viernes, 29 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 67

La voz que llevaba dos semanas deseando oír le llamaba. Pedro cometió el error de tratar de incorporarse. Se dió un golpe tremendo contra el parachoques del viejo Oldsmobile de la señora Lamley. Cayó hacia atrás con una palabrota en los labios. Apretó los dientes y, sintiéndose como un completo idiota, salió de debajo del coche. Vió la cara de Paula. Había una mueca simpática en sus labios.


–Oh. Eso ha debido de doler. Lo siento. No quería asustarte.


Él se frotó la cabeza y se puso en pie. De repente se sentía tan desorientado...


–¿Qué? ¿Es que no te vas a reír, chica de ciudad? –le preguntó antes de recordar la promesa que le había hecho acerca de mantener las distancias.


–Recuerdo lo que pasa cuando una chica se ríe de usted en su taller, señor bola de grasa. No voy a arriesgarme a manchar mi mejor traje.


Por fin la pudo mirar bien. El aire se le escapó de los pulmones.


–Te veo muy bien, Paula. Nunca te he visto...


No llevaba la peluca...


–Con un traje a la última y vestida para impresionar. Pareces una ejecutiva de altos vuelos.


Ella abrió mucho los ojos.


–Eso es exactamente lo que soy, paleto, cuando estoy en la ciudad.


–Tu pelo...


–Está corto.


–¡Es muy sexy!


–Ni te me acerques con esas manos pegajosas, campesino.


Le señaló con un dedo amenazante. Sus labios dibujaban una sonrisa pícara.


–¿Qué puedo hacer por tí, Paula? –le preguntó en un tono que sonó demasiado hosco y cortante.


Ella parpadeó varias veces. Sus ojos se apagaron. Tenerla delante y no poder estrecharla entre sus brazos era una tortura. Le mataba por dentro.


–Quería hablar contigo. He pensado que podríamos comer juntos.


Levantó una bolsa de papel de la pastelería de enfrente.


–Pero si vas a trabajar en la hora de la comida, podemos vernos en otro momento –dió media vuelta.


Pedro se dió cuenta de golpe de que no podía dejarla ir, aunque no pudiera tocarla o abrazarla.


–No. Es un buen plan. Me muero de hambre –le dijo, mintiendo.


Ella pareció aliviada. Él señaló los asientos del exterior.


–Voy a lavarme un poco.


–Lo siento –dijo ella a su regreso–. Pero yo también me muero de hambre –empezó a comerse la empanada.


Él hizo lo mismo.


–Parece que estás muy ocupado –señaló el taller y entonces se limpió la boca con una servilleta.


Llevaba el pelo corto, al estilo de un chico, pero esos labios tan llenos y carnosos...


–Siempre –dijo Pedro.


Ella cruzó los brazos por encima de la mesa y se inclinó hacia él.


–¿Ya se ha completado la venta del hospedaje? ¿Ya es tuyo del todo?


–Sí. Ya lo es.


–¡Enhorabuena! –le dijo, mirándole con ojos radiantes.


Pedro tuvo que resistir las ganas de estirar el brazo y tocarla. Gracias a ella se había decidido a perseguir ese sueño abandonado. Se merecía su gratitud, no su resentimiento.


–Creo que nunca te he dado las gracias por haberme mostrado el hospedaje, pero...


–¡Oh, no fue nada! –ella sonrió de oreja a oreja–. Ponte manos a la obra y dime cuáles son tus planes para el sitio.


Él le contó que había encontrado a una pareja con amplia experiencia en la gerencia de hoteles y que estaban interesados en hacerse cargo del hospedaje durante un año. Así tendría tiempo para formarse un poco en el negocio del ecoturismo. Le dijo que seguiría al frente del taller durante ese tiempo, y que más adelante buscaría a alguien que le sustituyera. Su plan inicial era trabajar a media jornada en ambos negocios hasta verse capacitado para hacerse cargo del hospedaje a tiempo completo.


–Todo eso suena muy bien.


Su entusiasmo era contagioso.


–Sí. Me lo estoy tomando con tranquilidad, pero me siento cómodo así.


–Claro. Tienes una hija en la que pensar –dijo ella, como si eso lo explicara todo.


Él se movió en su asiento. 

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