miércoles, 31 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 70

—Eso es. Porque nunca me he enamorado de nadie con quien he salido.

—Creo que me estás engañando.

—Desde luego que no —la defendió Pedro—. Técnicamente está diciendo la verdad. Le pedí una cita en repetidas ocasiones, pero ella nunca aceptaba.

—Como si fuera a creerte —dijo Javier.

—Piensa lo que quieras —respondió Paula—. No me importaría perder la apuesta, porque acabo de ganarme mi final feliz.

Al día siguiente, el día de Navidad, Paula y Pedro pasaron la mañana en la cama. Decidieron cederle a su hermana Carolina la casa en la que habían crecido e instalarse en el departamento de Paula hasta comprar o construir una casa propia. Pero en aquella mañana de regalos, sus regalos no vinieron envueltos en papel. Eran regalos personales, llenos de pasión y placer. Por muy bien que estuviera a solas con él, sabía que no podía durar, porque tenían familia que ver y un concierto benéfico al que asistir. Se acurrucó junto a su marido y él le agarró la mano para besársela.

—Siento que no tengas un anillo.

—Todo ha ocurrido muy deprisa. Y no me importa. Un anillo no hace que estemos más o menos casados. Y eso es lo único que me importa.

—A mí también. Pero en cuanto pueda te llevaré a la joyería.

—Mentiría si dijera que no lo deseaba. Es como decir que no tengo estrógenos.

Él se rio.

—No solo quiero comprarte el diamante más grande que tengan, sino que quiero ponerte un anillo para mostrarle a Dios y al mundo que eres mía.

—Lo mismo digo. Yo también pienso ponerte un anillo para que las mujeres sepan que estás pillado.

—Amén. He trabajado duro para convencerte de que encajábamos el uno con el otro.

—Según creo, aprecias más las cosas cuando no suceden con facilidad.

—Entonces te aprecio mucho.

—Tardé un tiempo en darme cuenta de que tienes todos los atributos del hombre de mi lista.

—¿Y cuáles son esos atributos?

—Solo son seis. El primero es el sentido del humor. Seguido del atractivo físico.

—¿Así que no crees que tenga que ponerme una bolsa en la cabeza para salir a la calle?

—Ni hablar —contestó ella deslizando un dedo por su mejilla—. El número tres es que sepa besar. Ya lo comprobé la noche que me ayudaste con las tarjetas de felicitación del alcalde.

—Confieso que puse mucho esfuerzo en ese beso. Podría haber sido mi única oportunidad.

—Misión cumplida —le aseguró ella—. Después viene la química sexual. Y dado que estamos los dos aquí desnudos tras una noche espectacular, creo que eso también está tachado de la lista.

—Estoy aquí para complacerte —dijo él con una sonrisa—. ¿Qué más?

—Mi hombre tenía que ser listo. Poco sabía yo que sería increíblemente listo.

—Gracias.

—Y por último, pero no por ello menos importante, tenía que tener la edad adecuada.

—Y dado que estamos los dos desnudos y ayer todos nos vieron casarnos, supongo que he pasado la prueba.

—Oh, sí —Paula se acercó y le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Eres perfecto.

—Me gusta estar casado contigo, pelirroja. La vida va a ser muy divertida y estará llena de sorpresas.

Cuando la rodeó con los brazos, Paula suspiró.

 —Vamos a llegar tarde a la comida de Navidad en casa de Gonzalo.

—¿Tanto te importa?

 —No —se rió y Pedro la besó en el cuello antes de meterse bajo las sábanas.

Más tarde, aquella noche, Paula y Pedro estaban sentados en primera fila, a pocos metros del escenario del recinto ferial. Matías Gunther salió al escenario con su guitarra colgada sobre el pecho. Se detuvo frente al micrófono y miró al público.

—Gracias a todos por venir esta noche a compartir un pedazo de vuestra Navidad para una causa que para mí es muy importante —se pasó la mano por el pelo y Paula se dió cuenta de que era la primera vez que le veía sin sombrero—. Estoy aquí para rendir tributo a una vida que acabó demasiado pronto, y me parecería irrespetuoso llevar sombrero.

—Eso lo explica —le susurró Paula a Pedro.

—Ha habido mucha publicidad sobre lo que le ocurrió a Abril Tuller — continuó Matías—, y llevaré la tristeza de su muerte conmigo mientras viva. Si pudiera traerla de vuelta, lo haría, pero no puedo. Lo único que puedo hacer es acercarme a los jóvenes de un modo positivo, ayudarles a madurar. Así que estoy aquí para anunciar la creación de la Fundación Abril Tuller, que financiará programas de música en el instituto y apoyará a familias que tengan adolescentes que hayan sufrido daños cerebrales. Con su ayuda podemos llegar a los jóvenes…

Desde donde estaban Pedro y ella, Paula vió a gente fuera del escenario haciéndole gestos al cantante.

—Damas y caballeros —dijo Matías—, acabo de ver que la familia de Abril está aquí esta noche. Les estoy muy agradecido. ¿Quieren subir a honrar la memoria de su hija?

Mientras los espectadores aplaudían, un hombre y una mujer de mediana edad subieron al escenario con una adolescente. Padre, madre e hija se dieron la mano.

—Por favor, den la bienvenida a la familia de Abril—dijo Matías—. El señor y la señora Tuller y su hija, Macarena.

El público comenzó a aplaudir de nuevo y todos se pusieron en pie. Finalmente el padre de Abril se acercó al micrófono y todos callaron.

—Gracias a todos por estar aquí esta noche. A Abril le habría encantado. Cuando murió, su madre, su hermana y yo queríamos a alguien a quien culpar. Tenía solo trece años y fue al concierto de su cantante favorito. Le encantaba la música e iba a ser la mejor noche de su vida. Pero nunca volvió a casa y alguien tenía que ser el responsable de eso. Por injusto que fuera, el blanco de nuestra rabia fue Matías Gunther. Nuestra hija, Macarena, nos hizo darnos cuenta de que no era culpa suya. Había sido un accidente horrible y la venganza no nos devolvería a Abril. Siempre la echaremos de menos y nunca la olvidaremos. Ahora, con la fundación que lleva su nombre, el resto del mundo tampoco la olvidará. Cuando supimos lo del tributo de Matías, teníamos que estar aquí. Le estamos muy agradecidos por ayudarnos a mantener viva su memoria. Con su permiso, a su madre, a Macarena y a mí nos gustaría involucrarnos en la fundación.

Matías se acercó a la familia y los tres le abrazaron.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas y abrió su bolso para sacar un pañuelo. Entonces sintió el brazo de Pedro a su alrededor.

—Creo que acabamos de presenciar un milagro navideño —le dijo.

Tras la rabia, las acusaciones y la tristeza, lo que acababa de presenciar allí era realmente milagroso. El poder del perdón llenaba el recinto y nadie de los allí presentes lo olvidaría jamás.

—Es el final perfecto de un día perfecto —le dijo a Pedro—. El espíritu navideño y la magia del amor que nos ha juntado aquí esta noche es el mejor comienzo del resto de nuestras vidas.

El corazón deseaba lo que deseaba, pensó, y no se conformaría con menos. Había encontrado a su príncipe y era el último hombre que esperaba, y cuando menos lo esperaba.

—Son las mejores navidades de mi vida —añadió.

—Para mí también —contestó Pedro tras darle un beso.

—No he llegado a abrir ningún regalo, pero tengo todo lo que siempre he deseado. Te tengo a tí.


FIN

Polos Opuestos: Capítulo 69

—Es un alivio —dijo Paula con una sonrisa—. En ese caso, es hora de nuestra sorpresa.

—De acuerdo —dijo Bernardo, y dió un silbido agudo que llamó la atención de toda la sala—. Un minuto de atención, por favor. ¿A quién le apetece una boda?

—Otra no —Evelyn Cates estaba de pie junto a su marido, Gabriel, y miró al alcalde con falsa reprobación—. Dos de mis sobrinos acaban de casarse y dos de mis hijas están prometidas. Creo que no puedo soportar más tensión romántica. Por favor, te lo ruego, dime que no es uno de mis hijos.

—No puedes permitirte ser una aguafiestas de las bodas, Evelyn —gritó alguien—. Aún te quedan cuatro hijos solteros.

Paula no vió quién lo dijo, pero alguien que se parecía a Bruno Walters gritó:

—Y aún hay un puñado de Clifton buscando el amor.

Alejandra se acercó a su hija.

—¿Quién va a casarse?

 —Yo, mamá.

Pedro miró a su futura suegra.

—Más que nada deseo que su hija sea mi esposa, señora Wexler. La quiero mucho.

—¿Paula? —Alejandra parecía confusa—. ¿Vas a casarte ahora?

—Llamamos antes al alcalde y ha usado su influencia para acelerar nuestra licencia matrimonial para poder celebrar la ceremonia en Nochebuena.

—Pero, cariño… tú siempre quisiste una gran boda.

Paula levantó la mano para señalar a toda su familia, sus amigos y conocidos de Thunder Canyon.

—Esto es grande.

—Me refiero a todo lo demás. Desde que eras pequeña, querías un velo, una cola, encajes blancos y promesas. Flores —su madre se quedó mirándola—. Pero llevas un vestido rojo.

—Creo que por fin he madurado, porque ya no me importa la decoración ni lo que lleve puesto. Lo que realmente importa es ser la señora de Pedro Alfonso. He aprendido algo, mamá. Las tonterías son una pérdida de tiempo. Y no lo sabes hasta que estás a punto de perder a la persona por la que has estado haciendo el tonto.

—¿Están seguros de esto?

Paula miró a Pedro y los dos dijeron al unísono:

—Muy seguros.

—Ya me parecía que iban demasiado bien vestidos para una reunión de voluntarios.

—¿Así que no te hemos engañado? —preguntó Paula.

—Solo un poco —admitió su madre—. Supongo que vamos a tener boda. Y, Pedro…

—¿Sí, señora?

—No me llames así. Soy Alejandra. O mejor mamá —a Alejandra se le empañaron los ojos—. Creo que voy a llorar.

Paula la puso a trabajar y todos juntos lo hicieron posible. Poco tiempo después, su dama de honor, Carolina Alfonso, dió comienzo a la ceremonia. Rafael Wexler llevó a Paula por el pasillo que se creó, porque su familia y amigos se apartaron para crearlo. Hubo una época en la que Paula pensaba que le entristecería que Miguel Chaves no pudiera verla casarse, pero no estaba triste en absoluto. Creía con todo su corazón que su padre estaba allí, observándola como su ángel de la guarda. Pedro aguardó junto al árbol de Navidad con el alcalde, que iba a casarlos. Bruno Walters, su padrino, estaba a su lado.

—¿Quién entrega a esta mujer en matrimonio? —preguntó Bernardo.

—Su madre y yo —contestó Rafael.

Paula se puso de puntillas y le dió un beso en la mejilla.

—Te quiero, papá —después besó a su madre—. Te quiero, mamá.

—Sé feliz, cariño —dijo Alejandra con lágrimas en los ojos.

—Yo me encargaré de ello —le aseguró Pedro al darle la mano a Paula.

—Pedro Alfonso, ¿Quieres a esta mujer como tu legítima esposa? —preguntó el alcalde.

—Sí, quiero.

—Paula Chaves, ¿quieres a este hombre…?

—Sí, quiero —contestó ella antes de que terminara.

Bernardo sonrió y siguió con la ceremonia y la lectura de los votos.

—Con los poderes que me concede el estado de Montana, yo os declaro marido y mujer. Puedes…

En esa ocasión, Pedro no esperó. Tomó a Paula entre sus brazos y la besó mientras los demás silbaban y aplaudían.

—Estoy deseando quitarte este vestido —le susurró al oído—. Puedes dejarte los zapatos.

—Oh, cielos —contestó ella.

Javier le estrechó la mano a Pedro y le dió un abrazo a su hermana.

—Esto significa que has perdido la apuesta —le dijo.

—No es verdad.

—¿Estás diciéndome que acabas de casarte con un hombre con el que nunca has salido?

Polos Opuestos: Capítulo 68

De la mano de Pedro, Paula entró en el Rib shack de DJ con Alejandra y Rafael Wexler, su madre y su padrastro. Ambos habían llegado aquel día para pasar las fiestas en Thunder Canyon. Habían ido para sorprenderla, pero los sorprendidos habían sido ellos cuando Paula les había presentado a su prometido. Y había más sorpresas en camino. Le dirigió una sonrisa a Pedro y él le devolvió la mirada conspiradora.

—Durante todo el día un grupo de voluntarios ha estado haciendo turnos para cocinar y llevar comida a la gente de Thunder Canyon que necesita ayuda. Ahora nosotros vamos a hacer nuestra parte —le dijo a su madre.

Alejandra frunció el ceño.

—¿Estás segura de poder hacerlo, cariño? ¿Después de esa experiencia tan traumática que viviste?

—Estoy bien —se quedó mirando a su madre.

Alejandra tenía sesenta y pocos años, pero parecía más joven. No tenía ni una cana, pero el cansancio se notaba en su rostro.

—Pero, si estás cansada…

—No —contestó Alejandra, y miró a su marido—. ¿Y tú, Rafael?

—Estoy preparado para ayudar.

El interior del restaurante estaba igual que el día de Acción de Gracias y el día de los regalos para los patriotas. Había un árbol de Navidad en un rincón y mesas llenas de comida y recipientes para llevar. Como siempre, un gran grupo de voluntarios estaba presente. Paula vió a los Cates y a muchos Clifton por allí. Jesica Williams y Matías Gunther estaban allí con su hijo. Carolina Alfonso estaba por alguna parte y Paula la encontraría enseguida. Nada más entrar por la puerta, ya estaban rodeados de los demás Chaves. Gonzalo, Rodrigo, Leandro y Javier, junto con sus parejas, se acercaron para darles la bienvenida a Alejandra y a Rafael.

—Hola, mamá —Javier fue el último de sus hijos en recibir un abrazo—. ¿Por qué no nos has dicho que venías?

—Porque no pensaba hacerlo hasta que me enteré de lo que le había pasado a Paula. Si no hubieras estado ahí para ayudarla…

—De no haber sido por Pedro, yo no habría podido hacer nada.

—Lo único que hice fue hablar —contestó Pedro encogiéndose de hombros.

—Javier no podría haberme salvado si tú no hubieras bloqueado la carretera para detener a Fowler —dijo Paula—. Eres ingeniero, así que hablar no forma parte de tus habilidades. Eso hace que sea aún más heroico.

—No sé. Cuando es necesario, mis habilidades pueden ser muy convincentes.

—Desde luego que sí.

—¿Dónde está Ezequiel? —le preguntó Javier a su madre.

—Tu hermano se ha quedado al frente de la compañía en Midland —contestó Alejandra con el ceño ligeramente fruncido.

Paula le hizo la traducción a Pedro.

 —Eso significa que mi hermano está teniendo una aventura con una modelo de bañadores realmente sexy que es más importante para él que la familia.

—Paula—dijo su madre.

—¿Me equivoco, mamá?

 Alejandra suspiró.

—Por desgracia no.

Paula divisó a su jefe al otro lado de la sala. Bernardo Clifton la vió y se abrió paso entre la multitud para saludar a los recién llegados. Después los llevó a Pedro, a Javier y a ella a un lado.

—Tengo noticias sobre Arturo Swinton —les dijo.

—¿Qué? —Paula se apoyó instintivamente en Pedro.

—Gerardo se derrumbó fácilmente durante el interrogatorio. Imaginaba que Swinton estaba engañándole y nos dijo dónde podíamos encontrarlo.

—Así que Fowler no mentía. Swinton no está muerto —dijo Javier.

 Bernardo negó con la cabeza.

—La investigación sigue abierta, pero ahora mismo parece que alguien de la clínica de la cárcel le ayudó a fingir un ataque al corazón para ocultar su huida. Ha estado escondido en el pueblo de al lado.

—Y era el cerebro de la operación mientras Gerardo Fowler hacía el trabajo sucio —supuso Pedro.

—Eso es —confirmó Bernardo—. Ha estado pagando a Fowler para arruinar a DJ y Dios sabe qué más. Swinton está de nuevo bajo custodia y ha confesado. Al parecer hace años se enamoró de la madre de DJ y de Delia…

—Qué asco —dijo Paula con un escalofrío—. Podríamos haber estado todos emparentados con él.

—No vayas por ahí —le dijo Bernardo—. En cualquier caso, ella tuvo la sensatez de no tener nada con él, pero durante los años, él vió como la familia triunfaba. La amargura le volvió un poco loco.

—¿Un poco? —preguntó Jackson con sarcasmo—. Yo diría que está algo más que un poco loco. Esta historia es propia de un lunático.

—Sí —dijo Bernardo—. Pero creí que deberíais saber que los dos están bajo custodia y cantando como canarios. No hay nada de qué preocuparse.

Polos Opuestos: Capítulo 67

—Menos mal que he llegado a tiempo —le dió un beso en la cabeza—. ¿Podemos hablar entonces del hecho de que me quieras?

—Así es. Te quiero con todo mi corazón. Me siento a salvo contigo. Y eso no es todo… —no pudo contener un bostezo, señal de que por fin empezaba a relajarse.

—No eres la única con complejos —dijo él—. Después de lo que hemos pasado esta noche, veo las cosas con perspectiva. Ayuda a reconocer las prioridades. Y, si hay algo positivo en todo esto, es que hemos llegado al mismo punto emocional mucho más deprisa de lo que esperábamos…

Pedro dejó de hablar y oyó la respiración profunda de Paula. Se había quedado dormida y se alegraba. Tenía todo el tiempo del mundo para decirle lo que quería decirle. Pero quería que tuviera los ojos abiertos cuando lo dijera.

—Dulces sueños, pelirroja —se acostó con ella y la abrazó mientras se quedaba dormido. La diferencia de edad ya no era un impedimento. Ahora tenían todo el tiempo del mundo.

Paula abrió los ojos y puso fin a un sueño maravilloso. Pero entonces fue consciente de dos cosas más maravillosas aún. Empezaba a haber luz fuera y había un hombre en la cama con ella. Pedro. Se acurrucó junto a él y le puso una mano en el pecho.

—Buenos días —dijo él con voz áspera por el sueño.

—No quería despertarte.

—No lo has hecho.

—Estaba teniendo un sueño maravilloso —le dijo ella. Era el día de su boda y estaban los dos de pie frente al cura—. Entonces he abierto los ojos y he comprobado que la realidad es aun mejor.

—Yo también he estado soñando, y curiosamente no estaba dormido.

—Cuéntamelo.

—Estábamos de pie delante de nuestra familia y amigos, prometiéndonos amor durante el resto de nuestras vidas.

—Eso parece una boda —se quedó mirándolo a los ojos con la esperanza de que hablara en serio—. Y para muchos hombres sería su peor pesadilla.

—Para mí no. Casarme contigo es mi sueño. Sabía que eras para mí desde el momento en que te ví. Pero dos cosas me lo impedían.

—¿Solo dos?

—Tú y yo —contestó con una sonrisa—. Mi cabeza se interponía ante mi corazón. Y después tuve que esperar a que crecieras.

—Una experiencia cercana a la muerte sin duda acelera el proceso.

—Tengo la impresión de que no eres una mujer dócil que hace lo que le dicen, y esa es una de las cosas que me gustan de ti. Pero, por favor, no más experiencias cercanas a la muerte.

—No está en mi lista —convino ella. —Lo que intento decir es que te quiero, Paula. Tanto que me asusta.

—Te quiero, Pedro. Eres todo lo que he estado buscando durante toda mi vida.

—¿Significa eso que te casarás conmigo?

—Sí.

—Creí que la mejor noticia de mi vida fue cuando tu hermano me ascendió en el trabajo. Pero eso no era nada comparado con oírte decir que serás mi esposa.

—Debería advertirte de que quiero tener hijos.

—Me parece fantástico —contestó él con una sonrisa.

—Quizá más de dos. De hecho, es más que probable que en nuestro futuro aparezcan cuatro o cinco.

—Cuantos más mejor.

—¿Entonces tenemos un trato? En lo bueno y en lo malo. En la salud y en la enfermedad. Hasta que la muerte nos separe.

—Prometo honrarte por encima de todas las cosas. Seré el mejor marido que pueda ser y cuidaré de tí y de nuestros hijos durante el resto de mi vida.

—Yo te declaro el marido de mi corazón, mi alma gemela. Puedes besar a la novia. Y lo harás ahora si sabes lo que te conviene…

Pedro la besó, pero la cosa no quedó ahí, porque las promesas que se habían hecho eran sagradas. Si aquello no era un compromiso, entonces nada lo sería. En su corazón, estaban casados como cualquier pareja. Pedro hacía que se sintiera viva como nunca antes se había sentido. Era su primer día de Nochebuena juntos y comenzaba de un modo prometedor. La parte legal podría esperar.

Polos Opuestos: Capítulo 66

—Estás helada —le dijo al notar los temblores de su mano.

—Y me siento sucia. La tienda de Gerardo estaba llena de polvo. Era oscura y horrible. Y me tocó con sus manos.

—No pienses en ello —la llevó al cuarto de baño sin soltarle la mano y llenó la bañera de agua caliente—. Esto te calentará.

—Por favor, no me dejes —dijo ella al ver que se disponía a salir.

Pedro le acarició la mejilla y los labios con el pulgar.

—Estaré fuera. Voy a preparar té y a buscar una toalla y un camisón.

Ella sonrió a pesar de todo.

—¿Qué te hace pensar que no duermo con pijama?

—Porque no puedo imaginarme a una chica como tú llevando otra cosa. ¿Me equivoco?

—No.

Pedro se aseguró de que tuviera todo lo necesario y salió del baño para preparar el té en la cocina. Deseó que hubiera brandy, pero tuvo que apañarse con eso. Tardó cinco minutos en prepararlo todo. Estaba a punto de ir a ver cómo seguía cuando Paula apareció descalza en la cocina. El camisón de satén blanco con rosas que llevaba era a la vez inocente y erótico.

—Tenías orden de relajarte en la bañera.

—No quería estar sola. No paraba de revivirlo todo en mi cabeza. La pistola. La mirada asesina en sus ojos… —se detuvo ahí porque empezaron a castañetearle los dientes.

Pedro fue inmediatamente junto a ella y la tomó en brazos para llevarla al dormitorio. La dejó sobre la cama y la tapó con el edredón.

—Quédate aquí. Voy a por el té. Volveré antes de que puedas echarme de menos.

—No es posible. Te echo de menos en cuanto te vas.

Como prometió, Pedro regresó en cuestión de segundos y le entregó la taza de té. Ella se echó a un lado para dejarle espacio en la cama y él se quitó los zapatos antes de meterse. Paula apoyó la cabeza en su hombro y tomó aliento.

—Menuda noche.

—Eso es quedarse corta —dijo él riéndose—. He envejecido diez años. Así que ya soy mayor que tú.

—Oh, Pedro… —se quedó sin palabras y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿Qué sucede, pelirroja?

—He sido una estúpida con lo de la diferencia de edad. Esas ideas absurdas que tenía en la cabeza me parecen triviales en comparación con… todo. Lo siento mucho.

—No lo sientas.

—No puedo evitarlo —dijo ella secándose una lágrima de la mejilla—. Cuando he salido de trabajar, estaba entusiasmada con la idea de cenar contigo. Solo tenía que hacer ese recado. Pero entonces todo se ha complicado y Gerardo me ha secuestrado…

—No pienses en eso, cariño.

—No puedo evitarlo.

Cuando ella se estremeció, Pedro le quitó la taza y la dejó sobre la mesilla antes de rodearla con un brazo.

 —Tal vez necesites hablar de ello.

—Sí —Paula le puso una mano en el pecho—. Al principio, cuando me ha obligado a entrar en la furgoneta, no sabía qué pensar.

—Has hecho bien en llamarme y darme pistas sobre tu paradero. Si no lo hubieras hecho…

—Gracias a Dios que no has hablado y simplemente has escuchado. Él podría haber oído tu voz, y quién sabe lo que habría hecho.

—Enseguida supe que pasaba algo.

—Era evidente que no tenía intención de dejarme ir.

—Dios, Paula…

—El caso es que pensaba que iba a morir y eso ya era suficientemente terrorífico. Pero no era lo peor.

—Para mí sí lo era.

—Solo me arrepentía de una cosa.

—¿De qué?

 —De no haberte dicho nunca que te quiero. Decidí que tenía que hacer algo o si no él ganaría. Estaba preparándome para saltar de la furgoneta.

—Vaya, Paula. Podrías haberte matado.

—Gracias a tí no he tenido que hacerlo.

lunes, 29 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 65

—Te partiré el cuello, hijo de perra…

Fowler le puso la pistola en el cuello a Paula.

—Quieto ahí.

—No vas a ir a ninguna parte. Ríndete —ordenó Pedro.

—Yo tengo la pistola. Yo mando. ¿Entendido? Dejenme salir de aquí y no le haré daño.

—Sabes que no podemos hacer eso —contestó Pedro—. Suéltala y tú no saldrás herido.

—Como si me fuera a creer eso. Sin ella no tengo rehén —dijo Fowler, y apartó la pistola de ella brevemente.

