miércoles, 17 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 36

—Por eso los de Sonia no están aquí —adivinó Paula—. Este año pondrá su primer árbol con Lautaro.

—Sí.

Paula le acarició el brazo.

—Tu madre te está observando.

—Quizá.

—Confía en mí —al verle sonreír, miró en el interior de la caja y vió lo que parecían ser adornos hechos a mano. Había uno redondo con pelo, ojos pegados y un sombrero negro—. Es la cara de un muñeco de nieve.

Pedro sonrió con melancolía.

—Lo hizo mi madre. De hecho hizo más de uno. Fue una cosa del colegio. Cuando Sonia empezó la guardería, mi madre puso en marcha un programa con la AMPA para fabricar adornos. Organizó a padres voluntarios y recolectó los materiales necesarios. El producto final se entregó a los niños en clase durante la fiesta antes de las vacaciones de Navidad. Siguió con el proyecto cuando yo empecé la guardería, y después con Carolina. Todos tenemos diferentes adornos con la fecha de todos los años hasta sexto curso.

—Es una tradición maravillosa —Paula se preguntó si alguna vez tendría un hijo por el que empezar una tradición. De ser así, sin duda haría lo de los adornos.

La cara de Pedro mostraba una mezcla de placer y dolor, hasta que se carcajeó.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó ella.

—Me acuerdo de cuando estaba haciendo estos —respondió él quitándole el muñeco de nieve—. Llegué a casa del colegio y estaba sentada con las piernas cruzadas en el suelo, con un bote vacío de pegamento blanco. Tenía el pegamento en los vaqueros, y el pelo del muñeco pegado a los dedos. Estaba por todas partes, menos en la cara del muñeco.

—¿Sabes qué material es?

Pedro asintió.

—Deshizo una cuerda blanca, estiró los hilos y los colocó sobre la parte redondeada, que es una tubería de pvc, por cierto.

—Una maravilla de la ingeniería. Para ella no. Estaba tan frustrada que lanzó el bote de pegamento por los aires. También blasfemó en voz baja, pero nunca le dije que la había oído. Después juró que nunca volvería a hacer manualidades.

—Pero las hizo —imaginó Paula.

—Todas las navidades. Estaba decidida a que sus hijos tuvieran un adorno distinto cada año. Y así es.

—Qué historia tan maravillosa, Pedro. Ojalá hubiera conocido a tu madre.

—Sí, yo también.

—Bueno —Paula se puso en pie y miró el árbol—. ¿Cómo quieres hacer esto? ¿Quieres colocar los adornos únicos en la parte delantera y rellenar el resto con adornos genéricos?

—Me parece un buen plan. Sabía que había una buena razón para atraerte hasta aquí.

Antes de poder malinterpretar el comentario, Paula llevó un puñado de adornos al árbol y se puso manos a la obra. Pedro hizo lo mismo y estuvieron trabajando en silencio. Cuando ella se ponía de putillas, pero no lograba alcanzar la rama, él colgaba lo que fuera donde quisiera. Cada vez que se acercaba y sus dedos se rozaban, ella sentía las chispas. Nunca un hombre había olido tan bien. La tentación de hundir la cara en su pecho estaba volviéndola loca. Finalmente se apartó con el pretexto de contemplar el resultado general, pero principalmente era para poner distancia entre ellos.

—No está mal. Parece equilibrado y las cosas bonitas están en primer plano — se dió la vuelta mientras él sacaba espumillón verde y dorado de otra caja—. ¿Qué es eso?

—El toque final —Pedro entornó los ojos al ver su expresión de horror—. ¿Qué pasa?

—Espero que eso no sea herencia de tu madre.

—No. Lo compré en rebajas después de Navidad hace un par de años.

—Gracias a Dios. ¿Y tus hermanas te dejan ponerlo en el árbol?

—En realidad, solían poner la misma cara que tú ahora. Debe de ser cosa de chicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario