viernes, 1 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 15

 –Te está bien empleado. Pero seguro que sí hablará conmigo.


–¿Hablarás con ella?


Los labios de Paula se contrajeron como si tratara de ocultar una sonrisa.


–Claro que sí.


–Yo... –a Pedro no se le ocurría nada que decir, así que se limitó a seguirla al exterior y esperó mientras cerraba la puerta.


–Tú mereces sufrir un poco, campesino, pero Valen no.


–Te daría un beso ahora mismo.


Paula dió un paso atrás.


–Bueno, yo preferiría que no. 


Se le daba muy bien hacerse la dama de hielo. De repente sonrió de oreja a oreja y la dama de hielo se transformó en una seductora. Pedro sintió que una oleada de calor le subía por el cuerpo. Ella se frotó las manos y le hizo señas para que echara a andar. La casa de Gloria estaba a un par de calles de su taller mecánico, situado en la calle principal del pueblo. La casa a la que llamaba hogar se encontraba a las afueras.


–Bueno, dime... ¿Qué estrategia vas a seguir para la recaudación de fondos? –le preguntó Paula mientras caminaban, provocándole un poco.


–¿Tienes alguna idea? –le preguntó él, sonriendo para sí.


–Montones de ellas. Y por cada tres que se te ocurran, te daré una.


–Eso no es justo.


–Se llama penitencia –dijo ella.


–¿Por qué no me clavas el puñal de una vez? Seguro que hay algún sitio por aquí... –se señaló el pecho y sonrió con desgana –que aún está libre.


Ella le devolvió la sonrisa.


La invitó a entrar por el acceso de atrás del taller. Abrió la enorme verja. Paula se fijó en el cobertizo de hierro que estaba a la izquierda, y en la casa de madera de enfrente. El espacio de entremedias era un terraplén. Había una mesa de exterior apoyada contra la pared más alejada. No había jardín. Pedro no sabía qué pasaba por su cabeza en ese momento y no saberlo le inquietaba sobremanera. Tenía que mantener las cosas en un plano ligero.


–Esclavista –dijo.


–Mono grasiento –le respondió ella con un golpe de melena.


Pedro volvió a reírse.


–Eres mecánico, ¿No?


–Sí.


–Mi coche necesita un arreglo.


Pedro no era un mecánico convencional. Arreglaba coches clásicos y tenía fama en todo el país por ello. El negocio le iba tan bien que ya podía permitirse el lujo de escoger los proyectos en los que le apetecía trabajar.


–Tráemelo el jueves o el viernes.


–Gracias.


–No –le puso la mano en el brazo y la detuvo un instante–. Gracias por venir a ver a Valentina, y por enseñarme cómo arreglar las cosas con ella. Lo de la obsesión por la moda sigue sin gustarme, pero te agradezco que hayas venido.


Ella dió un paso atrás y él bajó la mano. Paula levantó la barbilla de esa manera suya tan particular. 

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