miércoles, 6 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 24

 –Eso fue lo único que oí durante todo el año antes de la marcha de Brenda. Paula Chaves esto, Paula Chaves aquello... Era lo que oía cuando desfilabas en las pasarelas de Europa, Japón, Nueva York... Era lo único que oía cuando te convertiste en la imagen de una firma de cosméticos. Oí... –se detuvo y se frotó la cara con la mano.


Paula se quedó boquiabierta.


–¿Brenda siguió mi carrera?


Su carrera como modelo había sido muy exitosa, y afortunadamente corta, pero ella nunca había jugado en la liga de Brenda Blacklock. Pedro gesticuló con un brazo.


–¡Estaba obsesionada contigo! Estaba convencida de que si tú podías conseguirlo, entonces ella también. Terminé muy harto de oír tu nombre.


Paula le miraba, perpleja.


–Sé que exageré mucho, pero oír tu nombre de labios de Valentina... Me vino todo de golpe.


Paula tragó con dificultad al ver la expresión de sus ojos. Aquellos no eran buenos recuerdos. Frunció el ceño. Si Brenda y él estaban juntos cuando ella estaba desfilando... –se aclaró la garganta–. Se casaron pronto, ¿No?


–Éramos novios en el instituto. Nos casamos a los dieciocho años y Valen nació seis meses después.


Pedro sacudió la cabeza.


–Éramos demasiado jóvenes. Ahora lo veo. Casi nos arruinamos por la obsesión de Brenda. Se gastaba todo el dinero en ropa, joyas, cremas milagrosas –volvió a frotarse la cara–. No es que no quisiera que tuviera cosas bonitas, pero... –apretó los puños–. Pero por aquel entonces andábamos muy apretados con el dinero, y teníamos a Valen. Apenas conseguía llegar a fin de mes.


Se hizo un silencio entre ellos. Se oyó el estruendoso gemido de una cacatúa negra en la distancia. Paula se aclaró la garganta.


–Al final la carrera de Brenda despegó, ¿No? –dijo en un tono de incertidumbre–. Seguro que ganó mucho dinero.


Él no dijo nada. Paula lo entendió todo.


–¿No fuiste con ella? ¿Te quedaste en Dungog cuando ella se fue a la ciudad? 


Él asintió. Ella se humedeció los labios.


–¿Por qué no te fuiste con ella?


Él dió media vuelta y la miró a los ojos.


–Eso no es asunto tuyo.


–Yo... No, claro que no. Lo siento.


Los ojos de Pedro seguían clavados en ella, poniéndola cada vez más nerviosa.


–¿Sabías que casi todo el teatro de la ópera de Sídney se construyó con...? –le dijo, señalando un árbol.


–Con madera de boj de Dungog –dijo él, terminando la frase–. Todos los niños de la zona lo aprenden en el parvulario, Paula. Y, por cierto, eso no es un boj –dijo, mirando hacia el árbol que ella había señalado–. Es un eucalipto.


La estrategia de Paula no había funcionado. Esos ojos penetrantes seguían taladrándola... No tuvo más remedio que apartar la vista.


–Si te lo cuento, chica de ciudad, estaremos en paz.


Ella se volvió y frunció el ceño.


–¿De qué estás hablando?


Él tardó unos segundos en volver a hablar.


–Sé cosas sobre tí que no querrías que supiera... Una cosa por otra. De eso estoy hablando precisamente. Pero cuando termine con mi triste historia, me quedaré más tranquilo que nunca. Ya no tendré que sentirme culpable por gritarte, por juzgarte mal, etcétera. Empezaremos de cero.


Ella fingió considerarlo un momento.


–No sé –ladeó la cabeza–. Si me prometes que dejarás la pena a un lado, me lo pensaré. ¿Pero la culpabilidad? Eso me puede resultar muy útil. 

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