lunes, 29 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 61

Paula entró en The Tattered Saddle y experimentó una sensación de sobrecarga visual con un toque de claustrofobia. Toda superficie estaba cubierta; el suelo, las paredes, el techo y las estanterías. La parte de arriba de un armario y de una cómoda estaban llenas de lámparas, jarrones y libros. Tras ella un hombre se aclaró la garganta y Paula se dió la vuelta sobresaltada. El hombre estaba de pie tras un mostrador de madera con una lamparita iluminando su rostro arrugado. Tenía el pelo blanco y los ojos azules, pero no dijo nada. Ni un «¿qué desea?», ni un «feliz Navidad» y tampoco un «bienvenida a el The Tattered Saddle, mi nombre es…». Al parecer, Paula  iba a tener que romper el silencio.

—Hola. Usted es Gerardo Fowler.

—Sí.

—Tiene una variedad de objetos muy interesantes aquí.

—Todos viejos —convino él—. Ya no se fabrican cosas así.

—No —Paula levantó un jarrón de cerámica color crema con una rosa en tres dimensiones. Era sorprendentemente bonito—. Pero ahora fabrican ordenadores que no fabricaban antes.

—Odio esos trastos electrónicos.

Por lo que había oído, Arturo Swinton también era viejo y, si compartía la misma fobia a los ordenadores, eso explicaría el rastro de papeles que sus amigas y ella habían encontrado. Pero, como Bernardo había dicho, no era buena idea sacar conclusiones precipitadas.

—¿Cuánto cuesta este jarrón? No veo el precio.

El señor Fowler salió de detrás del mostrador y le quitó el jarrón. Sus manos parecían sorprendentemente fuertes.

—Diez dólares.

—Creo que me lo llevo.

—De acuerdo —regresó al mostrador, pero no se colocó tras él—. ¿En efectivo o con tarjeta?

—¿Le importa si echo un vistazo? Tengo un par de regalos de última hora que comprar para gente algo difícil.

—Por supuesto.

Paula encontró un camino entre el laberinto de objetos y se abrió paso con cuidado de no tirar ni romper nada. Estaba deseando ver a Pedro, pero, si quería lograr que el señor Fowler hablase, moverse demasiado deprisa no sería buena idea. Miró por encima del hombro y vio la cara arrugada y seria del tendero. Raro y extravagante, se recordó a sí misma. Eso no la tranquilizó a medida que se adentraba en las profundidades de la tienda. Al final había una vitrina de cristal iluminada por dentro. En el interior había todo tipo de armas. Estaban limpias y ordenadas. Aquella vitrina era una anomalía comparada con el caos que reinaba en el resto de la tienda. Fingió interés y el señor Fowler se acercó enseguida.

—Estas parecen muy antiguas —dijo ella.

—Son más viejas que yo, que ya es decir.

—Soy Paula Chaves, por cierto.

—¿Es pariente de DJ Chaves?

—Es mi primo.

—Entonces supongo que estará unida a los Clifton y a los Cates —dijo él con frialdad.

—Son amigos míos, sí. Son parte de la razón por la que me fui de Texas. Solo llevo en Thunder Canyon un par de meses. ¿Usted lleva mucho tiempo aquí, señor Fowler?

—Mucho tiempo —repitió él—. Circula por ahí una historia que dice que recorrí el país con mi furgoneta con un ataúd vacío en la parte de atrás.

¿Estaba intentando asustarla? Si era así, estaba consiguiéndolo.

—Yo no había oído ese rumor. ¿Es cierto?

Su única respuesta fue una sonrisa que parecía más una mueca.

—Thunder Canyon es un pueblo fantástico —continuó ella.

—Antes lo era —respondió él—. Cuando era más pequeño. Antes de que llegaran las cosas nuevas. Nunca entenderé por qué la gente piensa que lo viejo no es bueno. No me gusta que las cosas no puedan volver a ser como antes.

—Entonces, apuesto a que le gustará el Frontier Days. Probablemente sea uno de sus festivales favoritos en el pueblo.

—Todos son iguales, si quiere mi opinión.

Paula se quedó mirando de nuevo las armas de la vitrina.

—Yo pensaba que, con su interés por las antigüedades se vería recompensado con un evento que trae al pueblo a turistas que quieren recordar los viejos tiempos. El salvaje Oeste que fue Thunder Canyon en otra época.

—Es un día como cualquier otro —de pronto apareció un brillo de suspicacia en su mirada—. ¿Siempre es usted tan entrometida?

—Sí, pero prefiero llamarlo «amistosa».

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