incapaz o débil.


Paula no sabía si creerle o no.


–Ni pena ni culpabilidad.


–Trato hecho –dijo ella. No las tenía todas consigo, pero haría lo que estuviera en su mano para hacerle mantener su promesa. 


–Bueno... –él se echó hacia atrás y se apoyó en los codos–. El error de mi matrimonio con Brenda...


Paula sintió que se le encogía el estómago. No estaba segura de querer oírlo todo en ese momento.


–Mi padre cayó enfermo en la misma época en que Brenda se quedó embarazada. Yo me enteré y... –se revolvió el cabello–. Se acabaron los sueños de ir a la universidad y viajar por el mundo. Mi sueño de toda la vida de montar una casa rural donde poder compartir todo esto... –señaló a su alrededor–. Todo se esfumó. Empecé a trabajar a jornada completa en el negocio familiar.


–¿En el taller de coches?


–He trabajado allí a media jornada desde que tenía quince años. En dos años me convertí en oficial de mecánica.


–Vaya.


–Era necesario.


–Pero entonces Valentina debía de tener...


–Un año y tres meses.


Pedro miró hacia el cielo y Paula aprovechó la oportunidad para examinar su rostro. La mandíbula fuerte, los ojos velados, los labios firmes, llenos de promesas... La sangre empezó a correr por sus venas a toda velocidad. Apartó la vista de inmediato.


–Le prometí a Brenda que en cuanto tuviera la cualificación adecuada, y mi padre pudiera desenvolverse por sí solo, volveríamos a la ciudad. Yo buscaría trabajo allí y ella podría firmar un contrato con una agencia de modelos. Sé que éramos demasiado jóvenes para formar una familia. Habíamos hablado de abortar, pero yo siempre había querido tener una gran familia. Brenda lo sabía y... –respiró hondo–. Le dije que estaría a su lado, decidiera lo que decidiera, pero sé que influencié mucho su decisión. Eso se lo debo –miró a Paula–. Quería mantener mi promesa.


–¿Qué pasó?


–Todo iba según lo planeado, pero entonces murió mi padre.


–¡Oh, Pedro! Lo siento mucho.


–Mi madre no volvió a ser la misma. Tengo cuatro hermanos pequeños. Necesitaba mi ayuda.


–Te quedaste para ocuparte del negocio familiar y sacar adelante a tus hermanos, para que pudieran ir al instituto y a la universidad.


Él no se volvió hacia ella. No la miró.


–Tenía cuatro hermanos de los que cuidar, y el bebé. No sabía que hacer. Al final dejé que las matemáticas decidieran.


–Los dos eran demasiado jóvenes –susurró ella.


–Entiendo por qué se fue Brenda. De verdad que lo entiendo. Lo que no le puedo perdonar es que abandonara a Valentina –gesticuló con una mano–. Cada vez que podía llevaba a Valen a Sídney para que pudiera ver a su madre, pero Brenda se hizo cada vez más escurridiza. A veces se presentaba cuando habíamos quedado, pero otras veces simplemente no aparecía. Nunca me daba explicaciones, ni se disculpaba. Nunca volvió a Dungog a ver a Valen.


Paula quería extender el brazo y tocarle, ofrecerle consuelo, pero no se atrevía. 

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