Paula oyó pisadas en las piedras junto a ella justo antes de que un cuerpo saliera de la oscuridad. Fowler cayó al suelo, y ella quedó libre. Pedro se apresuró a tomarla entre sus brazos.

—Oh, Pedro… —ya no estaba sola en eso—. Estaba tan asustada.

—Lo sé, cariño. Estoy aquí —la apartó ligeramente de él—. ¿Te ha hecho daño? ¿Estás bien?

—Lo estaré. Ahora que estás aquí —se lanzó de nuevo a sus brazos mientras varios coches de policía se detenían a su alrededor.

Paula, desde el refugio de los brazos de Pedro, vió a dos ayudantes de policía quitar a su hermano Javier de encima de Fowler y alejar a sus otros hermanos.

—Creo que la policía acaba de impedir que los Chaves de Texas se tomaran la justicia por su mano con Gerardo Fowler —dijo ella.

—No son los únicos que quieren acabar con él —murmuró Pedro con odio.

Los policías esposaron a Fowler. Al parecer era él quien estaba nervioso ahora, porque comenzó a hablar a toda velocidad, aunque la mayoría de las cosas no tenían sentido.

—Esto no es culpa mía —dijo finalmente.

Antes de que pudiera seguir hablando, uno de los policías le informó de su derecho a permanecer en silencio. Si renunciaba a ese derecho, cualquier cosa que dijera podría ser usada en su contra.

—No es mi culpa —repitió él.

 Javier se acercó a él y dijo:

—Has retenido a mi hermana contra su voluntad. Eso sí es culpa tuya, Fowler.

—No pienso cargar con esto yo solo —dijo el anciano—. Es Arturo Swinton. Él es el cerebro que está detrás de todo.

 —Eso explicaría los cheques bancarios que encontramos —dijo Paula.

—Pero hay muchas más cosas que no se explican —dijo Pedro mirando al detenido—. Como el hecho de que Arturo Swinton esté muerto.

—Pedro tiene razón —dijo Javier—. Murió de un ataque al corazón en la cárcel.

—Quizá sí. Quizá no —contestó Fowler con una sonrisa misteriosa—. Nunca lo encontrarán, y tampoco el dinero que robó.

—Llevenselo de aquí. Lo interrogaremos en la comisaría —el policía a cargo de la escena del crimen miró a su compañero y asintió.

—¿Estás bien, Pau? —preguntó Javier abrazándola después de que se llevaran a Fowler—. Casi me da un ataque cuando he sabido lo que pasaba.

—Estoy bien. Gracias a Pedro y a ustedes.

—Te debo una, Pedro. Gracias.

—No me debes nada —contestó Pedro—. Nunca dejaría que le pasara nada.

—Está bastante alterada —dijo Javier observando a su hermana—. Puedes venir a casa conmigo. Vanina y yo cuidaremos de tí. O Gonzalo…

Paula negó con la cabeza.

—No pienso apartarme de Pedro.

Levantó la mirada y él asintió. Javier dió su aprobación y dijo:

—Mantenla a salvo.

—Cuenta con ello —respondió Pedro.

Paula apoyó la mejilla en su pecho y disfrutó del sonido de su corazón.

—En ese caso, ¿Quieres llevarme a casa? Solo quiero irme a casa. Contigo. Por favor.

—Haría cualquier cosa por tí.

Pedro no había estado tan asustado en su vida. Los dos estaban en silencio mientras conducía hacia el departamento de Paula, y no podía dejar de pensar en lo que podría haber ocurrido. Podría haberla perdido, y la vida sin ella no era vida.

—¿Estás bien? —preguntó tras mirarla de reojo y comprobar que seguía pálida.

—Todo lo bien que se puede estar tras sobrevivir a un secuestro con arma de fuego —contestó ella con voz temblorosa.

—Ya casi hemos llegado.

Un minuto más tarde estacionófrente a la escalera que conducía a su departamento en el segundo piso. Antes de que pudiera salir de la furgoneta, Paula le agarró la mano.

—Pedro.

—¿Qué?

—Por favor, entra conmigo.

—Intenta impedírmelo.

—Gracias —contestó ella.

—No hay de qué. Lo hago por mí. Me moriría si te perdiera de vista.

Tras entrar en el departamento, Paula echó el pestillo y, como si hubiera bajado la guardia, comenzó a temblar de nuevo. Pedro le dió la mano y la condujo al dormitorio. Se dió cuenta de que era la primera vez que lo veía. Habían hecho el amor frente al fuego y había sido la mejor noche de su vida.

Polos Opuestos: Capítulo 64

Paula no había estado tan asustada en su vida. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Aquel hombre estaba desequilibrado. Cuando la metió en la furgoneta, ella no intentó escapar, sorprendida como estaba y aterrorizada por poder recibir un disparo. Después empezó a conducir y se le pasó por la cabeza saltar del vehículo en marcha, pero a esa velocidad le parecía peligroso. Entonces había palpado el móvil en el bolsillo. Fowler estaba murmurando y apuntándola con la pistola. No había luces en el salpicadero, pero aun así no podría sacar el teléfono y marcar el 911. Así que imaginó el teclado del aparato y pulsó el botón de rellamada para llamar al número de la última llamada que había recibido. Pedro. No estaba segura de que el ruido de la carretera pudiera camuflar la voz de otra persona al responder, así que empezó a hablar en voz alta. Vio una señal en la carretera y mencionó que era donde Pedro la había llevado a por el árbol de Navidad. Después de eso siguió diciendo cosas sin sentido.

—No puedo oírme pensar —dijo Fowler—. Cierra la boca.

—No puedo. Estoy nerviosa. No puedo dejar de hablar cuando estoy nerviosa. Déjame marchar. Detén la furgoneta. Saldré y volveré al pueblo caminando. Te daré ventaja. Además no puedo caminar deprisa con los tacones. Olvídalo. Tardaría una eternidad.

—¡Cállate!

—Ya te lo he dicho, no puedo. ¿Por qué haces esto?

—Malditos forasteros entrometidos —murmuró él—. No pueden dejar las cosas quietas. El Rib Shack de DJ sigue en pie. Debería haberse hundido con todo lo que hice. Y los Chaves no hacen más que invertir dinero en el complejo elitista del señor Clifton.

—¿Qué sucede?

—Es muy frustrante.

—¿Qué tienes en nuestra contra? —preguntó ella.

—No pertenecen a este lugar. Ninguno de ustedes. No han nacido en Thunder Canyon.

—Tú tampoco. Dijiste que atravesaste el país con un ataúd en la furgoneta.

—Eso es diferente.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—¿Así que nos odias porque trajimos la bonanza económica a Thunder Canyon?

—Lo nuevo no siempre es mejor. No es nada personal. Son negocios. Se trata de dinero. Eres una Chaves. Deberías saberlo. Ahora cierra la boca. ¿Por qué no podías meterte en tus propios asuntos? Ahora sabes demasiado. Tengo que pensar.

Probablemente en cómo deshacerse de ella. Permanentemente. Si Fowler detenía la furgoneta, tendría toda su atención puesta en ella, y no podría intentar escapar sin recibir un balazo en la espalda. Su única oportunidad era intentar hacer algo mientras estuviese conduciendo, pero tenía la pistola entre ella y el volante. Además, como estrategia, agarrar el volante también era peligroso. La furgoneta podría salirse de la carretera y caer por un precipicio. Aquel viejo trasto no tenía cinturones de seguridad. Saltar le parecía la única opción, y sabía bien cuáles eran las intenciones de Fowler, así que no tenía nada que perder. Se prepararía. Cuando aminorase un poco la velocidad en una curva, lo intentaría. Con los dedos en la manilla de la puerta, lo miró y esperó su oportunidad.

—Hijo de perra —gruñó Fowler justo antes de pisar el freno.

Paula perdió el equilibrio e intentó sujetarse. Miró a través del parabrisas y vio una vieja furgoneta bloqueando la carretera. Era la furgoneta de Pedro.

—Gracias a Dios —susurró, y se dispuso a abrir la puerta.

—No tan deprisa —Fowler levantó la pistola para detenerla, puso la marcha atrás, pisó el acelerador y miró por encima del hombro. Volvió a frenar—. Maldita sea.

Paula miró hacia atrás y vió otro vehículo tras ellos. Le parecía el coche de Javier, y había más detrás,  Gonzalo, Rodrigo y  Leandro. Sus hermanos.

—Estás atrapado —le dijo a Fowler—. Se acabó.

—No hasta que yo lo diga —la apuntó con la pistola y se deslizó sobre el asiento antes de agarrarla del brazo—. Sal. Te tengo a tí. Eso me dará vía libre.

Paula no tenía más remedio que obedecer. Cuando abrió la puerta de la furgoneta, oyó las sirenas de fondo. La policía estaba en camino. Pero Pedro estaba allí, de pie en medio de la carretera. Su expresión de furia era claramente visible con la luz de los focos. Tenía los puños apretados y un brillo peligroso en la mirada.

—Suéltala, Fowler —dijo dando un paso al frente.

—No te acerques más —le advirtió el anciano—. No tengo nada que perder y no dudaré en usar esta pistola.

Paula estaba tan asustada que le temblaban las piernas y estuvo a punto de caerse al suelo, pero Fowler tiró de ella con tanta fuerza que dió un grito. Pedro dió otro paso al frente.

Polos Opuestos: Capítulo 63

—Te haremos compañía.

—Lo siento, Pedro—dijo Matías con una mirada de compasión—. Tú has sacado el tema. Ahora tendrás que contarle toda la historia.

En ese momento la camarera llegó para tomar nota de las bebidas y les dejó las cartas sobre la mesa. Pedro deseaba tener ya su cerveza, porque sabía que Matías tenía razón. Pero resultó que contar los detalles de su declaración pública en aquel mismo lugar fue como relatar una anécdota que no tenía ningún poder sobre él.

—Así que esa es mi triste historia. Salvo que después de que me destrozaran el corazón, mis hermanas y mis amigos me dijeron que no les caía bien.

—Curioso —dijo Matías.

La camarera regresó con dos cervezas y una copa de vino blanco para Jesica.

—Ojalá me lo hubieran dicho antes de que todo el pueblo supiera que le había pedido que se casara conmigo —dijo Pedro.

—No les habrías hecho caso —respondió Matías, y miró a Jesica con amor en los ojos—. Los hombres podemos ser testarudos a veces.

—Cuesta creerlo, ¿Verdad? —dijo ella.

—Odio tener que decirte esto, pero eso no es exclusivo de los hombres — explicó Pedro antes de dar un trago a su cerveza.

—Estás hablando de Paula—no era una pregunta, y Pedro la miró extrañado—. Trabajamos juntas. Hablamos.

Estas cosas ocurren.

—Lo sé. Tengo dos hermanas.

—Pues Paula nos contó que…

—¿Nos?

 —A Celina y a mí. Tenemos que mantenernos entretenidas con un trabajo tan aburrido —Jesica jugueteó con su copa de vino—. El caso es que mencionó la razón por la que estaba conteniéndose. Por el tema de la edad. Pero creo que está empezando a entrar en razón.

Pedro también había pensado eso cuando ella había accedido a reunirse con él, pero llegaba muy tarde y estaba claro que no pensaba aparecer. Otra vez la misma historia. Sin embargo ahora era diferente, porque sentía algo que antes no había sentido. El rechazo de Paula le producía un inmenso dolor en el alma porque, en esa ocasión, estaba enamorado. La amaba  y había sido así desde el principio. Lo más absurdo había sido intentar convencerse a sí mismo de que solo quería divertirse.

—Creo que te equivocas, Jesica—dijo mirando el reloj—. Paula no va a entrar en razón ni tampoco va a entrar por esa puerta esta noche.

—¿Es qué estás esperándola a ella? —preguntó Matías.

—Sí. Dijo que se reuniría conmigo aquí.

Jesica frunció el ceño y pareció preocupada.

—¿Cuándo hablaste con ella?

—Cuando salía del trabajo. Dijo que primero tenía que hacer un recado.

—Oh, no —Jesica pareció realmente alarmada—. No debería haber tardado tanto.

—¿Qué? —preguntó Matías.

—Iba a pasarse por The Tattered Saddle.

Pedro se quedó mirándola.

—¿La tienda de basura?

—Antigüedades —aclaró ella—. Paula se ofreció voluntaria para ir a preguntarle a Gerardo Fowler sobre algo que encontré cuando estaba limpiando los archivos del alcalde.

—¿De qué se trataba?

—Encontramos cheques bancarios que Arturo Swinton le había firmado a Gerardo Fowler. Bernardo nos aconsejó no sacar conclusiones precipitadas, porque tal vez hubiera alguna razón legítima que explicara esas transacciones. Celina trabaja a jornada parcial en la tienda y se ofreció a preguntarle, pero Paula no quería que pusiera su trabajo en peligro. Dijo que iría ella y le haría preguntas discretas para zanjar el asunto. Así sabríamos si avisar a las autoridades o triturar los papeles.

