miércoles, 24 de octubre de 2018

Polos Opuestos: Capítulo 51

De nuevo Pedro pareció saber lo que necesitaba. Se inclinó hacia adelante para agarrar la cartera de la mesa y sacó un paquete cuadrado. Un preservativo. Paula se dió mentalmente en la frente. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza, pero Pedro iba a cuidar de ella. Pero entonces dejó de pensar racionalmente y solo pudo centrarse en él. Pedro colocó las manos a ambos lados de ella para sostenerse. Le separó las piernas con la rodilla y se acomodó encima. La luz del fuego convertía sus ojos en carbones encendidos mientras presionaba con suavidad. La sensación era maravillosa mientras se fundían en un solo ser. Paula le acarició la cara con ambas manos y tiró de él para besarlo apasionadamente. Pedro gimió, y el sonido de su rendición hizo que ella sonriera. Y entonces comenzó a moverse, lentamente al principio, para dejar que se adaptara al ritmo. La tensión fue creciendo hasta que sus respiraciones se volvieron rasgadas, un sonido hermosamente desgarrador que se mezclaba con el crepitar de las llamas. Sin previo aviso, ella sintió como sus músculos se tensaban antes de explotar en mil pedazos. Dos segundos más tarde, él se puso rígido y la embistió una última vez antes de gemir al alcanzar el clímax. Hundió la cara en su cuello a medida que su respiración se normalizaba. Después rodó hacia un lado y la llevó con él. Paula no se había sentido tan segura y protegida en toda su vida. Se acurrucó a su lado y él la abrazó con más fuerza.

—Te deseo otra vez —susurró Pedro contra su pelo—. En tu cama. Y mis poderes de recuperación son asombrosos.

Porque tenía la edad que tenía. Aquella idea dió rienda suelta de nuevo a todas sus dudas, porque ella era quien era. Ningún hombre le había hecho el amor así antes, pero los impedimentos no habían cambiado. Acababa de cometer un gran error, porque para él un encuentro íntimo no significaba nada. ¿Qué iba a hacer al respecto?

Pedro vió la incertidumbre en los ojos de Paula. Al verla morderse el labio inferior, sintió que su cuerpo se tensaba. No hacía falta interpretar su expresión para saber por qué, pero lo hizo de todos modos. De espaldas al fuego, podía ver la preocupación reflejada en su mirada. Era un mal momento para darse cuenta de que prefería ver pasión allí. Estaban bien juntos y deseaba más. Cabía la posibilidad de que nunca se cansara de ella. Sabía que lo suyo no era algo que pudiera calificarse simplemente como un juego divertido, sin embargo no estaba preparado para analizarlo más. Aun así, lo que había entre ellos podría ser mejor si ella dejaba de darle tantas vueltas. No le había mentido al decirle que no podía alejarse de ella, que deseaba asegurarse de que estuviera bien. La necesidad de protegerla era más fuerte cada vez que la veía, aunque no sintiera la necesidad de definir las cosas, de ponerles una etiqueta. Pero había llegado un momento importante y no tenía sentido posponer la conversación.

—¿Qué sucede?

—Tenemos que hablar —respondió ella.

Allí estaban. Tres palabras que cualquier hombre temía. Hablar era lo último que deseaba hacer con Paula entre sus brazos. Pero eso era lo que iban a hacer, y jamás se había arrepentido tanto de no estar sacándose el doctorado en algo que tuviera que ver con las palabras.

—Me lo temía —dijo.

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