viernes, 12 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 34

A las cinco menos cinco, Paula estaba de pie frente a la puerta de Pedro, esperando a llamar al timbre. La pequeña casa de estuco donde había crecido, donde su madre había criado a dos hijas y a un hijo, estaba a las afueras del pueblo y tenía un jardín muy bien cuidado. Suponía que habría hierba bajo la nieve, pero podían verse los arbustos bien recortados. La furgoneta de Austin estaba en la entrada del garaje. No había más vehículos, así que probablemente Angie no estaría en casa. Estarían solos. Por el amor de Dios, el jardín tenía hasta una verja blanca. ¿Podría ser más familiar? Con su sueldo de ingeniero podría permitirse un piso de soltero, pero tenía una típica verja blanca, por el amor de Dios.

Paula sabía que debía darse la vuelta y huir, pero no lo hizo por dos razones. La primera era que no tenía por costumbre romper su palabra y había prometido ayudarle a decorar la casa. La segunda era que no podía huir sin darle una explicación. No quería ser como la chica que le había dejado plantado y se había llevado su anillo. Al pensarlo volvió a enfurecerse. Nadie la acusaría jamás de hacer algo así. Si un hombre le ofrecía un anillo, no lo aceptaría a no ser que estuviera preparada para decir que sí. Así que había ido para decirle que no podía quedarse. Tras llamar al timbre, repasó mentalmente las razones por las que no sería capaz de quedarse. La puerta se abrió antes de que estuviera preparada.

—Hola, Paula—dijo Pedro—. Adelante.

 —Solo un minuto.

—Creo que poner los adornos nos llevará más de un minuto —cuando cerró la puerta tras ellos, frunció el ceño—. ¿Vas a echarte atrás?

—Eso depende. ¿Carolina está aquí?

—No. Está trabajando y después se irá a estudiar para los exámenes finales con una amiga.

Eso era lo que se temía. Deseaba haber tenido más tiempo para ensayar la respuesta.

—No es buena idea que esté a solas contigo.

 —¿Necesitamos carabina?

 Paula no sabía si estaba furioso o bromeando. En cualquier caso, la sinceridad era la mejor opción.

—Sí.

—¿Y si te prometo que no ocurrirá nada?

—Te lo agradezco, pero ¿Y si no me fío de mí misma? —su imaginación estaba desbocada y él había sido la estrella de sus fantasías desde que la besara.

—Creo que podré controlarme.

—¿Cómo?

—Te echaré de casa si te pones juguetona.

—¿Lo prometes?

—Palabra de boy scout. ¿De acuerdo?

Paula sabía que era un error no darse la vuelta y salir por la puerta. Lo sabía por las sensaciones que experimentaba solo con mirarlo. Pero no se dió la vuelta. Se quedó y contempló el interior de su casa. Era tan familiar como lo parecía desde fuera.

—Es agradable. Acogedor.

—Sí —dijo él metiéndose los dedos en los bolsillos—. Pequeña, pero funcional. Aunque parece más grande desde que Sonia se mudó. Yo he ascendido en la cadena alimenticia al dormitorio principal. El rango tiene sus privilegios.

La cocina estaba a la izquierda. A través de una puerta divisó una mesa de roble y sillas, el color amarillo de las paredes y las cortinas de algodón blancas. Había cajas apiladas en el salón. Habían arrastrado la mesita del café a un lado. En un rincón se encontraba la televisión de pantalla plana. Y un olor a pino se mezclaba en la habitación con algo de canela. En el otro rincón vió el árbol. No recordaba cuándo había estado cerca de un pino de verdad. Durante años su madre había puesto uno artificial, bonito, pero sin ese olor maravilloso que ninguna vela o aerosol podía imitar. Las luces blancas ya estaban en el árbol, al que solo le faltaban los adornos.

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