miércoles, 6 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 22

A Gloria le entusiasmó mucho la idea del picnic. Ese fin de semana no tenía que trabajar en la tienda de artesanía local que había montado con unas amigas en forma de cooperativa. Además, siempre le habían encantado los picnics, por no mencionar la enorme curiosidad que sentía por lo que estaba ocurriendo entre Pedro y su sobrina. Él las recogió a las diez en punto. Paula se sentó detrás, con las chicas, y trató de no mirarle por el espejo retrovisor durante todo el viaje. Cuando Pedro paró el coche, ella se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó hacia delante para ver mejor a través del parabrisas. El lugar era perfecto, un claro situado junto a uno de los muchos arroyuelos que desembocaban en los ríos Williams y Chichester. La hierba era escandalosamente verde y exuberante, y el agua resplandecía como un manto de plata sobre los cantos rodados. Al otro lado del arroyo, en la profundidad del bosque, los helechos se agolpaban bajo los eucaliptos y los abetos. Él se giró hacia ella... Estaba demasiado cerca... Tragó con dificultad. A esa distancia, podía ver sus ojos castaños, con destellos dorados, de color miel... Si la besaba en ese momento, la descarga de endorfinas seguramente sería mucho mejor que con el chocolate.


–¿En qué estás pensando?


–Precioso –dijo ella, mirándole a los ojos.


Gloria se aclaró la garganta. Valentina y Lola ya se habían bajado del coche y miraban hacia un sendero que parecía desaparecer en la espesura. Paula sintió que le ardían las mejillas. Entrelazó las manos.


–Vamos pues.


Con la ayuda de su tía, extendió una manta. Mientras, Pedro sacaba las provisiones del coche. Paula sacó el bolso de algodón estampado que había llevado. Llamó a las chicas y fue a sentarse sobre la manta. Valentina y Lola acudieron a su llamada de inmediato.


–¡Vaya! –exclamó Pedro cuando ella vertió el contenido del bolso sobre la manta.


Parecía que estaba a punto de echarse a reír.


–Tiene que haber unos diez pañuelos por lo menos –añadió.


–Quince. Tengo pañuelos para el cuello, cuadrados, de seda, chales...


Les lanzó unos cuantos a Valentina y a Lola. Pedro fue a sentarse al otro lado de la manta y ella hizo todo lo posible por ignorarle mientras les enseñaba a las chicas distintas formas de atarse un fular. Su mirada, sin embargo, se desviaba hacia él de vez en cuando y se encontraba con unos ojos intensos, que la quemaban por dentro... y por fuera... Gloria se levantó de su silla plegable.


–Chicas, me encantaría ver el lugar donde vieron al ave lira la otra vez.


–¿Vienes, Paula? –preguntó Lola–. Tú también querías verlo.


–No, no –Gloria sacudió la cabeza–. Paula y Pedro se quedan preparando las cosas para el picnic.


Paula se encontró en una disyuntiva de repente. La tía Gloria estaba empeñada en dejarla a solas con Pedro. El instinto de supervivencia y la necesidad de actuar con discreción libraron una cruda batalla en su interior, pero al final primó lo segundo.


–A lo mejor luego –le dijo a Lola, guiñándole un ojo a su tía.


Las tres aventureras vadearon el arroyo y prosiguieron por el sendero. Pedro y Paula las vieron alejarse en silencio. En cuanto se perdieron en la espesura, él se volvió hacia ella.


–¿Por qué has guiñado un ojo a Gloria?


–¡Yo no he hecho eso! Eh... Tenía algo en el ojo.


Él sacudió la cabeza. Paula no sabía si ofenderse, molestarse o reírse.


–Eres una mentirosa, Paula. Quieres que Gloria piense que hay algo entre nosotros, ¿No?


–No exactamente. 

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