—¿Y se fue sola? —por una vez Pedro deseó que Paula hubiese dejado a un lado su vena valiente.

Cuando Jesica asintió, sintió pánico. Y hablando de sacar conclusiones… Debería haberlo sabido. Tal vez Paula pensara demasiado, pero nunca se callaba los pensamientos. Era directa y sincera. Era una de las cosas que le encantaba de ella. Si había decidido que no quería quedar con él, le habría llamado o habría ido en persona para decírselo. Jamás le habría dejado plantado sin decir palabra.

—Ha sucedido algo —dijo—. Creo que Paula podría estar en apuros.

—Oh, Dios… —Jesica le apretó la mano a Matías—. ¿Qué debemos hacer?

—Yo voy a ir a buscar su coche a The Tattered Saddle —dijo él poniéndose en pie.

Justo en ese momento comenzó a vibrar su móvil. Miró la pantalla para ver quién era.

—Paula.

Descolgó, pero, antes de que pudiera decir nada, oyó su voz al otro lado de la línea.

—Suéltame —le oyó decir—. Por favor, no me hagas daño.

Pedro se sintió aterrorizado, pero se dió cuenta de que no estaba hablando con él y de que debía prestar atención.

—Gerardo, secuestrarme solo empeorará las cosas —hubo una pausa. Su respiración sonaba entrecortada, como si hubiera estado corriendo—. ¿Por qué me estás sacando del pueblo? Déjame marchar —se oyó una voz de fondo—. No hay nada en la carretera de Thunder Canyon. Lo sé porque es donde me trajo Pedro a por mi árbol de Navidad.

Estaba dándole una pista. Pedro miró a la otra pareja y tapó el teléfono con la mano para que no le oyeran.

—La tiene Fowler. Sé hacia dónde se dirigen. Llamen al sheriff y después a su hermano Javier. Y al resto de sus hermanos también.

Pedro les pidió a Matías y a Jesica que transmitieran la información, porque él iba a ir a buscar a Paula. Tenía que ayudarla. El fracaso no era una opción. El destino no podía ser tan cruel como para entregarle a la mujer perfecta y después arrebatársela para siempre.

Polos Opuestos: Capítulo 62

—No —dijo él sin quitarle los ojos de encima—. Entrometida. ¿Tiene alguna pregunta que hacer?

—Sí. Me preguntaba si el anterior alcalde, Arturo Swinton, le pagó para usar su colección en las exposiciones del Frontier Days. O tal vez le contrató para asesorarle sobre la autenticidad de algunos de los programas del festival.

—¿Por qué pregunta una cosa así? —preguntó Fowler mientras abría la puerta de cristal de la vitrina.

—Por nada. Solo es curiosidad. Soy una entrometida, como usted ha dicho.

Paula no podía quitarle los ojos de encima, y se asustó definitivamente cuando Fowler sacó una pistola brillante y la apuntó hacia su pecho.

—Está cargada —dijo—. Y funciona, ya que aprecio y cuido bien todas las cosas antiguas. Ahora, volveré a preguntárselo. ¿Por qué pregunta si Arturo Swinton me pagó por hacer algo?

—Por favor, aparte esa pistola.

—Primero dígame lo que sabe.

Paula no podía creer que aquello estuviera ocurriendo. Era como sacado de una serie de la televisión, algo que les ocurría a otras personas.

—No sé nada —le pareció mejor mentir dadas las circunstancias.

Sin apartar la pistola ni un segundo, Fowler rodeó la vitrina de cristal y se colocó frente a ella.

—¿Entonces por qué me pregunta por Swinton?

—Hemos encontrado cheques bancarios firmados por Arturo Swinton para usted.

—¿Y quién la envía?

—Nadie. Simplemente pensamos que habría alguna explicación razonable — aunque, dado que estaba apuntándola con una pistola, eso le parecía cada vez más improbable.

—¿Quiénes lo pensaban?

—Jesica Williams, Celina Clifton y yo —entonces se le ocurrió otro nombre que tal vez podría hacerle bajar el arma—. Y el alcalde Clifton también lo sabe.

—Siento mucho oír eso —contestó él con voz tranquila.

—¿Qué planea hacer?

—Tú y yo vamos a ir a dar una vuelta. Si intentas algo, te disparo. No creas que no lo haré.

—¿Dónde me lleva?

—Eso es cosa mía. Muévete, despacio. Las manos donde pueda verlas.

Con la pistola en su espalda, Fowler la condujo hacia la puerta de atrás. Recordaba que Pedro había insistido en acompañarla desde Roots hasta su despacho por la noche. Ella se había burlado de su caballerosidad. Aquello era Thunder Canyon. ¿Qué podía ocurrir? Habría dado cualquier cosa por saber la respuesta a esa pregunta. Pero, sobre todo, deseaba que Pedro estuviera allí. No sabía en qué momento había empezado a confiar en él plenamente, pero sabía que, si estuviera allí, sabría lo que hacer. Pero ni siquiera sabía dónde estaba.



Pedro volvió a mirar el reloj. Paula llegaba tarde. Miró a su alrededor y observó que el Rib Shack estaba sorprendentemente lleno aquella noche. Tal vez los compradores de última hora no quisieran irse a casa a cocinar. O quizá los forasteros estuvieran pasando las fiestas en el complejo turístico y quisieran cenar allí. Fuera cual fuera la razón, era agradable ver el establecimiento de DJ a rebosar después de los asuntos turbios ocurridos para perjudicar su negocio. Alguien se detuvo junto a él.

—¿Pedro?

Levantó la mirada y vió a Matías Gunther y a su prometida, Jesica Williams.

—Hola.

—Me alegro de verte. Últimamente no he podido pasarme por Roots —dijo Matías.

—Ha estado ensayando como un loco para el concierto de Navidad —explicó Jesica.

El cantante se encogió de hombros.

—Esto es lo más importante que he hecho profesionalmente. No se trata solo de mí.

—La fundación es una buena causa. De hecho no ha habido mucha gente en Roots. Con suerte eso significa que los chicos están con la familia y los amigos haciendo cosas divertidas.

—Eso es importante —convino Jesica—. Esta noche he contratado a una niñera para cuidar de mi pequeño y he convencido a mi hombre grande para que se tomara la noche libre y salir a cenar.

—No quiero meterme en medio de su momento romántico —Pedro hizo todo lo posible por sonar sincero y ocultar su rabia y su amargura. Había albergado estar haciendo lo mismo con Rose esa noche—. Disfrutaen de la velada.

—¿Estás esperando a alguien? —preguntó Jesica.

—Creo que lo que estoy haciendo es dejar que la historia se repita —al ver la confusión en la pareja, se dió cuenta de que ninguno de los dos vivía en Thunder Canyon cuando Romina le dejó plantado.

Jesica miró a Matías y, sin decirse nada, ambos se sentaron frente a él.

Polos Opuestos: Capítulo 61

Paula entró en The Tattered Saddle y experimentó una sensación de sobrecarga visual con un toque de claustrofobia. Toda superficie estaba cubierta; el suelo, las paredes, el techo y las estanterías. La parte de arriba de un armario y de una cómoda estaban llenas de lámparas, jarrones y libros. Tras ella un hombre se aclaró la garganta y Paula se dió la vuelta sobresaltada. El hombre estaba de pie tras un mostrador de madera con una lamparita iluminando su rostro arrugado. Tenía el pelo blanco y los ojos azules, pero no dijo nada. Ni un «¿qué desea?», ni un «feliz Navidad» y tampoco un «bienvenida a el The Tattered Saddle, mi nombre es…». Al parecer, Paula  iba a tener que romper el silencio.

—Hola. Usted es Gerardo Fowler.

—Sí.

—Tiene una variedad de objetos muy interesantes aquí.

—Todos viejos —convino él—. Ya no se fabrican cosas así.

—No —Paula levantó un jarrón de cerámica color crema con una rosa en tres dimensiones. Era sorprendentemente bonito—. Pero ahora fabrican ordenadores que no fabricaban antes.

—Odio esos trastos electrónicos.

Por lo que había oído, Arturo Swinton también era viejo y, si compartía la misma fobia a los ordenadores, eso explicaría el rastro de papeles que sus amigas y ella habían encontrado. Pero, como Bernardo había dicho, no era buena idea sacar conclusiones precipitadas.

—¿Cuánto cuesta este jarrón? No veo el precio.

El señor Fowler salió de detrás del mostrador y le quitó el jarrón. Sus manos parecían sorprendentemente fuertes.

—Diez dólares.

—Creo que me lo llevo.

—De acuerdo —regresó al mostrador, pero no se colocó tras él—. ¿En efectivo o con tarjeta?

—¿Le importa si echo un vistazo? Tengo un par de regalos de última hora que comprar para gente algo difícil.

—Por supuesto.

Paula encontró un camino entre el laberinto de objetos y se abrió paso con cuidado de no tirar ni romper nada. Estaba deseando ver a Pedro, pero, si quería lograr que el señor Fowler hablase, moverse demasiado deprisa no sería buena idea. Miró por encima del hombro y vio la cara arrugada y seria del tendero. Raro y extravagante, se recordó a sí misma. Eso no la tranquilizó a medida que se adentraba en las profundidades de la tienda. Al final había una vitrina de cristal iluminada por dentro. En el interior había todo tipo de armas. Estaban limpias y ordenadas. Aquella vitrina era una anomalía comparada con el caos que reinaba en el resto de la tienda. Fingió interés y el señor Fowler se acercó enseguida.

—Estas parecen muy antiguas —dijo ella.

—Son más viejas que yo, que ya es decir.

—Soy Paula Chaves, por cierto.

—¿Es pariente de DJ Chaves?

—Es mi primo.

—Entonces supongo que estará unida a los Clifton y a los Cates —dijo él con frialdad.

—Son amigos míos, sí. Son parte de la razón por la que me fui de Texas. Solo llevo en Thunder Canyon un par de meses. ¿Usted lleva mucho tiempo aquí, señor Fowler?

—Mucho tiempo —repitió él—. Circula por ahí una historia que dice que recorrí el país con mi furgoneta con un ataúd vacío en la parte de atrás.

¿Estaba intentando asustarla? Si era así, estaba consiguiéndolo.

—Yo no había oído ese rumor. ¿Es cierto?

Su única respuesta fue una sonrisa que parecía más una mueca.

—Thunder Canyon es un pueblo fantástico —continuó ella.

—Antes lo era —respondió él—. Cuando era más pequeño. Antes de que llegaran las cosas nuevas. Nunca entenderé por qué la gente piensa que lo viejo no es bueno. No me gusta que las cosas no puedan volver a ser como antes.

—Entonces, apuesto a que le gustará el Frontier Days. Probablemente sea uno de sus festivales favoritos en el pueblo.

—Todos son iguales, si quiere mi opinión.

Paula se quedó mirando de nuevo las armas de la vitrina.

—Yo pensaba que, con su interés por las antigüedades se vería recompensado con un evento que trae al pueblo a turistas que quieren recordar los viejos tiempos. El salvaje Oeste que fue Thunder Canyon en otra época.

—Es un día como cualquier otro —de pronto apareció un brillo de suspicacia en su mirada—. ¿Siempre es usted tan entrometida?

—Sí, pero prefiero llamarlo «amistosa».

viernes, 26 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 60

Paula salió con el archivo y fue al despacho de Bernardo Clifton. Llamó a la puerta y, cuando él le dió permiso, entró.

—¿Tienes un minuto? —preguntó.

—Un par —confirmó el alcalde—. Pero Mónica tiene que hacer unas compras navideñas de última hora y he prometido llegar pronto a casa para cuidar del bebé.

—Seré rápida —le mostró los cheques bancarios—. ¿Sabes por qué un alcalde iba a darle dinero a un comerciante local?

—En lo referente a Swinton, sería fácil sacar conclusiones precipitadas, pero eso nunca es apropiado. En mi periodo como alcalde, no he tenido nada que ver con The Tattered Saddle. Aun así, no puedo decir que Swinton no tuviera razones legítimas. Puede que tenga algo que ver con el festival Frontier Days.

—Entiendo.

Sonó el teléfono de su escritorio y miró la pantalla.

—Es Mónica. Hablaremos de esto más tarde.

—De acuerdo. Gracias —dijo ella antes de salir por la puerta—. No sabe de qué puede ser, pero ha mencionado que podría tener que ver con el festival Frontier Days —anunció al regresar al despacho de Jesica.

Celina se recostó en su silla.

—Es posible. Gerardo tiene muchas antigüedades del Oeste. Pistolas, cuchillos, sillas de montar, cuerdas. Tal vez Arturo Swinton le pagara para tomar prestadas algunas cosas para las exposiciones y los adornos, para que fuera más auténtico para los visitantes.

—Puede ser —dijo Jesica, sentada en el suelo rodeada de archivos—. Puede que incluso contratara a Fowler como asesor.

Todo ocurrió antes de que ella se mudara al pueblo, pero Paula había oído hablar de algunos asuntos turbios en la época en la que Swinton era alcalde. Después había sido arrestado por malversación, pero nunca se recuperó el dinero. Aquello podía ser parte de esa historia.

—Probablemente nunca sepamos de qué va todo esto, puesto que el anterior alcalde murió en la cárcel de un ataque al corazón.

—No podemos preguntárselo —convino Celina—, pero puede que el señor Fowler lo sepa. Es un hombre raro, en el sentido de extravagante. Podría preguntarle por qué aceptó dinero del alcalde corrupto, pero de buenas maneras.

Paula negó con la cabeza.

—No hay una manera diplomática de preguntarle eso a tu jefe. Podría despedirte. Y doy por hecho que necesitas el trabajo, si no, no tendrías por qué soportar a un hombre con un carácter tan insufrible.

—Sí —Celina asintió—. No lo hago por diversión.

—Iré yo a preguntarle —dijo Paula—. Supongo que ahora estoy en una misión. Y ustedes que pensaban que era solo triturar. Tenemos que quitarnos esto de encima. Fuera lo viejo, venga lo nuevo, y cuanto antes mejor.

—Si estás tan segura —le dijo Jesica—. Sería fantástico tener atados los cabos sueltos.

—Casi es la hora de irse a casa.

—Gracias a Dios —dijo Jesica—. Matías y yo vamos a salir a cenar esta noche. Nosotros solos.

—Una cita —añadió Celina con un suspiro—. Todas las noches con Gastón son como una cita, pero el hecho de tener un niño hace que realmente aprecies el tiempo que tienes para ti.

—Así que las dos tienen gente esperándolas y yo no. Me pasaré por The Tattered Saddle de camino a casa para ver qué puedo averiguar.

Se despidió antes de que las otras dos pudieran protestar, regresó a su despacho y agarró el abrigo y el bolso. Y hablando de cabos sueltos, sacó el móvil y miró la lista de contactos. El nombre de Pedro apareció el primero, y estaba a punto de marcar el botón para llamar cuando sonó el teléfono.

—¿Sí? —preguntó mientras se dirigía hacia las escaleras.

—Soy Pedro.

—Hola.

—Tengo que hablar contigo. Para que lo sepas, no aceptaré un «no» por respuesta.

—Entonces estás de suerte, porque no pensaba decir «no» —contestó ella.

—Me gustaría llevarte a cenar. ¿Por qué no te recojo…?

—De hecho iba de camino a hacer un recado para la oficina del alcalde. No creo que me lleve más de media hora. ¿Por qué no me reúno contigo en algún lugar?

—¿Dónde DJ?

—Allí estaré.

—Yo también.

—Estoy deseándolo —dos palabras que no lograban expresar lo que sentía. Pero en poco tiempo podría decírselo todo en persona—. Nos vemos enseguida.

Tras despedirse, Paula se guardó el móvil en el bolsillo del pantalón. Sonreía de oreja a oreja porque por fin su mundo era tan brillante como la época navideña. Al menos lo sería después de pasarse por la tienda de antigüedades.

Polos Opuestos: Capítulo 59

—Genial. Sería fantástico que me echaras una mano.

—Acabas de decirme que tenga cuidado con los dedos, ¿Y ahora quieres una mano entera? —Paula siguió bromeando mientras recorrían el pasillo hacia el otro despacho.

—Es una manera de hablar. Aquí estamos —dijo Jesica al entrar por la puerta.

Celina levantó la mirada. Estaba sentada detrás del escritorio repasando un archivo.

—Ah, refuerzos.

—A su servicio —respondió Pedro. Miró la montaña de papeles situada en un rincón de la mesa y la trituradora en el suelo junto a ella—. Es una pila enorme, pero pronto desaparecerá.

—Bien —con determinación en la mirada, Jesica se dirigió al cajón que habían abandonado la última vez por estar demasiado lleno—. Voy a lograr abrirlo aunque muera en el intento.

—Ten cuidado —le dijo Paula—. No quiero tener que explicarle a Matías que te atacó un armario sicótico empeñado en destruirte.

—Entiendo por qué eres tan buena en tu trabajo redactando comunicados de prensa para el alcalde. Se te dan bien las palabras.

—Gracias a ella las cosas son más divertidas por aquí —dijo Celina.

Paula comenzó a dar de comer papel a la trituradora, pero ni siquiera el ruido de la máquina impidió que siguieran hablando.

—¿Algo nuevo entre Pedro y tú? —preguntó Celina.

—Oh, bueno… Ya sabes —contestó Paula.

—Mmm. Interesante. Jesica, no puedes verle la cara porque estás medio metida en ese cajón, pero Paula se han sonrojado.

—No es verdad —el zumbido de la máquina se detuvo cuando se llevó una mano a la mejilla.

—Y estás a la defensiva —añadió Celina—. Eso significa una cosa.

—Paula se ha acostado con Pedro—se oyó la voz de Jesica.

—Incluso aunque tuvieran razón, cosa que no he confirmado —dijo Paula—, eso no cambia nada.

—Te equivocas —dijo Celina—. He llegado a conocerte bien, Paula. Los encuentros íntimos son un gran paso para tí. Si das ese paso, es porque vas en serio con Pedro. Quieras admitirlo o no.

—Tiene razón —dijo Jesica.

—No es justo. Son dos contra una —protestó Paula.

—Pero eso no hace que no lleve razón —añadió Celina—. Aunque esto es hipotético, porque has dicho si te hubieras acostado con él.

—Cierto.

Paula comenzó a meter papeles en la trituradora todo lo rápido que podía para ahogar sus propios pensamientos. Casi no podía oírse a sí misma diciéndole a Pedro que, en su opinión, acostarse con alguien tenía que significar algo. No sucedía a no ser que dos personas no estuvieran comprometidas. Y ella se había acostado con él. Las acciones hablaban más que las palabras. Terminó de pensar y todas las piezas encajaron en su lugar. Solo esperaba no haber tardado demasiado.

—Jessica—dijo—. Necesito tomarme un descanso rápido para…

—¿Qué diablos es esto? —la ayudante del alcalde estaba mirando un archivo con el ceño fruncido.

Paula se acercó y examinó la carpeta arrugada.

—Parece que ha conocido tiempos mejores.

—Estaba atrapado entre los cajones y por eso no se abrían.

—¿Ocurre algo? —preguntó Paula.

—Buena pregunta. Entre otras cosas, aquí hay cheques bancarios firmados por el anterior alcalde, Arturo Swinton, a Gerardo Fowler.

 —¿Mi jefe? —preguntó Celina.

—¿Quién?

 —Es el dueño de la tienda de antigüedades The Tattered Saddle, donde trabajo a jornada parcial.

—¿Por qué iba a darle dinero el alcalde? —preguntó Paula.

—Tal vez el actual alcalde pueda responder a esa pregunta —sugirió Jesica.

—Sigue en su despacho, ¿Verdad? —preguntó Paula—. Iré a preguntarle. Triturar o no triturar.

Polos Opuestos: Capítulo 58

—Mira, Pedro, la razón por la que no me he ido con mis amigos esta noche es porque estoy preocupada por tí. Ahora ya sé qué es lo que te pasa y es todo culpa mía. Si deseas a Paula, ve tras ella. No te rindas. No dejes que se rinda. Los Alfonso estamos hechos de otra pasta.

Pedro se puso en pie lentamente, asintió con la cabeza y dijo:

—Tal vez debas dedicarte a la motivación personal.

—¿Por qué?

—Porque tienes razón. Voy a convencerla de que estamos bien juntos.

—Ese es el espíritu —respondió Carolina con una sonrisa—. ¿Cuál es tu plan?

—Aún no lo sé —miró el reloj—. Sigue en el trabajo.

—Pues llámala. Yo me haré cargo de Roots si accede a verte en algún sitio.

—Eres la mejor —dijo Pedro sacando su móvil—. Pero en cuanto a lo de tu bocaza… De ahora en adelante recuerda que el silencio es oro.

—Traducción: cierra ese buzón de correos.

La única respuesta de Pedro fue sonreír antes de abrazarla.



Paula miró el calendario sobre su escritorio, que marcaba el veintitrés de diciembre, y se preguntó en qué momento había empezado a contar los días que habían pasado desde que viera a Pedro por última vez. Cuantos más días pasaban, más lo echaba de menos. El sol salía por la mañana y se ponía por la noche, pero con cada veinticuatro horas que pasaban, su alma se sentía un poco más vacía, hasta que se preguntó si llegaría a marchitarse y a desaparecer por completo. Estaba limpiando su mesa antes de las vacaciones de Navidad. Por suerte no tenía ninguna tarea importante que hacer, pues casi toda su atención estaba puesta en lo que le había dicho Bruno Walters. Cuando un alma encontraba a su otra mitad, un certificado de nacimiento no era más que un pedazo de papel. Le había dicho que no lo pensara demasiado, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

—¿Paula? —Jesica estaba de pie en la puerta de su despacho—. ¿Estás ocupada?

—Estaba matando el tiempo antes de irme a casa —y pensando demasiado—. ¿Por qué?

—Voy a seguir revisando los viejos archivos. Celina me va a ayudar.

—Tiene sentido —dijo Paula saliendo de detrás de su escritorio—. Eres la ayudante del alcalde. Los archivos son como un mapa de carreteras de lo que ocurre en esta oficina.

—Desde luego se aprende mucho —convino la rubia—. Pero me vendría bien tu ayuda.

—Dime lo que tengo que hacer.

—Nada demasiado complicado. Si logramos quitárnoslo de en medio, sería fantástico empezar el año nuevo con espacio en los ficheros. Fuera lo viejo, venga lo nuevo. Acabamos de sacar una pila de papeles para triturar.

—Así que quieres que realice la difícil tarea de dar de comer a una máquina que convierte el papel en confeti. Me apunto. No te decepcionaré.

—No es cuestión de seguridad nacional —dijo Jesica—. Tú ríete, pero hace falta mucha coordinación mano-ojo para evitar meter los dedos en las cuchillas. Y mucha concentración.

—Ese es mi segundo nombre. Estaré encantada de ayudar.

Polos Opuestos: Capítulo 57

—Deberías ser escritora. Se te da bien inventar cosas, y creo que eso es útil para la ficción —se hundió más en el sofá, negándose a mirarla por miedo a que viera que tenía razón.

—No solo eso —continuó ella—. Has estado melancólico desde que hemos llegado aquí. He conseguido animarte durante un rato. Pero luego he sacado el tema de la navidad. Y el árbol. Y Paula…

—¿Qué?

—Se trata de Paula, ¿Verdad? ¿Qué ha ocurrido?

Había hecho el amor con ella y ella le había rechazado. Pero no podía contarle a su hermana nada de eso.

—No hay nada entre Paula y yo.

 —Pero deseas que lo hubiera —Carolina no estaba preguntando.

—Tal vez deberías dedicarte a la abogacía. O a la psicología.

—Estás intentando distraerme porque llevo razón.

Pedro suspiró.

—¿Existe la posibilidad de que dejes el tema?

—No.

—De acuerdo entonces —miró por la ventana y se concentró en el edificio situado al otro lado de la calle, con las luces de Navidad encendidas—. Me gusta mucho Paula y ella no está interesada.

—¿Por qué no? —preguntó Carolina—. Eres listo y divertido. Me refiero a cuando no estás de mal humor. Negaré haber dicho esto, pero eres bastante guapo. ¿Cuál es su problema?

—La diferencia de edad. Ella quiere un futuro. Cree que yo no puedo tener nada serio, que no me comprometeré por…

—Romina—dijo Carolina con rabia. Entonces abrió los ojos desmesuradamente—. Oh, Dios mío.

—¿Qué sucede?

—Es todo culpa mía.

Pedro se incorporó.

—¿Qué quieres decir? Tú no eres responsable de cuándo nacimos ninguno de los dos.

—No. Pero yo le dije cuántos años tenías. Cuando estábamos donde DJ en Acción de Gracias. Ella estaba haciéndome preguntas sobre tí. Y solo Dios sabe por qué, pero estoy orgullosa de tí. Estaba presumiendo de lo listo que eres y de lo que haces ahora y de todo lo que has conseguido para tener la edad que tienes…

—Así que fuiste tú.

—Sí, pero hay más —su expresión de culpabilidad se intensificó—. Cuando estábamos preparando los regalos para los patriotas, ví a Paula cuando entró. Te vió hablando con Karen y mencionó que parecían muy amigos.

—¿Y?

—Y yo presumí un poco más y dije que no sabía cómo lo hacías, pero que eras amigo de todas tus ex.

—¿De todas?

Carolina asintió.

—Yo no me dí cuenta de que hubiera algo entre ustedes. Fui una estúpida.

Paula estaba interesada desde el principio y, si yo hubiera tenido la boca cerrada, todo habría salido bien. Quizá. Quizá no. Probablemente fuese mejor saber la verdad desde el principio.

—No te tortures, Caro. Es lo que es.

—Tengo que hablar con ella —Carolina apagó la televisión y se puso en pie.

—¿Y qué le vas a decir? Sigue existiendo la diferencia de edad.

—Lo cual no significa nada si amas a alguien. Pero tengo que decirle que tú no usas a las mujeres como si fueran pañuelos de papel.

—¿Qué?

—Ya sabes. Usarlas y tirarlas.

Pedro negó con la cabeza.

—No hables con ella. No creo que sirva para nada bueno.

Carolina se retorció las manos.

—Sé que ya he causado suficiente daño, pero tengo que intentar arreglarlo.

—No puedes.

—Entonces habla tú con ella.

—Ya lo he hecho y no ha cambiado nada —apoyó los codos en las rodillas.

Polos Opuestos: Capítulo 56

—De acuerdo. ¿Entonces por qué no estás con gente de tu edad?

—¿Qué eres? ¿El viejo sabio? Tampoco eres mucho mayor que yo.

 Tenía razón, aunque se sintiese un anciano comparado con ella.

—¿Por qué no estás haciendo algo divertido?

—Prefiero estar contigo.

—¿Así que estar conmigo no puede catalogarse como «divertido?

—Yo no he dicho eso —protestó ella.

 —Pero lo has insinuado —Pedro se dió cuenta de que no habían hablado de verdad en mucho tiempo. Él había estado ocupado con el trabajo, escribiendo su tesis doctoral. Y con Paula. Carolina había estado ocupada con las clases y con su trabajo—. ¿Qué tal va todo?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Carolina con desconfianza.

—Me refiero a cómo van las clases, qué tal los exámenes, qué quieres ser cuando seas mayor.


—Las clases fueron fáciles y los exámenes también. Tengo un par de asignaturas más que quitarme de en medio —frunció el ceño—. Voy muy por detrás de lo que debería estar en la universidad.

—Es difícil cuando solo te matriculas en dos asignaturas por tener que trabajar —Pedro estiró el brazo por el respaldo del sofá—. Pero el dinero ahora no es un problema. Sonia y yo podemos ayudarte.

—Lo sé. Pero… —agarró con fuerza el mando a distancia de la televisión, habiéndose olvidado por completo de la película—. No sé lo que quiero ser y ahora tengo que decidir.

—¿Qué es lo que te gusta?

—Muchas cosas. Psicología. Sociología. Historia. Literatura Inglesa. No soy como tú. Soy alérgica a las matemáticas y a la ciencia. Tampoco soy artística como Sonia. ¿Puedes creer que tuviéramos los mismos padres?

—Tienes razón. Sonia es artista. Yo soy el empollón de la familia —Pedro estiró la mano y le tiró de un mechón de pelo—. Pero tú eres la que tiene toda la personalidad y el corazón.

—Oh, vaya —dijo ella con una sonrisa—. Solo dices eso porque es cierto.

—¿He mencionado «humildad»? Porque no eres muy humilde —sabía que era el momento de darle un consejo de hermano mayor y buscó las palabras adecuadas— . No puedo decirte cómo orientar tu educación. El mejor consejo que tengo es que estudies lo que te gusta. Acabarás convirtiéndolo en tu trabajo. Te lo prometo.

—Te tomo la palabra. ¿Qué me has comprado por Navidad?

Así, sin más, sus dos mejores amigas, la tristeza y la furia, regresaron.

—No quiero hablar de eso.

—Sé que me has comprado algo. Lo he visto debajo del árbol.

—Tonterías.

—No me seas Scrooge.

—¿Por qué?

—Porque por fin tengo tiempo de disfrutar de las fiestas y tú deberías compartirlo conmigo.

—Insisto, ¿Por qué?

—Es lo menos que podrías hacer, dado que este año no he tenido oportunidad de decorar el árbol. Aunque Paula y tú han hecho un gran trabajo. Algo me dice que fue ella.

Fue Paula a la que había besado aquella noche, y con la que había hecho el amor junto al fuego. Tenían chispa suficiente para iluminar Thunder Canyon durante las fiestas. Pero ella era demasiado testaruda para admitir lo bien que estaban juntos. Tal vez si no fuera una pelirroja cabezona… Pero él no cambiaría eso aunque pudiera. No cambiaría nada de ella. Se dió cuenta de que su hermana se había quedado mirándolo.

—¿Qué? —preguntó.

—Creo que acabo de adivinar por qué no hay adolescentes aquí esta noche.

—Porque es veintitrés de diciembre y están de compras o con las familias.

—No. Es porque asustas a todo el mundo con ese ceño fruncido. ¿Qué te tiene tan enfadado, hermanito?

—Nada.

 —Oh, por favor. Soy yo. No he estado tan ocupada como para no darme cuenta de que has estado alterado estos últimos días.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 55

Pedro se sentía furioso y triste. Había estado así desde que saliera del departamento de Paula hacía casi una semana. Y con cada día que pasaba, la tristeza y la furia aumentaban. Era veintitrés de diciembre y Gonzalo le había echado de la oficina hacía un par de horas para empezar sus vacaciones de Navidad. Él había pensado en decir que prefería trabajar, porque así no pensaba en Paula, al menos durante un rato. Pero imaginó que probablemente no sería buena idea airear sus problemas románticos con su jefe, sobre todo cuando su jefe era el hermano mayor de Paula.

Así que allí estaba, en Roots. Con Carolina. Su hermana estaba de buen humor, lo cual hacía que se sintiese más triste y furioso, y no había creído que eso fuese posible. Aunque no había ningún adolescente en ese momento, alguien tenía que estar allí durante las vacaciones por si aparecía algún chico. Como él no tenía nada mejor que hacer, se había acercado al centro para acompañar a su hermana. Los dos estaban sentados en el viejo sofá que daba al ventanal de la calle principal. Habían acercado la televisión y su hermana fue cambiando de canal hasta encontrar la película Cuento de Navidad. Pedro conocía la historia y siempre le había gustado la escena en la que Scrooge se daba cuenta de todo, la reacción de la gente que lo había conocido antes de que se transformara en un ser humano decente. En aquel momento, prefería al Scrooge de antes. Al malo. Encajaba con su estado de ánimo. Realmente sentía algo por Paula. Lo que más le molestaba era que no hubiera nada que pudiera hacer al respecto. Él era ingeniero. Los ingenieros arreglaban cosas, pero no había manera de arreglar aquello. No podía cambiar la diferencia de edad y Paula no podía superar ese hecho. No dejaba de recordarle que él solo estaba interesado en la cantidad, no en una relación de calidad. No podía estar más equivocada. Él había estado interesado solo en divertirse hasta que había empezado a interesarse por ella. Si al menos cediera un poco, él renunciaría a la diversión por ella. De hecho no lo explicaría así si tuviera la oportunidad, pero eso era improbable. Cuando llegaron los anuncios de la película, Carolina puso la televisión en silencio.

—Estoy muy excitada con la Navidad.

Pedro se quedó mirándola con odio y deseó poder meterse debajo de una roca hasta que pasaran las fiestas. Su propósito de Año Nuevo sería encontrar la manera de dejar de pensar en Paula. Así que su respuesta para Carolina fue un gruñido.

—Estoy aliviada de que los exámenes hayan acabado.

Cuando sonrió, Pedro se dió cuenta de lo guapa que era. Tenía el pelo liso y brillante. El entusiasmo podía verse en sus enormes ojos marrones. Le había dicho que había terminado las clases hasta el año siguiente y que no iba a trabajar esa noche. Él estaba en Roots en parte porque, si no podía estar con Rose, no quería estar en ningún otro sitio. ¿Pero cuál era la excusa de su hermana?

—¿Por qué estás aquí, Caro?

 —Para ayudarte a vigilar a los adolescentes.

 —Teniendo en cuenta que aquí solo estamos tú y yo, ¿Por qué no tienes una cita?

 —He renegado de los hombres.

Pedro debía preguntar por qué, pero no quería saberlo. No podía solucionar sus propios problemas, mucho menos los de ella.

Polos Opuestos: Capítulo 54

—Y ese es mi problema.

—No lo entiendo. Ese crío es uno de los mejores hombres que conozco.

—Yo también. Pero hay mucha diferencia de edad entre los dos.

—¿Eres demasiado joven para él? —el hombre parecía confuso.

—Es una broma, ¿No? —recordó cuando en la boda le habían pedido el carné y se había preguntado si el camarero estaría compinchado con Pedro.

—Un hombre no vive tanto como he vivido yo sin aprender una cosa muy importante —contestó él—. Nunca bromees con la edad de una mujer.

—Bueno, no soy demasiado joven para Pedro. Es más bien al contrario, de hecho.

—Así que tienes un par de años más que él.

—Más que un par.

—Yo soy viejo, pero no entiendo por qué eso iba a ser un problema.

—Son cosas mías —contestó Paula—. Una idea romántica, supongo.

—Las ideas están bien, pero no te calientan la cama por las noches.

Ella asintió. No podía negarlo. Hasta el momento sus ideas románticas habían resultado todas un fracaso. Pero era la primera vez que sufría tanto por aferrarse a una de ellas.

 —Desde que era pequeña he tenido ideas sobre mi hombre ideal.

—¿Y Pedro no lo es?

—En todos los aspectos menos en uno. No sé si puedo dejarlo correr.

—Entonces supongo que tengo que decirte cómo funcionan las cosas, Paula. Igual piensas que son las divagaciones de un viejo solitario, pero voy a decírtelo de todos modos. Y espero que prestes atención —tomó aliento—. Ningún hombre es perfecto.

—Lo sé, pero…


Bruno levantó un dedo para silenciarla.


—Las mujeres tampoco. Pero algunos son más perfectos estando juntos que otros.

—Hay más cosas aparte de las personalidades. Pedro solo quiere divertirse. Sin compromisos.

—Te equivocas. Ese chico quiere tener una familia. Cometió un error por eso y fue un gran error. Mantuve la boca cerrada cuando se enamoró de aquella camarera. Romina. Sabía que estaba jugando sucio con él. Sabía que no era la adecuada y que acabaría sufriendo. Lo sabía y no dije nada porque no me habría escuchado. Me arrepiento muchísimo de habérmelo guardado. Podría haberle ahorrado cargar con toda la culpa.

—El caso es que carga con ella —dijo Paula.

—Sí —Bruno se pasó una mano por el cuello—. No volveré a cometer ese error. Voy a decir lo que pienso y que pase lo que tenga que pasar.

—No tienes que decirme que no le convengo.

—No pongas en mi boca palabras que no he dicho, Paula. Creo que sí le convienes. Por cómo te mira… —negó con la cabeza—. Ese chico está enganchado. Puede que no quiera o que no lo sepa. Pero es así.

Paula comprendía exactamente lo que quería decir. Desde que había conocido a Pedro algo la había atraído hacia él. Se había resistido con todas sus fuerzas y allí estaban. Todo estaba hecho un lío.

—Incluso aunque… dando por hecho que… —se quedó mirándolo, incapaz de encontrar las palabras adecuadas.

—Escúpelo, Paula.

—Pero si nosotros… ¿Qué diría la gente del pueblo?

—«Enhorabuena», probablemente. A todo el mundo le cae bien ese chico y quiere que sea feliz. Ya ha tenido suficientes cosas malas en su vida. Se merece que le pase algo bueno y creo que eres buena para él —la intensidad endurecía su rostro, como si aquello fuera lo más importante que tuviera que decir—. Pero incluso si la gente se opone, no debería importar. Cuando un alma encuentra a su otra mitad, un certificado de nacimiento no es más que un pedazo de papel. Hazme caso; las tonterías son una pérdida de tiempo —la tristeza inundó sus ojos—. No lo sabes hasta que pierdes a la persona por la que andabas haciendo el tonto. El caso es que, si Pedro te hace feliz, lo demás no importa.

Eso tenía mucho sentido y Paula agradecía sus palabras.

—Gracias, Bruno—se le ocurrió que le había dicho las típicas cosas que diría un padre—. Me has dado mucho en qué pensar.

—Pero no lo pienses demasiado —le advirtió él.

Polos Opuestos: Capítulo 53

«Al menos los niños que más lo necesitan tendrían unas buenas navidades», pensó. La idea le hizo echar de menos a su madre y a su padrastro. Tal vez debiera haber ido a Texas a pasar las fiestas con ellos. Era curioso que aquel ya no le pareciera su hogar. Paula sintió una bocanada de aire frío cuando la puerta se abrió y entró un hombre mayor. Llevaba nuevos regalos sin envolver, uno para un niño y otro para una niña. Se detuvo junto a ella y los dejó bajo el árbol junto con los demás, que esperaban a que los voluntarios los envolvieran. El hombre le parecía familiar y, cuando se incorporó, lo reconoció. Bruno Walters. El amigo que Pedro le había presentado el día de los regalos para los patriotas.

—Hola, Bruno.

—Paula—dijo él con una sonrisa.

—Te acuerdas de mí.

—Es difícil olvidar a una guapa pelirroja.

Ella le devolvió la sonrisa, aunque sin ilusión. No había sabido nada de Pedro, lo que demostraba que a él no le costaba olvidarla. Entonces recordó que su árbol provenía de la propiedad de aquel hombre.

—Me alegro de encontrarme contigo —dijo—. Gracias por el árbol de Navidad.

—Ah —dijo el hombre—. Tú eras la amiga que Pedro me comentó que quería un árbol de verdad.

Había cierto énfasis en la palabra «amiga». Paula no sabía qué era Pedro para ella. Habían empezado como amigos, después habían sido amantes y ahora no eran nada. La idea de no tenerlo en su vida era realmente triste.

—¿Ocurre algo, Paula?

—¿Qué te hace pensar eso?

Él se encogió de hombros.

—Solo es una suposición, pero parece que hubieras perdido a tu mejor amigo.

Ella suspiró. Eso era lo que ocurría al cruzar la línea y acostarse con su mejor amigo.

—Estoy bien. Algo cansada —al menos eso último era cierto.

—¿Pedro y tú han tenido una pelea?

—¿Por qué lo preguntas?

 —Bien y cansada es lo que dicen las mujeres cuando no están bien en absoluto y no quieren hablar de ello.

—¿Las mujeres?

—Mi esposa, por ejemplo. Y prácticamente todas las mujeres que he conocido desde que ella murió.

Paula tomó nota para no subestimar a aquel hombre. Veía demasiadas cosas.

—Realmente estoy cansada.

 —Pero no estás bien.

—No, y no quiero hablar de ello.

—Tal vez te ayude.

—No veo cómo. No cambiará nada.

—Para quitártelo de encima. Te sentirás mejor.

Un consejo tan sensible procedente de un hombre tan grande le parecía extraño. Pero había cierta cualidad de acero en esos ojos azules, algo que indicaba que no aceptaría un «no» por respuesta.

—¿Fuiste testarudo con Pedro cuando era un crío? —preguntó ella.

—Lo fui. Y, por lo que a mí respecta, sigue siendo un crío.

Polos Opuestos: Capítulo 52

Paula alcanzó su sudadera, lo cual le dio la pista para saber que iban a tener la conversación vestidos.

—Probablemente ya se haya secado mi ropa —dijo.

Sacó la ropa de la secadora y se metió en el baño a vestirse. No le llevó mucho tiempo, pero tampoco se apresuró. Paula necesitaba un par de minutos. Pero cuanto más tiempo pasaba en aquella habitación, rodeado de su olor, de su jabón, de sus cremas, más se daba cuenta de la verdad. No sabía qué decirle. Cuando por fin se reunió con ella en el salón, Paula estaba sentada frente al fuego, contemplando las ascuas. Tenía las piernas pegadas al pecho y la barbilla apoyada en las rodillas. Pedro se apoyó en el brazo del sillón en vez de sentarse junto a ella en el suelo.

—Ya estoy preparado para hablar.

—¿De verdad?

—Claro que no. Preferiría caminar descalzo sobre carbones encendidos. Pero tienes razón. Tenemos que hablar. Empieza tú.

—Para empezar, tengo que decirte que probablemente esta haya sido la experiencia más maravillosa de mi vida.

Aquello no era lo que había esperado oír, pero se dio cuenta de que él sentía lo mismo.

—Me alegro —fue lo único que pudo decir.

—No puede volver a ocurrir.

—¿Por qué no?

—Por las razones de las que ya hemos hablado.

—Vuelve a decírmelas.

—Tú solo quieres divertirte.

—¿Y puedes culparme?

—No. Aun así sintió la necesidad de defenderse.

—Antes deseaba tener una familia más que nada. Mi padre nos abandonó y mi madre murió. Yo iba a recuperarlo todo y hacerlo bien. Pero entonces me arrancaron el corazón y todo el pueblo sabía que ella me había tomado por tonto. Comprometerme significa arriesgarme de nuevo.

—Lo comprendo. Y no te culpo.

—De acuerdo —pero sentía la culpa. Sentía el peso de lo que no podía decirle.

—Pero ese no es el único problema. Para él sí lo era, pero sabía lo que quería decir.

—El problema es que tú no quieres comprometerte. Tienes tus propios complejos —le dijo.

Ella suspiró.

—Probablemente tengas razón. El caso es que no dejo de preguntarme qué diría la gente de nosotros. Y en Thunder Canyon tendrían muchas opiniones.

—¿Entonces es eso? —se incorporó y la miró.

—Eso creo —contestó ella sin girar la cabeza.

—De acuerdo. Me contendré. Pero piensa en esto. No son los años los que convierten a un chico en un hombre, sino los kilómetros. Y tengo tantos kilómetros que jamás podrás alcanzarme.



En su despacho, Paula miró el mensaje de correo electrónico una vez más antes de enviarlo. Iba dirigido a otra emisora de radio para que retransmitiera el concierto de Navidad de Matías Gunther. Lo envió, aunque no era lo mejor que había escrito. Había pasado casi una semana desde que viera a Pedro por última vez y, sin él, parecía que no lograba hacer nada bien. Así que, dado que era hora de irse, apagó el ordenador y agarró el bolso y el abrigo. Tras bajar las escaleras se detuvo junto a la puerta para contemplar el árbol de Navidad de la recepción. Los nombres de los niños habían desaparecido, lo cual era una buena noticia. Pensó en su árbol. Un vecino la había ayudado a meterlo en su apartamento y el maravilloso olor había invadido la casa. Pero era una bendición perversa. Cada vez que respiraba recordaba el bosque. Recordaba haber estado allí con Pedro. Recordaba haberlo besado y haber hecho el amor con él frente al fuego. Era el hombre más tierno, amable, sensible y romántico que había conocido jamás. Pero como había dicho, ella tenía asuntos que resolver también. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder, y eso era todo.

Polos Opuestos: Capítulo 51

De nuevo Pedro pareció saber lo que necesitaba. Se inclinó hacia adelante para agarrar la cartera de la mesa y sacó un paquete cuadrado. Un preservativo. Paula se dió mentalmente en la frente. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza, pero Pedro iba a cuidar de ella. Pero entonces dejó de pensar racionalmente y solo pudo centrarse en él. Pedro colocó las manos a ambos lados de ella para sostenerse. Le separó las piernas con la rodilla y se acomodó encima. La luz del fuego convertía sus ojos en carbones encendidos mientras presionaba con suavidad. La sensación era maravillosa mientras se fundían en un solo ser. Paula le acarició la cara con ambas manos y tiró de él para besarlo apasionadamente. Pedro gimió, y el sonido de su rendición hizo que ella sonriera. Y entonces comenzó a moverse, lentamente al principio, para dejar que se adaptara al ritmo. La tensión fue creciendo hasta que sus respiraciones se volvieron rasgadas, un sonido hermosamente desgarrador que se mezclaba con el crepitar de las llamas. Sin previo aviso, ella sintió como sus músculos se tensaban antes de explotar en mil pedazos. Dos segundos más tarde, él se puso rígido y la embistió una última vez antes de gemir al alcanzar el clímax. Hundió la cara en su cuello a medida que su respiración se normalizaba. Después rodó hacia un lado y la llevó con él. Paula no se había sentido tan segura y protegida en toda su vida. Se acurrucó a su lado y él la abrazó con más fuerza.

—Te deseo otra vez —susurró Pedro contra su pelo—. En tu cama. Y mis poderes de recuperación son asombrosos.

Porque tenía la edad que tenía. Aquella idea dió rienda suelta de nuevo a todas sus dudas, porque ella era quien era. Ningún hombre le había hecho el amor así antes, pero los impedimentos no habían cambiado. Acababa de cometer un gran error, porque para él un encuentro íntimo no significaba nada. ¿Qué iba a hacer al respecto?

Pedro vió la incertidumbre en los ojos de Paula. Al verla morderse el labio inferior, sintió que su cuerpo se tensaba. No hacía falta interpretar su expresión para saber por qué, pero lo hizo de todos modos. De espaldas al fuego, podía ver la preocupación reflejada en su mirada. Era un mal momento para darse cuenta de que prefería ver pasión allí. Estaban bien juntos y deseaba más. Cabía la posibilidad de que nunca se cansara de ella. Sabía que lo suyo no era algo que pudiera calificarse simplemente como un juego divertido, sin embargo no estaba preparado para analizarlo más. Aun así, lo que había entre ellos podría ser mejor si ella dejaba de darle tantas vueltas. No le había mentido al decirle que no podía alejarse de ella, que deseaba asegurarse de que estuviera bien. La necesidad de protegerla era más fuerte cada vez que la veía, aunque no sintiera la necesidad de definir las cosas, de ponerles una etiqueta. Pero había llegado un momento importante y no tenía sentido posponer la conversación.

—¿Qué sucede?

—Tenemos que hablar —respondió ella.

Allí estaban. Tres palabras que cualquier hombre temía. Hablar era lo último que deseaba hacer con Paula entre sus brazos. Pero eso era lo que iban a hacer, y jamás se había arrepentido tanto de no estar sacándose el doctorado en algo que tuviera que ver con las palabras.

—Me lo temía —dijo.

lunes, 22 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 50

A Paula se le derritió el corazón al oír sus palabras. Cuando Pedro levantó las manos, ella puso las suyas en sus palmas y juntos se arrodillaron sobre la manta, mirándose frente a la chimenea. Podía sentir el calor del fuego, pero no era eso lo que la hacía arder por dentro. Los ojos de Pedro  brillaban con más intensidad que las llamas. Era una mirada que abrasaba su piel y le llegaba al alma. Más que las palabras, la pasión de sus ojos decía que era suya. Le mordisqueó el labio para hacer que su deseo por él aumentara. Pocos segundos después, Paula estaba abrumada por la necesidad de sentir su piel desnuda contra él, y Pedro pareció darse cuenta del momento. Dejó caer sus manos, colocó los dedos en el dobladillo de la sudadera y se la sacó por encima de la cabeza.

—La Navidad ha llegado antes de tiempo este año —dijo Pedro con una sonrisa.

—¿Por qué? —¿Esa voz temblorosa realmente le pertenecía?

—Porque no llevas sujetador.

El corazón le latía tan deprisa que estaba a punto de salírsele del pecho.

—Entonces te pondrás muy contento cuando desenvuelvas el resto del paquete.

Pedro deslizó un dedo por su clavícula y bajó hasta llegar al pecho.

—Deberías saber que me gusta disfrutar de un regalo cada vez. Concentrarme antes de seguir. Prestar atención a los detalles…

Porque eso era lo que hacía un ingeniero, pensó ella. Un segundo más tarde ya no podía pensar en nada, porque Pedro estaba acariciándole un pezón con el dedo. Tensó el vientre y todo su cuerpo gritó de deseo. Entre los muslos empezó a notar un cosquilleo. Pedro se llevó el pecho a la boca y le estimuló el pezón con la lengua. Paula sentía el fuego por todo su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y acercó el pecho más a él para proporcionarle libre acceso. Y él aceptó lo que le ofrecía. Pasó entonces al otro pecho y lo estimuló con la misma tranquilidad y atención a los detalles. Ella no pudo contener un gemido, y mantenerse erguida no le era posible. Se sentó y apoyó la mano en su torso. Al sentir su corazón martilleando bajo los dedos sonrió de placer. Deslizó las manos suavemente hasta llegar a sus hombros. Austin la rodeó con un brazo y la tumbó sobre la manta mientras ella cerraba los ojos. Le besó los párpados y susurró:

—Mírame.

Paula lo hizo y se quedó sin respiración al sentir como le bajaba los pantalones hasta que pudo quitárselos con los pies. Estaba completamente desnuda en el suelo de su salón con Pedro.

—Ahora lo veo —dijo él con voz profunda mientras la miraba a los ojos—. El fuego. Sabía que estaba ahí.

