miércoles, 3 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 20

—Simplemente soy práctico —se defendió él—. Es propio de los ingenieros. Mira el ayuntamiento, por ejemplo —estaba acercándose al edificio—. La fachada de piedra es original, pero las otras tres paredes están hechas de ladrillo para reemplazar la parte de madera que se quemó en un incendio. Práctico.

—Sí, pero la fachada se conservó y mantiene el estilo de los días pasados. En el interior también.

Metió la llave en la cerradura, pues era tarde y todo aquel con una vida de verdad ya se había ido a casa. Además del alcalde y sus empleados, en el edificio se encontraban los juzgados y el Departamento de Tráfico. En la sala de recepción el suelo era de madera antigua y brillante. En el centro estaba el escritorio de Diana Culpepper, que respondía a las preguntas y le decía a la gente dónde ir. A la izquierda, nada más entrar, se encontraba una escalera con la barandilla de madera que conducía al segundo piso. Al otro extremo del vestíbulo había un ascensor de uso general.

—Siempre subo por las escaleras a mi despacho —dijo ella.

—Se nota. Estás en buena forma.

Paula se dió la vuelta y vió que estaba mirándole las piernas. Pedro se encogió de hombros y dejó claro que no le importaba que le hubiese pillado mirando. Y a ella tampoco le importaba que le gustase lo que estaba viendo. Iba a ir al infierno. En el segundo piso había un rellano que se abría a un enorme salón con bancos de madera a los lados. En el centro de la sala había pilas de cajas con la etiqueta «Navidad».

—La gente de la limpieza ha sacado esas cajas del almacén. Tenemos voluntarios que vienen toda la semana a poner los adornos navideños para la fiesta infantil del sábado. Papá Noel estará aquí —explicó—. Mi despacho está al final de este pasillo, junto al de mi jefe.

Sus pisadas hacían eco sobre el suelo mientras caminaban. Nada más pasar frente a la puerta del alcalde, Paula abrió su despacho.

—Aquí está.

Pedro miró a su alrededor y ella intentó verlo con sus ojos. Las paredes tenían fotos en blanco y negro de Thunder Canyon. También había colgado fotos de la familia Chaves, incluso una del padre que nunca había conocido. Era evidente de dónde habían sacado los rasgos sus hermanos. La mesa con el ordenador estaba en el centro de la habitación, con armarios detrás. Sobre la superficie había una pila de tarjetas y de sobres que había dejado preparadas antes de irse a Roots a dar las buenas noticias. Tal vez una parte de ella hubiera esperado que Pedro estuviera allí y otra parte hubiera estado temiéndolo. Se había ofrecido a hacer eso por el alcalde, pero iba a ser un trabajo tedioso. Lo miró de reojo y pensó que tal vez no sería tan tedioso después de todo. Al menos la vista era buena.

—Empecemos —dijo Pedro, se quitó la cazadora y la dejó sobre una de las sillas de madera—. ¿Qué quieres que haga?

Esa era una pregunta con muchas respuestas.

—¿Quieres meter o chupar? —preguntó ella tras tragar saliva.

Pedro no dijo nada sobre la elección de palabras, pero su sonrisa lo dijo todo por él.

—Lo que quería decir es que… todas las tarjetas están firmadas personalmente por el alcalde y los sobres ya tienen la dirección. Solo tenemos que llenarlos y cerrarlos.

—Ya sabía lo que querías decir. Soy ingeniero.

—Ah, bien. Entonces no tengo que hacerte un esquema ni emplear apoyo visual.

—No, pero eres muy divertida. Me gusta.

—Tú también eres divertido. Pero la verdadera pregunta es, ¿eres todo fachada y nada de sustancia? ¿Sabes cómo proceder con la preparación de las tarjetas navideñas?

—Creo que puedo apañarme. Vamos a ponernos a ello.

Justo lo que ella pensaba, pues cuanto más tiempo pasara con él, más difícil le resultaría pensar con claridad.

—Realmente no es necesario que me ayudes. Está muy por debajo de tu sueldo.

—Y del tuyo. Pero, si tú puedes hacerlo, yo también. Y tardaremos la mitad de tiempo —Pedro se acercó al escritorio y levantó una tarjeta y un sobre—. Yo rellenaré los sobres.

—Entonces, por eliminación, yo los sellaré.

Pedro se quedó mirando su boca y Paula supo que estaba pensando en chupar. Ignoró el cosquilleo en su estómago y se acercó a él. Se pusieron a trabajar y pronto establecieron un ritmo. Paula tardó poco en desear que hubiera una fuente alternativa para humedecer el pegamento de los sobres. Se tomó un descanso y organizó las cartas que ya estaban listas en una caja.

—Te estás quedando atrás —dijo él.

—Se llama descanso. Me estoy quedando sin saliva.

 Las palabras se quedaron suspendidas en el aire. Sus brazos estaban a pocos milímetros de distancia y casi pudo sentir como Pedro se quedó completamente quieto. La miró y ella lo miró a él. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Entonces él se movió y la besó. Sus labios eran suaves, y olía tan bien. La voz de su cabeza le decía a Paula que se apartara y nadie saldría herido. Era un buen consejo, pero había un problema. Sus hormonas estaban pasándoselo demasiado bien para hacer caso. Antes de que la idea se formara del todo en su cabeza, ya estaba deslizando las manos por su pecho y alrededor de su cuello. Y Pedro siguió besándola mientras la apretaba contra su cuerpo. La presión de su boca, el ancho de sus hombros, el roce de su cuerpo duro resultaban tan agradables. Pegándose a él todo lo que le permitía la ropa, Paula se zambulló en ese aroma especiado que resultaba tranquilizador en su masculinidad. ¿Por qué tenía que oler tan condenadamente bien? Tenía la sensación de pertenecer a aquel lugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario