lunes, 11 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 31

 –De hecho, ya estoy cansada de estar tan saludable. Las investigaciones demuestran que los vegetales son muy buenos para los riñones y el hígado, órganos que sufren mucho con la quimioterapia. Así que me he puesto a comer lechuga y acelgas. Es solo que...


–No deben de saber a esto, ¿No?


Ella le señaló con una galleta mordisqueada.


–Eso es. Y una chica necesita una fiesta de chocolate de vez en cuando. Es lo justo.


–Claro.


–¿Cómo están las chicas? Parecían muy afectadas cuando vinieron los del comité a decirme que ya habían encontrado a una sustituta.


–Están enfadadas y decepcionadas.


Paula bajó la vista. Se puso a dibujar figuras imaginarias sobre el mantel.


–No puedo evitar sentir que las he defraudado.


–¿Tú? –Pedro casi se levantó de la silla, pero finalmente volvió a sentarse.


–Los del comité deberían ser castigados por lo que han hecho. ¿Trataste de hablar con ellos?


–Ni siquiera me dieron la oportunidad. Y fue difícil delante de las chicas. Solo era algo temporal.


Pedro frunció el ceño.


–Pero...


–Y me he dado cuenta de que es muy difícil luchar o razonar con amabilidad y educación –le dijo ella, interrumpiéndole. No quería oír lo que tenía que decirle. Ya se lo sabía todo muy bien–. Hay cierto egoísmo en todo esto –sacudió la cabeza–. La gente se resiste a creer que sus buenas intenciones pueden llegar a causar un mal efecto.


Esa vez, Pedro sí que se levantó.


–¡Pandilla de cobardes! –mascullando una sarta de juramentos, agarró su taza y se dirigió hacia el fregadero para lavarla.


Se apoyó de espaldas al fregadero y cruzó las piernas a la altura del tobillo. Paula tragó con dificultad. Sus piernas eran largas, fuertes. Recordaba haber sentido toda su fuerza contra los muslos el sábado anterior, mientras le besaba con toda esa pasión inesperada.


–Paula, Gloria está en el comité. 


«Deja de mirar...», se dijo a sí misma, avergonzada. Rápidamente volvió a fijar la vista en la mesa. Entonces asimiló sus palabras.


–¿Crees que sabía lo que iba a pasar?


Ella se había hecho esa misma pregunta una y otra vez. ¿Sabía su tía que el comité tenía intención de sustituirla? Por alguna razón, sospechaba que la respuesta era afirmativa. Sospechaba que su tía Gloria estaba detrás de todo aquello. Pero... Había creído que estaba haciendo progresos con ella... Tragó con dificultad. Cada vez que Gloria sacaba el tema de Pedro y del picnic, ella se iba por la tangente. Cerró los ojos. Esa semana no había hecho otra cosa que rehuir el asunto, y su tía debía de haber entendido otra cosa. Puso la taza vacía sobre la mesa dando un golpe.


–¡Maldita sea, Pedro! No sé qué más hacer –se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro, intentando liberar la energía que la recorría por dentro.


Pedro la observaba con unos ojos enigmáticos, y eso tampoco ayudaba mucho.


–¿Sabes que tardo casi una hora todas las mañanas en arreglarme para tener este aspecto? ¿Para parecer normal y que la gente me trate como a una persona normal? ¡Pero siguen pensando que soy incapaz de llevar una clase de dos horas a la semana con unas adolescentes!


–¿Una hora? –le preguntó Pedro, boquiabierto.


–¡Oh, sí! –soltó una triste carcajada–. Ya ni recuerdo aquella época en la que me peinaba un poco, me ponía un poco de pintalabios y salía por la puerta.


–¿Una hora?


–Y estás hablando con una mujer que es capaz de hacerse todo el maquillaje de noche en menos de diez minutos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario