miércoles, 13 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 39

Ella se miró las manos y se dió cuenta de que no dejaba de retorcer el trapo.


–Porque mi novio no fue precisamente mi mejor apoyo cuando me diagnosticaron el cáncer.


–¿Tienes novio?


–Lo tenía. El médico nos enseñó una fotografía de cómo me quedaría el pecho después de la operación y... Salió huyendo.


Pedro se puso en pie de golpe.


–¡Vaya imbécil!


–Sí. Eso pensé yo. Así que le despedí.


–¿Le despediste?


–Santiago trabajaba para mí. Era uno de mis diseñadores –se encogió de hombros–. Era un imbécil. Solo me utilizaba para ascender profesionalmente. Pero no me dí cuenta hasta que fue demasiado tarde. Me libré de él en cuanto pude –se echó hacia atrás y cruzó los brazos.


Pedro volvió a sentarse.


–Vaya. Seguro que eso te hizo sentir mucho mejor.


De repente, los dos se echaron a reír. Paula no sabía cómo había pasado, pero daba gracias por ello.


–Paula, yo...


–No, por favor... Estoy viva y tengo buen pronóstico. Tengo mucho por lo que estar agradecida... Y, hablando de las cosas por las que hay que estar agradecido, adivina cuántas chicas se han apuntado a la primera clase de mañana.


–¿Diez?


–Más.


–¿Doce?


–¡Dieciséis!


Pedro dejó escapar una exclamación. Su sonrisa fue todo lo que Paula esperaba.


–Eso es genial. Ya te dije que tendrías mucha demanda.


–Si sigo teniendo tantas alumnas, sacaré más de ochocientos dólares para la fundación contra el cáncer de mama.


–¿Que si vas a seguir teniendo tantas alumnas? Paula, en cuanto se corra la voz, la cifra subirá aún más. Apuesto a que mañana aparecen más de dieciséis.


–¿Más? Podría sacar mil dólares, y todo pasándomelo bien. ¿Cómo te suena eso? –se puso erguida y sonrió–. Es por eso por lo que he venido. Quería darte las gracias por haberme dado la idea. Era una buena idea.


–De nada –dijo él. Pero su atención ya no estaba en la conversación.


Paula se dió cuenta de que le estaba mirando los labios. Quería besarla. Un calor repentino la recorrió por dentro. Se puso en pie.


–Yo... Eh... Creo que debería ponerme en camino. Te veré el domingo en el instituto.


–¿Y si Valentina y yo te recogemos a las once?


Ella sacudió la cabeza y se echó hacia atrás al tiempo que él se ponía en pie. Era demasiado grande, corpulento, demasiado tentador.


–No es necesario. Iré por mi cuenta.


Dió media vuelta y se fue hacia la puerta.


–Oye, princesa...


Ella no se detuvo.


–¿Qué?


–Quizá sería mejor que salieras por la puerta de atrás. Estás hecha un desastre.


Ella cambió de dirección.


–Ve a darte una ducha, paleto –pasó por su lado sonriendo.




La vió en cuanto bajó hacia el campo de deportes del colegio. Llevaba unos pantalones de color gris que le marcaban bien las piernas... Pedro trató de concentrarse en colocar bien el diamante de softball, y no en las miradas que le lanzaban tanto los solteros como los casados. Era difícil. Con aquella camiseta rosa destacaba entre la gente. Mascullando un juramento, se dedicó a contar los bates y las pelotas. Cuando volvió a mirarla, después de haber terminado de contar, se la encontró más cerca, rodeada de jovencitas que sin duda la adoraban. Llevaba el pelo recogido con un pañuelo de color rosa y naranja, con hilos dorados que brillaban al sol. Pedro tropezó. Casi se cayó por encima de un bate. No era un adorno. Era algo con lo que sujetar la peluca. Tragó con dificultad. ¿Y si la peluca se le caía delante de toda esa gente? Ella levantó una mano. Le estaba saludando. 

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