Ardía por él. Y, al parecer, él sentía lo mismo. Su excitación era evidente, y en algún punto había perdido la toalla. Definitivamente la Navidad había llegado antes de tiempo para ella también. Paula apenas lograba aspirar suficiente aire, pero logró decir:

—Esto no es una cita, ¿Verdad?

—Ni se le parece —la voz de Pedro sonaba entrecortada mientras deslizaba una mano sobre su vientre y la metía entre sus muslos—. Pero la Navidad va mejorando por momentos.

Paula no podría haber respondido aunque su vida hubiera dependido de ello. Él encontró su punto femenino más sensible y lo acarició con el pulgar. Aquel gesto le provocó escalofríos por todo el cuerpo y no pudo evitar arquear la espalda para que siguiera tocándola.

—Oh, Pedro… por favor…

Y ya no pudo decir nada más. Todo su cuerpo se tensó justo antes de que las convulsiones se apoderasen de ella y la desgarrasen por dentro. Pero Pedro la sujetó con sus fuertes brazos. Cuando finalmente recuperó la respiración, lo miró.

—No tengo palabras.

Él le puso un dedo en los labios.

—No tienes que decir nada. Todo lo que sientes se ve en tus ojos.

La besó y fue como encender una cerilla. Empezaba a arder de nuevo y lo único en lo que podía pensar era que deseaba tenerlo dentro.

Polos Opuestos: Capítulo 49

Pedro se sacó la cartera y las llaves de los bolsillos y las dejó sobre la mesa del café.

—De acuerdo. Sé que no debo contradecir a una pelirroja.

—No lo olvides. Ahora, sígueme —Paula lo guió por el pasillo y sacó una toalla limpia del armario. Por alguna razón no podía dejar de hablar—. Te daría un albornoz, pero no te gustaría el color.

Él sonrió.

—Por no hablar de que no me entraría.

—Eso también —Paula salió del baño y cerró la puerta—. Deja la ropa en el pasillo y la meteré en la secadora.

Dejó una manta en la silla junto al fuego y esperó en la cocina, preguntándose si querría un té o un chocolate caliente para calentarse. O tal vez vino. Había oído que dilataba los capilares e incrementaba el torrente sanguíneo generando calor. El brandy o el coñac serían más sofisticados, pero no tenía ese tipo de licores. Así que tendría que ser vino. Estaba muy nerviosa. ¿Pero por qué habría de estarlo? Entonces Pedro apareció allí, con una toalla alrededor de las caderas. Y ella no podía apartar la mirada de su torso desnudo.

—Hay una manta allí —dijo señalando con la mano.

—Estoy bien —contestó él. «Desde luego que lo estás», pensó ella.

—¿Te apetece un té, un chocolate, un vino? —cualquier cosa con tal de hacer algo con las manos y aliviar la tensión.

—Vino.

—¿Te parece bien un Pinot noir?

—Perfecto.

Mientras ella abría la botella, sacaba las copas y servía el vino, él utilizó el atizador para mover la leña del fuego. Paula llevó dos copas de vino y las dejó sobre la mesita, junto a su cartera. Al incorporarse admiró sus hombros anchos, y fue entonces cuando vio el tatuaje con el que tanto había fantaseado en el omóplato. Era un árbol con raíces. En una de las ramas había un pájaro con las alas extendidas, preparándose para salir volando. No estaba segura de lo que imaginaba que habría elegido el rebelde y adolescente Pedro, pero nunca se le habría ocurrido un tributo a la filosofía de su madre para educar a los niños. Aquel tributo permanente a la memoria de la mujer que le había criado dejaba claro lo profundo de su personalidad y evidenciaba una madurez más allá de sus años. Paula levantó una mano y recorrió las raíces.

—Me gusta tu tatuaje.

—Me alegro.

Su voz sonaba rasgada y sus ojos brillaban con intensidad cuando se dió la vuelta y le rodeó la muñeca con la mano. Se llevó sus dedos a los labios y le dio un beso en cada uno. Paula sintió que el deseo y la necesidad explotaban en su interior. Ya no tenía frío.

—Pedro… cuando he insistido en que te quedaras, es porque realmente…

—Sí, pelirroja. Yo también te deseo —agarró un mechón de su pelo y lo frotó entre los dedos—. Desde el momento en que nos conocimos supe que íbamos en esta dirección.

—¿De verdad? —Paula se quedó mirándolo con el corazón desbocado—. ¿Incluso aunque me negara a salir contigo?

Él sonrió ligeramente.

—Sabía que así sería más dulce. Lo que viene con demasiada facilidad no se aprecia como aquello por lo que tenemos que esforzarnos.

—¿Y por qué insististe?

—Porque no podía dejarte ir —le acarició la mejilla con la mano—. No podía alejarme de tí. No podía dejar de desearte.

Y entonces la abrazó contra su cuerpo. Lo único que los separaba era la toalla y el chándal. Pedro le pasó un brazo alrededor de la cintura para sujetarla. Después hundió los dedos de la otra mano en su melena y agachó la cabeza para besarla. Paula se entregó a él. Sabía a canela y a especias, y el beso se volvió más apasionado cuando sus lenguas se encontraron. Tenía los pechos presionados contra su torso, y deseaba sentir su piel desnuda pegada a él. Se apartó e intentó tomar aire. Después le dió la mano y dijo:

—Vamos al dormitorio —él negó con la cabeza—. Creí que me deseabas…

—Más de lo que puedes imaginar. Pero aquí —Pedro agarró la manta de la silla y la extendió frente al fuego. No dejó de mirarla mientras acariciaba un mechón de pelo que caía sobre su pecho—. Quiero ver las llamas reflejadas en tu pelo. Necesito ver el fuego en tus ojos cuando te haga el amor.

Polos Opuestos: Capítulo 48

Se apartó y la miró.

 —Soy un idiota. Estás helada.

—No, no pares. Estoy bien. Te… —«deseo», estuvo a punto de decir. Lo deseaba en aquel mismo momento.

En la nieve. Helándose el trasero. Y lo habría hecho, salvo por una cosa. Pedro tenía razón. Estaba temblando de frío. Se puso en pie y la ayudó a levantarse. Después la llevó a la furgoneta y la metió dentro.

—Voy a llevarte a casa.

Cuando Pedro entró en el estacionamiento de su edificio, a Paula le castañeteaban los dientes y apenas podía hablar.

—La maldita calefacción de esta furgoneta no funciona. Entra y quítate la ropa mojada —ordenó él.

—Va-vaya. Tú sí que sa-sabes cómo ha-hablarle a u-una chica.

—En serio, Paula. Ve a darte una ducha caliente. Yo me encargo del árbol.

—Pe-pero…

—Ahora —ordenó Pedro—. No pienso discutir esto contigo.

Paula se estremeció violentamente y asintió. Salió de la furgoneta y, aunque no sentía los pies, consiguió mover las piernas y subir las escaleras. Dejó la puerta abierta para que él pudiera meter el árbol antes de marcharse. En cuanto llegó al baño se quitó la ropa y se metió en la ducha. En cuanto desapareció el ardor, fue sustituido por otro tipo de calor. El deseo hacia Pedro. Cerró el grifo, salió de la ducha y se secó. Tras quitarse el gorro de ducha, se cepilló el pelo, se puso una sudadera gris y unos pantalones a juego. Pensaba que el deseo por él era producto del bosque. Esperaba que fuese una aberración del exterior. Se equivocaba. Incluso en su propio territorio seguía deseándolo. Pero le había dicho abiertamente que un encuentro íntimo debía significar algo. Y dado su historial emocional, no estaba segura de que para él pudiera significar algo. Pedro no iba a tener nada serio tras su declaración pública y su posterior humillación. Era culpa suya que Pedro hubiera descargado el árbol y se hubiera ido a su casa. Era una idea deprimente. El día había sido muy divertido. Tenía su primer árbol de Navidad real. Después ella le había tirado una bola de nieve y los dos habían acabado en el suelo, mojados y congelados. Ahora su leñador particular no estaba allí para compartir con ella una bebida caliente, y eso le entristecía profundamente. Hasta que salió del cuarto de baño.

Pedro estaba en su salón, de cuclillas frente a la chimenea, avivando el fuego que había encendido.

—Hola —dijo ella—. Sigues aquí.

 Él miró por encima del hombro y se puso en pie.

—Quería asegurarme de que estuvieras bien.

—Estoy bien. Ya he entrado en calor —caminó hacia la chimenea y acercó las manos al fuego—. Esto es maravilloso. Gracias.

—Un placer.

—¿Dónde está el árbol?

—Le he dado con la manguera para quitar las agujas sueltas. Y los bichos.

—¿Perdona?

—Ya sabes. Criaturas del bosque. Cosas que deberían estar fuera.

—La urbanita que hay en mí te estará agradecida eternamente.

—No hay de qué. Ahora el árbol tendrá que secarse fuera.

 —Claro. Es una regla básica, pero soy una novata en esto. En serio, Pedro, gracias —le puso una mano en el brazo y advirtió que su ropa aún estaba mojada.

Tenía los vaqueros empapados. Él también había rodado por la nieve y probablemente se hubiera mojado aún más al lavar el árbol.

—Tienes que quitarte esa ropa antes de pillar un resfriado.

—Estoy bien. Creo que me iré a casa…

—Te dejaría marchar, pero está demasiado lejos. Y tienes razón. La calefacción de la furgoneta no funciona. Ya estás helado y no quiero que te pongas enfermo. Mi conciencia no me lo perdonaría. No acepto un «no» por respuesta. Dúchate. Te llevaré una toalla limpia. Y una manta para que te envuelvas mientras tu ropa se seca en la secadora. Podrás irte en breve.

Polos Opuestos: Capítulo 47

Le llevó un tiempo encontrar uno sin fallos aparentes que cumpliera los parámetros de limitación espacial de Pedro. Pero tras caminar un rato, él divisó el pino perfecto. Cuando ella le dio luz verde, empezó a talarlo. Tras varios golpes con el hacha, gritó:

—¡Árbol va!

Paula se colocó tras él y lo vió caer. Con el serrucho, Pedro cortó los últimos trozos de corteza y liberó el árbol. Después agarró el tronco y lo arrastró por la nieve hacia donde había aparcado. Tras guardar las herramientas, se lo subió al hombro y lo colocó en la parte trasera de la furgoneta.

—Y la dama ya tiene un árbol —dijo él, y se dió la vuelta para asegurar la puerta trasera.

—El mejor del mundo —convino ella.

Antes de llegar a la carretera, Paula se fijó en la nieve y luego en la espalda de Pedro. El impulso surgió de la nada, pero no podía dejar pasar un blanco tan tentador. Se agachó, agarró un puñado de nieve, lo moldeó y se lo tiró.

Le dió justo en el cuello, por encima del cuello de la camisa, y se le metió por dentro.

—¡Diana! —gritó ella.

Pedro se dió la vuelta y en sus ojos podía verse un brillo de desafío.

—Eso ha sido muy rastrero.

—Ha sido el diablo el que me ha obligado a hacerlo.

Con una elegancia atlética, Pedro esquivó una segunda bola y dijo:

—Esto es la guerra.

Paula esperaba que se agachase a por una bola de nieve, y su plan era correr hasta meterse en la furgoneta antes de que pudiera contraatacar. Era una buena idea, pero Pedro la sorprendió. En vez de agacharse, fue hacia ella y la agarró por la cintura. Era demasiado rápido y fuerte para escapar, y una parte de ella no deseaba escapar. Entonces, él resbaló en la nieve y los dos cayeron al suelo. Pedro logró girar el cuerpo para que ella cayera sobre él, pero después rodó y se colocó encima. Su cara estaba a pocos centímetros de la de ella, y los dos se reían. Pero de pronto, él dejó de reírse y la miró intensamente.  Paula sintió el frío cuando la humedad le caló los vaqueros y la chaqueta, pero no le importaba. Lo único en lo que podía pensar era en acercarse más a él.

—Oh, Dios, Paula—susurró él sin dejar de mirarla a la cara—. Eres preciosa.

Ella le acarició la mejilla.

—Pedro, si no me besas ahora, voy a…

Entonces la besó y ella le rodeó el cuello con los brazos y hundió los dedos en su pelo. La pegó a él todo lo que le permitían los abrigos, pero no era suficiente. Colocó la rodilla entre sus piernas y ella deslizó el tacón de la bota por la parte trasera de su muslo, asombrada de que aquel contacto pudiera resultar tan erótico incluso con la ropa puesta. Sus labios se tocaban y devoraban, pero empezaba a tener frío en el resto del cuerpo. Tenía los vaqueros empapados e intentó controlar un escalofrío porque sabía que entonces Pedro se apartaría, y quería que aquello durase para siempre. Pero no podía contener los temblores y él lo sabía.