viernes, 8 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 27

Pena... Eso fue lo que pensó Paula en el momento en que sintió sus labios sobre la boca. Debía de sentir pena por ella. Sin embargo, todos los pensamientos se esfumaron rápidamente. No se trataba de un beso tentativo, prudente. Era un beso duro, firme, hambriento, exigente. Tenía que tomar parte o retirarse. Le sujetó las mejillas con ambas manos y se lo devolvió con devoción. Él le metía la lengua en la boca, la retaba a participar y a disfrutar. Se trataba de auténtica pasión entre un hombre y una mujer. No había lugar donde esconderse, nada de juegos, nada de pena. La experiencia era tan liberadora que Paula se sorprendió besándole con un fervor que jamás hubiera creído tener. Se arrastró hacia él sobre las rodillas y le rodeó el cuello con las manos. Su pelo, corto en la nuca, le hacía cosquillas en las palmas. El ansia crecía y crecía, caricia a caricia... Paula sintió que necesitaba acercarse aún más. Llegó hasta su regazo y se sentó a horcajadas sobre él. Él le acarició el trasero, tirando de ella hasta que sus cuerpos quedaron completamente pegados a través de la ropa. No interrumpieron el beso ni una sola vez. Finalmente, ella tuvo que apartarse un momento para respirar. Pedro empezó a darle besos por el cuello. Era mágico. Se sentía como la Bella Durmiente, volviendo a la vida gracias al beso de un príncipe. Pero quería mucho más. De repente algo la hizo parar, algo que estaba mal, fuera de lugar. ¿Qué era? Su pecho falso, apretándose contra el pectoral de él...Se echó hacia atrás de golpe, incapaz de mirarle a los ojos. Se recolocó la ropa con dedos temblorosos.


–¿Qué demonios...?


–Esto no debería haber pasado.


–Yo...


–Gloria, Valentina, Lola... Pueden aparecer en cualquier momento.


–Yo...


–¿Querías que las cosas llegaran tan lejos?


–No, yo...


–Deberías sacar la nevera portátil del coche.


Al ver que él no decía nada, le miró a los ojos por fin.


–Por favor...


Él masculló un juramento y se puso en pie.


–Esto es solo un paréntesis. Esta conversación no ha terminado –fue hacia el coche.


Paula cerró los ojos. ¿En qué estaba pensando? El estómago le daba vueltas... De repente sintió náuseas. Habían estado a punto de... Quitarse la ropa... Se encogió de vergüenza, recordando la reacción de Santiago. Su rechazo estaba grabado a fuego en su memoria. No podía volver a pasar por eso. En el maremágnum de emociones, solo una cosa estaba clara. Pedro se sentía atraído por ella, y no parecía ser algo ligero. De repente, Paula sintió que se le cerraba la garganta. Aquello no podía ir a ninguna parte, ni ese día, ni nunca... Después de comer, enseñó a las chicas a bailar salsa. Pedro no supo muy bien cómo lo consiguió, pero en poco tiempo, Lola y Valentina dejaron a un lado la vergüenza. También enseñó a Lola a caminar con elegancia, y a Valentina le enseñó a mover las caderas. Si la hubiera visto bailando así delante de un chico, sin duda se habría enfadado muchísimo, pero en ese momento no podía pensar en otra cosa que no fuera Paula. Era hermosa, radiante... Y le volvía loco.


–¿Vienes, papá?


Pedro se dió la vuelta bruscamente. Todas le miraban con curiosidad.


–¿Qué?


–Vamos a ir hasta la presa –dijo Valentina–. ¿Quieres venir?


–Claro. 

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