lunes, 25 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 60

 –Porque es algo privado y personal.


Él le agarró la barbilla con dos dedos y la obligó a mirarle a los ojos.


–¿Y los besos que nos dimos no lo eran?


Ella trató de dar un paso atrás, pero él la sujetó con fuerza. El calor se acumuló en lugares que era mejor ignorar. Si la besaba en ese momento... Si la soltaba...


–Entonces me mentiste.


–Supongo que sí –quería negarlo, pero no podía–. Por omisión.


No quería y no quiero que pongas tus expectativas en mí. El dolor que cruzó el rostro de Pedro era inconfundible. Ella tuvo que cerrar los ojos un instante.


–Tienes que entender que no hay garantía alguna de que mi cuerpo acepte un óvulo fecundado. Tras la enfermedad mi cuerpo ha quedado muy debilitado.


–Paula, yo...


–No –ella levantó una mano y entonces tuvo que sujetarse la chaqueta porque empezaba a caérsele de los hombros–. Ni siquiera iba a molestarme en someterme a todo el procedimiento, pero mi tía y el médico me convencieron de que lo hiciera. Ella se quedó más tranquila así.


Él la tomó de la mano y se la acarició, como si se hubiera dado cuenta de que se había quedado helada.


–Princesa, no hay ninguna garantía de nada en este mundo.


Pero la posibilidad de tener un niño, varios niños, es mejor que no tener ninguna. Ella sacudió la cabeza. Él la agarró de los hombros.


–Estoy dispuesto a posponer mis sueños, a cambiarlos por tí, porque te quiero. Maldita sea, Paula, prefiero tener una vida contigo y no tener niños antes que tener un montón con otra mujer.


Ella contuvo el aliento. No podía estar hablando en serio.


–Pero... –la sacudió suavemente–. ¿No te vas a arriesgar a vivir de nuevo, y a amar?


Ella se encogió de hombros y se soltó.


–¿Has llegado a esa conclusión porque te he rechazado?


–He llegado a esa conclusión porque no quieres admitir lo que de verdad tienes en la cabeza.


Algo se rompió dentro de Paula.


–No lo entiendes, ¿Verdad? Tu primera impresión sobre mí era correcta. 


Le clavó un dedo en el pecho. Él trató de agarrarle la mano, pero ella la quitó de inmediato.


–La cuestión es que desde hace muchos años, desde que tenía dieciocho años, he trabajado en una industria donde la apariencia lo es todo. Lo que yo vendo... Tenías razón. Es superficial. Lo que hago es superficial. Lo que soy es superficial.


–Pero ¿Qué demonios...? –Pedro hizo un gesto de estupefacción–. Eso son tonterías. ¡Tonterías! Mira lo que has hecho por Valentina y por Lola. Mira cómo han cambiado. Se han vuelto más seguras, confían más en sí mismas. Las has hecho creer en sí mismas y ahora no se conformarán con menos de lo que se merecen –se detuvo y la fulminó con la mirada–. No sabes cuánto te lo agradezco. Les has dado un modelo a seguir a todas esas chicas. Pero eso no había sido nada más que una farsa. 


–Eres muchas cosas. Hermosa, arrebatadora, testaruda, y ahora mismo estás un poco confundida. Pero no eres superficial.


–¡Sí que lo soy! –Paula dió un paso adelante, le agarró la pechera de la camisa y le sacudió–. ¡Todas esas cosas son una mentira! Soy superficial. Conozco todas las razones por las que no se debería juzgar a alguien por su aspecto, pero...


Él no trató de soltarse. No trató de tocarla. Estando tan cerca de él, podía ver llamaradas de fuego en sus ojos. Podía sentir su súplica silenciosa. Reprimiendo un sollozo, Paula apoyó la cabeza contra su pecho un momento. Volvió a levantarla y apretó el puño, arrugándole la camisa. 

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